“PARECÍA UN GALÁN DE CINE, ERA MOREIRA” DE EDUARDO DELGADO
Por Alberto Garrandés*
Conversé con el escritor colombiano Eduardo Delgado en La Habana una noche, de whisky en whisky, sobre varios temas literarios —la narrativa y el erotismo, los problemas estructurales del cuento, el raro Bataille, la alarmante Roberta de Klossowski, mi novela Capricho habanero y la novela que él acababa de terminar—, y puso en mis manos inmediatamente después su colección de relatos «Parecía un galán de cine, era Moreira». Se trata de un volumen interesante, sin dejar de unirse a lo insólito, subraya además ciertas realidades suscitadoras de inquietud. Posteriormente, supe que el libro lo publicaría la Universidad del Valle, en una colección que exigía excluir algunos cuentos, que desafortunadamente hacían parte del conjunto. Haciendo esta salvedad, paso a contar mi ligera impresión.
Parecía un galán de cine, era Moreira reúne unos cuentos que dibujan una sinusoide paradójica, como esos espectrómetros capaces de tomarle el pulso a una existencia con sólo unirse a las palpitaciones del corazón o las señales electroquímicas del cerebro. Cuentos con un desenvolvimiento uniforme, que se trastoca en dos o tres ambientes (lo que siempre me ha parecido bien; no hay mito peor en estos casos que el de concebir un libro de historias como un muestrario de piezas de catadura similar y formas coincidentes) y, sin embargo, con un aliento parejo, una respiración regulada desde una poética que me parece convincente: aquella donde la violencia, el sexo, el lujo, la sospecha y el ensueño de la vigilia se articulan en torno a la vida cotidiana.
Eduardo Delgado obra como un adicionador de capas; va añadiendo veladuras, paisajes interiores, gestos, miradas, sensaciones. Un conjunto de objetos y sujetos que se mueven por el espacio creado en este libro de manera pausada, con algunas efusiones de la conducta y ciertas maneras de actuar capaces de indicarnos, por analogía o por contraste, la índole tensa de la realidad. El espacio es el de la urbe con sus dosis de crimen, intimidación, alcohol y ternura. Hombres y mujeres que avanzan hacia el destino propio y buscando no fallar, no equivocarse, como si lo real fuese para ellos una retadora construcción de sus mentes o de las mentes de otros.
Hay muchas formas de elaborar una colección de historias breves. Generalmente el libro que coincide con ese deseo tiene su origen en el trabajo día a día del escritor, cuando anotamos algo curioso en el recuerdo —la reacción de un amigo ante lo imprevisto, la sonrisa incongruente de un desconocido ante el mal súbito de la calle, la mirada de una mujer sola frente a un parque con árboles—, o cuando la experiencia se filtra a través de un tamiz por donde pasa tan sólo eso que solemos llamar lo infrecuente luego de largas reflexiones. Creo que Parecía un galán de cine, era Moreira responde a ese último proceder, puesto que allí, en el cuerpo de los relatos, nos asalta el temblor de lo episódico. No existe, en Eduardo Delgado, una aspiración a expresar cosas que estremezcan nuestro intelecto, sino más bien a señalar el origen ficcional de la realidad de aquello que leemos.
Enseguida me explico. No es que la realidad nazca de la ficción narrativa, de la imaginación puesta al servicio del examen a que se somete lo real. Simplemente ocurre que hay momentos de la realidad que parecen ponerse en sintonía con lo que denominamos ficción, y ese fenómeno, tan extraño y al mismo tiempo tan común, revela la entraña misma de la literatura en una de sus grandes formas. Parecía un galán de cine, era Moreira es un libro que se mueve pendularmente entre la crónica y la estampa dibujando historias abiertas o cerradas, y ya sabemos que ese tipo de escritura es una especie moderna en la cual la testificación se viste con el atuendo de las fábulas. De ahí que, sin dejarnos engañar por las peripecias de la lectura, accedamos a caer bajo la seducción de relatos metidos en la médula misma de lo inmediato.
Y hablando de seducciones, topamos con un Eduardo Delgado que llega a osmotizar —permítanme la expresión— cierto nivel estilístico de los relatos de Jorge Luis Borges (el Borges del compadrito malevo y el arrabal porteño), cuando los hechos involucran las nociones de valentía, discreción, ternura, hombría y emoción. Ciertos hombres de los cuentos presentes en Parecía un galán de cine, era Moreira reproducen algunos tics borgesianos, y ese fenómeno confiere a los textos correspondientes un aire de intemporalidad, ya que la mezcla del temor, el arrojo y la violencia ha ingresado, a partir de Borges, en una especie de dimensión casi metafísica de la conducta en los límites de la autopercepción, o quizás en las fronteras de ese simple sujeto, un ser humano, que representa sentimientos y procederes arquetípicos.
Lo que acabé de decir es un hecho fuerte en «Parecía un galán de cine, era Moreira» y también en el siguiente: «Alias caparroja». Pero cuando uno lee «Hoy es tu día de suerte» (excluido del texto) muchas cosas cambian; nos encontramos en medio de un dilema clásico, el del desconocimiento del prójimo, en este caso una mujer. ¿Conoce el narrador a Vicky? Sí y no. No y sí. Y en esa ambigüedad extremada por las sospechas habita la raíz de la violencia.
Hay otros cuentos de talante distinto como «El cristo de plata», en el cual, acaso por el asunto y el paisaje mítico-erótico que predomina en él, conviven locuciones y giros contemporáneos con algunas formas de la prosa modernista, integración que deja asomar de cierto modo lo que en la poética general del discurso narrativo del Nuevo Mundo se conoce como realismo maravilloso. También nos regala Eduardo Delgado una parábola sobre el cansancio y la vejez, circunvalados por el heroísmo personal, La mano. Por otra parte nos adentramos en una sutil parodia de la narrativa negra cuando leemos precisamente el texto que le da título al volumen; este relato posee, con su personaje principal, el aire del James Thurber de «La vida secreta de Walter Mitty», pues lo real es una larga cadena de sucesos ilusorios, como ocurre dentro del persistente deambular de Antonio en «La voz conocida», narración donde la valentía y la estética del delito rozan también los espacios borgesianos y se mezclan en un duermevela acuciante, lleno de consternaciones y sorpresas.
La experiencia interior se da a explorar el cuerpo por medio de relatos engañosos y poseedores de un erotismo bien conseguido, capaz de evitar la grosería y de tocar fibras del lector muy precisas. Me refiero a «la mano» y «El cristo de plata», piezas de índole apelativa y que van al origen de la conducta homoerótica, donde se paladea los sentidos, con sutileza. Eduardo Delgado sabe evadir la tonta y vacía retórica de la semiosis del cuerpo en medio del deseo. Y conoce, por otra parte, cómo expresar sin costurones ni empeños forzados la sutileza en una historia —«La herencia»— (que no hace parte de este volumen) poseedora de un trasfondo que aparece y desaparece jugando con el lector; la envejecida tía Esther le deja a la joven y bella Alejandra su experiencia y su mundo: trabajo del cuerpo ofrecido con los anzuelos del glamour y la enseriada frivolidad de coquetear con los hombres para atraerlos a un espacio donde se desempeña el oficio más viejo del mundo.
Relatos como «El Cristo de plata» (un constructo de lujo, placer, sexo y violencia), y «Por vos, Isabella, mi amor» (la inevitabilidad de buscar siempre un cuerpo que rebase nuestra expectativa y colme nuestra añoranza, porque entre el deseo y la espera se mueve gran parte de la vida, como parece sugerir Eduardo Delgado a lo largo y ancho de este libro) ostentan una estructura más bien episódica sin dejar de desenvolverse en tantas historias insólitas. Añaden al conjunto un grupo de tics de la vida moderna. Tics que resultan ya algo familiar, pero que continúan ejerciendo la fascinación de siempre y ocasionando la misma inquietud.
Parecía un galán de cine, era Moreira es una apuesta por la expresión sin rodeos del tipo de existencia en la cual se sumerge, removiendo aquí y allá sus entresijos, embrollos y contrariedades por medio de una escritura nerviosa que va edificando, semejante al pintor que usa al mismo tiempo la espátula, el granulado y el pincel y el atomizador, un modelo inestable de lo cotidiano. Se trata de un libro integrativo, a medio camino entre el contar interrumpido y el contar novelesco. Y al inclinarse, de cierta manera, hacia la novela, creo que nadie me endilgaría el calificativo de lector aventurado si dijera que Parecía un galán de cine, era Moreira es una notable rampa de despegue para el ejercicio de un género —la novela criminal— cuyos distintivos básicos son, en nuestra época global, la facundia, la aventura y la necesidad de hurgar en los riesgos humanos.
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*Alberto Garrandés (La Habana, 1960) es investigador asistente, narrador y ensayista. Ha publicado su libro de relatos CiberSade (Editorial Letras Cubanas, 2002) y dará a conocer próximamente su novela Fake, los frívolos voraces, con la que ganó ese mismo año el Premio «La Llama Doble» de novela erótica. Ha obtenido tres veces el premio Nacional de la Crítica (por La poética del límite —ensayos— en 1994, por Artificios —cuentos— en 1995 y por Síntomas —ensayos— en 2000). En 1998 dio a conocer su novela Capricho habanero.