Literatura Cronopio

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LA PLUMA Y LA ESPADA

Diana Marcela Rojas Sandoval*

¡Hay que hacerlos comprender! Es necesario que el pueblo entienda que la única forma lógica de conseguir la libertad es usando la violencia, se decía para sí Marat mientras escribía la siguiente edición del Journal de la République française. Hace tiempo su labor de vocero del pueblo lo había llevado a abandonar su verdadera formación, quería ser el libertador de una nación: su Nación. Sabía bien que Francia vivía en la mentira de la soberanía, su misión era hacerles ver la verdad y poseía los medios para tal fin —mi arma será la pluma y el papel el testigo firme de mis propias convicciones—. Francia despertará del engaño, comprenderá que el sacrificio de algunos será la salvación de todos.

—«Las revoluciones empiezan por la palabra y concluyen por la espada». Sí, así debe ser, sólo así entenderán —dijo Marat mientras dada las ultimas correcciones y sumergía nuevamente la pluma en la tinta.

—¿No crees que tus palabras pueden llevar a más muertes? ¿Es necesario que Francia pague con la sangre de sus hijos los errores de unos cuantos? —inquirió Antoine tratando tal vez de subsanar sus pecados, pues él era un seguidor devoto de Marat.

—No, ¡jamás! El pueblo debe ver su propia sangre, debe servirse de ella para conseguir la libertad que anhelamos —puntualizó al fin el escritor mientras depositaba en su texto la lista de los siguientes nombres a morir.

—Pero es necesario hacer algo por toda Francia, todos somos hijos de la misma madre —reveló Antoine esperando atentamente la respuesta del escritor.

—He descubierto lo útil de mi poder, soy un hombre libre y mi misión es engendrar una Francia libre. ¡Alégrate, amigo mío!, estás viendo el rostro de la verdad que les dará a todos por fin el sueño de la libertad —terminó Marat.

—Tus palabras son sabias no las discutiré —dijo un resignado Antoine, sin embargo, no olvides pensar en ti, no habrá libertad sin un líder quien nos guie.

—Así será, por ahora tomaré mi baño matutino, es necesario meditar —finalizó el escritor mientras se introducía en la tina como era ya costumbre.

—¿Cuántas personas condenaré mañana? Es necesario seguir ¡Esa es la lógica hasta el fin! No hay tiempo para descansar —dijo Marat mientras acercaba la tablilla sobre la cual escribía durante sus baños. En ese instante la tinta roja cayó dentro de la tina expandiéndose y dándole al agua la tonalidad de sangre. ¡La lógica hasta el fin! Así debe ser, no importan las consecuencias, no importa la sangre que se ha de derramar, mi lógica es precisa. Francia será libre de una forma u otra. Soy un visionario que ha descubierto la verdad, soy el único que puede cargar con ese peso, nadie más podría cargar consigo las vidas de miles y condenar más a su paso. La vida me ha dado esta misión y es preciso seguir hasta el fin. Estoy tan cansado… —Marat comprendió que su tarea era sobrehumana y sabía bien que la libertad siempre se logra a costa de alguien, no importan las vidas que se deban consumir o apagar. Comprendió entonces que la suya también era una vida condenada a caer.

Anne Charlotte había tratado de comunicarse con Marat en dos ocasiones. No obstante, él nunca le dio alguna respuesta, ignoraba sus cartas, aun sabiendo que en ellas Charlotte le hablaba sobre revelarle secretos importantes para la salud de la república y darle nombres para su lista de muerte. Fue así como un día decidió posarse frente a la casa del escritor, esperando la oportunidad propicia para conseguir una entrevista. Era un poco más del mediodía cuando Anne logro esquivar a quienes resguardaban las puertas y llegó de improvisto frente a un Marat semidesnudo preparándose para su baño matutino.

—Por fin mi benevolencia ha sido premiada. Aquí frente a usted al fin —dijo Anne Charlotte, mientras lentamente se acercaba al escritor.

—Buena muchacha, no deberías estar aquí, no es la hora para atender o recibir halagos, mañana estaré en la plaza. Si lo deseas, puedes verme allá. Ahora sal por donde viniste —puntualizó Marat creyendo que aquella mujer cansada y agotada por el paso de los días era una de esas tantas que le expresaban su admiración.

—No señor, puede que me confunda con aquellas que suelen frecuentarle para otros fines, mi misión es otra: le he escrito varias cartas esperando que me dé una cita para darle detalles de la revolución. Sin embargo, el señor aquí presente ignora mis palabras —dijo Charlotte esperando una explicación del escritor que calmara su enojo.

—¿Sabes cuántas cartas y visitas tengo al día? Para un hombre como yo hay prioridades, no puedo atender a todos, pero dime la razón de tu insistencia, dame los nombres que tienes y ¡serán todos guillotinados!

—Es usted un déspota insensible, miente en cada una de sus palabras —dijo reteniendo el enojo que la consumía. Es un monstruo repugnante, la libertad de la que habla con tanto fervor en su periódico no es más que comedia —declaró de forma imponente aquella joven.

—A qué viene tanto fervor y enojo ¿quién te crees para hablarme así?, dime de una vez ¿Cuáles son tus intenciones? —enunció un Marat mucho más imponente y molesto.

—Vengo a decirle la verdad en la cara, usted no es más que una farsa, un charlatán, habla de libertad y amor hacia este país, pero le ha salido más caro que los reyes. Condena y mata a diario sin que nadie le detenga. ¿Cómo un ser tan despreciable pasa inadvertido? Debería ser usted quien ponga el cuello bajo la guillotina —afirmó Charlotte mientras un Marat atónito la observaba.

—¡Muchacha estúpida! —dijo y la tomó del brazo, sabes ¿cuál es el precio de la libertad? ¿Acaso puede comprender eso mi silencio, las noches largas en vela, el olor a sangre que permea mi cuerpo, las manchas que de estas manos no puedo lavar?, ¿acaso sabes de eso? Mi misión es la de un libertador, no la de un pacifista. ¿Acaso esperas que Francia sea libre sin que pague un precio? No eres más que una jovencita que no ha visto la revolución a la cara y comprendido que para ganar hay que sacrificarse —finalizó Marat mientras la soltaba del brazo y la tiraba en el piso al lado de la tina. Tratando de calmar su enojo se introdujo en ella.

—¡Loco! No más que eso. ¡Cómo han de atormentarlo tanto mal y tanto odio! Usted no merece más que la muerte —declaró duramente mientras de su corpiño sacaba un cuchillo que clavó directamente en el pecho de Marat, pues apuntaba a su corazón.

—¡A mí, mi querida amiga! Me quitas la vida, tu una hija de Francia, arrebatas de este mundo a tu salvador para darme la paz que soñé al ver crecer la revolución —pronunció Marat mientras su sangre se mezclaba con el agua y la vida abandonaba su cuerpo.

—He matado a un hombre para salvar a cien mil —finalizó Charlotte mientras sacaba del cuerpo inmóvil del escritor el cuchillo ensangrentado que depositaba rápidamente en su corpiño.

Anne abandonó de prisa la casa del afamado escritor. No quería que alguien la viera y pudiera reconocerla como la asesina. Sin embargo, al huir no se percató que Marat no había muerto, por el contrario, él salió de la tina con las pocas fuerzas que le quedaban y pidió ayuda a unas mujeres que se encontraban en la calle.

—Aun no es mi fin, como tampoco lo es el de la revolución —dijo mientras era socorrido por las mujeres del lugar —¡Todavía estoy vivo!

Así pasaron tres días en los cuales Marat se recuperaba en un hospital pobre de París. Durante este tiempo Charlotte fue capturada y llevaba a prisión, ella solo podía repetir «he matado a un hombre para salvar a cien mil», pues ignoraba que el hombre que había intentado matar seguía con vida. Ahora ella sería sentenciada a morir como todos los demás, su cabeza rodaría por el suelo ya manchado de una Francia enferma de razón.

—Al fin ha llegado la hora de mi muerte, no lo lamento, pues he acabado con la sombra que cubría con su poder a Francia. Ahora la paz y la libertad podrán alumbrar el camino de una nueva nación —afirmó Anne tranquilizando su alma y preparándose para la guillotina.

En la mañana del 17 de julio, Anne fue conducida por la plaza pública de París en una carrosa descubierta, para que aquellos seguidores de Marat le arrojaran cosas, repudiando así su acto. Sin embargo, ella no agachó la cabeza. Sabía y estaba segura que su acto de valentía salvaría muchas vidas. Mas su sueño se desmoronó al subir al paredón y ver a la distancia al mismo Marat:

—¡No! No puede ser. Él no puede estar vivo yo lo maté ¡lo maté! —declaró de forma desesperada una Charlotte confundida y asombrada mientras el verdugo acomodó su cabeza dentro del cepo.

Marat la observaba desde la ventana de un edificio, el cual daba directamente a la plaza pública. En ese momento el verdugo esperaba de él la señal para dejar caer todo el peso de la cuchilla sobre el cuello delgado y terso de la joven Anne.

—Es preciso que ella muera, Marat; trató de acabar con tu vida —afirmó Antonie el cual se encontraba al lado del escritor.

—En mi interior desearía que ella no muriera —pronunció al fin Marat y el silencio se hizo presente.

—¿En verdad piensas eso? —interrogó Antoine.

—Sí, pero la revolución no perdona, inocentes y culpables deben morir por igual, esa es la lógica. Solo así el pueblo dejará de cometer actos violentos y abrazará la paz y la libertad que tanto soñamos. La razón nos liberará —puntualizó por fin el escritor, acabando así con el silencio que inundaba la atmósfera.

—Sí, así debe ser ¿qué esperas para dar la orden? —anunció Antonie dirigiendo su mirada al verdugo.

—Esa mujer que ves ahí, a punto de morir, representa una libertad y una lógica diferente a la que yo profeso, ella cree firmemente que la paz y la libertad puede llegar por medios diferentes a los necesarios. Sin embrago, para que mi razón y mi lógica pervivan ella debe morir, solo así podré asegurar la grandeza de Francia —finalizó Marat.

En ese momento el verdugo pudo ver cómo Marat afirmó su sentencia mientras se retiró indiferente del espectáculo que estaba por finalizar. Entonces la cuchilla bajó de forma contundente cortando la respiración y la vida de la joven Anne. Su cabeza entonces empezó a rodar por el suelo de una Francia rota y nociva condenada a muerte.

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*Diana Marcela Rojas Sandoval. Licenciada en Filosofía y Lengua Castellana de la Universidad Santo Tomás (Bogotá, Colombia). Estudiante actual de la maestría en Creación Literaria de la Universidad Central de Colombia.

 

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