Literatura Cronopio

9
316

Terminó la canción y Rubén regresó a la mesa. Se sentó en la silla y tomó otro trago de ron de una botella que sólo pasaba por las gargantas de nosotros dos. Sebastián prefería los tragos de saliva de su amiga.

—Buen tema —me dijo agitado.

—Sí, buena versión.

—Lo mejor hermano, lo mejor. —Respiró profundo y retomó la historia—. Esa noche con Liza terminó con un baile y un par de cervezas. La acompañé a su casa y regresé a la mía pensando en un beso de ella.

»Empezaron las llamadas, de día y de noche, el teléfono se convirtió en nuestro aliado. En esos días yo tenía una novia, Nadia. Las cosas andaban mal y con ese nuevo entusiasmo tenía ganas de terminar la relación. Yo le insistía a Liza que fuera mi novia, que las cosas con Nadia se iban a acabar, que no me interesaba más. Liza me decía que ella no quería sentirse culpable de una relación rota y que tampoco iba a ser el motivo de las lágrimas de otra mujer. Yo insistía que esa relación se había salido de las manos. Liza no me creía.

»La vida trae sus premios y Nadia se encargó de darle la estocada final a esa relación. Me dijo que había salido con otro tipo, que se había acostado varias veces con él y que le gustaba. Ella empezó a llorar y yo quería reírme, quería dejarla y empezar con Liza. Le dije que no la perdonaba, que eso era lo único que yo no perdonaba y que la relación llegaba hasta ahí. Ella siguió llorando, se arrodilló y se pegó de mi pantalón, me decía que no la dejara. Yo no la miraba, no tenía corazón, lo tenía Liza. La solté como pude y salí corriendo, quería irme con mi nueva ilusión. Nadia quedó en el suelo, llorando y viendo cómo me iba de su vida.

Los bafles de Senegal expulsaban «Tártara», de Joe Cuba.

—Lo primero que le dije a Liza al otro día cuando la llamé, fue que había terminado con Nadia. Me preguntó que cómo me sentía y le dije que estaba tranquilo. Esperaba de ella una respuesta, algo como «listo ya podemos estar juntos», pero no mencionó más el tema. Me dejó con todas las sensaciones guardadas, no me dio una señal de esperanza. Entonces no volví a hablar del asunto y esperé. Hasta que un día me preguntó que si todavía seguía en pie mi propuesta. Yo sabía a qué se refería pero quería oírlo. Le pregunté que cuál propuesta, y me dijo que esa de ser mi novia. Le dije que sí y aceptó. No lo creía. Ese día estábamos solos en mi casa, en mi alcoba. Nos besamos con mucha fuerza y terminamos acostados en la cama, rozándonos con la ropa.

»Todo marchó muy bien, un aire de Armonía. No había discusiones y pasábamos juntos mucho tiempo. Me alejé de mis amigos y me dispuse solo para ella. Eso duro dos años. De un momento a otro, en una sola semana, las cosas se acabaron. Todo ese reino que imaginamos construir juntos, nuestra casa de fantasía, nuestros hijos mentales dando vueltas por la casa de fantasía, los grandes mercados que haríamos cuando tuviéramos plata, la cama queen size que sería nuestro altar de sexo y amor y que ella había dibujado en sus ratos de ocio en la oficina. Todo eso se cayó. Ese castillo que creímos fuerte terminó siendo un espejismo lleno de ilusiones y nada más. En esa semana hubo un evento, el festival de orquestas…

Interrumpió su historia cuando empezó a sonar una canción en el bar. «Baila mi guaguancó» de Moon Rivera.

Pachanga y guaguancó les bailo yo
Pachanga y guaguancó les bailo yo
Un baile más de moda en Nueva York
Americano, dominicano y borincano
Baila Mi guaguancó

Rubén cerró sus ojos y tarareaba entre dientes la letra de la canción (tenía unos dialectos que parecían africanos y no se entendían). Abrió sus ojos y con una leve sonrisa levantó la botella de ron, sirvió dos tragos y me invitó a brindar. Las dos copas se sellaron en un pequeño golpe de cristal y el ron pasó en un solo viaje por nuestras gargantas. Levantó su mano y saludó Wilson a manera de agradecimiento. Wilson respondió con otra mano levantada.

—¿En qué íbamos? —me preguntó todavía sonriente.

—En lo del festival de orquestas…

—¡Ah!, sí —dejó de sonreír y continuó—. Yo cantaba con Esencia Latina, ¿la recuerda? La orquesta de salsa… bueno… ¡sí!, esa misma. Fuimos invitados al festival y teníamos que prepararnos unos días antes para el evento. Fueron largas jornadas de trabajo, ensayos sin parar, debíamos sonar perfectos. Durante ese tiempo de preparación, Liza quería estar conmigo todo el tiempo y me acompañaba a los ensayos, y las otras orquestas llegaban para unirse a esa mescolanza de instrumentos que buscaban su sonido. No pude atender a Liza, estaba ocupado ensayando y no tenía tiempo para ella. Entonces Liza, un poco molesta por eso, decidió darse vueltas por el sitio y se encontró con el bajista de la orquesta La Selecta. El tipo empezó a coquetearle. Ella respondió a ese coqueteo. Y mientras yo trabaja y cantaba con todas mis fuerzas, otro le cantaba al oído y ella prefirió esa melodía.

»La orquesta del bajista tocó un día antes que nosotros. No podía soportar su presencia en ese festival ni tampoco soportaba la cara de Liza viéndolo. Parecía como si se vengara de mi descuido. Le reclamé por su actitud y ella no dijo nada.

»Al otro día tocamos nosotros y salió perfecto. La gente gozó y bailó. Terminó el concierto y salí a buscar a Liza por el escenario, pero no la encontré. Entonces terminé en su casa y me recibió su mamá, con una cara de angustia y susto que delató una verdad, ella no estaba en su casa y se había ido con el bajista a tomar una cerveza. Me quedé esperándola en la puerta de su casa.

En ese momento, Senegal bailaba con La Guaira del Sexteto Juventud.

—El bajista la llevó a su casa —continuó—. No se bajó del taxi, pero vi el beso insinuante que le dio en su mejilla. Luego ella se bajó del carro y me acerqué. Lo único que le dije fue que por qué me había dejado así, se había ido sin decirme nada, y ella solo dijo que el que se había equivocado era yo, que la había dejado sola y descuidada, y que el músico le había prometido llevarla en la gira que tendría La orquesta por toda Suramérica. Con ese ofrecimiento hasta yo me hubiera ido con él.

»Me sentí culpable. Rogué varios días, buscaba su perdón, iba a su casa, le llevaba regalos, pero ella no me quiso perdonar, me dijo que era un hombre inmaduro y que me faltaba aprender más cosas de la vida (tal vez tocar un bajo, digo yo) y después de esa agonía, decidió terminar conmigo. Ella nunca se fue de viaje por Suramérica con el bajista. No hago más que llorar: un luto que crece los fines de semana, una costumbre que no termina por irse, un dolor eterno.

La historia terminó y Rubén llenó sus pulmones de pequeños suspiros y detrás de ellos, un trago doble de ron. Yo le puse mi mano sobre su espalda y lo acompañé con un par de palmadas.

—Pero bueno, ¡esta es una fiesta y vinimos a bailar! —tomó otro trago de ron. La botella iba por la mitad.

—¿Usted baila? —me preguntó.

—No.

—Yo, si. —Buscó a la misma mujer con la que había bailado antes y la tomó de la mano y la llevó a la pista. Un segundo round.

Sonaba «Pan y agua» de Willie Colón.

Me tomé un trago de ron y acomodé mi silla para continuar admirando a los bailarines. Rubén sonreía mientras apretaba a su pareja contra su pecho y mantenía los ojos cerrados. Ella tenía su cara pegada al hombro de Rubén y tenía los ojos abiertos. Sebastián volvió a preguntarle a Amanda que si quería bailar y ella de nuevo se negó. Fernando y Margarita descansaban, no habían parado de bailar. Amador atendía una de las mesas y Wilson se tomaba un trago con alguien que estaba sentado en la barra. En ese momento entró por la puerta de Senegal una mujer morena, de pelo rizado y ojos negros. Llevaba una falda pintada con girasoles y un camisón blanco que la cubría desde sus hombros hasta su cintura. Detrás de ella entró un hombre alto y rubio, de cachetes prominentes y rojos, elegante, con saco y pantalón. Rubén bailaba separado del cuerpo de su compañera y vio a la nueva invitada de la fiesta y a su acompañante. Entonces soltó a la bailarina y corrió a nuestra mesa.

—¡Acaba de llegar Liza! —La música amortiguó su grito.

—¡Calmado! —le dijo Sebastián—, ella ya no es su novia.

—Sí, lo sé.

Después de un corto silencio que otorgó el asombro, dijo:

—Quiero bailar con ella.

—¡Ni loco! —le dije.

—No tiene nada de malo. —Una gota de sudor bajaba por su cara—. Solo somos amigos.

—¡Nada! —sentenció Sebastián.

— Además, llegó acompañada —le dijo Amanda.

—No importa, el tipo sabrá entender. —El ron bajaba de nuevo por su garganta, los tragos mordían su conciencia—. Es un baile, nada más.

—Pero el tipo tiene plata, pidieron whisky —dijo Sebastián—, y se lo toman despacio para que les dure el trago y el momento.

—¡No diga pendejadas! —dijo Rubén.

—¡Siéntese! —le dije—, no se humille más.

—Ella no me ha visto —dijo, como si fuera una situación a su favor.

—¡Claro!, se sentó de espaldas a nosotros. No nos puede ver. —dijo Sebastián.

Terminó de sonar «Belinda» de The New Swing Sextete y empezó a sonar «El Mulato» de Richie Ray.

—Aquí llego la mía —dijo Rubén y se fue hacia la mesa donde estaba Liza.

Quedamos atentos para ver esa escena de amor perdido que la vida nos ponía en la cara.

Rubén llegó a la mesa y con un dedo le tocó el hombro, una sutil caricia. Liza giró su cabeza y encontró a su ex novio. Lo miró con mucha tranquilidad, sonrió y luego su mano señaló amablemente a su compañero. Rubén ignoró al otro tipo que se había levantado de la silla para darle la mano. Algo le decía a Liza, pero El mulato no nos dejaba oír. Ella se tomó su whisky de un solo golpe y su compañero seguía de pie. Rubén no paraba de mover la boca. Liza no paraba de mover sus piernas con ansiedad, los girasoles de la falda bailaban al son de la música de fondo. Rubén dejó de hablar y regresó a la mesa. El compañero de Liza se sentó en la silla y los girasoles se quedaron quietos.

—¿Qué paso? —pregunté. Los demás preguntaron con la mirada.

—¡Nada!, no quiso bailar conmigo.

—¿Usted qué le dijo? —volví a preguntar.

—¡Nada!…

—¡De milagro, el tipo no le pegó! —dijo Sebastián.

—Bueno, no vas a ir más —dijo Amanda—. Puedes ganarte un problema.

Rubén se sentó en su silla y se acomodó para ver a la pareja. La tenía de frente. Veía la espalda de Liza y la elegancia y los cachetes rojos de su compañero. Veía las heridas que sufrían su dignidad y su orgullo por un baile que le fue negado. Llenó su copa de ron y sirvió Coca Cola en su vaso, tomó el trago de la copa y no tocó la gaseosa. Seguía mirando. No hablaba. Nadie hablaba, solo los cantantes de Bobby Valentín que cantaban «La Víbora».

Los tragos me empujaron hacia el baño. Entré y dejé la puerta abierta, desde allí veía a Rubén sentado, como un gato al acecho que espera el aviso de su presa para caerle encima. El aviso se llamó «Vino añejo», de Rubén Blades. Se levantó de la silla y lo perdí de vista. Estaba en mitad de una meada y no pude salir para alcanzarlo. Solo escuchaba la canción del fondo y mi chorro cayendo sobre el sanitario. No pasarás como las otras que mi espera visitaron, se detuvieron un instante y siguieron su camino…, lavé mis manos, dejando solo como huellas, memorias de dolor, al usar mi corazón como un punto de partida…, un estruendo y unos gritos acompañaron la melodía, no me importa hacerme viejo si me hago viejo contigo…, salí del baño y lo vi en el suelo, apoyándose en la mesa que también había caído. La botella de whisky y algunos vasos rotos naufragaban por el piso. Sangraba.

—¡Lo reventaron! —dijo Sebastián.

Wilson salió de su escondite musical y me ayudó a levantarlo, Fernando levantó una de las sillas caídas y lo sentamos. Miraba su camisa manchada de sangre y se tapaba la nariz con un pañuelo prestado que no paraba de pintarse de un color rojo vivo. Estaba mareado y temblaba. Las parejas volvieron a la pista y entre pasos y giros miraban al hombre que escondía su cabeza entre las rodillas. Decidí acompañarlo y acerqué otra silla a la suya. Levantó su cabeza y vi sus cachetes pintados con sangre, y al verme, dijo:

—¡Se la llevó!

Por los bafles de Senegal, sonaba «Corazón de Araña Negra» de Pijuan y su Sexteto.
_________
* Jerónimo García Riaño es Ingeniero Electrónico de la Universidad Antonio Nariño, nacido en Armenia, Quindío (Colombia). Especialista en Filosofía de la Ciencia en la Universidad El Bosque, actualmente estudiante de la Maestría en Tecnologías Aplicadas a la Educación en la Universidad Pedagógica Nacional. Egresado del Taller de Escritores de la Universidad Central, Bogotá. Actualmente docente de la Universidad Javeriana en la Facultad de Comunicación y Lenguaje. Publicaciones en revistas: cuento «Habitación 504» en la publicación Letrataque, segunda edición y en la revista digital «El Escribiente» en su cuarta edición. Ganador del primer Concurso Nacional de Cuento Breve organizado por la revista Avatares en el año 2011, con el cuento «La princesa y el sapo», acta de jurado del concurso: https://macondoliterario.blogspot.com/2011/11/acta-del-jurado-primer-concurso.html

9 COMENTARIOS

  1. Buenas noches,esto no solo es un cuento,es la realidad que muchos salseros vivimos cada fin de semana en los bares de este país,al son de un buen bolero una sabrosa charanga o un son que nos llega al corazón.Gracias por tan valioso libro por tan excelente aporte y por tan maravillosa manera de escribir,letras mágicas que hacen que nuestras mentes se involucren en cada párrafo. Gracias un abrazo victoria ospina

  2. Qué maravilloso llegar a la Revista Cronopio por medio de un cuento tan organizado, lleno de música e inteligente como es la escritura del joven colombiano Jerónimo Garcia Riaño. La historia de «corazón de araña negra» en la mano de Garcia Riaño es un bello y sutil homenaje al legado musical del Sexteto Juventud para los gustosos de la salsa, quienes por obligación tienen que leer este cuento sacado de las historias de este colombiano que son a la vez todas las salsas del mundo. Un saludo desde Sucre, Colombia.

  3. es alucinante la forma en que mantienes la atención en la historia…. ademas es toda una recopilación de salsa no he terminado de leer pero no me aguante y lo compartí…. sigo leyendo es como estar hay sentada viendo trascurrir la historia …. ese aire bohemio de aquellos bares de salsa de recuerdo de sentimiento… es una muy buena historia …… cada detalle que das …. es como trasportarse hasta allí ser parte del escenario … ver transcurrir cada suceso y a la ves cada pequeña historia que surge dentro de la historia y los personajes … de verdad es emocionante te felicito ….. y a escribir que mañana es tarde ya que decidiste retomar…

  4. Es alucinante como mantienes el interés en la historia , me pareció estar hay compartiendo con los personajes …… es como viajar en el tiempo y el recuerdo de aquellos sitios de salsa …… llenos de bohemia …. calor … historia … sabor y salsa por supuesto …. estoy leyendo aun y no me aguante escribo este comentario y sigo……. ya lo compartí también …… de verdad que tienes talento para trasportar la mente dentro de la historia …… y el sentimiento….

  5. No es un cuento, no es una historia, es un musical completo del cual se desprende la alegría, el sabor, la fiesta, el amor y el dolor…

    Felicidades Jero, sus palabras se van adecuando cada día mas a un estilo propio.

  6. Manito, el detalle admirable denota el caracter integro de su autor. Mis respetos por tan pulcro conocimiento salsero, era de esperarse viniendo de usted

  7. Me emocionò hasta las làgrimas lo que leì. Precisamente en ese momento, cuando la GLADIS, quièn màs si no ella, me mostrò tu escrito y lo leì, se me vinieron los recuerdos de un ALBERTO, tu papà, cuando le hacìan ruedo porque estaba bailando en un sitio «non santo» con mujeres «non santas». Pero era el sentimiento , la entrega a la salsa de Richie Ray y otros de los que usted menciona. Con amor para usted y Carolina.

  8. Jeronimo, me gusta mucho tu estilo, descriptivo, fresco y bien contado. Felicitaciones, ah! y gracias por describir tan bien a Senegal.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.