Literatura Cronopio

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LA MALA VENTURA

Por Cristiano M. Jaime.*

“La obsesión acompañada
de sensibilidades extremas
genera monstruos.”
(Pérez-Reverte)

¡Dios mío, ya son las cinco y media de la tarde! Media hora y no me llaman todavía. ¿Será que alguien especial tendrá que descifrar los resultados de mis pruebas? Algún ser de otro mundo tiene que bajar del divino Edén y abrirse paso entre la gente de esta oficina y leer lo que dicen esos papeluchos? ¿Qué raro, no? La última vez fue todo tan rápido, ni veinte minutos tuve que esperar…y esta comezón en las verijas, qué horror, qué desgracia la mía. ¿Para qué uno se hace cosas, análisis, pruebas, mondongos? Es la verdad: se sufre menos cuando no te dejas tocar ni un milímetro de piel por un doctor. Mira que llegar a los cincuenta y pico de años y estar metida en esta jodedera. No, y lo digo y lo repito, si la vida va a ser de esta forma de aquí en adelante, así de misteriosa y mala madre, mejor morirse. Es mejor que te dé una cosa así como un soponcio de pronto y caes al suelo redonda y ya, se acabó.

Pero la culpa la tiene esa doctora mía que es una sádica, le encanta hacer sufrir a las mujeres viejas como yo. ¿Qué gana con esa maldad? Y la oyes con esa voz de bicharraco medio muerto: mire Angustia, necesita un examen de heces fecales, tres transfusiones de sangre de chivo, once masajes de la tiroides, un rayo equis de la contra-pelusa del fondillo y varios lavados del intestino delgado y las carótidas… Y una va, como si fuera una vaca cerrera y sin chistar te dejas hacer esto y te pinchan, te empujan, te amarran y te escupen y te miran con ojos de carnero degollado con sus lupas enormes y sus microscopios negros… y cuando viene la hora de recoger el resultado: te hacen esperar y esperar, y esperar… Te quedas ahí sentada por días con los ojos cerrados y la baba corriéndote por la boca: esperando y gira el mundo por tu cabeza y hasta te dan ganas de vomitar. ¡Qué horror!

Si bien recuerdo, la última vez en un santiamén me había llamado la doctora. Angustia, me dijo con esa voz que apenas se oye, venga, venga por aquí. Tenga cuidado no tropiece con estos cajones amarillos, ni con los baúles morados, ni con los dos mil folios de los pacientes vivos y muertos que están regados por todo el suelo; es que no he tenido tiempo para nada. Y ella parada en la puerta de su oficina con un fardo de dos cientos mil papeles más, sujetándolos en la boca como una perra con un hueso, esperando a que yo entrara. ¡Y todo es distinto!

Claro que me recuerdo todavía, con esa cara tan fea y esa nariz enorme parada en la puerta esperando. ¡Angustia, entre! ¡Pase, pase, no se preocupe por el reguero! Recuerdo que la seguí ya estando dentro de su oficina por otro pasillito más largo aún. ¡No sé por qué los doctores les gusta tanto vivir en recovecos! Noté otros cajones más grandes desparramados por los pisos. También noté la pared llena con fotos de sus seis hijos. Creo, que si no me equivoco, eran dos hembras y cuatro varones. ¡Madre Santa! ¡Qué manera de parir! Estoy segura que esa no tiene problemas en el interior: es puro hierro galvanizado.

Bah, y una que nunca parió, porque como es bien sabido el traer hijos al mundo por ese hueco tan delicado acaba con todo, pelo, culo, tetas. Así empiezan las mujeres a volverse chatarra. Pero, eso sí, mientras más paren, más rimbombantes se ponen y más saludables, todo programado como si fueran a beber un vaso de leche fresca. Y una cuidándose más que el carajo porque sino todo se te deteriora hasta por gusto. Pero, todo en vano. Porque te hinchas, te salen pelotas en la rabadilla, te llenas de verrugas, hasta peste coge uno en la boca por cuidarse tanto… y estas mujeres, al contrario, paren a diario sin esfuerzo. Esta doctora de los mil diablos con seis hijos enormes y con caras de espanto está más saludable que una secoya milenaria… y siguen pariendo… paren paradas en una esquina vendiendo pescado frito, o sueltan el bulto de hijo montando bicicleta… y ni catarro les da.

Lo digo y lo repito: algo anda mal. Esta demora está muy sospechosa, muy, pero muy sospechosa. ¡Me sudan hasta las nalgas! Eso me pasa cuando me siento bien alterada. Y hoy de todos los días ni las pastillas para los nervios traje en la cartera. ¡Qué error de mi parte no pensar en traer las pastillas a este lugar horrendo! ¡Qué boba fui! Esta oficina es la antesala del infierno. A ver si alguien en este lugar se apiada de mí y me ofrece un Zanax. Uno solo para quitarme esta picazón, esta sudadera demoníaca. No es justo, debían decirme algo ya, o al menos ofrecerme un té de manzanilla para calmar la angustia. Ahora sí, sí me levanto y voy hasta allí, hasta la ventanilla aquella donde está sentada la flaca de la secretaria y le toco, ya me sé de memoria la forma en que me va a ladrar. A estas viejas las escogen no solo para ser secretarias sino almas torturadoras. Va a arreglarse el moño y me va a decir en un tono indiferente: señora, no sea majadera y espere un poco; los análisis están terminados, sólo falta que la doctora los lea.

¿Sí? ¿No me diga? ¡Qué interesante! ¿Y la doctora dónde está? ¿Se habrá ido a tomar café a Colombia? ¿O a lo mejor está con una paciente haciéndole la reconstrucción del himen? Claro, qué le podrá importar a ella si soy yo la que me estoy derritiendo como una vela por las tantas preocupaciones. Pero así es la vida, mientras más jodío uno está, más mal te tratan. Tiene que ser que se olvidaron de mí, no puede haber otra razón. No saben que existo. ¡O sea que lo mío es fatal!

¡Ay, que dejen de hacerse los locos y que me digan lo que tengan que decirme! ¡Yo no le tengo miedo ni a los fantasmas! Estoy muy vieja para tanto misterio. Estoy segura que me encontraron algún bicho raro por allá abajo o por el cerebelo, quién sabe? Entonces, basta ya de tanta bobería: me lo dicen: pam, pam, pam y ya. ¡Déjense de tanto entresijo! Angustia debes tener dieciocho bichos metidos en la pituitaria y varias babosas han tomado aposento en los ventrículos de tu corazón… y se acabó. Ese es tu gran problema.

¡Ay, coño; el que espera, desespera! Me voy a rascar una nalga para ver si me quito estos pensamientos de la cabeza. Es que no puedo. Mira, Angustia, cálmate un poco soltando eructos por la boca y la nariz. Así me voy a sentir más relajada… pero es que no puedo, no puedo, coño, no puedo. Si no salen pronto de allá dentro con los resultados de mis pruebas voy y toco a la puerta, la tiro abajo y me meto por el pasillito para dentro y saco a la doctora por los pelos aunque esté metida en el baño haciendo sus necesidades, ¿qué les parece? Porque no es justo, no y no… que tenga que soportar tanta falta de respeto… estaré enferma, estaré con una pata en el cementerio, pero quiero que sepan que yo no le tengo miedo a nada ni a nadie.

¡Que se sepa! Yo pago bien pagadas todas estas pruebas de tormentos innecesarios; mi dinero es tan o mejor que el de otro cualquier paciente. Si me van a venir con la jodienda que me estoy muriendo, me lo dicen ya, clarito, clarito: Angustia, eres ya un cadáver. Te están comiendo los bichos. Hace tiempo que te enterraron… Nada, que yo solita y campante me preparo el ajuar que me voy a llevar al más allá con cintas, pelucas y paraderas. Pero que hablen ya claro, coño, que no estoy para agonizar en vida.

¿Qué mira esa pelúa? ¿Sí, tú, secretaria de mala muerte? ¿Me está mirando a mí? ¡Con esa cajetilla de dientes amarillos que parece un cadáver! Mira cómo se ríe hablando por el teléfono y meneando la cabeza. Estoy segura que le está diciendo a la patrulla de rescate cómo esta vieja que se llama Angustia sentada frente a ella está al borde de la muerte…. porque ella sabe que soy una muerta viva. Mire oficial, tengo aquí en esta oficina una vieja que está ya acabando de morirse, así que hágame el favor de mandar una ambulancia enseguida. ¡Hasta peste ya tiene! ¡Vengan pronto!

¡Ay, ay, ay! Acaben la función que tengo hambre. ¡Déjenme gozar una última cena! A mí que me importa lo que sea. En este momento lo que quiero es que me maten, que alguien me de una puñalada por aquí mismo, en el mismo medio del pecho y que caiga muerta como una lombriz en el piso echando babas por la boca. Total, si para morirse no hay nada más que estar viva.

¿Bueno, salen o no? ¿Qué estoy medio muerta? Está bien. Ya hasta me estoy acostumbrando a salir de este mundo. ¿Que el análisis salió malo y qué? Mejor que sea bien malo para no tener que regresar a este antro de brujas nunca más… ¡Aquí juegan con el dolor de la gente! ¡Y de mí nadie se burla! ¿Está claro? ¡Nadie se burla! Es más, ahora mismo, sin esperar un momento más, me voy al carajo y me limpio el fondillo con lo que me puedan decir ahora, mañana y en el futuro.

¡Qué me manden las flores a la funeraria! ¡Ja! De mejores lugares me he ido yo sin esperar a que me llamen… y mejor aún cuando se están burlando de tu persona ¿Oíste bien, niña, secretaria, esperpento del más allá? Me voy ahora mismo. Dile a la doctora que se meta esos resultados por el mejor hueco del cuerpo que le agrade que yo voy directo al cementerio a comprarme el lote donde me van a enterrar.

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* Cristiano M. Jaime (Cuba). Dramaturgo y cuentista de amplias y variadas dimensiones literarias. Ha publicado dos libros de narrativa: De Mujeres y Perros; cuentos y El Mundo sin Clara; novela. Colaborador asiduo cCHicho Porras, nacido en Castanheira do Ribatejo de padres cubanos. A los 16 años escribió su primera novela La Muerte es una Mosca Fea, que nunca llegó a publicarse. A los 20 años escribió dos obras: El Mundo Sin Clara y De Mujeres y Perros, la primera, una novela, la segunda, un libro de cuentos. Acaba de publicar un poemario sobre la tercera realidad. Es editor de la revista impresa Ràcata. Ha vividoen Portugal y, actualmente, en Miami.

 

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