Literatura Cronopio

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Había conocido a Zelenka, el músico del que les hablé en el bar Candomblé, le conté lo que me pasaba y me dijo que conocía a Shangó ahí mismo en el barrio Gótico, es cubano, me dijo, y él puede ayudarte. ¿De dónde le conoces?, le pregunté —Mi hermana, Wicca, estaba salada, todo a su alrededor se secaba, nada daba frutos, una suerte de encantamiento la tenía atrapada y él, Shangó, el brujo más poderoso de Barcelona le restableció todo lo que había perdido y la liberó, me dijo mientras saboreaba un mojito. Sentí un ligero temor que se convirtió con el transcurrir de las horas en miedo. Mi conocimiento de esos poderes ocultos llegaba hasta los riegos de ruda, baños de caléndula y los rituales que ya ustedes conocen que hacía mi mamá. Supe cuando iba de vacaciones a Santiago de Cali que hasta mi tía, Blanca, consultaba una señora que decía saber mucho de todo eso, y le leía las cartas y le hablaba de fenómenos paranormales, ovnis y creo haberle oído decir que consultaban hasta la tabla ouija, el problema era pues de familia, no tenía otra opción.

El asunto se iba complicando. En el club el asistente de Cruyff, Dirk Afellay, me habló de la cláusula de rescisión, e insistió en que debía consultar con uno de los abogados del club. Esa noche atravesé nervioso la avenida Gaudí alfombrada de hojas, era otoño y los árboles desnudos parecían fantasmas; busqué instintivamente el barrio Gótico en el casco histórico de la ciudad y caminé a grandes trancos por sus estrechas y adoquinadas calles buscando El Candomblé donde me esperaba Zelenka, quien me llevaría donde el brujo. Lo encontré como siempre saboreando un mojito, esa noche sonaba un tema que nunca olvido de Héctor Lavoe, El día de mi suerte, Maní le brindaba un tributo al cantante boricua, sentí como una premonición oyendo su letra. A unos diez minutos de allí vivía y tenía su consultorio Shangó. Zelenka golpeó dos veces el aldabón de hierro macizo sobre la puerta grande de madera, que tenía un postigo, al rato éste se abrió y una voz recia y pausada preguntó: ¿quién me necesita? —Soy yo, Zelenka, —vengo con Cardona, el colombiano. ¡Ah!, exclamó el médico brujo y se oyó cuando descorrió la tranca y en el umbral un hombre negro y calvo de por lo menos dos metros y doscientos kilos, luciendo una túnica de la comunidad Lucumí (lo supe después) nos invitó a pasar.

Sentí un olor a especias en toda la estancia que permanecía en penumbra, iluminada apenas por cirios inmensos que ardían en la parte inferior de los altares, donde erguidos vigilaban dioses africanos de la religión Yoruba, a la que pertenecía el brujo, amigo de Zelenka. No me atreví a preguntar nada atemorizado como estaba y ya era demasiado tarde para arrepentirme. Ud., Zelenka, espérenos aquí. Sígame señor, por favor. Me dejé conducir mansamente por un jardín interior donde había un aljibe y, al llegar a un pequeño salón ovalado, me pidió que me descalzara. Penetramos en el recinto y nos sentamos en su piso de madera dentro de un círculo de trece velas blancas, las conté bien. Él las encendió una a una y con su voz recia y pausada dijo que sabía lo que me sucedía, Zelenka le había contado de mi súbita apatía por lo que más amaba: el fútbol. Alguien que frecuenta su casa, allá en Colombia, una mujer, le tiene en ese estado de encantamiento, de despersonalización, movida tal vez por envidia u otro interés que aún no logro ver con claridad, lo tiene atrapado, ha ido tomando posesión de usted poco a poco.

Éste embrujo es lo que impide que sea el crack que fue, es el culpable de su desánimo, su depresión, su ansiedad. Ella está ejerciendo desde hace un par de semanas plenos poderes sobre usted veo en su naturaleza que es usted bastante sugestionable, ¿no es así, señor Cardona? Ella lo somete, subyuga, es como una boa, trata de zafarse y está más atrapado. Tranquilo, yo, Shangó, voy a neutralizarla y restituiré sus facultades… prometo que volverá a ser el diez del Barcelona, también a mí me gusta el fútbol. Y lo vi reír, era idéntico al Buda negro que mi madre tiene en la sala y al que le rasca su enorme barriga cuando necesita que le conceda un favor. La próxima semana tendremos luna llena, lo que favorece nuestros propósitos. Trate de recordar algún rostro familiar que le haya entregado un regalo, un objeto. Sólo tenía una pequeña pirámide de cuarzo, le dije, un talismán que me dio mi mamá para protegerme y lo perdí, no supe dónde. Salimos al encuentro de Zelenka y nos despedimos, no sin antes prometerle para nuestra próxima visita una botella de ron Habana Club, que era el que le gustaba. De regreso el africano armó un porro e insistió en que le diera un plonazo, «te va a distensionar, lo necesitas». Le di una calada y Zelenka cantó a Bob Marley, el Rey de los rastafaris, dijo mientras regresábamos al Candomblé.

Al día siguiente, lunes, abrí el periódico y vi alarmado que nos hundíamos en la tabla. En el club, todo eran chismes, que probablemente habrían nuevos fichajes, que la línea medular del equipo, Kubala, Rexach y Amor, iba a cambiar; que Rivaldo quería irse para El Real Madrid, que cambiarían los contratos a raíz de lo que me ocurría, que Cruyff, montaba en cólera por cualquier nimiedad. Para mi consuelo estaba Susana, que con su dulzura e incondicionalidad me daba ánimos, a pesar de que no hacíamos el amor, ella sabía que la quería. También Kubala y Amor, en las noches en el apartamento se acercaban interesados en saber si iba mejorando y Laszy, que nunca hablaba de su infancia, empezó a contarme historias de la guerra y Rivaldo ponía música de su país, a un tal Chico Buarque, María Bethania, Toquinho; «si esta música no te devuelve la alegría —decía— renuncio al fútbol», y servía caipirinhas, moviéndose a ritmo de samba.

La luna brillaba amarilla, como en las películas de vampiros que vi en mi adolescencia con mis primos de Palmira en el teatro Rienzi, siempre me estremecía cuando Cristopher Lee, interpretando al conde de Transilvania, mordía el cuello de sus víctimas. Rivaldo, insistió en acompañarme a la sesión con Shangó. «Muito obrigado», me dijo cuando accedí a que me acompañara, aunque era yo quien debía darle las gracias. Quería, mientras pudiera, ocultárselo a Susana, quien ignoraba el lío en el que estaba metido. Esa noche cuando entramos a la casa del brujo sonaba una música rara para mí, con tambores y flautas y coros. Es de Costa de Marfil, dijo Rivaldo, la reconozco por que estuve unas vacaciones allí. Shangó le pidió a mi amigo que esperara, como había hecho con Zelenka, y volvimos a atravesar el jardín con el aljibe. Nos sentamos en el círculo de las trece velas que encendió una a una; vi que tenía dispuestos sobre el piso un espejo redondo, una copa de cristal antigua, una daga con empuñadura en oro y forma de león y un mortero de madera para mezclar algo, yerbas supuse, y me inquietó ver un portarretratos con tapa. En una mesa pequeña alcancé a ver frascos de vidrio guardando plantas, alas de mariposas, piedras de colores, musgo. Sentí miedo de verdad. Procedió a hacerse una escisión en la muñeca izquierda con la daga, mientras sostenía la copa de cristal con su mano derecha, me pidió que hiciera lo mismo, vio el pavor dibujado en mi rostro cuando alargue mi mano temblorosa. Es necesario hacerlo, dijo con una voz gutural que hacía la atmósfera más opresiva.

Cuando sostenía la daga con dificultad, creo que me desvanecí. Desperté en el apartamento rodeado de mis tres amigos que miraban expectantes. Suspiraron aliviados casi al unísono. Creímos que no ibas a despertar, dijo Guillermo Amor, haciéndome una carantoña. No quiero volver por allá, les dije un poco agitado. En ese momento sonó el timbre, es el domicilio, dijo Kubala, pedimos Paella con un Rutini Sauvignon Blanc, ya verás lo exquisito, agregó Rivaldo mientras me tendía su mano para ayudarme a incorporar. Comimos y sentí la verdadera solidaridad. Al rato llamó Susana, «¿dónde estuviste todo el día?», preguntó. «Ya sabes —le dije—, hoy es más exigente el entrenamiento», y me habló de sus ya próximas vacaciones de la Universidad. Estudiaba artes plásticas y preguntó que a dónde me gustaría que nos fuéramos. A Costa de Marfil, le dije recordando la música que habíamos oído donde Shangó. Te mando muchos besos, me dijo y colgó. Ya les había recomendado a mis amigos que no fueran a contarle nada de lo que pasaba.

Esa noche soñé que llegaba donde el brujo y cuando nos disponíamos al ritual, miré su cara y era la de mi madre. En una mano sostenía la daga y en la otra su librito amarillento de jaculatorias, miraba horrorizado en lo que se había transformado, no podía moverme por más que quisiera. Su voz venía como de una montaña donde se desata una tormenta. Me alcanzó un espejo y con su dedo índice, señalándome me impelía a mirarme. Miré y no pude reprimir un alarido, mi rostro ahora era el de Shangó. ¡Mamá!, ¡mamá!, gritaba y ella empuñaba la daga y como si me desdoblara en el sueño, yo contemplaba mi propio degollamiento a manos de mi madre. Desperté sobresaltado y tembloroso.

Al día siguiente lo primero que se me ocurrió fue llamar a mi mamá, no le iba a contar el sueño, quería saber cómo estaban todos. La oí muy preocupada, dijo estar mortificada por todo lo que decía la prensa deportiva acerca de mí. En grandes titulares hablaban de que había resultado ser un fraude, que estaban avergonzados de lo mal que representaba el fútbol nacional. Decían ligerezas también en la radio y la T.V., siempre ha sido así, mamá —le dije—, son demasiado superficiales en sus apreciaciones y ya sabes que un día estás en los altares y al otro en los mismos infiernos. Sufro mucho, mijo, me dijo y rompió en llanto. Preferí no hablarle de mis consultas con el brujo para evitar preocuparla más, debía ocultarles a las dos mujeres más importantes en mi vida lo que pasaba. Entonces yo tenía veinte años y no podía creer que todo acabara ahí, me partía el corazón oír a mi mamá.

Regresé esa misma noche donde Shangó, el dolor de mi mamá, me empujó a hacerlo, me abrió un muchacho negro de unos doce años, alto y delgadísimo, pelado al coco como dicen en mi tierra, es decir sin un solo pelo, era cómico ver el contraste con el brujo. Éste me recibió en el saloncito oval, lo encontré macerando plantas en el mortero de madera. Así que decidió regresar, me dijo sardónico, creí que se me moría la otra noche, agregó mientras seguía concentrado en su actividad. Necesito que me saque como sea de éste problema —le dije— y discúlpeme, pero no estaba preparado. Está bien, siéntese. Y empezamos de nuevo. Procedió a hacerse la escisión con la daga mientras rezaba en voz alta: «por los poderes de la tierra, por la presencia del fuego, por la inspiración del aire, por las virtudes del agua, invoco y conjuro…», mezcló su sangre y la mía en la copa de cristal y la cubrió con un mantel negro que tenía dibujos esotéricos, como el triángulo de cuarzo que me dio mi mamá y otras formas. Luego cerró sus ojos y puso sus manazas en mi cabeza previamente humedecidas con aceites que liberaban penetrantes olores a resinas, palo santo, almíbar. Recordé los que usan en Colombia: desatrancadera, las siete esencias —que le vi muchas veces a mi mamá usar para purificar la casa de malas energías—, esas fragancias que me eran tan familiares las sentí esparcidas por todo el salón, eucalipto, pino, almizcle, jazmín, canela, benjuí, clavel, lavanda, azahar. El brujo me ungía con sus esencias y yo en nombre del fútbol lo dejaba hacer, tenía que volver a poner a vibrar la hinchada culé. Esa noche, saliendo de la casa de Shangó, expeliendo fragancias exóticas y cargando varios frascos con brebajes de distinta naturaleza y miles de recomendaciones del médico–brujo, sentí que estaba perdiendo los frágiles hilos que gobernaban mi vida.

Al llegar al apartamento, encontré a Rivaldo, quien me entregó preocupado un sobre del club, lo abrí inmediatamente y leí lo que era un ultimátum: o recuperaba mi ritmo o daban por cancelado el contrato, con lo que ya me había dicho el abogado del club que acarreaba. ¿Es definitivo?, me preguntó compungido, Rivaldo. —No, todavía hay una oportunidad, le contesté.

Seguí con devoción todo lo que dijo Shangó que debía hacer para armonizarme de nuevo, y tal vez fue mi alta sugestionabilidad, pero les juro que empezó mi recuperación. Recuerdo que habían pasado un par de semanas cuando me llamó, Cruyff, para decirme que estaría en la alineación del equipo para el partido con Milán, era definitivo. Esa tarde estaba el Camp Nou a reventar, pitaba el colegiado vasco Guruceta; todavía conservo la fotografía donde estamos abrazados Ladislao Kubala, Guillermo Amor, Rivaldo y yo, celebrando el segundo gol que marqué desde una distancia de más de veinte metros. Había recibido un centro de Kubala, quien había limpiado el camino y miró mi posición y chutó y sin dejar que el balón cayera. Empalmé un misilazo que dejó al portero paralizado. Los noticieros de ese entonces abrieron sus informes con mis goles diciendo que yo era el torpedo de Suramérica, hubo elogios en todos los diarios deportivos. Ganamos la Eurocopa, la liga de campeones, la copa del Rey, ¡todo!, a mis hijos suelo contarles las hazañas. En la sala de mi casa está ampliada la fotografía de aquella tarde memorable, abrazado con Susana, con quien me casé, la contemplo. En estas navidades del 2010, todavía cuando veo el librito amarillento de jaculatorias de mi madre, que conservo como un talismán, y los frascos donde el brujo Shangó puso todo su talento para liberarme del encantamiento, me dan ganas de llorar.
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* Henry Posada Losada es periodista colombiano, nacido en Palmira (Valle). Estudió en la Universidad del Valle, donde fue alumno de Estanislao Zuleta. Fue actor del grupo Esquina Latina (Cali-Valle) durante la década de los 90. Amante del cine, trabajó además, con el cineasta, Rubén Mendoza, en su ópera prima La sociedad del semáforo (www.lsd-s.com) del anonimato al desprestigio, como Santiago el poeta anarquista. Periodista cultural conduce el programa Tintos y Tintas de la U.N. Radio que se retransmite por las radio-estaciones culturales del país. Ha sido corresponsal de varios periódicos nacionales y escribe en algunas revistas culturales. Publicó Rocabulario en Ícono editores, una suerte de diccionario de aforismos de uno de los grandes poetas colombianos, Juan Manuel Roca. Actualmente está preparando una novela.

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