«LABOR DE TARACEA» DE LEO CASTILLO
Por Consuelo Posada*
En esta entrega traemos en calidad de pinch–hitter a una interesante escritora, académica y crítica literaria colombiana ocupándose de mi novela Labor de taracea. Regresamos al bate, sin falta, en la próxima edición de revista Cronopio. L. C.
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El escritor Leo Castillo presenta en su novela Labor de Taracea, la historia literaria de los crímenes descubiertos el sábado de carnaval de 1992 cuando, en la sede de la Universidad Libre de Barranquilla, fueron encontrados los cadáveres de un grupo de indigentes, víctimas de los asesinatos en serie que se venían haciendo con el apoyo de algunos celadores y, al parecer, con la complicidad del personal administrativo.
Uno de los puntos importantes de esta narración es que el autor logra integrar en el relato, sus episodios como habitante de la calle, cuando era todavía estudiante universitario. Esta experiencia le permitió conocer el mundo que viven los indigentes y drogadictos y, entonces, la novela se convierte en un retrato de la noche marginal en Barranquilla. En la historia literaria el narrador se llama León y también es un callejero como lo fue Leo Castillo. Y, como él, es un erudito amante de los libros, parafrasea a un sinnúmero de autores y todo el tiempo habla de literatura. El narrador, además de ser un habitante de la calle, conserva rasgos que incidentalmente lo conectan con el autor de carne y hueso que, como en nuestro caso, pudiera haber conocido el lector. Este Leo Castillo autor, en nuestro mundo de referencia, hace parte de la vida intelectual de Barranquilla, reconocido como un hombre de letras. Además de un libro de cuentos, ha publicado varios volúmenes de poesía, es excelente ensayista y ha sido elogiado por sus traducciones del francés.
Y, como el Leo Castillo de los tiempos oscuros, el narrador de esta obra se declara un adicto terminal y reafirma todo el tiempo su compromiso con la droga, a la que define como su urgencia prioritaria: «Me destruyo dulce. Dolorosa. inexorablemente. Vuelo hacia la sagrada noche en busca de mi basuco». Así, sin una sola coma, con el punto como único signo de puntuación se narra esta novela. Cabe aquí anotar la sospecha o acusación que se le ha formulado: en efecto, circula una versión según la cual Leo Castillo se hizo o fingió ser drogadicto al extremo de dormir dos años en las aceras, con el propósito de sondear los abismos sociales, morales y materiales de donde surge esta fuerte narración. La voz del hombre de la calle conduce el relato (marco argumental) que envuelve la historia de los asesinatos de los indigentes y nos cuenta cómo es la noche en la Barranquilla despedazada de las barriadas. Pero a pesar del ambiente sórdido, nuestro personaje se muestra compuesto, estudioso y ético y todo el tiempo aclara los puntos que lo separan de sus compañeros de aventura —o desventura—.
En este juego de simulaciones, la historia nos devuelve las imágenes conocidas de Barranquilla, los nombres precisos de sus calles, los detalles de su geografía y hasta los chismes locales.
Un segundo valor importante, en esta línea de la Barranquilla verosímil, es el trabajo documental que, en los archivos de prensa de ese momento, realiza el autor para recoger la información histórica, la de los asesinatos seriales de indigentes. Según el texto, varios funcionarios del alma mater, desde directivos hasta vigilantes, se vieron envueltos en el asesinato colectivo de los habitantes de calle, cuyos cuerpos, según los testimonios, se comercializaban entre estudiantes y profesores de medicina de esta y otras ciudades de Colombia y —sugiere— de otros países en un macabro tráfico de órganos, algunos de cuyos responsables seguirán fatal, impunemente en la oscuridad.
En el capítulo 22 de la obra se recopilan reportajes y noticias publicadas durante el primer mes del hecho. «Es rigurosamente forense, allí se citan nombres de jueces, abogados, directivos de la Universidad Libre, vigilantes y funcionarios del ICFES que manejaron el caso», sentenció el autor.
Además del narrador en el marco exterior de los hechos, la obra anuncia la revelación de un texto oculto que contiene el desarrollo de los crímenes. Quiere decir que, como parte del juego de verdad y ficción, la narración propone la inverosímil existencia de otro autor del manuscrito incluido en la novela. Según este artificio literario, Lutte Lutin habría aportado el manuscrito y es quien organiza los mecanismos de la publicación y el poeta callejero deberá asumir la paternidad de la obra y ayudar a la distribución de una parte de ella.
Y tal vez este juego de verosimilitud busque dar la apariencia de verdad a la aparición de Lutte Lutin, quien llega a la vida del narrador una tarde de lluvia en Barranquilla, atrapado dentro de un taxi y arrastrado por un arroyo violento. Después de ser rescatado por el personaje que recorre las calles, le habría sido impuesto por coacción el trato al León callejero, que seguirá las instrucciones de la publicación del texto, que viene a ser la misma novela.
Conviene aclarar que aquí no hay dos historias paralelas como en las novelas policíacas clásicas, que mantienen en primer plano una historia investigativa que busca desentrañar la historia oculta, compuesta por los datos secretos de un crimen o de un hecho misterioso. Aquí las acciones se centran en las desventuras de un héroe que se hunde todo el tiempo en episodios dolorosos.
Entonces, si la trama de la obra no gira en torno a la investigación de un hecho criminal que deberá ser descubierto por la mente brillante de un investigador, desde afuera, como lectora, yo me preguntaba: ¿cómo logra mantenerse vigorosa esta narración?, ¿cómo conserva hasta el final la fuerza del relato?
Y literariamente nos preguntaríamos cómo conseguir que un drogo degradado se convierta en personaje literario durante 285 páginas, sin que fastidie al lector. Sabemos que la literatura nos mantiene entretenidos en un juego que poco a poco revela unos fragmentos y esconde otros, pero aquí no hay intriga ni datos pendientes y solo sabemos que se trata de crímenes al final de la historia.
La única razón que explicaría el deslumbramiento del lector es la coherencia de un discurso desquiciado, del lenguaje del delirio, de un verbo inagotable que, aunque suene desbordado, está pleno de historias alucinantes y referencias históricas y literarias.
Considero que el valor especial de este trabajo literario de Leo Castillo fue el logro admirable de convertir estas páginas de su experiencia vital en el tema de una novela y mantener como un personaje digno a un héroe derrotado, sucio, hambriento y maloliente. Esta es, entre otros atributos, la gran proeza literaria.
El complemento de esta hazaña fue la osadía de lanzarse en solitario a la difícil tarea de publicar una novela, aun cuando no contaba con el respaldo de las editoriales, «esto lo he financiado de mi bolsillo», y agreguemos, respondiendo él mismo desde el diseño de la bella portada hasta todos los detalles siguientes, que incluyeron, al menos al principio, la promoción y la venta mano a mano de los ejemplares. Aún después de publicada su novela, nos cuenta el autor en una de las entrevistas, que todavía entre los escritores que se sienten renombrados, su presencia produce una sonrisa maliciosa y despreciativa.
Cuando me abordó para presentarme el libro, yo había leído algunas de las páginas publicadas en las redes y me conmoví con la desolación del personaje que cuenta los detalles de su infierno y me contagió el aire de respeto de la periodista Patricia Iriarte, en la entrevista al escritor (diario El Espectador), cuando acababa de reintegrarse al mundo de los vivos convencionales, después de dejar la calle. Allí descubrí, para agrandar los méritos de esta obra, que ya antes de ese momento Leo Castillo había empezado a escribir a mano, en cuadernos baratos, la novela Labor de Taracea. Pero a las imágenes que se detallan en la entrevista, con la degradación física, la soledad de este hombre arrinconado en la baranda de un puente, las palizas recibidas por otros indigentes y también por policías o grupos de limpieza social, se me imponía, sobre las demás imágenes, la figura cautivante de un escritor que en medio de la calle, descalzo y vestido de harapos, recita sus poemas para buscar unas monedas. Y es capaz de repetir parlamentos de largos textos clásicos. Este es el héroe que se mantuvo vivo en mi recuerdo mientras el deleite de los textos me obligaba muchas veces a parar la lectura para saborear el placer de las palabras.
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* Consuelo Posada Giraldo es Magíster en Semiótica y estudios literarios de la Universidad de Urbino, Italia. Profesora de Literatura jubilada de la Universidad de Antioquia. Coautora de los textos Manual de teoría literaria y Análisis literarios (Universidad de Antioquia). Investigadora adscrita a Colciencias y responsable de la línea de oralidad en los seminarios de la Maestría en Literatura Colombiana. Un grueso número de ensayos suyos han sido publicados en revistas nacionales e internacionales.
Todo sano Leo.. Leo sano todo
Excelente. Felicitaciones a mi querido amigo.