Literatura Cronopio

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REALISMO MAGICO PERDIDO EN EL CINEMASCOPE

Por: Juan Manuel Zuluaga Robledo

“La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”
Gabriel García Márquez.

En alguna oportunidad, uno de los escritores argentinos más preponderantes de los últimos treinta años, comentaba que algunos libros y novelas eran cíclicos. De esa manera, Tomás Eloy Martínez, reconocido por novelas tan hermosamente escritas como la “Novela de Perón” o “Santa Evita”, disertaba sobre la importancia de releer esos textos de ensueño, capaces de asestar un golpe emocional en los lectores.

Una minoría de narradores tiene la notable habilidad de lograr ese efecto. Por poner ejemplos, no hay mayor delicia literaria como la de retornar al juego placentero entre escritor y lector en “Rayuela” de Julio Cortazar, releer el mundo alucinante del “Obsceno pájaro de la noche” de José Donoso o detallar de nuevo el ambiente de un colegio militar en “La Ciudad y los Perros” de Vargas Llosa. Los buenos textos son como aquellos antiguos bumeranes australianos lanzados por los aborígenes que se alzan en el aire y retornan con eficiencia al lugar de partida para darte un golpe certero en la cabeza. Entonces ya no vuelves a ser el mismo. De repente añoras, luego de cierto tiempo, la colonización de esos personajes entrañables en tu cabeza.

Con la llegada, a finales de 2007, a la cartelera de la versión cinematográfica del “Amor en los tiempos del cólera”, dirigida  por el británico Mike Newell, algunos lectores recurrieron de nuevo a la lectura apacible del texto de Gabriel García Márquez para evaluar si la adaptación cumplía todas las expectativas. Los lectores devoraron otra vez el libro, antes de apreciar la cinta de cincuenta millones de dólares, producida por 20Th Century Fox y Stone Village. Empero, desde su primera proyección, el filme fue una verdadera decepción para los críticos y a partir de ahí algunos medios de comunicación, internacionales y nacionales, trascribieron de manera literal esos comentarios ácidos, sin desarrollar un análisis justo entre tropiezos y aciertos. La versión de Newell es buena, pero pudo ser mucho mejor. Ahora que ya pasaron dos años de ese estreno, es pertinente lanzar algunas reflexiones sobre los aciertos y tropiezos emprendidos por el director británico en su acercamiento al orbe macondiano.

Tropiezos y aciertos
La adaptación de los amores contrariados entre Fermina Daza y Florentino Ariza, fue una verdadera novedad para los millones de seguidores de la obra del nobel colombiano.

Esa hermosa historia donde se esboza la espera de cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días de un hombre atormentado por sus sentimientos, para lograr la aceptación de su amada, sin recurrir al melodrama, ha logrado cautivar a un ejército de lectores en todo el mundo desde su publicación en 1985. Lo anterior se ha dicho hasta la saciedad: es una novela redonda, circular, casi perfecta… con una genialidad propia para usar el equilibrio de las palabras y los adjetivos. En ella todo encaja con precisión de relojero, desde la vida paralela de los protagonistas que durante mucho tiempo ni se hablan, hasta la inclusión de personajes secundarios, indispensables para cambiar el rumbo de los acontecimientos.

La mayoría de los críticos ignoran un aspecto importante: el libro acompañado de una portada en la que una editorial conocida plasmó el póster del filme, se vendió de nuevo como pan caliente en las librerías y no es descabellado pensar que la venta del texto fue uno de los fenómenos literarios a finales del 2007 y comienzos del año pasado. Más aún, la versión de Newell ha sido el enganche maestro para muchos lectores latinoamericanos, desprevenidos y que nunca han disfrutado de la lectura fascinante de una obra de Gabo. Ha sido el acercamiento ideal hacia una de las obras literarias más originales que se hayan escrito en los últimos cincuenta años.

Por otro lado, en el 2005 se supo de las intenciones del director inglés –aclamado por su meticulosa dirección en Cuatro Bodas y un Funeral– para adaptar el libro del autor de Aracataca. Eso, en principio, fue una decepción: los personajes tienen ese sabor costeño que difícilmente un actor extranjero podría igualar en la pantalla grande. Sin embargo, aunque muchos lo refuten, el trabajo de Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno, Fernanda Montenegro, Catalina Sandino, entre otros, es sobresaliente, pues tienen la capacidad de recrear a cabalidad la psicología y el modo de pensar de los personajes de la obra original. “Ariza dice en la novela que puede ser infiel pero no desleal; habrá mucha gente que esté en desacuerdo con eso. La novela creo que habla de algo tan hermoso como es el amor, de la necesidad de amar y ser amado. Una de las cosas al asumir el rol de Florentino, era interpretar la fe, la confianza, la sensación de ser escuchado y de atraer a un ángel a tu vida”, declaró Bardem en una rueda de prensa.

Pero no todas las interpretaciones son destacables, tal como ocurre con los actores John Leguizamon y Unax Ugalde. En todas sus apariciones –en medio de un spanglish atroz- se les ve un histrionismo recargado y sobreactuado. Además, sus actuaciones no parecen convincentes, porque nunca abandonan la dicción propia de sus lugares de origen, echando por tierra en pocos instantes, el buen trabajo de adaptación del guionista. Son actuaciones perfectas para un culebrón o una telenovela, pero nunca para una superproducción.

Ahora bien, la mayoría de los críticos pusieron por el suelo la labor del guionista sudafricano Ronald Harwood, reconocido por su impecable adaptación de “El pianista” de Roman Polansky. En ese sentido, la Agencia de Noticias AP comenta que la adaptación “conserva la totalidad de los diálogos, pero el significado y la emoción detrás de estos a menudo desaparece en la voz de los actores”. Este tipo de apreciaciones siempre estarán cargadas de subjetivismo; no obstante, cuando Florentino Ariza por boca del genial Bardem, le declara su amor eterno a Fermina, luego de la muerte reciente de su marido, se siente ese amor inconmensurable en esa confesión. “Los cinéfilos serios no tendrán ni entretenimiento ni seducción… a la película le espera un arduo camino en el box office (la lista de las que más ingresos generan) y en los circuitos especializados” escribió el crítico norteamericano John Anderson. En réplica a esto, al asistir a la premiere en una sala atestada de público, fue posible advertir que los asistentes no perdían la atención y el interés  al seguir los diálogos del largometraje. Y para el público especializado, tal como advierte Anderson, la propuesta tendrá muchos más seguidores que detractores.

Ya en el ámbito nacional, Mario Alcalá de Caracol Radio, comentó que el maquillaje de los actores era monstruoso y se asemejaba al utilizado en las producciones de terror de bajo presupuesto. Todo lo contrario: conmueve el momento preciso en que Fermina se desnuda frente a su ferviente enamorado y pone al descubierto un cuerpo mustio y trajinado por el tiempo.

Los tiempos y secuencias de la cinta son fieles a la estructura narrativa del libro. Sin embargo, no todas las adaptaciones son perfectas.  En la introducción de la película, era necesaria la inclusión de un personaje relevante como Jeremiah de Saint Amour. El refugiado antillano es el punto de partida para explorar la vida cotidiana en la vejez del doctor Juvenal Urbino y su estrecha relación con su esposa. Otro personaje que quedó al margen fue Leona Casiani, el alter ego de Ariza en su época más tormentosa.

Desde luego, todo buen libro es poseedor de escenas cinematográficas, que son necesarias en cualquier adaptación, por la riqueza propia de sus imágenes. Ese es el caso del viaje en globo cuando inicia con ruido y fiesta el siglo XX. Ese detalle se le escapó a Newell en el filme.

Valió la pena el esfuerzo

Durante mucho tiempo, Scott Steindorf, productor de la cinta, estuvo en conversaciones con García Márquez para adaptar el libro. Desde tiempo atrás se conocía que el forjador de Macondo tenía sus reservas con las producciones made in Hollywood. Luego de tres largos años de insistencia, dio el visto bueno para que empezara el rodaje.

En principio, las grabaciones estaban previstas para ejecutarlas en Brasil, pero el vicepresidente Francisco Santos –como buen encantador de serpientes– convenció a Steindorf de realizar el rodaje en Cartagena de Indias. La ciudad colonial aparece majestuosa en la película, con sus casas de antaño, color ocre, grandes y espaciosas. La película es un fabuloso comercial turístico de Colombia. Con una fotografía bien cuidada, es posible disfrutar de la panorámica exótica del río grande de La Magdalena y los vericuetos tropicales de la Sierra Nevada de Santa Marta. Algunos espectadores en el extranjero –por ejemplo en Australia– después de detallar el filme, quedaron fascinados con los paisajes colombianos y seguramente estuvieron consultando una agencia de viajes para visitar el país.

Al salir del cine, se comprende al instante con satisfacción la frase célebre de Gabo: “El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno”. Y lo interesante es que esa idea nunca se diluye en la propuesta de Newell, un filme lleno de energía, con muchas cosas rescatables, pero que ahora, luego de dos años, se diluye en las nieblas del olvido porque no tuvo el favor de la crítica.
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