Literatura Cronopio

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EL FIN DEL MATERIALISMO DE CHARLES T. TART

Por Jesús Vallejo Mejía*

Ignoro si «The End of Materialism», de Charles T. Tart cuenta ya con traducción castellana. La obra se publicó el año antepasado (2009) por New Harbinger Publications y Noetics Books en Oakland, CA. El subtítulo anuncia su propósito: «Cómo la evidencia de lo paranormal está uniendo a la ciencia y la espiritualidad».

El autor es graduado de MIT y ha sido profesor en Berkeley. Es uno de los fundadores de la Psicología transpersonal y lleva más de medio siglo estudiando los fenómenos paranormales a la luz de la metodología científica. El libro recoge las conclusiones de prácticamente toda una larga vida de investigación sobre tan fascinantes y controvertidos asuntos.

A la luz de sus investigaciones, Tart señala tajantemente que la mente humana sobrepasa al cerebro. No es, como lo plantea el cientificismo, un epifenómeno producido por reacciones químicas e impulsos eléctricos que se dan en el interior del sistema neuronal, sino una entidad que interactúa con el mismo y a la que, a falta de otra denominación más precisa, cabe catalogarla como de orden espiritual.

Hay, a su juicio, cinco fenómenos que así lo acreditan de modo fehaciente: la telepatía, la clarividencia, la precognición, la telekinesis y la sanación a través de medios psíquicos.

Ninguno de ellos puede explicarse en función del concepto de energía física, como si fuesen resultado de la acción de objetos materiales sobre los sentidos. No se trata ahí de la percepción de datos sensoriales resultantes de la acción de la ‘res extensa’ cartesiana, el fenómeno empírico kantiano o el hecho positivista, sino de auténticas operaciones espirituales que de modos ciertamente misteriosos todavía se manifiestan en el psiquismo de sujetos especialmente dotados de un sexto sentido.

La evidencia de estos fenómenos es apabullante y ya no es posible adjudicarlos a la imaginación, las coincidencias o la superchería. Como lo puso de presente Camilo Flammarion en su monumental obra «La muerte y su misterio» (Aguilar, México, 1948), vivimos inmersos en un medio psíquico cuya investigación es la más apremiante de las tareas intelectuales que nos es dado emprender. Dice Flammarion que es el problema más grande , «el más complejo de todos, y está ligado, lo mismo a la constitución general del Universo, que a la del ser humano, microcosmos dentro del gran todo»(T. I, p. 7).

Tart ayuda a desvelar el problema apoyándose en esos cinco hechos duros, firmes, irrefutables. Pero va más allá en la exploración de otros que, si bien no tienen la contundencia de aquéllos, ofrecen valiosos elementos de juicio acerca del mundo espiritual y su modus operandi.

Esos por así decirlo «hechos blandos», que Tart llama «maybes», son: la postcognición, es decir, la visión de hechos ocurridos en el pasado; las experiencias fuera del cuerpo (OBE u ‘out of body experiences’); las experiencias de muerte cercana (NDE o ‘near death experiences’); las experiencias de comunicación post-mórtem (ADC o ‘after death communication’); y la reencarnación.

Los fenómenos de postcognición son afines a los de clarividencia y precognición. Muchos psíquicos o mentalistas tienen la aptitud de conocer el pasado de las personas de una manera sorprendente, pero los escépticos aducen que es información que logran a través del inconsciente de los que se someten a su examen. Cabe observar que esta explicación es oscura a más no poder, como oscuro es el inconsciente y el concepto que de él tenemos. Pero con la clarividencia y la precognición no cabe invocar la acción del subconsciente ni de agentes físicos, pues se trata del conocimiento de hechos presentes ignorados por los sujetos y de hechos futuros todavía no acaecidos.

Los fenómenos OBE y NDE son tema de copiosa documentación que sugiere con grandes posibilidades de certeza que la mente sale del cuerpo y capta realidades sin ayuda de los sentidos. Son célebres los trabajos que al respecto han publicado Elisabeth Kübler-Ross y Raymond Moody, pero sus críticos ensayan intentos de explicación en clave neurológica y psicoanalítica de los fenómenos comunicados por infinidad de pacientes que describen esas experiencias en términos análogos.

También los fenómenos ADC cuentan con abundante documentación y son objeto de debates tan acalorados como interminables. Pero cuando se ha tenido la experiencia directa de comunicación coherente y significativa con los difuntos, las discusiones ya dejan de versar sobre el fenómeno en sí mismo considerado y recaen más bien sobre la naturaleza de las entidades que se manifiestan a través de esas comunicaciones, que no son, como lo creen algunos, creaciones subconscientes de quienes en las mismas participan.

Víctor J. Zamitt es un abogado norteamericano que cree firmemente en la supervivencia del alma y la comunicación del mundo espiritual con el terrenal. En el sitio https://www.victorzammit.com ofrece información periódica sobre experiencias de esta clase y, además, una muy nutrida colección de libros que se pueden descargar directamente al computador. Él mismo ha escrito un texto sobre sus investigaciones y lo ofrece de modo gratuito a los que se interesen en el tema.

En fin, el tópico de la reencarnación es el que más dudas suscita. Sería, en los términos que vengo utilizando, el más blando de todos, amén del que más discusiones de índole religiosa acarrea. Pero hay quienes lo han abordado a través de la observación metódica de los hechos. Es el caso del Dr. Brian Weiss, que llegó a él a partir de su práctica psiquiátrica, o el del Dr. Ian Stevenson, que a lo largo de veinte años investigó en la Universidad de Virginia cerca de dos mil casos de reencarnación. En el libro de David Christie-Murray que lleva ese título, publicado en castellano por el Círculo de Lectores en Bogotá en 1991, dice el autor que son tan numerosos y significativos los casos que atestiguan el fenómeno, que ya no es razonable ponerlo en tela de juicio.

Volviendo a Tart, su libro en mención no sólo sugiere criterios sensatos para discernir entre la verdadera ciencia y su desfiguración por el cientificismo, sino que abre el camino para estudiar a la luz de aquélla los fenómenos espirituales, sobre bases más sólidas que las que ofrecen la pura especulación metafísica, las mitologías, las tradiciones y las creencias religiosas.

Por otra parte, entraña severas críticas a lo que denomina «the Western Creed», vale decir, la creencia materialista que domina hoy en los círculos académicos y se proyecta al gran público a través de un torrente de publicaciones que pretenden convencer al hombre común y corriente que él, en términos de Bertrand Russell, tan sólo «es el resultado de la acción de causas que no prevén los fines que realizan, y que su origen, su desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus creencias, no son otra cosa que el producto de situaciones accidentales de átomos…» (cit. por Tart, p. 20).

EL CREDO OCCIDENTAL

Se podría afirmar que «The End of Materialism», de Charles T. Tart, critica a fondo la ideología dominante en los medios dirigentes del mundo occidental.

En la página 28 resume los enunciados fundamentales de dicha ideología, presentándolos como una réplica al Credo de Nicea que recitamos los cristianos. Los presenta como haciendo parte de lo que denomina «The Western Creed», y aquí los transcribo en versión libre. Dice así:

«CREO —en el universo material como la única realidad —un universo controlado por leyes físicas inmutables— y por el ciego azar.
«AFIRMO —que el universo carece de creador —no tiene propósito objetivo— como tampoco significado o destino objetivos.

«MANTENGO —que todas las ideas sobre Dios o los dioses —seres iluminados, profetas o salvadores— o cualesquiera otros seres o fuerzas no físicos, constituyen supersticiones y falsedades. La vida y la conciencia son totalmente idénticas a los procesos físicos y surgen de interacciones casuales de fuerzas físicas ciegas. Como el resto de la vida —mi vida y mi conciencia— carecen de propósito objetivo —sentido— o destino.

«CREO —que todos los juicios, valores y moralidades —trátese de los míos o de los ajenos— son subjetivos, proceden exclusivamente de determinantes biológicos —historia personal— y azar. El libre albedrío es una ilusión. Por consiguiente, los valores más racionales que orientan mi vida deben basarse en el conocimiento según el cual lo que me place es bueno y lo que me apena es malo.—Aquellos que me agradan o me ayudan a evitar penalidades son mis amigos; los que me producen dolor o me alejan del placer son mis enemigos. La racionalidad requiere que amigos y enemigos se utilicen de manera que se maximice mi placer y se minimice mi dolor.

«AFIRMO —que las iglesias solo sirven para el control social, que no hay pecados objetivos para cometer ni para perdonar, que no hay retribución divina por los pecados —ni recompensa para la virtud—. La virtud para mí consiste en conseguir lo que quiero sin dejarme sorprender ni castigar por los demás.

«MANTENGO —que la muerte del cuerpo acarrea la muerte de la mente. —No hay vida más allá— y toda esperanza al respecto es un sinsentido».

Este Credo se compuso para recitarlo despacio, observando las pausas que marcan los guiones, de modo que los que lo hagan lo interioricen, se compenetren con él, desechen toda idea contraria y piensen que sus enunciados reflejan sus creencias básicas acerca de la vida y orientan su modo de obrar.

Se trata de un ejercicio que el autor lleva a cabo en talleres académicos, a fin de registrar las reacciones de quienes en ellos participan.

Algo parecido hacía yo, aunque sin esa metodología y más bien un poco a la ligera, cuando a mis estudiantes de Filosofía del Derecho los invitaba a pensar si esos enunciados daban cuenta cabal de los esfuerzos que sus padres hacían por ellos, de los propósitos que los habían animado a seguir la carrera que estaban estudiando, o de una razonable ordenación de la sociedad y la vida política.

Según relata Tart, sólo unos pocos de los partícipes de esos ejercicios quedaban a gusto admitiendo la validez de estas declaraciones. La mayor parte experimentaba más bien desasosiego y hasta rechazo, así fuese intuitivo, frente a planteamientos que, de ser llevados a la práctica, resultarían destructivos de la vida personal y la armonía social.

A menudo les sugería a mis discípulos que pensaran en lo que sería de ellos si sus padres y maestros los hubiesen educado o maleducado dentro de esos criterios. Y, por supuesto, les decía que pensaran si el ordenamiento jurídico podría fundarse sensatamente en los mismos.

Desafortunadamente, aunque no se lo exprese del modo descarnado que reza el texto de Tart, ese Credo Occidental está en el transfondo de la concepción de los derechos y los deberes que reina en los más elevados niveles de la administración de justicia. Es, además, la que se enseña en no pocas universidades, incluso católicas.

Habré de ocuparme más en detalle, en otras oportunidades, de la profunda crisis de identidad y, por supuesto, de valores, que aflige al catolicismo. Yo, que he enseñado en un una universidad pontificia a la que dediqué los mejores años de mi vida académica, puedo dar fe del desgano con que en ella se da cuenta de un patrimonio doctrinal que, nos guste o no, está en la raíz de nuestra civilización.

Como anticipo de esta temática, invito a los lectores que se interesen en el tema a que consideren los escritos de Malacchi Martin acerca de la crisis de la Iglesia. Es posible que algunos de sus puntos de vista parezcan exagerados e incluso chocantes. Pero su mensaje es nítido: los católicos debemos releer el Evangelio para comparar nuestras actitudes y nuestros modos de obrar con lo que el Libro Sagrado enseña. Entonces tendremos que sentirnos insatisfechos con nosotros mismos y con las estructuras que hemos creado o hemos recibido. Y no podemos perder de vista sin equivocar el camino que el sentido de esa enseñanza es la búsqueda de la santidad.

Leí hace poco la primera parte de las preciosísimas memorias de Raïssa Maritain, que llegó al Catolicismo por el ejemplo de los santos. Es lo mismo que plantea Claude Tresmontant en «La Enseñanza de Ieschua de Nazaret», la cual a su juicio transmite una ciencia rigurosa: la de la plenitud del ser humano, vale decir, la de cómo alcanzar la perfección hacia la que nos llama el Padre Celestial.

El «Credo Occidental» ha hecho, sin embargo, su labor de zapa destruyendo la inquietud por el misterio y la veneración por lo sagrado, es decir, el sentido de la trascendencia. Su doctrina es la de una inmanencia pura y simple que destruye la esperanza, esa virtud que Péguy consideraba primordial, pues sin ella mal podría haber fe y caridad.
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* Jesús Vallejo Mejía es abogado constitucionalista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Colombia y embajador de Colombia en Chile. El Dr. Vallejo es autor del blog Pianoforte. Los interesados pueden obtener información acerca del autor del libro tratado aquí en la página https://www.paradigm-sys.com.

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