LA MAGIA DE JONATHAN
Por Elssie Cano*
Ilustraciones de Estefanía Montoya Echeverri**
«Siempre me han preocupado estos jóvenes
cuyos ojos están destinados a la belleza,
pero también al infortunio».
(Ernesto Sábato)
La señora Mieses conoció a Jonathan el quinto día después de haber empezado las clases y sabiendo como eran los estudiantes creyó que era mucho mejor que el muchacho llegara el quinto día y no cinco días antes de terminar el semestre como hacían muchos trúhanes confiados en que aún podían pasar el curso.
En sus casi treinta años enseñando Historia Universal, la señora Mieses había compartido con cientos y cientos de adolescentes que ya estaba curada de espanto. Sapos, lagartijas, culebritas, almohadas que echaban pedos, huevos podridos, eran para ella cositas triviales. Estaba segura de que los muchachos podían traerle al diablo en persona, con cachos, rabo y hediendo a azufre que de una oreja lo sacaba de patitas fuera del salón.
Muchachos, muchachos del carajo, siempre haciendo de las suyas, llevándose al mundo por delante sin temor a nadie ni a nada. Bueno, sólo una vez se es joven, se repetía a sí misma mirándolos con cierta melancolía parecida a la nostalgia.
Cuando sonaba la campana y los estudiantes cambiaban de aulas, la señora Mieses parada en la puerta de su salón los animaba a entrar. En bandadas y cada cual más estrafalario que el otro, los muchachos cruzaban por los pasillos sin ninguna prisa por llegar a sus próximas clases. Los jóvenes parecían payasos sacados de un circo o, peor aún, harapientos pordioseros con los pantalones rotosos dos o tres tallas más grandes que la correcta, con las hueveras en las rodillas, tatuajes en los brazos, en el cuello, en la nuca, y argollas en las orejas, en la nariz, en la lengua, en las cejas y sabe Dios en qué otras partes del cuerpo. Todos hablaban a la misma vez y reían inconscientes de la disciplina, totalmente sordos a las amenazas del señor Dossantos, el director, que desgañitándose gritaba por los altoparlantes: Si al llegar a uno no están en sus salones tendrán detención al fin del día. 10, 9, 8, 7, 6…
La maestra Mieses a veces reía divertida y otras desaprobaba los comentarios de los maestros cuando aseguraban que la nueva generación estaba perdida, que los jóvenes no tenían idea de lo que era el respeto y la moral, que nunca llegarían a ningún lado y peor estos muchachos hispanos creciendo en las calles de New York, malamente copiando modas y vicios. ¡Vaya! Como si fuera fácil. Como si el mundo al que a estos chicos tienen que enfrentarse no fuera una mierda, cochino y convulsionado.
—Les apuesto que Thomas pertenece a los Trinitarios y Jason a la Mara Salvatrucha, llevan el mismo collar de los gangueros —aseguró el maestro de Ciencia.
—Willy se pasa el día entero rapeando y no presta atención a los maestros. Se cree que es Daddy Yankee o Pitbull —se quejó la maestra de español.
—Seguramente que David y Kevin venden drogas por las noches, o quizás la consumen ¿Han visto como apenas pueden mantener los ojos abiertos en clases? —intervino el maestro de Matemáticas.
— ¿Y qué me dicen de Kathy? Esa que los compañeros apodan Kim Kardashian. ¿En qué terminará esa muchachita? los chicos le agarran el trasero y ella de lo más contenta —se lamentó el maestro de Arte.
¡Santo cielo! Casi tres décadas oyendo las mismas vainas. Nadie les da crédito a estos muchachos, nadie tiene fe en que algo bueno pueda sacarse de ellos, que terminen la escuela secundaria, peor aún que hagan estudios superiores y lleguen a ser exitosos. La señora Mieses muchas veces estuvo tentada de abrirles los sesos para recordarles los buenos tiempos cuando ellos fueron jóvenes y menearon el rabo a toda máquina con Elvis Presley, con James Brown o Mick Jagger, inhalaron humo, probaron hongos, ácidos y orgullosos de ser hippies mostraron el trasero en nombre de la paz y el amor. Parece que el cerebro se nos va estrechando mientras los años se van alargando, o con la vejez nos volvemos unos resentidos, remilgosos y latosos.
Esa mañana, el quinto día de clases, los estudiantes escuchaban atentos las instrucciones de la maestra Mieses. Por lo menos eso parecía, ya que todos la miraban sin decir una palabra. Por experiencia la señora Mieses sabía que ese comportamiento maravilloso duraría un par de semanas hasta que chicos y chicas se hicieran amigos y echaran a perder la disciplina con risas, secreteos, papelitos bajo las mesas, avioncitos atravesando el salón, comentarios fuera de lugar y palabrotas de grueso calibre.
La clase de la señora Mieses comenzaba a las nueve y cuarenta y cinco, el tercer período del día escolar. Desde el primer día la maestra estableció las reglas a seguir en su salón y enfatizó la puntualidad como punto importantísimo.
—No voy a aceptar excusas. Cinco minutos después del timbre se convertirán en veinte minutos de detención después de las clases. Es una falta de respeto entrar e interrumpir la lección. No estoy dispuesta a repetir una sola palabra —dijo sin dar lugar a protestas.
Eran las diez, o sea quince minutos más tarde, cuando un muchacho flaco, de mediana estatura y pelo ensortijado abrió la puerta preguntando:
—¿Es ésta la clase de Historia 1?
Todos se echaron a reír al ver la cara avinagrada por el enojo de la señora Mieses ante la desfachatez del nuevo estudiante que sin esperar una respuesta y peor una invitación de lo más tranquilo fue a sentarse en la última fila.
—Jovencito ¿cómo te llamas? —preguntó la maestra Mieses acomodándose los lentes sobre la nariz.
—Mi nombre es Jonathan Morales —contestó el muchacho levantándose del pupitre, y haciendo una venia profunda preguntó: —¿Y el suyo maestra? —logrando así otra carcajada de los compañeros que no necesitaban de mucho para desordenarse.
—Jonathan, en mi clase no se permiten atrasos ¿Te das cuenta del revuelo que has causado con tu tardanza? No solamente llegas cinco días después de comenzado el semestre, sino que además llegas tarde a tu primer día. Esta clase comienza a las nueve y cuarenta y cinco, ya tienes quince minutos de retraso. Mira la hora que es.
La clase entera miró al enorme reloj en la parte superior de la pizarra junto a las diversas gráficas de Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma. Las manecillas negras del reloj marcaban exactamente las nueve y cuarenta y cinco. Maestra y estudiantes checaron sus relojes pulsera al ver que el enorme reloj se había descompuesto y no había avanzado un minuto desde que empezara la clase.
—Miss Mieses son las nueve y cuarenta y cinco, —dijo Katherine con una sonrisa pícara mirando al nuevo compañero.
—De acuerdo con lo que indica el reloj, Jonathan llegó a tiempo —corroboró Ricky.
—¡O-D fucking shit! —exclamó Tony usando el vocabulario cochino muy en boga entre los jovencitos, copiado de las comedias televisivas.
La señora Mieses sin comprender qué había pasado con los relojes, se dijo a sí misma que a su clase había llegado un muchacho con problemas que le causaría dolores de cabeza. Caramba, esto sí que no lo sabía. Ahora no solamente tengo que aprender cómo usar la jodida computadora sino los nuevos trucos de estos sinvergüenzas, pensó contrariada y para que los jóvenes no se dieran cuenta de que el incidente la había dejado perpleja, con toda la calma de la que era capaz amonestó a Tony por usar palabras soeces, ofensivas e inapropiadas en el salón de clases. Luego continuó explicando la lección mientras señalaba en un mapa los pueblos alrededor del Tigris y el Éufrates.
Jonathan resultó ser un estudiante preocupado por aprender a pesar de parecer que su cabeza andaba volando al otro extremo de la vía galáctica. Al verlo distraído, en más de una ocasión la maestra quiso agarrarlo desprevenido y bajarlo de Plutón o Saturno.
Jonathan, ¿puedes explicarnos por qué se llama «La Medialuna Fértil» a los pueblos mesopotámicos? Jonathan, ¿quién fue Hammurabi? Jonathan, ¿qué significa la palabra monoteísmo? Y sorprendiéndola el muchacho daba las respuestas correctas.
Con el pasar de los días la señora Mieses se encariñó con el talentoso jovencito, pero al mismo tiempo estaba preocupada. Sospechaba que Jonathan escondía una historia tremenda detrás de esa actitud despreocupada y esos ojos tristes de mirada perdida.
Un día la señora Mieses pasó por el comedor de los estudiantes. En una esquina los muchachos aplaudían a Jonathan que parado sobre una mesa hacía levitar papeles del piso y de la manga de su camisa sacaba pañuelos de colores amarrados en las puntas que se extendían sin fin.
—Maestra quiero ser mago —dijo Jonathan una mañana al entrar al salón, mostrándole un libro de trucos y sortilegios.
La señora Mieses estaba encantada de los cambios que Jonathan produjo en su clase. Los muchachos estaban prestos a cooperar y trabajar en clase sabiendo que en los últimos cinco minutos Jonathan les presentaría una nueva triquiñuela aprendida en el libro de magos. Aquellos estudiantes «problema», que la ponían a tragar bilis y por cuya culpa sufría de presión alta e insomnio, empezaron a cambiar como por arte de magia.
Tony, uno de los «indeseables», era un muchachito maleducado y grosero. Su boca semejaba un chiquero por las cochinadas que salían de ella. Cada cinco minutos maldecía tanto en español como en inglés: ¡Oh shit! Fucking fuck! ¡Mama huevo, pendejo! Tony no volvió a decir palabrotas desde que Jonathan hiciera saltar de su boca un asqueroso sapo y amenazara con sacarle una culebra la próxima vez que dijera bascosidades.
En cuanto a Daniel, otro de los causantes de sus canas verdes, no volvió a copiar en los exámenes cuando los «chivitos», —papeles donde tenía las respuestas— le saltaran de las manos y volaran como mariposas por el aire.
Jonathan tuvo dificultades en la clase de inglés. El señor Jones descubrió que, en vez de leer Hamlet por quince minutos, como debía hacerlo cada día, el muchacho sentado en la última fila distraía a otros dos compañeros haciéndolos sacar cartas de un mazo de naipes. El estricto maestro shakespeariano no comía cuentos de nadie y arregló una conferencia con los padres del muchacho en la oficina del señor Dossantos, el director de la escuela.
La señora Mieses se sintió moralmente obligada a asistir a la reunión para abogar por Jonathan si el caso lo requería. Cuando el maestro Jones presentó las quejas, el padre del muchacho vociferó a voz en cuello.
—No tienen que decirme más, esto lo arreglo yo hoy mismo. Jonathan, ya sabes lo que te espera en casa —dijo encima del joven mientras el muchachito y también la madre miraban al piso sin atreverse a levantar la cabeza.
—Jonathan no ha cometido ningún delito para que usted lo amenace de esa manera —se atrevió a decir la señora Mieses sintiendo desprecio por aquel sujeto vulgar y grosero que era el padre del muchacho. Jonathan levantó la cabeza, miró al hombre y en sus ojos la maestra leyó odio y unas ganas tremendas de venganza. Lo que no pudo ver fueron las escenas que pasaban por el cerebro del adolescente.
En la casa de los Morales, fuera de la habitación de Jonathan, la madre, apocada y sin voluntad, lloraba apretándose las manos sin atreverse a mover un dedo mientras escuchaba los gritos del hijo. Todos los años que había vivido al lado del agresivo marido la habían convertido en una marioneta sin voz ni voluntad. A trompadas, patadas, amenazas e injurias la mujer había aprendido a no protestar y dejar que el hombre abusara de ella y del hijo. Dentro, desnudo y boca abajo sobre la cama, Jonathan recibía latigazos en la espalda que el hombre le atizaba con el cinturón que a propósito había sacado de sus pantalones. Luego, el muchacho soportaba la peor de las vejaciones que un chiquillo, que un ser humano, podía sufrir. El abusador le abría las nalgas penetrándolo sin ninguna compasión.
Al día siguiente, Jonathan, sentado atrás en el aula, se mantuvo quieto y mudo todo el período. Al sonido de la campana los estudiantes como siempre salieron del salón alborotados, entonces la señora Mieses se acercó al muchachito y le palmoteó la espalda tratando de animarlo. Jonathan hizo una mueca de dolor sin decir palabras y la maestra adivinó lo sucedido.
—Hijo, si te han hecho daño tienes que decírmelo. Juntos vamos a denunciarlo y las autoridades se encargarán de castigar al culpable —dijo con el corazón apachurrado por la pena y la rabia.
—No se preocupe maestra, no es nada, no pasa nada— aseguró Jonathan haciendo una señal a Katherine para que lo esperara.
El semestre estaba a dos meses por finalizar cuando Jonathan le confió a la profesora que estaba practicando uno de los trucos más difíciles y cuando lo lograra, de seguro esfumaría la escuela, igualito como David Copperfield lo había hecho con la Estatua de la Libertad. La señora Mieses rio encantada diciéndole: No Jonathan. Por favor, la escuela no.
Un día en los noticieros se dio a conocer que un tal Ludovico Morales había desaparecido por casi dos semanas y la policía estaba realizando las investigaciones necesarias. Según los informes, la esposa fue la última persona en verlo con vida. Ella aseguraba que en la mañana del incidente cuando se despertó no encontró al marido en su cama y supuso que el hombre había salido de casa antes de que ella se despertara. Lo sorprendente era que se fuera en pijamas y no llevara consigo ninguna de sus pertenencias, ni siquiera la billetera que todavía estaba sobre la mesita junto a la cama.
Uno de los estudiantes trajo el recorte con la foto que apareciera en los periódicos.
—Maestra, mire, es el papá de Jonathan, el hombre que la policía anda buscando —y con una tachuela pegó el recorte en la pared.
El mismo día, dos policías llegaron a la escuela y se llevaron a Jonathan para interrogarlo. Todos en la escuela estaban pendientes de los últimos informes. Los compañeros curiosos asediaban a Jonathan con preguntas y suposiciones. ¿Es que tu papá tenía asuntos pendientes con la ley? ¿Mató a alguien y por eso escapó? ¿Se fue con otra mujer? ¿Por qué no estás triste?
Después de tres semanas los medios de información dieron a conocer que, según el reporte policíaco, el señor Morales seguía desaparecido y temían que hubiera sido asesinado. Las autoridades continuaban con la búsqueda de la posible víctima.
Una semana antes de que acabara el semestre, exactamente un jueves, Jonathan llegó a la clase de Historia 1, quince minutos tarde. Al verlo entrar, maestra y compañeros miraron el gran reloj en la pared sabiendo que marcaría las nueve y cuarenta y cinco. Todos, incluida la maestra, soltaron la carcajada. Jonathan caminó entre los estudiantes, sacó una moneda de la oreja de Sammy, un ramillete de flores rosadas de las manos de Katherine, del bolsillo de su roto blue-jean extrajo un mazo de barajas y en círculo las hizo volar por el salón. Luego, Jonathan se paró junto al escritorio de la maestra pidiendo que le entregara el grueso libro de Historia Universal que en ese momento ella sostenía entre las manos. El muchacho lanzó el libro hacia arriba haciéndolo desvanecer en el aire con un chasquido de dedos y con un guiño preguntó:
— ¿Maestra, vio cómo logré hacerlo desaparecer?
—Ya sé que lo conseguiste muchacho. Todos lo vimos. El libro se esfumó como el humo. ¡Jonathan, eres un mago! —La señora Mieses salió detrás de la mesa y con una sonrisa de complicidad abrazó al estudiante.
Dos días antes de que terminara el semestre, exactamente durante los últimos cincos minutos del tercer período, el señor Dossantos hacía su acostumbrado recorrido por los pasillos. El director llegó hasta el salón de clase de la señora Mieses y se sorprendió de que del aula no salieran ruidos, menos aún las voces de los estudiantes quejándose por cualquier cosa, buscando pretextos para empezar una trifulca o inquietos por salir corriendo antes de que sonara el timbre de salida de clases. Intrigado miró a través del pequeño vidrio en la puerta comprobando que dentro los muchachos estaban inmóviles, como hipnotizados. Curioso, de un sopetón abrió la puerta y pudo ver cómo la señora Mieses y sus muchachos embobados miraban a Jonathan que parado tras el escritorio de la maestra soplaba sobre la esfera terráquea y del mundo brotaban palomas.
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El presente cuento hace parte de «Hay una bestia…», colección publicada por Nueva York Poetry Press (2024).
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* Elssie Cano nació en Ecuador y reside en Estados Unidos desde 1970. En 1990 obtuvo una licenciatura en Ingeniería Mecánica en The City College of New York y en 2001 una maestría en Educación Bilingüe en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana. En 2020 gana una beca de New York University (NYU) Graduate School of Arts&Science para el programa Escritura Creativa-Ficción-M.F.A. Ha publicado La otra orilla y otros relatos (Cuento, Editorial Surco, 2000), Fiptisio’89 es su traducción al inglés (Books&Smith New York Editors, 2020), Mi maravilloso mundo de porquería (Novela, 2024, galardonada con el Premio Primum Fictum de Editorial Librooks en Barcelona, España), IDROVUS (Novela, artepoética Press, 2018), Creando a Eva (Novela, artepoética Press, 2020). Things I cannot say, versión en inglés y Hay cosas que no puedo decir, versión en español (Novela, Nueva York Poetry Press, 2023). Ha coeditado Residencia en Nueva York/ Cuentistas Hispanos en (de) Nueva York (Antología, artepoética Press, 2021). La VI Feria Internacional del Libro LACUHE, Nueva York 2023 y la XVII Feria Internacional del Libro Lawrence, Massachussets 2023 han sido dedicadas a su obra. Es miembro del personal editorial de la revista HYBRIDO Cultural Project for Latino Arts and Literature.
** Estefanía Montoya Echeverri es Maestra en artes visuales con enfoque en técnicas gráficas. El trabajo de EME se enmarca en la percepción creativa de esos sucesos que acontecen en la cotidianidad del sujeto, entremezclando lo figurativo con la libre forma del trazo, alcanzando formas subjetivas con tintes objetivos. Durante los últimos años, EME ha realizado trabajos gráficos basados en el dibujo sobre superficies alternativas, tomando como insumo principal la tinta y el contorno delgado de una línea, de esta manera, su obra se transforma en la unión de texturas y formas poli-cromáticas que expresan la fuerza creativa y perceptiva de una mirada ajena a lo común. Ha participado en diferentes colectivos artísticos de la ciudad de Medellín enfocados a la experimentación de las posibilidades artísticas en la gestión, producción y formación. Actualmente participa en procesos de medios escritos digitales e impresos como ilustradora. Instagram: @eme_artdesing
Muy actual y bien descrito todo el ambiente escolar de estas épocas, sólo me quedan dos incógnitas qué pasó con el señor Morales y si el final quizás no es tan mágico como ya se espera. … Será que estoy Desubicado y no lo asimilo bien ..
Este cuento me gusta y mucho porque el aprendiz; con su magia y su mirada hizo cambiar la forma de ver el mundo. Esa mirada es la de un observador que llega al nivel de mago e ilusionista.