LAS REDES SOCIALES EN EL DEBATE DE LA MARIHUANA EN LA ILUSTRACIÓN MEXICANA (1772–1773)
Por Juan Pablo García Vallejo*
«Algunos indiscretos piensan que las noticias
que presentan las gacetas son efímeras;
no es así, reviven a cierto tiempo y son el
verdadero archivo de que se valen los que
intentan escribir la historia de un país.»
(José Antonio Alzate)
DEL GABINETE Y LA TERTULIA AL PERIÓDICO Y LA CENSURA OFICIAL
Una de las anécdotas históricas más comentada en las campañas de legalización de la marihuana, de años recientes en México, es recordar el ensayo pionero sobre medicina, química y agricultura del sacerdote José Antonio Alzate, «Memorias sobre el uso que hacen los indios de los pipiltzintzintlis», publicado en Asuntos varios de ciencias y artes, de 1772. Pero olvidan valorarlo en función del contexto histórico del interés criollo en la marihuana y desconocen la censura, a posteriori, de la publicación por el escándalo ocasionado en la tertulia ilustrada por la carta de un indio al Mercurio Volante. Y que, finalmente, este tropiezo desafortunado, pero no desconocido en el «andar tipográfico» alzatiano, no impidió continuar por sendero seguro del activismo cañamista a este mexicano ilustrado ejemplar. Con este ensayo Alzate da visibilidad a un debate aparentemente efímero pero que duró más de 30 años.
Como ilustrado consciente José Antonio Alzate desea que la Nueva España (México) sea una nación culta y por eso debe de tener prensa literaria. Le mortifica demasiado saber que Francia tenga 900 periódicos y aquí solo dos. Este atraso cultural para él es impostergable, sueña el tránsito de la ciudad arzobispal a la ciudad letrada con la cultura impresa del libro y el periódico.
Las publicaciones servirán en dos ámbitos: el regional y el internacional. Alzate vive en la última parte del periodismo colonial, donde no había libertad de expresión, toda la información divulgada estaba de acuerdo al interés de la Corona y la Iglesia. Sólo noticias oficiales, de ciencia y artes, sin criticar la política ni la religión, ni promover a los jesuitas, expulsados en 1767, por Ley del silencio: «callar y obedecer». Por eso Alzate no puede ir más allá en su crítica a un edicto religioso, no es jacobino, es un ilustrado que da opiniones útiles a los virreyes sobre asuntos de ciencia, para bienestar común. Teniendo con algunos de ellos relaciones tensas y conciliadoras a la vez. Es un «peripatético moderno».
Ahora las investigaciones acuciosas de la empresa periodística alzatiana revelan que solo se pudo realizar ésta con la construcción de redes sociales, como dice Sara Hebert (red de lectores y suscriptores) y Dalia Valdez Garza (red de personas específicas, red de contactos con las sociedades científicas).
Con el modelo de la red social podemos analizar el contexto de la ambiciosa y ecléctica propuesta alzatiana de explicar la versatilidad del cáñamo y sus beneficios a elite novohispana recurriendo a varias estrategias inéditas:
1) Leer y discutir temas modernos de ciencia y técnica, del dominio público, con base en la filosofía moderna.
2) Participar en las formas de sociabilidades modernas como la tertulia ilustrada, reunión cotidiana para la lectura colectiva y el debate de ideas, a veces con riesgo de contagiar con su polémica intelectual a imprentas y librerías.
3) Producir dos vehículos modernos de la cultura impresa, el libro y el periódico erudito, incitando el debate y la participación de los lectores, (la carta del cacique indio), crea un escándalo y motivo de censura: para detener la discusión pública y evitar la reunión de personas. Inexplicable la censura cuando el Estado fomenta el periodismo literario y la divulgación de la ciencia.
4) Dirigirse a distintos públicos: popular (campesinos rudos e indios iletrados), burocrático (gobierno civil e iglesia), intelectual (letrados y sociedades científicas), y la posteridad, nosotros lectores de sus periódicos literarios.
El periodismo de Alzate es una empresa titánica cimentada en el autodidactismo, un círculo virtuoso que exige aprender las prácticas de escritura en el gabinete, las prácticas editoriales del arte de la imprenta y la tipografía, y realizar varias formas de lectura, en silencio o en voz alta, en distintas formas de sociabilidad como la tertulia literaria y en las librerías, bibliotecas y las plazas públicas para recepción de los indios, «oidores lectores». Una de las formas en que participaron los indios en el debate de la marihuana, la otra en una relativa des-demonización del indio consumidor y la carta jocosa que ocasiona el escándalo en los contertulios.
Es la revolución de las conciencias, de la emergencia de la nueva forma de pensamiento que, con la cultura impresa, permite crear un círculo virtuoso literario:
«Criticar, apropiarse y transformar para hacer circular el conocimiento: del pensamiento a la escritura, de los textos escritos a su lectura para, de nueva cuenta, regresar al pensamiento escrito», dice Delia Valdez.
Con el modelo de red social vemos primero la red específica de personas, la comunidad de lectores; en segundo lugar, la red de contactos con sociedades científicas europeas; en seguida, la red de impresores y tipógrafos, la red de distribuidores y suscriptores y, finalmente la red de prohibiciones del edicto analizado por Alzate.
Pensamos a Alzate desde una posición múltiple, más allá del sacerdote, como autor, editor y lector; y con objetivos de distinto alcance: éxito personal, la misión social y la pertenencia a la República de las Letras. La prensa literaria es una empresa educativa y un negocio, tener el favor del gobierno da acceso a la clase privilegiada de letrados y funcionarios, que serán los suscriptores ideales para mantener con vida la publicación literaria en un ambiente social difícil para la edición de éstos: los altos precios del papel, dificultades de circulación y la censura. Alzate como autor desafiante y editor audaz enfrenta los riesgos con periódicos de pocas hojas y precios accesibles.
Y como la Nueva España es parte todavía de España, conviene tener presente cuál era la situación de ésta respecto al cáñamo. De España nos dice Ramón Serra:
«Durante el siglo XVIII se produjo un gran incremento en la demanda de lino y cáñamo como consecuencia del fuerte aumento de la población (ropa de vestir y de cama) y de las actividades agrícolas, artesanales, marineras (sogas y velas). Al mismo tiempo la necesidad de aumentar la producción de granos hizo que el trigo y otros cultivos básicos alimenticios desplazaran al lino y al cáñamo de sus habituales zonas de cultivo, produciéndose un fuerte desfase entre la producción de ambos textiles y las necesidades de consumo. Esa fue una de las razones por la que las autoridades españolas del XVIII recomendaron su plantación. Pero había otra razón que no conviene dejar pasar por alto: el interés por el cultivo de lino y del cáñamo estuvo ligada a la política defendida por Campomanes sobre el “fomento de la industria popular o dispersa”, entendida como una actividad complementaria de la agricultura en la que el propio agricultor se abastecería a sí mismo de la materia prima necesaria, no teniendo que desentender de ello a los comerciantes, a los que sólo correspondería la distribución del textil acabado. El ministro español argumentaba en favor de estas dos plantas que eran las de más fácil cultivo (frente al algodón y la seda) y que su trabajo para producir tejidos era más sencillo, más barato y servía a más gente…»
Los párrocos rurales eran el instrumento de difusión de la promoción del cáñamo en España.
Por contraste, aquí en la Nueva España será Alzate quien lleve a cabo un debate por tres décadas sobre el cáñamo, piensa que en vez de prohibirlo y perseguirlo con dogmas escolásticos se debería aprovechar su utilidad medicinal e industrial. Alzate no dice que el cáñamo fue asimilado por los indios 250 años antes como marihuana.
UN LECTOR CRÍTICO
De inicio Alzate es lector ávido por naturaleza, desde su niñez, lo que nutre su espíritu científico y su genio autodidacta, después por su empleo como traductor de letras eclesiásticas en el arzobispado de México y como editor.
Seguramente, Alzate ya como figura intelectual pública, a los 30 años, había leído el «Edicto expedido en nombre del provisor de indios, el doctor Don Manuel Joaquín Barrientos para desterrar idolatrías, supersticiones y otros abusos de los indios», expedido el 11 de febrero de 1769, con tres misas anuales y pegado en las puertas de las parroquias. No sabemos cuál fue la respuesta de los indios, no tenían ningún derecho.
En 1772, las condiciones para el periodismo científico eran aparentemente propicias y edita Asuntos varios de ciencias y artes, con una línea editorial y tipográfica crítica. Se ocupa del edicto punitivo ahora en la lectura del libro Cartas pastorales y edictos del ilustrísimo don Francisco señor Francisco Antonio Lorenzana y Buitrón, que el mismo arzobispo Lorenzana mando editar, en 1770, antes del IV Concilio Episcopal, de 1771. Es más bien un libro para mantener la ilusión de orden social en una sociedad novohispana ya aquejada por grandes contradicciones sociales.
Aunque vienen muchas idolatrías y supersticiones y otras cosas en ese libro, a Alzate le interesa que sea un best seller del incipiente mercado literario novohispano donde se vuelve a publicar el edicto contra el abuso de pipiltzintzintlis por los indios, lo que lo hace un tema de moda entre los lectores que asisten a las tertulias ilustradas. Alzate retoma estas opiniones y luego redacta un ensayo o «memoria científica» con saberes de medicina, química, historia y agricultura. Algunos piensan que es un pretexto para el periodismo cultural y tener una participación internacional en la República de las Letras, con una argumentación científica de obras francesas. El cáñamo medicinal e industrial eran temas de moda en Europa, España producía gran cantidad de cáñamo, pero aun así no satisfacía su mercado interno por lo que incluyó a México en su empresa cañamista. El libro lo están leyendo también el «amigo payo» de Alzate, el divulgador de la ciencia y doctor José Ignacio Bartolache, el matemático Joaquín Vázquez de León y el experto en náhuatl Antonio de León y Gama y otros letrados europeos.
LA RED DE LECTORES
Estos enciclopedistas eclécticos leen los libros en la penumbra de su gabinete privado, con una lectura silenciosa y profunda. También aprenden varias prácticas de escritura completamente nuevas: la crítica escrita, el ensayo, la correspondencia a periódicos, las cartas a funcionarios por licencias y permisos de publicación y a sus pares científicos de Europa y América.
Alzate y demás letrados, Vázquez de León, Bartolache y León y Gama leen obras francesas y hablan de científicos franceses. Todos poseen bibliotecas que nutren con novedades las bibliográficas y científicas europeas de las 14 librerías que había en la ciudad de México. La librería de Zúñiga y Ontiveros, la preferida del virrey, publicó las Cartas pastorales de Lorenzana, en 1770. Para todos ellos el libro es vehículo moderno de circulación en la ciudad letrada.
Nos dice Valdez Garza:
«El sentido al decir “libros” es, efectivamente, ese conjunto de obras, los referentes intelectuales que el autor contempla y de los que es difícil sustraerse al momento de la escritura; pero también es la parte tangible, el conjunto de libros poseídos o prestados que pudieron haber ocupado un lugar en la biblioteca del autor y que serían, sin duda, una influencia a la hora de configurar materialmente sus obras, son a su vez los libros cuya identidad revela el autor a lo largo de sus escritos como referencias, mediante citas, o bien porque son objeto de su crítica, pero también los libros omitidos por temor a la censura».
Alzate omitirá en su memoria Florilegio de las enfermedades de todas las enfermedades de Juan de Esteyneffer quien documento el uso medicinal de cáñamo en el noroeste de México, de 1713, y el libro de Linneo de 1753.
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