Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario (EPMSC) de Buenaventura, Valle del Cauca, Colombia. Cortesía del (INPEC) Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario de Colombia.
LA OBLIGACIÓN DE EVOCAR A MAMÁ AYDEE (EN EL PACÍFICO COLOMBIANO, LA LITERATURA NO SIEMPRE HABITA EN LOS LIBROS)
Por Salvatore Laudicina*
Aún me cuesta creer que la caprichosa muerte se haya llevado en un santiamén a doña Aydee Pretel de Quintero.
Toda ella era un libro viviente: el sonido de sus pasos en el Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario (EPMSC) de Buenaventura, los dulces reinando en el bolsillo derecho de su enorme falda, mismos que salían súbitamente, como conejos del sombrero de un mago, para endulzar la existencia de todos los que se cruzaban en su camino, los kits de artículos de aseo personal y las bolsas de ropa en buen estado en sus manos y el rostro vestido con una felicidad embadurnada de tragedia y resignación grata.
Al fondo, el barullo cariñoso de los reclusos. No era para menos. Había llegado mamá Aydee, la matrona que les había obsequiado el destino y el infortunio. Ella, su alma sollozante de alegría no escatimaba en abrazos y palabras de aliento para sus amados frutos. Sí, sus frutos.
En cada uno de sus rostros, mapas faciales de las huellas del tiempo y la impaciencia, acariciaba el de Alfredo, el hijo que le mataron por esas aciagas jugarretas de la trama existencial.
La escena, sin temor a exageraciones, era digna de las décimas de Margarita Hurtado, la poesía de Alfredo Vanín o la prosa de Arnoldo Palacios.
Se hace imprescindible mencionar un fragmento del poema Juramento Materno de la guapireña Mary Grueso Romero:
Poniéndome de rodillas, lo juré por el señor
Lo juré por este hijo, desnutrido y cabezón
¡viva Dios! Que lo de esta noche no se repetirá,
porque tienes una madre que por ti va a luchar;
para que el hambre a esta puerta,
nunca la vuelva a tocar
Ese juramento lo hizo mamá Aydee, heroína de carne y hueso que entregó su vida a la filantropía y difundir la palabra de su Creador a quienes estaban privados y privadas de su libertad, el día que se unió a la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Buenaventura, decidida a no desamparar a los presos y a sus familias. Una líder inquebrantable que luchó sin descanso por el bienestar de esos hijos que vivían en el hacinamiento, lidiando a diario con una alimentación que hacía las veces de verdugo en sus estómagos, y se cobijaban cada noche con la esperanza de volver a casa y recuperar el tiempo perdido.
Evocarla tiene una razón de ser poderosa y necesaria: permitirle al oriundo y al foráneo entender que en el Pacífico colombiano la literatura camina erguida en sus ríos, sus pueblos y sus ciudades, y lleva a cuestas una lucha digna de ser admirada y recordada.
Es obligatorio mencionar nuevamente a Arnoldo Palacios, a propósito de los 100 años de su nacimiento y el merecido homenaje que el Ministerio de Cultura le rinde con el estudio y la difusión de su obra.
Su amado Irra, protagonista de Las estrellas son negras (1949), su novela cumbre, muy seguramente caminaba a sus anchas por la calle segunda de Quibdó y se sentaba horas enteras a deleitarse con la musicalidad apacible del río Cértegui.
Si Palacios no lo hubiese inmortalizado, aquel libro bípedo habría sido descubierto y leído por el observador curioso, hambriento de personajes e historias cotidianas, ansiosas por ser leídas. Para nuestra fortuna, la prosa poética del fundador de la novelística afrocolombiana nos permitirá conocerlo y disfrutarlo hasta el último día en que este mundo absurdo sea amamantado por el Universo.
No pierdo la esperanza de que algún día un hijo o una hija de Buenaventura, honren la lucha social y el espíritu de una de las mujeres más generosas que ha conocido mi ciudad en las páginas de una novela costumbrista. El tiempo lo dirá.
Para mi consuelo y el de aquellos que la conocieron, las páginas de doña Aydee Pretel de Quintero morarán para siempre en los patios del Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario (EPMSC) y serán releídas una y otra vez por sus amados frutos, paridos espiritualmente, quienes se rebelarán contra el olvido y la ingratitud que suelen llegar con el paso de los años.
Por esa literatura sentida y trascendente, esa que se escribe en el diario vivir, y rara vez anida en cuentos y novelas, dotada de personajes entrañables, evocar a mamá Aydee siempre será una obligación para quienes escribimos no sólo con las palabras, sino también con el amor por el prójimo y el terruño.
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Cronopiotura persigue con el afán de una liebre ese orgasmo que inunda las almas de quienes se extravían en las letras para encontrarse a sí mismos en la palabra escrita.
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*Salvatore Laudicina nace en Buenaventura (Valle del Cauca). Es Comunicador Social y Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente de Cali. Su amor por la literatura nace en la niñez. A la par con los juegos y travesuras, comienza a escribir sus primeros cuentos.
En su adolescencia, fortalece sus lazos con el arte de escribir en los ejercicios de redacción y escritura creativa que se realizaban en el salón de clases.
En sus días universitarios, participa en el concurso de literatura del departamento de idiomas de la institución, obteniendo premios y menciones en sus distintas ediciones.
Su cuento ‘La cabeza de Aristóteles (Después de leer y releer La mancha indeleble de Juan Bosch)’ forma parte de la Antología 2014 del taller RELATA del Ministerio de Cultura.
En 2016, publica su libro Las Muchachas Se Fueron. De Migraciones y Sentires: Sobre Poemas Afrocolombianos Que Cuentan Historias Y Construyen Sujeto Femenino, resultado de una investigación centrada en la poesía de Mary Grueso Romero para obtener su título profesional. Cabe destacar que el libro ha sido citado en ensayos universitarios de España y Brasil.
Su nombre forma parte del libro El país en una gota de agua (2016), publicado por la Universidad Javeriana de Bogotá y el Banco de La República.
Participa como miembro del equipo editorial y escritor en la Antología Vení, Te Leo (2021) de la Corporación Manos Visibles.
Ha sido colaborador de publicaciones impresas y digitales de Estados Unidos, Japón, Londres, México y Panamá.
Actualmente es editor, redactor y corrector de estilo de la revista Eventos Magazine de Miami.
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