En el primer contacto con Luvina, en una primera instancia, el hombre depende de la mujer en cuanto a la ubicación geográfica se refiere. Ella es su brújula, su norte para poder llegar al pueblo. Ante la orden del marido, la mujer de mentalidad cerrada, de fisiología cerrada para el resto del mundo y abierta sólo para su marido, debe cumplirla a la mayor celeridad. Ella también es la que debe proveer a la familia de alimentos cuando llegan a Luvina, según lo dispuesto por el viejo. Ella es el guía y la que debe investigar los sitios para que la familia entera se pueda alojar en una pensión de la población. Asimismo, es el intermediario entre su esposo y Dios para que la travesía sea un éxito y le traiga beneficios a la familia.
Ella acata las directrices de su marido en el más completo silencio, sin contradecir sus mandatos. El testimonio del viejo al narrador del relato, trae a colación el siguiente diálogo que ilustra esa problemática de géneros:
«Entonces yo le pregunté a mi mujer:
«—¿En que país estamos, Agripina?
«Y ella se alzó de hombros.
« —Bueno, si no te importa, ve a buscar dónde comer,
y dónde pasar la noche. Aquí te aguardamos —le dije.
«Ella agarró al más pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.»
(Rulfo, 175).
Frente al diálogo anterior, se hace necesario invocar las ideas de Eduardo Huarag Álvarez en lo referente a los diálogos que teje el autor de «Pedro Paramo». Bajo esa óptica sostiene que en «El llano en llamas», Rulfo «desea contar como se habla. De esta manera, el universo narrativo se articula considerando que los monólogos y los diálogos de los personajes deben mantener los giros expresivos de su oralidad. El narrador toma como intención aquello de escribir como se habla, pero a partir de ello, es un hecho que lo escrito se somete a una configuración discursiva de la palabra escrita» (Huarag Álvarez, 38 y 39).
Por otro lado, la mujer que sigue las reglas y convenciones sociales de la sociedad mexicana al pie de la letra, es también castigada sin misericordia, pese al respeto irrestricto de las normas. No es recompensada por acatarlas con obediencia y sumisión. Eso se puede vislumbrar en el relato «Acuérdate» que Juan Rulfo también incluyó en «El llano en llamas». El castigo bien puede ser físico y económico. La madre del protagonista, «La Berenjena» como es apodada en la narración, es considerada por el narrador un verdadero dolor de cabeza y un problema para la comunidad en la que habita.
Es descrita como una persona conflictiva que siempre tenía líos en el mercado público. En realidad, «La Berenjena» decide respetar los valores que durante más de cuatro siglos había venido practicando hombres y mujeres en México desde La Conquista —la violación histórica a lo rajado— por medio de las manifestaciones de lo cerrado y abierto: ella es una procreadora sin igual. Tuvo hijos por doquier; era la típica mujer que consideraba que las relaciones sexuales —el marido goza de su anatomía rajada—son el medio idóneo para concebir hijos, ya que es una de las finalidades más respetadas y alabadas del matrimonio.
Pese a su labor obstinada de parir hijos, es castigada con la muerte temprana de la mayoría de ellos. También es amonestada en cuanto a la economía doméstica, ya que todo el dinero se va en los gastos de los entierros de los menores. Solo le sobrevivieron dos hijos, Urbano, el protagonista del cuento, y Natalia. Juan Rulfo, por medio del narrador de la historia, comenta que «de eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio» (Rulfo, 184).
Por eso, en relación con las ideas de Octavio Paz, las mujeres atraen, son tentadoras, pero al mismo causan estupor, asco y consternación en la comunidad. Las mujeres —figuras enigmáticas— están circunscritas en medio de un juego de ambigüedades. En esa dirección, sostiene Paz que la mujer «es la imagen de la fecundidad, pero asimismo de la muerte […] cifra viviente de la extrañeza del universo y de su radical heterogeneidad, la mujer ¿esconde la muerte o la vida?, ¿en qué piensa?, ¿piensa acaso?, ¿siente de veras?, ¿es igual a nosotros?¨» (Paz, 89).
Sobre la ambigüedad interna que llevan como el peso de una cruz los personajes femeninos de Rulfo, el profesor de la Universidad de Berkeley, Víctor Goldgel Carballo asevera que los cuentos del autor mexicano son «relatos ambiguos de la lucha contra la ambigüedad, los textos de Rulfo invitan a reflexionar acerca de las relaciones y las violencias que se entablan entre diferentes voces y sus respectivas exigencias de justicia» (Goldgel Carballo, 307). En este caso, las exigencias de justicia se quedan encerradas en la mente de la mujer: dichas exigencias también están clausuradas en lo cerrado de su fisonomía y anatomía, en lo clausurados que resultan sus pensamientos frente a los abusos del hombre y frente a las normas sociales que rigen a la comunidad del llano.
También es necesario traer a colación a la mujer infiel-totalmente abierta en su anatomía- a la que su marido castiga sin misericordia y que por medio de sus actos transgrede los valores más tradicionales de la sociedad mexicana. Su infidelidad (su abertura) puede ser pública, entonces no le quedará otro camino que someterse al juicio y el escarmiento de la comunidad; o también puede optar por «abrirse» —rajarse— en la más absoluta clandestinidad, alejada de las miradas acusadoras de sus vecinos y lejos del dominio autoritario de su marido.
En «Paso del norte», impulsado por la penosa situación en la que vive, un hombre decide emigrar al norte —alusión a los Estados Unidos— para buscar un mejor futuro. Dicho personaje sostiene un diálogo cargado de dramatismo con su padre, al que busca para encomendarle su familia, esposa e hijos, para que los sostenga económicamente, mientras el emprende su viaje a tierras lejanas. Más aún, lo que interesa en este asunto, es el papel que su esposa, la llamada Tránsito, ejerce en dicha narración rulfinana. Mientras su marido emprende su travesía hacia el espejismo de prosperidad del norte, quimera que se torna en pesadilla, ella decide fugarse con un hombre y abandonar a la familia.
No obstante, cabe destacar que el padre, cuando la Tránsito y su marido eran novios antes de contraer matrimonio, no aprobó la unión de ambos, ya que la consideraba una mujer proclive a la perdición, una prostituta en todo el sentido semántico que encierra esa palabra. El padre, figura de autoridad y centro de la familia, presagiaba desde tiempo atrás la suerte que correría su hijo, cuando la Tránsito se «abriera», cuando ella opte por la infidelidad. De esa manera, en medio de los diálogos del relato, el hijo cuestiona el juicio de su padre, cuando evoca su pasado con la mujer en cuestión: «Mire, papá, ésta es la muchachita con la que me voy a conyugar. Usté se soltó hablando en verso y que dizque la conocía de íntimo como si fuera una mujer de la calle. Y dijo una bola de cosas que ni yo se las entendí. Por eso, ni se la volví a traer. Así que por eso no me debe usté guardar rencor. Ora sólo quiero que me la cuide porque me voy en serio» (Rulfo, 92).
Al regresar de su periplo en las tierras del norte a la casa de su padre, luego de presenciar la masacre perpetrada contra sus compañeros de viaje, advierte que la Tránsito ya se ha ido con otro. El nombre con el que fue bautizada la mujer, también sirve de metáfora, sobre aquellos mexicanos que hacen el «tránsito», es decir, emigran a los Estados Unidos en busca del sueño americano, en una serie de migraciones ininterrumpidas desde los años violentos de la Revolución Mexicana. Dicha problemática aún ocurre en la actualidad y permite dilucidar lo vigente que se encuentra la obra del autor mexicano. Dicho «tránsito» se convierte en una verdadera pesadilla para muchos: o se quedan en el norte desempeñando trabajos infrahumanos o regresando a sus tierras natales, aún más empobrecidos de lo que se fueron.
Por eso, aquí la «Tránsito» actúa como una metáfora del campesino pobre que regresa desilusionado, con los bolsillos vacíos y sin recursos económicos para vivir de nuevo en el lugar de partida, de donde emigró rumbo a un paraíso que se le desmoronó con el transcurso de los días. Al regresar del norte el hijo, el padre lo cuestiona a través de la infidelidad de su mujer: relaciona esa falta de lealtad de la Tránsito, con lo infructuoso y árido que resultó el viaje de su hijo:
«—Eso te lo ganaste por creído y por tarugo. Y ya verás
cuando te asomes por tu casa, ya verás la ganancia que
sacaste con irte.
—¿Pasó algo malo? ¿Se me murió algún chamaco?
—Se te fue la Tránsito con un arriero. Dizque era
re buena, ¿verdá? Tus muchachos están acá dormidos»
(Rulfo, 195).
Pues bien, el desenlace de «El paso del norte», propuesto por Juan Rulfo, es abierto: el hombre se irá en búsqueda de su mujer por el camino que tomó para huir junto al arriero. No sabemos si la castigará, asesinará, si se vengará de ella; no sabemos la suerte que correrán los personajes. El final abierto supone algo circular, repetido hasta la saciedad; es una problemática que no encuentra una solución plausible y que se siguen repitiendo en forma de círculos. Se hace pertinente, traer a colación aquí a Octavio Paz, cuando expone en «El laberinto de la soledad» que «las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su rajada, herida que jamás cicatriza» (Paz, 51).
En síntesis, las mujeres mexicanas, «rajadas» en su anatomía, no tienen ni voz ni voto en los textos de Rulfo. Son seres inferiores que cargan el peso de la violación histórica a la Malinche, según las tesis de Octavio Paz: son depositarias de una serie de valores que se vienen practicando desde La Conquista, cuerpos axiológicos a los que les deben obediencia y acatamiento; ejercidos y prácticos sin tener en cuenta su consentimiento. Las mujeres «rajadas» allá abajo, ya sean esposas abnegadas, prostitutas, monjas, infieles, están sujetas a la brutalidad de los hombres, a sus leyes, a los códigos de ética, urbanidad y conducta, esbozados por el género masculino. Son un cero a la izquierda del plano cartesiano de la realidad mexicana. Son seres irracionales y ambiguos en su psicología «rajada» y abierta pero clausurada al mismo tiempo.
En medio de un juego de máscaras que oculta su rostro real, la mujer de los relatos rulfianos, vive su monótona cotidianidad con tristeza y entrega, ocultando sus ideas, su rebeldía y su cuerpo, bajo el yugo opresor de un cinturón de castidad que viene portando desde que Hernán Cortés y sus sucesores impusieron sus ideas patriarcales y machistas en el Valle de México. Las que abren el candado de su sexualidad de manera abierta, serán castigadas por las leyes de los hombres, la sociedad en general, y vivirán una vida de destierro perpetuo en las áridas tierras de Jalisco, caminando en círculos, a la topa tolondra, dándose cuenta de que nada ha cambiado, de que «no hay nada nuevo bajo el sol», tal como reza El Eclesiastés.
BIBLIOGRAFÍA.
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Huarag Álvarez, Eduardo. Relaciones entre la oralidad expresiva y el discurso escrito en la narrativa de Juan Rulfo. Ciudad de México D.F: Latinoamérica Revista de Estudios Latinoamericanos, Núm. 47. Julio-diciembre, p 37-63. Universidad Nacional Autónoma de México, 2008.
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Paz, Octavio. «El laberinto de la soledad y otras obras». Pinguin Ediciones. Hudson Street, New York, 1997.
Rulfo, Juan. «El llano en llamas». Editorial Oveja Negra-Seix Barral. Santa Fe de Bogotá, Colombia. 1983.
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* Juan Manuel Zuluaga Robledo es Comunicador Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia), Magíster en Ciencias Políticas de la misma universidad. Actualmente realiza una Maestría en Literatura Latinoamericana en la Illinois State University, donde también es profesor de español. En sus tiempos de estudiante de comunicación, disfrutó contando historias de ciudad en el periódico Contexto de la Facultad de Comunicación Social. Fue practicante del periódico El Tiempo en Medellín y trabajó en el periódico Vivir en El Poblado.
EXCELENTE!