El Gran Ojo Cronopio

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LA SINFÓNICA DE LOS ANDES, LA BANDA SONORA DE COLOMBIA

Por John Harold Giraldo Herrera*

El canto y la música son la banda sonora de la existencia. En Colombia el traqueteo de metralletas y el silenciamiento de vidas se han convertido en el pan de cada día, no ha cesado ni la horrible noche —trasladada a cualquier hora—, como tampoco los ríos de sangre. Marta Rodríguez es la cineasta de las tragedias, y también de las resistencias y las esperanzas. Su ojo se ha posado en la Colombia escondida, aquella silente en los grandes medios, que sólo, a veces, pasan irrisorios fragmentos de ese país que la mayor parte desconocemos. Marta ha convivido con los protagonistas directos, y su trabajo, en conjunto, desde que empezó con Chircales (1972) contándonos el modo de explotación de unos albañiles, hasta su más reciente documental de La sinfónica de los Andes, lo que nos ha desplegado es una fuerte conexión de memorias y de presencias frente a tanto despojo.

La sinfónica de los Andes pasa por un título poético que se diluye luego de verlo. Lo que más prima, allá con los Nasa, en el Cauca, y con las comunidades, es el vil asesinato de líderes y la manera como la población se mantiene confinada, asediada, perseguida, marcada y cercada por los causantes de la infamia en la nación: los que nos han gobernado y se han adueñado de las tierras de la población. Marta no escatima en su lenguaje: es directo, las imágenes son explícitas y uno se pregunta dónde está la sinfonía. No hay lugar para la ensoñación, es un modo descarnado, como lo es más la realidad, de ponernos frente a la butaca y desesperarnos.

Uno a uno caen. La muerte ronda, la tortura y el miedo son habitantes permanentes. Desde el comienzo de la historia del país, donde unos y otros se han disputado el poder y donde ha valido más la propiedad privada y los intereses económicos que la propia vida, o cualquier manifestación de ella, emplear la desaparición o el aniquilamiento del otro, ha sido la forma de conquistar los privilegios de los terratenientes.

Los asesinos nunca han tenido ni piedad ni consideración. Alguna vez Alfredo Molano, quiso darnos la idea de cuántos kilómetros de muertos ha puesto el país. En 2011 postuló la cifra de ciento setenta y tres[1]. La cifra pudo haberse triplicado, porque apenas aludía a cuatro años de asesinatos y masacres. Una bomba de tiempo contra la fuerza de la sociedad, que de seguro no se dejará arrinconar y seguirá buscando, así sea por resquicios, una forma de vida digna. Ver el documental produce asco, histeria y una serie de consideraciones con las cuales nos hemos postrado, como si el dolor no hubiera hecho ya metástasis y fuese necesario seguir aguantando. Lo que me parece curioso y en un alto grado de valor, es la capacidad de las comunidades para sobreponerse. El miedo no está sembrado, permanece en la superficie, lo respiran, pero no es el veneno. Con sus ganas de vivir se salvan muchos. Por su intención de mantenerse unidos, ha sido imposible acabarlos.

Marta habla con las víctimas como si ella fuera una más del contexto. La valentía de estar entre fuego cruzado y arriesgarse a narrar historias de familias indígenas, y permanecer en medio de la angustia, es un triunfo y un modo de vida que no sale con un ejercicio audiovisual, sino con la dedicación de sus fuerzas, toda una vida, a contar la barbarie. El objetivo no es otro que el de avivarnos, porque de ahí viene un título que nos confunde. El sonido no es de esperanza ni de un grupo de niños con su maestro que combaten la infamia con arte. No. La sinfónica de los Andes, el ardor, la crueldad, el tejido maltratado y calcinado, el de los rugidos del silenciamiento, se trata de un odio que nos lacera. Pero, eso sí, como Marta ha construido relaciones duraderas con quienes se ponen en escena, sus trabajos perduran, poseen la intimidad que otros ni siquiera pueden cultivar.

La sinfónica de los Andes es la banda sonora de Colombia. En ella no hay lugar para esconder la indignación y lo apabullante de los perpetradores de la violencia, de los incubadores de la miseria, de los desterradores, de aquellos oligarcas que han curtido con colores rojos y de nostalgia las banderas insignes de la vida. En cambio, quienes florecen así los corten, quienes se mantienen incólumes así los tumben, quienes dan saltos para abrigarse del frío y la desesperación, quienes con su luz son la motivación y la fuerza, quienes tejen día a día el país con su colorido y fortaleza, esos a quienes han masacrado y se sobreponen, los niños, las familias manchadas con la violencia, los jóvenes con sus miradas altivas, las poblaciones en resistencia por la vida y la memoria, y los creadores, como Marta, merecen todos los elogios y acompañamientos, porque ellos son el canto que se opone a la muerte.

Ficha técnica

Año, país, duración 2019, Colombia, 115 minutos
Dirección Marta Rodríguez
Guion Marta Rodríguez, Lucas Silva
Fotografía Fernando Restrepo Castañeda, Emmanuel Rojas, Felipe Colmenares Sánchez, David Villegas
Música Orquesta de instrumentos andinos de Huellas, Caloto – Banda de flautas, chica y guarapo –Fanor Secue.
Actores Comunidad Nasa en el Cauca
Productora Fundación Cine Documental, Visual Arts Factory
Género Documental sobre la violencia

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* John Harold Giraldo Herrera es docente Universitario (Universidad Tecnológica de Pereira) y Periodista. Estudiante del Doctorado Rud de Colombia en Educación, Universidad Tecnológica de Pereira. Uno de sus temas de interés es el estudio de Los pueblos originarios. Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, 2011. Licenciado en Español y comunicación Audiovisual de la UTP, 2004. Con estudios de diplomado en Narrativas audiovisuales, Fundación Universitaria Área Andina, 2003. Democracia y formación ciudadana con énfasis en Derechos Humanos, paz y cultura de resolución pacífica de conflictos para el sector educativo. Universidad Católica Popular del Risaralda, 2004. Periodismo público, Escuela Superior de Administración Pública, 2008.

Correo-e: john.giraldo.herrera@gmail.com

  1. Leer el texto de Molano: https://www.elespectador.com/opinion/ciento-setenta-y-tres-kilometros-de-cadaveres-columna-250528/

 

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