Literatura Cronopio

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Flor

UNA FLOR HA ABIERTO SU JAULA

Por Enrique Ferrer-Corredor*

Mi padre, nuestro padre, el abuelito de todos, Luis Enrique; el amigo de todos, la sonrisa eterna, nos ha dicho hasta luego. Como todo los días nos dijo hasta luego, nada ha cambiado, nada ha de cambiar, su magia será eterna. El supo fraguar un nombre para ahuyentar el olvido. Su cuerpo ha cumplido nutriendo nuestra memoria. Su cuerpo se ha agotado en arduas faenas, en un camino que nuestros cuerpos copian. Su sangre ha cobrado la laboriosa entrega de un hombre al mundo, a los suyos, y sin miramiento alguno incluso al extraño.

Su bondad había tejido sus raíces de tal modo, que su longeva y maravillosa vida no nos permitía dibujar en el horizonte una pausa. Hoy, ha decidido poblar el mundo con flores. Y él, el Sr. Ferrer,  ha colmado de alimento nuestra vida sin cansancio, nos ha dejado un rostro capaz de ocultar una rosa. Es imposible no seguir habitados por su presencia; solamente extrañaremos sus manos gruesas, labradas por el trabajo, su mirada serena y apaciguante, su caminar siempre cansino de tan seguro. El resto, es absoluta presencia, su combate diario, su sonrisa estancada. Su alegría tan pausada que confundía la tristeza y la ahuyentaba. Todo, en el abuelito de todos, es eterno, porque nunca se quedó con nada, nos lo dio todo.

Mi padre no me pertenece, quiero decir, exclusivamente. Ha sido un regalo de la vida para nosotros, para su esposa, mis hermanos, sus nietos, su familia política, toda nuestra familia Ferrer-Corredor, y todos los apellidos que enriquecen a esta familia. Y aunque hablo de mi padre, un hombre tan entregado a la humanidad y al prójimo, ya dije, no puede ser de mi pertenencia, solamente hablo del padre que tuve el privilegio de disfrutar; pero su bondad estuvo siempre abierta al mundo, a los otros. Su ser surgía del encuentro con el otro, su regalo a los otros hicieron de mi padre, de nuestro padre, de nuestro abuelo, un hombre plural, excesivamente complejo en su sencillez.

El abuelito fue un hombre renacentista, ya ajeno a nuestro mundo de la especialización y el aislamiento, un sacerdote consumado, un gran orador, un excelso escritor, un filósofo dialogante, un gramático estricto, un enamorado de los idiomas, el griego y latín eran su orgullo; su amor por la sabiduría derribó los obstáculos del lugar y de la hora. Pero al mismo tiempo era un gran carpintero, un gran albañil, un conversador dispuesto, un jardinero, un lavandero, aquí entre nos, no era muy bueno en la cocina (yo tampoco), pero lavaba los platos, siempre terco, él los lavaba.

Otras cosa bellas de mi padre, un dotado nadador (no pudo darme ese don), un gran ciclista (tampoco lo soy), un incansable caminante (le sigo los pasos). Como escuchan, no he podido en esta vida cubrir y recoger sus vivencia de tan ricas, de tan variadas. Un gran ajedrecista (creo que en esto pudo lograr algo conmigo). Me enseñó a los 9 años a jugar ajedrez, y  me tomó hasta los 12 vencerle por primera vez, nunca se dejó ganar como lo hice yo con mis sobrinos, después de mi primera vez, casi nunca pudo ganarme. Un gran futbolista, jugaba con nosotros y eso fue suficiente para que pareciera Pelé. Nos volvió aficionados al futbol. Lamentablemente, hincha de Millos, no pudo convencerme. Fue de las pocas cosas en que no pudo convencerme, tampoco de cortarme el cabello.

También lo conocí como un héroe (conquistó la selva con los indios entre tantas cosas), un día lo vi arrancarle del hocico de un perro rabioso enorme a un pequinés, yo impresionado entre una multitud inútil le pregunté: ¿cómo lo hiciste? Y me dijo “se hala la mandíbula inferior, la otra no se mueve, se da un golpe en la nariz, eso es todo.” Y siempre dijo halar, nunca jalar. Yo creo que he decidido ser mechudo en el fondo en su homenaje, el lo sabía y lo sabe. Pues fue el quien me enseñó a ser rebelde.  Entonces renuncié a ser un hombre de éxitos en los negocios y me he dedicado a las pobres humanidades, también porque no he podido comprender tantos fantasmas; desde los diversos rostros de  Cristo que él me enseñó.

Y es que una de las cosas más complejas que me enseñó fue a ser rebelde. Con el tiempo entendí que ser rebelde era más berraco, pues era una conjunción, entre revelación, rebeldía y revolucionario. Y es que con tanto revolucionario en casa, fue un milagro que con toda la represión institucional en Colombia no nos hubiera visitado “El Estado de Sitio”, o alguna modalidad de la Inquisición. Tantos revolucionarios encabezados por Cristo, y seguidos por otros mechudos como Mozart, Beethoven, Bach, Che Guevara, Marx; y tantos otros nombres como Niezsche”, Bakunin, Foucault, Freud, Piaget, revistas de todos los países, de todos los colores, tuve, tuvimos, el lujo de un padre ilustrado y camino de la modernidad. Es curioso, es mi padre quien me presenta a uno de mis dos mayores fantasmas Nietzsche, yo ya andaba condenado por Kafka, luego Camus y otros inevitablemente bifurcaron los caminos.

Mi hermano Joselo padecía muchas de estas cosas en el cuarto compartido, siempre dijo que solamente un sordo como Beethoven podía haber compuesto eso. Yo luego amplié su tortura con la voz de Cortazar. Y claro, a las canciones eclesiásticas, para ampliar el horizonte ya barroco se sumaban las canciones del Che que guardaba celosamente; así, tuvimos en casa un joven de los 70, incluso con teología de la liberación. Y claro, en su osadía por la vida nos ahorró muchos caminos, como la experiencia propia y desmitificación de la marihuana (me dijo que solamente le produjo risa). ¡Pero qué más en él! Y claro, tiró piedra, y claro lo llevaron  a la penitenciaria. El, que siempre fue joven, nunca he conocido un joven con tanto años como el abuelito. Era tan joven que en los últimos años lo veía estudiando la gramática del quechua, y le preocupaba olvidar sus conocimientos de hebreo. Ha sido tan feliz y tan noble que ha elegido el día del amor para decirnos hasta luego, eso es rigor gramatical. Apuesto que el domingo pasado estaba pensando en la bicicleta, y seguro que va a armar un mierdero en el cielo con tanta cicla.

Hoy no estoy aquí porque siempre estuve, siempre he estado y siempre estaré. Porque justamente el me enseñó a navegar por los mares misteriosos del saber y a buscar el mundo más allá de las fronteras caprichosas de los tiranos; y su conversión en flor me sorprende en la lucha implacable en otra tierras. Y es que justamente, todos los que estamos aquí sabemos, que este hombre, nuestro abuelito, fue siempre íntegro en la lucha por un país mejor, esa lucha que nos une y nos traza trampas, pero a la que no podemos renunciar; por el contrario, esa lucha debe estrecharnos, volvernos tan dialogantes y comprensivos, como exigentes y justos. Hoy he ido a hacer mi duelo junto al mar, ese sonido debe ser el mismo, desde Buenaventura hasta Virginia; he caminado para recordar al caminante, para recordar las cosas bellas de las que hemos tenido el privilegio de compartir con Luis Enrique, el único que no está ausente entre todos nosotros.

Un abrazo especial, no para todos, sino para cada uno, en particular, para mi madre Fela, una generala de mil batallas (las palabras tienen género en español me enseñó mi padre); a Yasmín, una incansable cómplice y quien mejor sobaba la cabecita del abuelito; a Zaida, comprometida con su silenciosa compañía siempre bondadosa; a Joselo, mi hermano mayor, quien lleva la batuta realmente, yo apenas soy el más viejo; y por culpa tal vez de haber caído bajo el encanto quijotesco de mi padre, el más inútil. No supe ver a tiempo su otro rostro, su sentido práctico de la vida. No entendí a tiempo que Sancho y Don Quijote eran uno solo.
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*Enrique Ferrer-Corredor. Colombo–venezolano nacido en 1963, con gran trayectoria académica, divide su tiempo entre la literatura, la economía, la ciencia política y su afición al fútbol rojo. Realizó una maestría en Lingüística y Literatura y acaba de terminar un doctorado en Literatura y lingüística en España. Ha sido profesor de las universidades: Pedagógica Nacional, Externado de Colombia y la Escuela Colombiana de Ingeniería. Igualmente en universidades de EEUU, en Virginia, en Hampton University y en el College William & Mary. Hizo la cátedra de poesía hispanoamericana en el Instituto Caro y Cuervo. Con «La otra muerte de Salazar» obtuvo el segundo puesto en el concurso de Cuento Ciudad de Florencia. Viajero incansable y colaborador de diversas publicaciones nacionales e internacionales, entre las cuales destacamos El Sueño de Samsa y Común Presencia. Fundador y director de Papeles… Perteneció a los talleres de escritores de la Universidad Central en Colombia y Zaranda en Venezuela. Ceniza de luna, su primer poemario, fue publicado en 1994 y tuvo dos ediciones más en 1998. Su libro de cuentos El público en escena (Colección Los Conjurados, 2005) es testimonio de su incansable rigurosidad.

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