El salto Cronopio

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Diablo

LA BIOGRAFÍA DEL DIABLO

Por Julián Silva Puentes*

Lunes. Llueve copiosamente en Bogotá. Me alisto para salir a la oficina y sintonizo la W Radio. Las noticias no podrían ser peores: Rusia invade a Ucrania. El paro armado del ELN en Colombia nos trae horribles recuerdos del pasado. A una joven de quince años la apuñalan en el cuello camino a su casa, después de salir del colegio en la ciudad de Bucaramanga.

Afuera de mi ventana llueve copiosamente y hace mucho frío. Afuera de mi ventana, sí, afuera del hermoso lugar en donde vivo, llueve copiosamente y el mundo, en mi mundo y en el de todos ustedes, hay un incendio que amenaza con llevarnos a todos al infierno.

Hace una semana empecé un escrito para la revista Cronopio titulado La biografía del Diablo, basado en el libro de título homónimo del argentino Alberto Cousté. En el artículo hablaba de la impresión que me daba el libro en la biblioteca de mi tío Fernando, cuando de niño, junto con mi primo Luis Fernando, ojeábamos sus páginas amarillentas esperando con el miedo y emoción de las cosas ocultas, encontrar algo que nos hiciera temblar en nuestras sillas. En aquellos días creíamos que semejante libro debíamos leerlo a escondidas, porque los adultos se opondrían a que fijáramos nuestros ojos impresionables en una temática tan compleja. Y eso hacíamos. Nos escondíamos debajo de la cama de mis tíos y detallábamos la imaginería del Diablo en el Medioevo, el Renacimiento y en la arquitectura. La última de ellas, la imagen con la cual acaba el libro, era la que más nos daba miedo, porque enseñaba una fotografía del Diablo (la estatua del mismo) observando al mundo desde lo alto de la catedral de Notre Dame de París.

En mi escrito, el que al final de cuentas no terminé debido a los terribles eventos actuales del mundo, hacía un paragón entre la idea que tenemos del mal verdadero y del representado en aldabones con rostros bestiales, hombres con patas de cabra y mujeres de ojos color candela seduciendo a los incautos en sus sueños para obtener la semilla que les permita parir demonios en el plano diseñado únicamente para los hombres.

Para los hombres y sus acciones terribles.

***

Prefiero los días lluviosos a los días soleados. Viví demasiado tiempo en la ciudad de Bucaramanga y allí hace demasiado calor. En San Gil también hace mucho calor. San Gil, el pueblo de Santander en donde nací y me crie. Recuerdo que cuando era adolescente, a mediados de los 90, la temática de las sectas satánicas se apoderó del imaginario de Colombia. Algunos de mis conocidos empezaron a vestir ropas de negro y buzos con estampados de calaveras. Algunos de esos estampados correspondían a grupos de rock pesado que a mí me gustaban. No vestía buzos negros como ellos, porque el calor era terrible y además se les notaba que les costaba caminar con los 40 grados de calor acumulados en sus ropas. Sin embargo, vestían sus prendas negras con orgullo, porque sabían que la gente se preguntaba si acaso ellos, unos pelagatos flacos y pálidos de quince años de edad, no serían satánicos.

Mis amigos de negro no eran más satánicos que la vecina de la esquina asomada en el balcón frente a nuestra casa esperando a regurgitar un nuevo chisme. Simplemente disfrutaban que se dijera algo polémico de ellos, eso era todo. Yo los conocía bien y me parecían algo ridículos con aquella expresión enfermiza de estar derritiéndose bajo el enorme peso del sol. También yo era pálido y flaco, pero el calor era algo que me volvía loco, aun cuando vivía en San Gil. Entonces vestía ropas claras y escuchaba la música de aquellos estampados sin ninguna pretensión, salvo la de disfrutar los ritmos sin saber qué decían las letras, porque en aquellos días no entendía muy bien el inglés y los gritos guturales, sin saber si en efecto hablaban de Dios o del Diablo; sonaban lo mismo para mí.

«La mayor astucia del Diablo es convencernos que no existe». Eso lo dijo Baudelaire en sus Letanías a Satán. También lo pudo decir cualquier líder acerca de sí mismo respecto de sus acciones bienintencionadas, porque no hay peor monstruo que aquel que no sabe que lo es. En todo caso, tener el destino de todo un país en las manos debe ser muy difícil. Lo es llevar en orden la propia vida, los asuntos de cada uno de nosotros, desde hacer rendir el dinero de la renta hasta ahorrar lo humanamente posible para escapar de este país en llamas. El problema reside, al menos desde hace una semana, en el lugar adónde podamos huir. ¿Europa? Diana y yo vemos a Portugal y Francia con el romanticismo de quien no ha estado jamás allá. ¿Asia? Yo visité aquel continente alguna vez hace unos años y puedo decir que, al menos Vietnam, tiene el caos más hermoso que he presenciado jamás. Pero ¿qué podrían hacer un par de abogados colombianos en Saigón aparte de vivir enseñando inglés? ¿Trabajar en hospitality? ¿Hacer de guía turístico para los europeos que, aterrados ante la posibilidad de una guerra en su continente, quieran escapar a un lugar más seguro?

Hace algunos años hubiera podido ser una gran idea, pero ahora que comparto mi vida con Diana y que mis cuarenta y un años me hacen proclive a las comodidades propias de un oficinista de clase media, la sola idea de vernos en un hotel barato, sin aire acondicionado, me parece un infierno, pero no de la clase de infierno en donde te invade un país enorme y nadie se atreve a mover un dedo para ayudarte por temor a iniciar una guerra mundial. No. El infierno del que hablo es más figurativo que literal. Me refiero a que, a falta de un país como Rusia invadiendo a Colombia, un escenario como el de un hotel sin aire acondicionado es bastante molesto. Desde luego, aquí en Colombia tenemos nuestro propio infierno, pero a fuerza de vivirlo todos los días, nos parece cosa de nada. Que a una mujer le dieron una paliza afuera de la estación del Transmilenio por robarle el celular… ¡Qué afortunada! ¡Bien pudieron apuñalarla en el cuello! A la joven de Bucaramanga, la niña de quince años, no le fue tan bien, porque le propinaron tres puñaladas y murió desangrada en un sucio un túnel camino a casa después del colegio.

Lastimosamente no son incidentes aislados. Lastimosamente aquí en Colombia, a falta de Rusia que nos invada con misiles, tanques y soldados, tenemos a las Bacrim, el narcotráfico, la corrupción política y los paros armados de unos y otros que al final de cuentas, terminan siendo la misma cosa.

Entonces la mujer de la paliza, si se le compara con alguien a quien le enterraron un cuchillo en el cuello, es afortunada porque cualquier cosa es mejor que morir. Cualquier cosa menos vivir en el infierno.

***

La biografía del Diablo, de Alberto Cousté, hace parte de mi biblioteca ahora. Mi tío Fernando me regaló su copia del Círculo de Lectores de 1978. La portada de color negro con la imagen de una aldaba con rostro bestial, sugiere una de las tantas formas del Diablo. Abro sus páginas amarillentas todos los días porque estoy escribiendo una nueva novela con la historia de alguien que se cree una reencarnación del Diablo. También porque no sentí nada cuando vi a un policía levantando a patadas a un indigente que dormía en el separador de la calle frente a la estación Ricaurte. Muy al fondo de mi egocéntrico ser, en donde se ocultan mis ambiciones literarias y la idea inflamada de mi propio YO, algo se conmovió. Fue como si estuviera viendo una película de guerra y cambiar de canal fuera tan sencillo como seguir caminando, lo cual hice, porque iba tarde al trabajo y olvidé todo el asunto hasta que me vino bien en este momento que intento escribir acerca del artículo que, al fin y al cabo, no escribí. Un artículo acerca de la Biografía del Diablo, de Alberto Cousté, pero también de la invasión de Rusia a Ucrania, de la estudiante asesinada camino a casa y de la vez cuando a Diana le pusieron dos revólveres en la cabeza para robarle el celular y los zapatos.

Portada Biografia del Diablo

Todavía hoy, después de siete años del suceso, Diana siente como si esos dos jóvenes con máscaras de la película Scary Movie, le estuvieran diciendo cosas horribles, cosas venidas del infierno. Dos revólveres en la cabeza y máscaras de una película de asesinos en serie. Es una visión muy específica del infierno si es que pensamos en el mismo como un estado de ánimo en donde el miedo a la muerte violenta se mantiene latente casi todos los días. Digo «casi», porque a pesar de ver y escuchar tantas cosas espantosas en la calle y en la radio, de alguna manera conseguimos darle más importancia a los distractores del mundo que nos impiden pensar. Pero ¿en qué otra cosa podríamos pensar? Todos los días, aquí en Bogotá cuando salgo al trabajo, puede sucederme algo como lo de los revólveres en la cabeza y las máscaras de Scary Movie. O que me apuñalen para quitarme mi celular de trescientos mil pesos. En un mundo rodeado de locos furiosos que invaden países argumentando razones históricas, morales y muy en el fondo, en letra menuda, económicas y estratégicas, ¿en qué otra cosa se puede pensar?

Tal vez deberíamos concentrarnos en lo que pasa afuera de nuestra propia casa, porque una muerte violenta es una tragedia para toda la humanidad. Tal vez deberíamos ser un poco más indulgentes y pensar las cosas con cabeza fría como hace mi amigo Néstor a quien Putin le produce una mezcla de simpatía, terror e idolatría. ¿Sabrá él lo que se siente salir corriendo en la noche porque un misil podría aterrizar en la sala de su casa? Lo conozco muy bien y sé que jamás le ha sucedido algo parecido, así que no ignoro los argumentos de su respuesta. Porque siempre hay excusas para justificar las acciones brutales de alguien a quien la historia le está dando el beneficio de la duda.

No obstante, aquí en Colombia no debemos mirar las noticias para saber lo que es abandonar nuestra casa en medio de la noche por temor a recibir una muerte horrible. Las tomas guerrilleras de los 80, 90 y principios de los 2000, eran algo de todos los días. No por eso digo que una cosa sea mejor que la otra. Sin embargo, una guerra nuclear acabaría con las tomas guerrilleras de los 80, 90 y los 2000, porque la humanidad no tendría manera de recordar cualquier cosa si estuviera extinta. Así que un infierno puede ser peor que otro. Una guerra nuclear es peor que todo lo demás.

Uno de mis tíos más conservadores, dice que no cree en el fin de todas las cosas por la guerra entre Rusia y Ucrania. Dice que no será como la crisis de los misiles de Cuba en los 60. No sé qué tan confiables sean los conocimientos de mi tío acerca de política internacional, pero estoy dispuesto a creerle a cualquiera que me diga que el mundo no acabará. Que mañana saldrá el sol y nuestras pequeñas tragedias nacionales (pequeñas en comparación con la inmensidad del mundo sempiterno) seguirán esperándonos camino al trabajo, a la estación del Transmilenio, a la librería, a la tienda en la esquina. Le creo a cualquiera que me haga pensar en otra cosa que no sea el final del mundo. Yo le creo a mi tío y le creo a mi amigo Néstor, porque no puedo hacer otra cosa que tener un poco de esperanza en el futuro.

En todo caso, no quiere decir que todo esté saliendo de la mejor manera posible. Me refiero a que podríamos hacerlo mejor, todos nosotros como humanidad, más allá de los idiomas, las diferentes culturas y el poderío armamentista. No es difícil si se lo piensa un poco mejor. Vivir como un pobre diablo con lo necesario para alimentar a tu familia y salir de vacaciones una vez al año, no es tan malo.

Acostarse en las noches sabiendo que no estás convirtiendo en un infierno la vida de alguien más, te da tranquilidad. Se duerme mejor. Cerrar los ojos con una buena mujer durmiendo a tu lado, te da el abandono necesario para perderte en el mundo de los sueños por unas horas. También se puede tener pesadillas, pero al final de cuentas despiertas recordando que estás en tu cama caliente y sabes que todo estará bien. Tomarás un café antes de ir al trabajo y leerás las páginas amarillentas de la Biografía del Diablo, porque mi nueva novela se está escribiendo sola. Sólo espero que mi tío tenga la razón y que mi amigo Néstor, quien admira tanto a Putin, también la tenga y todo esto no sea más que «mentiras propagandísticas de USA para desprestigiar al presidente de Rusia». En verdad así lo espero. También espero que deje de llover, porque debo salir a la oficina y la gente se pone muy brava y muy loca en Bogotá cuando llueve, especialmente la que se sube al Transmilenio. En todo caso, haré de este día lo mejor que pueda porque no tengo de otra y también porque en el fondo, este mundo es hermoso cuando no lo convertimos en un infierno. En un infierno que vive en las páginas amarillentas de un libro que pertenece al mundo de la ficción cuando así lo queremos.

Mauripol

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* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda»(2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentaó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actulidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

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