Literatura Cronopio

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Amarrado

EL HOMBRE QUE TERMINÓ AMARRADO A UN ÁRBOL DE CASTAÑO

Por César Augusto Arango-Dávila*

Perfil psicopatológico y clínico de José Arcadio Buendía, fundador de Macondo.

Entre los personajes de Cien años de soledad, pocos tan fascinantes para la psiquiatría como José Arcadio Buendía. Ese «poeta de la ciencia», como el propio García Márquez bautizó a los alquimistas en sus reportajes sobre los países de la Cortina de Hierro, no solo fue el artífice de la estirpe de los Buendía que da vida al libro, sino el gran «patriarca juvenil» alrededor del cual se construyó la monumental historia de Macondo. Eso sí, al precio de su propia locura, que es la que analizaremos a continuación.

Dotado de un entusiasmo y una imaginación desbordados, José Arcadio Buendía se echó al hombro la responsabilidad de fundar un pueblo; aunque más tarde, maravillado por la ciencia que le prodigaba a puchos el gitano Melquíades, se entregó a empresas imposibles motivado por intuiciones bárbaras que lo separaron poco a poco de la realidad hasta sumirlo en un mundo propio del que ya no volvería nunca.

Quizás donde se percibe mejor ese tránsito es en el pasaje en el que José Arcadio Buendía nota cierto desvarío en el tiempo. Entró al taller de su hijo Aureliano, le preguntó qué día de la semana era, y este le respondió que era martes. Sin embargo, al advertir que el cielo, las paredes y las begonias eran las mismas de la víspera, insistió en que seguía siendo lunes. Como la sensación se repitió el miércoles, el
jueves y el viernes, el personaje «no tuvo la menor duda de que seguía siendo lunes» (GGM, ibídem, p. 96).

Esta es una de las manifestaciones frecuentes de un trastorno mental que implica la pérdida del contacto con la realidad. La vivencia angustiosa de extrañeza en la cual se percibe algo intangible, es, casi siempre, una señal de desrealización, un fenómeno relacionado con la desestructuración del yo que consiste en una «alteración de la percepción de la experiencia del mundo exterior del individuo, de forma que aquel se presenta como extraño o irreal». [1]

La comprensión actual de la enfermedad mental permite inferir que la des-realización resulta de una perturbación química del cerebro, de tal manera que la percepción y la vivencia del sí mismo y del entorno se manifiestan como algo nuevo, como algo diferente, usualmente incomprensible, que obliga al individuo a examinar los objetos en una búsqueda engañosa de lo novedoso [2]: «Pasó seis horas examinando las cosas, tratando de encontrar una diferencia con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de descubrir en ellas algún cambio que revelara el transcurso del tiempo» (GGM, ibídem, p. 96).

De hecho, en estos padecimientos es posible encontrar una manifestación clínica denominada signo del espejo, en la cual la persona se ve en la necesidad de mirar permanentemente su reflejo para no perder la noción de sí misma.
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La des-realización, por constituirse en una vivencia de extrañeza, genera miedo, un miedo que adquiere gran intensidad hasta convertirse en lo que se conoce como una ansiedad psicótica o ansiedad flotante. Esta experiencia, con características de aniquilación, de pérdida de la noción del sí mismo o de la noción del entorno, puede desencadenar severas alteraciones de la conducta, como las experimentadas por José Arcadio Buendía:

Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia
salvaje de su fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos
en polvo los aparatos de alquimia, el gabinete de daguerrotipia,
el taller de orfebrería, gritando como un endemoniado
en un idioma altisonante y fluido pero completamente
incomprensible. Se disponía a terminar con el resto de la
casa cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron
diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte
para arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde lo dejaron
atado, ladrando en lengua extraña y echando espumarajos verdes
por la boca (GGM, ibídem, p. 96).

* * * *

CUADRO CLÍNICO

El paciente presenta una pérdida acelerada del contacto con la realidad. Su inicial emprendimiento ha desembocado en un cúmulo de iniciativas fantásticas, aunque de poca utilidad. Ha descuidado su aspecto personal y dedica poca atención a su esposa y a sus hijos. Sufre alucinaciones visuales y auditivas. Duerme poco, habla solo y, en ocasiones, en un lenguaje ininteligible. Por no saber qué más hacer con él, sus familiares lo han amarrado al árbol de castaño, en el patio de la casa.

El diagnóstico es esquizofrenia. Se recomienda intervención psicoterapéutica y administración de antipsicóticos.

* * * *
UN DESTINO INEVITABLE

Antes de expresar estas señales de locura, José Arcadio era un hombre emprendedor y obstinado. Sin embargo, ese emprendimiento y esa obstinación tuvieron un origen que explican muy bien sus síntomas.

En su adultez joven, se casó con su prima Úrsula Iguarán. Pero su matrimonio no fue consumado por más de un año, por el temor a tener hijos con cola de cerdo. Dentro de los antecedentes familiares había existido un Buendía casado con una prima, de cuya unión nació un hijo con una cola «cartilaginosa y en forma de tirabuzón con una escobilla de pelos en la punta», que «pasó la vida con pantalones englobados y flojos» y que a la edad de cuarenta y dos años murió desangrado cuando un carnicero amigo se la cortó de un tajo (GGM, ibídem, p. 30).

Por esta razón, Úrsula se negó a consumar el matrimonio y usaba un pantalón de castidad. Los encuentros de la pareja se limitaban a forcejeos, y la gente comenzó a rumorar que ella seguía siendo virgen porque su esposo era impotente.

En una riña de gallos, cuando el animal de José Arcadio Buendía le ganó al de Prudencio Aguilar, este le gritó ante todas las personas de la gallera: «Te felicito. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer» (GGM, ibídem, p. 31).
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José Arcadio se sintió profundamente ofendido, lo retó a duelo y varios minutos después le atravesó el cuello con una lanza. Esta muerte fue interpretada como un duelo de honor. Sin embargo, dejó en José Arcadio Buendía y en Úrsula Iguarán un remordimiento que los obligó a emigrar del pueblo con un grupo de seguidores. Al no encontrar la ruta del mar, tras haber pasado la noche al lado de un río, José
Arcadio suspendió la travesía influenciado por un sueño. «Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea» (GGM, ibídem, p. 35). No era otra que Macondo.

En este relato hay varios aspectos que afectaron de forma importante las condiciones psicológicas de José Arcadio Buendía:

1. La experiencia de ver vulnerada su sexualidad y la noción de su masculinidad. Ante la negativa de su esposa, requirió reprimir durante mucho tiempo su pulsión genital, su necesidad de copulación. Es significativo que el arma utilizada por José Arcadio para matar a su agraviador haya sido precisamente una lanza, referente fálico que le clavó de forma certera y contundente, para después, esa misma noche, blandiendo la misma lanza, obligar a su mujer a no ponerse el pantalón de castidad y copular agresivamente con ella. Queda así establecido un complejo de sexualidad y muerte, muerte y copulación, descarga agresiva y descarga sexual, penetración a un hombre para penetrar a una mujer. Distorsión para siempre de la sexualidad que se asocia a la muerte y, finalmente, a la culpa.

2. Si bien el suceso en el que murió Prudencio Aguilar se definió como un duelo de honor, el resultado en José Arcadio Buendía fue un sentimiento de culpa desbordado que lo siguió acompañando el resto de su vida. El fantasma de Prudencio Aguilar comenzó a aparecerse de manera reiterada en la casa a pesar de las amenazas de José Arcadio para que se fuera. La tristeza que el muerto manifestaba lo privó de dormir bien, hasta que decidió irse del pueblo con los suyos.

3. El destierro de su propio pueblo, con el consiguiente desarraigo de sus orígenes, es la expresión más clara de la culpa de José Arcadio Buendía. Esta ruptura implicó generar una nueva identidad sobre un antecedente nefasto. Así, como se ve en la novela, la distancia geográfica no fue suficiente para desprenderse de las consecuencias del suceso.

4. Si bien lo ocurrido alteró la función erótica y copulatoria de la sexualidad, la función reproductora del sexo también quedó rarificada por el miedo de tener hijos con cola de cerdo, por el temor de ser partícipe del engendramiento de seres imperfectos que serían el reflejo del sí mismo, por la presunción de ser autor de la degeneración de la especie.

Los anteriores sucesos definieron en la vida psicológica de José Arcadio Buendía una sensación de incertidumbre que deslegitimó para siempre sus actos, su vida personal, en pareja y en familia. Durante toda la novela es claro el distanciamiento emocional y de facto que tuvo José Arcadio Buendía de su esposa Úrsula. En la continuidad de su existencia, ambos vivieron más de la culpa, el temor y la adversidad que del acompañamiento, el afecto o el goce. La sexualidad, que pudo ser un acto de amor, pasó a ser más un acto agresivo y de honor, amenazado por el fantasma de la muerte.
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José Arcadio Buendía tuvo que asumir inevitablemente su vida sexual en función de afianzar su masculinidad y paliar su frustración. Sin embargo, al afrontarla, lo perseguían, por un lado, la culpa y el remordimiento, y por el otro, el temor de engendrar hijos defectuosos. De esta manera, tanto el hecho de evitar la sexualidad como el hecho de acceder a ella desembocaban en la adversidad. Esta vivencia, en la cual ninguna de las acciones asumidas puede ser reparadora, es lo que en psicología se denomina ambivalencia, la cual consiste en una sensación de contrariedad que deja al individuo sin posibilidad de resolución. El concepto de ambivalencia se refiere a una acentuada condición emocional en la que coexisten impulsos contradictorios que derivan de una fuente común y, por lo tanto, son interdependientes [3]. Se trata de una constante oposición del tipo sí-no, en la que la afirmación y la negación son simultáneas e inseparables [4]. El estado psicológico ambivalente, por no tener un desenlace satisfactorio por ninguna vía, genera una ansiedad y una tensión nerviosa que perturban de forma significativa la estabilidad del individuo.

Los diferentes componentes traumáticos desencadenaron en José Arcadio Buendía una secuencia de movimientos psicológicos inicialmente adaptativos, pero que muy pronto evolucionaron hacia manifestaciones enfermizas cada vez más graves. Un emprendimiento sospechoso Al principio, Macondo floreció rápidamente gracias a la iniciativa descomunal, el sentido del orden y el trabajo de José Arcadio Buendía. El trazado que diseñó para el pueblo permitió que todas las casas tuvieran un acceso igual de fácil al río, y recibieran el sol de manera equitativa a la hora de mayor calor. Macondo se convirtió así en la «aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes» (GGM, ibídem, p. 18).

La loable organización que planteó ya era la exteriorización de su psicopatología. Algunos movimientos psicológicos defensivos para evitar la pérdida del juicio y del contacto con la realidad (psicosis) implican ordenar afuera como compensación del desorden interior. Esta fue su reacción inicial. En la novela hay varios ejemplos de esta tendencia obsesiva y perfeccionista. Sin embargo, mientras pudo intervenir y generar un control, este incluía un exceso de orden y equilibrio; pero tan pronto la complejidad requirió tener que aceptar cierto grado de desorden, su juicio empezó a perturbarse, obstinándose por proyectos magníficos e irreductibles que eran más el reflejo de su imaginación que el resultado de la confrontación con la realidad. Esta creatividad, esta necesidad de hacer descubrimientos salvadores, de encontrar resultados espectaculares, no fueron más que la consecuencia de su vivencia personal desestructurada, de su culpa, de su incertidumbre, de su ambivalencia, reflejadas en una necesidad inconmensurable de actuar para reparar.

Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo […]. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio (GGM, ibídem, pp. 18-19).

A pesar de las disuasiones de Melquíades, el gitano que llevaba los avances tecnológicos del mundo externo a Macondo, José Arcadio Buendía se obstinaba en sus propósitos de una manera irreflexiva y algunas veces riesgosa, como se observa en los siguientes ejemplos:

Después de convencer a Úrsula para que le cediera sus ahorros de toda la vida, compró los imanes ofrecidos por los gitanos, convencido de que atraerían el oro. Utilizó el principio de la concentración de los rayos solares por la lupa para plantear un sistema ofensivo de guerra, el cual perfeccionó y quiso someter a las autoridades. Como resultado, sufrió quemaduras y estuvo a punto de incendiar la casa.

Emprendió estudios de geografía y astronomía con la ayuda de instrumentos de navegación que le regaló Melquíades y casi se insola en la búsqueda de un método para encontrar el mediodía. Más tarde, sorprendió a sus hijos al contarles que había descubierto, por su propia especulación, que la tierra era «redonda como una naranja» (GGM, ibídem, p. 13).

Utilizó las monedas de oro de Úrsula en su laboratorio de alquimia pretendiendo multiplicar mediante reacciones químicas el peso del oro, hasta convertir la herencia de Úrsula en un «chicharrón carbonizado» (GGM, ibídem, p. 16). Se ilusionó con las posibilidades urbanísticas que otorgaban las propiedades físicas del agua y pensó que era posible construir casas con bloques de hielo.
(Continua página 2 – link más abajo)

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