DEL VODKA QUEDÓ SÓLO LA RESACA (SEGUNDA PARTE)
Por Juan Carlos Vásquez Prudencio*
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Salí del hangar y vi la cantidad de aviones que volaban de un lado a otro, parados a la espera del abordaje en los pasillos pasajeros aburridos esperando por el vuelo postergado, Moscú se oscurecía poco a poco, dando paso a la luna llena que salía lentamente cuando el sol moría en el ocaso en un atardecer de la primavera de mayo cuando las plazas se llenan de tulipanes, y rusas semi desnudas que pasean por los parques, en busca de una sonrisa y un helado con champan. Desperté con el ruido del metro y la voz del conductor anunciando la próxima parada, me bajé en la Prospekt Mira y salí corriendo a llamar a Boba, para contarle del negocio que podíamos hacer, nos sentamos, con una botella de coñac y sobras de la cena de la anoche, a sumar la plata que teníamos, de nuestro próspero negocio de importadores de flores, cuánto teníamos y cuánto nos debían. Alcanzamos a juntar la cuarta parte, por el resto salió Boba y volvió con un maletín de cuero como de visitador médico, era el mismo maletín en el que traía la comida de su casa cuando éramos estudiantes, traía la otra mitad en billetes arrugados, de diez, cincuenta, cien dólares. —Esto es lo que puedo; el resto, consíguelo tú. —los helicópteros ya eran nuestros, volvimos para ver los helicópteros, preguntar cómo se les sacaría del país.
La mejor forma sería en el Ruslan, un avión gigante que puede llevar ciento cincuenta toneladas, los helicópteros irán como pájaros en su nido.
Me tocó buscar la plata faltante, toqué la puerta de todos, me fui hasta la embajada, hablé con el encargado de negocios para proponerle que entre al negocio, un amigo de toda la vida, que compartimos, penas, mujeres y alegrías. Rebuscó algo, pero no era mucho —Volvé mañana, dejame ver qué se puede hacer. Hay una salida, déjame hablar con mis contactos, mañana te tengo la respuesta. —me fui con la esperanza en el pecho, y los bolsillos vacíos. Ya está solucionado, me llamó para decirme que consiguió la plata, que me esperaba mañana temprano.
—¿Te acuerdas de los amigos de la empresa de gas, Neftgaz, los que pusieron la plata para los camiones? Bueno, hablé ayer con Lurretzky y están de acuerdo, siempre y cuando entren en el negocio.
Las cosas se precipitaron, todavía no sabíamos el destino de los helicópteros, después de una larga discusión la mejor opción era Venezuela, teníamos una empresa en sociedad con unos venezolanos con quienes alguna vez hicimos negocios, todos graduados en la misma universidad y desempleados en Venezuela. La noche del domingo nos reunimos los tres, la mesa ya estaba puesta y en el mantel nuestro destino era un punto rojo, mancha de salsa de tomate, llamado Venezuela, país que nunca había conocido, los amigos nos ofrecieron el cielo y las estrellas, que tenían los contactos, hasta con el mismísimo presidente, y que sería el Estado mayor del Ejército el que nos compraría los dos helicópteros y el tercero, el de Gadafi, sería para la presidencia. Ell martes planchamos los billetes arrugados, los ordenamos en fajos de cien y teníamos un maletín de plomo de aluminio con los doscientos cincuenta mil dólares para comprar un sueño, al presidente de la empresa de gas le brillaron los ojos, ellos pagaban los gastos de viaje y la factura les llegaba a la empresa. Se justificaba la salida de los helicópteros como si estos estuvieran yendo a trabajar a la filial que tenían en Venezuela.
La empresa Andina Trading S.R.L sería la dueña de los helicópteros, nuestra empresa los alquilaría a la empresa Neftgaz en Venezuela. Los rusos querían otro medio millón por el préstamo, pagaderos en un año en una cuenta of shore en Panamá, abierta por nosotros. Nos darían después el nombre de la persona dueña de la cuenta, todo estaba hecho, aprobado y autorizado por los tres miembros del directorio de Neftgaz, firmado el contrato por mí como presidente de Andina Trading S.R.L, llegamos al aeropuerto. Estaban Mario Rojas, nosotros tres, el general y sus ayudantes, los militares felices del negocio y de ser los próximos instructores aéreos del ejército venezolano. El negocio lo hicimos volando por los alrededores de Moscú, los asientos tapizados y alfombrado, una hermosa alfombra persa, en la mesa estaba el maletín con el dinero, puesto ordenadamente en fila, los rusos y Mario, mojando el pulgar con la lengua contando cada billete, no se firman papeles es la palabra la que cuenta, si no cumples como dicen acá, kukushka, o apareces flotando en el rio Moscú.
Llego el día del embarque, veíamos cómo entraban los helicópteros en el vientre del Ruslan, por la parte de atrás, como lobos a su guarida. Todavía quedaba espacio en el avión, fui al parqueadero, encendí mi jeep cheroke y lo metí al avión, allá me va a hacer falta, después de un largo viaje, paradas en Luxemburgo, Rabat, La Habana, y al aeropuerto de Maiquetía en Caracas, llegamos a nuestro destino con un mundo de ilusiones y el bullicio del aeropuerto por la llegada del avión más grande del mundo a cielos venezolanos.
Los militares no quisieron comprar los helicópteros este año, pues no tenían el presupuesto aprobado. Además era necesario previamente homologar los helicópteros, porque no tenían algo similar acá. Pasaron los dos primeros meses, los costos del alquiler nos estaban asfixiando y los militares seguían dando vueltas con promesas irrealizables. La única salida fue la de abrir la empresa Alas Andinas y trabajar con los helicópteros llevando pasajeros de Caracas a Isla Margarita, la empresa fue un éxito. Boba era el hombre más feliz, llegaron turistas de Rusia a bañarse en el caribe, amigos de Boba, cuarenta minutos de felicidad entre el aeropuerto Simón Bolívar y el aeropuerto Santiago Mariño y la playa Guacuco, con su larga franja de azulado Mar Caribe, de arenas cristalinas donde los nuevos ricos felices se bañaban como si fueran patos en un charco. Llevamos reinas de belleza, artistas, narcos colombianos que nos alquilaban los helicópteros sin discutir el precio. Un día llamaron de Medellín para alquilar los tres helicópteros, para festejar el cumpleaños de don Pablo, que fue el primero en abordar el helicóptero con los hermanos Montoya, el mariachi y todo el cartel, se quedaron una semana rumbeando, los tres helicópteros estuvieron estacionados, con guardias armados, alrededor a la espera de que la borrachera se les pase y el patrón regresara a su mundo de negocios. Vino el administrador del negocio a pagar por los servicios prestados, me dijo «bonito negocio», está a su servicio cuando gusten. Les di mi tarjeta, a cambio me dieron un fajo de billetes de cien dólares nuevecitos, todavía con la envoltura del banco de Boston. —Ya te caemos otro día, se despidieron con el «avemaría pues», en los labios, «esto está una berraquera, hermano».
El negocio crecía cada día más, Boba chupaba, le echaba sus jales una semana en la playa con su panza brillando al sol, devorando todos los frutos del mar, que se le aparecían, después ponía cualquier pretexto y volvía a Moscú, pagamos las deudas puntualmente en el Banco de Panamá, a los amigos de Nefgaz.
Volví a Moscú a buscar a Mario y preguntarle si no tenía otro par de helicópteros. Me dijo que ahora se dedica a vender villas en Ibiza, en palma de Mallorca y la costa azul, que era un negocio mucho mejor. Además sabes que los clientes son los amigos del partido, que no saben en qué gastar su plata, pero de todos modos me dijo que preguntaría, la dialéctica de la vida de Mario cambió mucho, de ser secretario general del partido comunista pasó a ser corredor de bienes en la costa azul. Ya no hablaba del socialismo y sus ventajas ahora era un yupy moscovita de setenta años.
Volvieron los del cartel a quedarse una semana, una mañana el administrador vino a visitarme a la oficina —Mire señor, nos gusta el negocio, véndanos y quedemos de amigos, ¡Ave María!, ponga el precio y nosotros le ponemos el billete en efectivo, donde quiera. Bueno, voy a preguntar, búsqueme la próxima semana y le doy una respuesta. —Me quedé pensando en lo que podíamos pedir, unos cinco palos, estaría bien pagado, es un negocio hecho, me llamó Boba de Caracas, hacía dos meses desde la última vez que estuvo acá, lo vi preocupado, enflaqueció, las manos temblorosas le sudaban, se secaba el sudor de la frente con el pañuelo. —¿Te pasa algo, estás enfermo? —No, no, no es nada, debe ser por lo largo del viaje. —Estás diferente. —yo le mandaba su parte cada mes y se encerraba quince días chupando, rodeado de mujeres, regalando rosas de cien dólares (costumbre de los rusos ricos), de rematar a las doce de la noche en el boliche que inauguró Chuck Norris, en el centro de Moscú, con su foto en todas partes, con patadas voladoras al rostro, o en posiciones clásicas del kung fu. A las doce de la noche aparecía la mesera más hermosa, encendían un reflector que mostraba una rosa roja blackmagic, como se llamaba, con un tallo de setenta centímetros, y una cinta negra, o una hermosa rosa blanca, y comenzaba un largo remate donde el mejor postor era Boba; él buscaba a la mujer más hermosa de la noche para regalársela. Ahora estaba diferente, a los dos días me dijo que necesitaba dinero, que viajaba a Boston, estaría un tiempo allá, al regreso quería charlar conmigo.
Me llamaron de Moscú a media noche, sorprendido desperté pensando que pasó algo en la casa con mi mujer o mis hijos. Pero no, era una voz con un acento árabe que me hablaba en perfecto ruso, me dijo
—Buscamos a Boba, sabemos que estuvo en Caracas, nos informaron en la aerolínea que se embarcó vía Moscu, Madrid, Caracas. Si esta allá todavía, que nos espere. Si no, te pido que no toques nada, no vendas nada, cierra el negocio y para las operaciones. Nosotros llegaremos en tres días, si haces algo, sabes que tu familia esta acá y los que responden son ellos. —y comenzó a nombrarme el nombre de mi mujer y mis hijos, y siguió con el nombre de mi suegra y suegro, los abuelos —y tu perro, si es necesario.
Era un checheno, me quedé en silencio, sin responder nada, solo atiné a decir no se preocupen, que los estaré esperando. Llegaron dos chechenos, altos con el pelo ensortijado y el bigote negro espeso.
—Bueno, tienes tres millones, es lo que nos debe Boba, páganos y acá no pasa nada. —Puedo conseguir en un mes. —No, el negocio es ya, ¿no tienes? Entrega todo, transfiere la plata que tengas en el banco, si eres socio, nos debes tú también, si a ti te deben, muéstranos los papeles de la deuda y te pagaremos todo, no hagas las cosas mal, ni te pases de vivo, sabemos todo, las cuentas, los balances de las dos últimas gestiones, la plata que mandaste a Moscú, todo. Tu familia está allá y si pasa algo, ellos responden, comenzamos con tu mujer y después cada uno de tus hijos, son dos ¿no? Bueno, tienes una semana y entregas todo, transfieres todo a nombre nuestro, te daremos tu pasaje al lugar que tú quieras y diez mil dólares más, esto es el pago por esta semana de trabajo, después olvídate de nosotros, de los helicópteros de tu vida en Venezuela, no intentes hacer nada; te repito, porque será diferente nuestro trato contigo.
No me dieron tiempo a nada. Subí al avión prometiendo que volvería pronto, ella me dijo que me esperaría todo el tiempo. No pude, no volví nunca más. Cuando la llamé me dijeron que se fue a Estados Unidos, que tiene una hija mía.
No quedó nada, quedó sólo el recuerdo y el silencio de Boba que parecía que se lo tragó la tierra, no quise preguntar más, no volví a buscarlo, pensé que estaba muerto o disfrutando de los tres millones que le dieron los chechenos.
Volví a Moscú con una mano adelante y al otra atrás. Comenzar de nuevo, vendiendo lo que pueda y comprando lo que pueda vender, con la experiencia de haberlo tenido todo, y no pensar en lo que podía pasar confiando ciegamente en Boba y pagando lo que me pida para que no me moleste en el trabajo. Después de tres años de ausencia sin que nadie sepa nada, apareció en mi oficina, me espanté al verlo. Era como ver alguien que volvía de la otra vida, estaba igual que antes, con las patillas canosas, porque no se las tiñó o el tiempo a él también le pasó la factura. Se me acercó en silencio, me abrazó, pidió perdón, que me devolvería todo, que disculpe —No pasó nada. olvídate. —Con lágrimas en los ojos juraba que me devolvería todo, volvimos a la vida de antes, yo vivía solo después de que mi mujer me dejó, buscando cada día alguien diferente para pasar la noche, con mis silenciosas pesadillas de chechenos persiguiéndome. Pero el retorno de Boba fue como el principio de un nuevo divorcio, nuestra relación se volvió mucho más conflictiva, no existía la confianza de antes, decidimos separarnos en paz y mantener la amistad, fue la mejor forma de seguir siendo amigos, nos veíamos los fines de semana para embriagarnos, como adolecentes, desapareció un tiempo y cuando volvió me dio plata.
—Esto a cuenta de nuestras deudas pendientes, acompáñame quiero comprarme un auto.
Volvió a su excentricidades de siempre, me llevó a la tienda de Rolls Roice, se compró un Jaguar XKR con asientos de cuero, tablero de madera, y todas los lujos que pudo pedir, pagó la mitad y el resto lo pagaría cuando lo entreguen. Le pregunté qué había hecho, de dónde consiguió la plata.
Me dijo —Estoy trabajando con la academia de ciencias de Rusia, en el departamento de biología, rodeado de científicos. Estamos inventando la sangre en polvo, ya conseguí siete millones de financiamiento, y en unos diez meses tendremos el resultado definitivo.
—¡Qué huevada! Te atrasaste un poco. Los argentinos ya la inventaron antes y se llama morcilla. —¡No jodas! ¿Esto es en serio? Revolucionará el mundo, no tendrán que llevar bolsas con plasma, será más fácil una dosis de sangre mezclada en agua destilada y tendrás un litro de sangre BRH+, o el tipo que tú quieras. Se acabarán las mafias de venta de sangre al raleo.
Una mañana tocaron el timbre de mi departamento insistentemente, como lo hacía él. Me levanté, abrí la puerta y vi a un soldado de la milicia preguntándome mi nombre. Medio dormido atiné a decirle «sí, ese soy yo». —Por favor, vístase y acompáñenos —pregunté qué pasó —No se preocupe; mi coronel hablará con usted —no me volvió a dirigir la palabra en todo el viaje. Las calles frías, con el rocío de la mañana en las veredas sin terminar de secarse, y el viento helado de otoño. Pregunté nuevamente a dónde íbamos, porque eran calles desconocidas —No se preocupe, mi coronel hablará con usted —me volvió a repetir con la misma insistencia que yo preguntaba. Paramos a las afueras de Moscú en un complejo de edificios de departamentos, mi preocupación al subir al ascensor, por saber qué era lo que pasaba, si era mi hijo al que se le ocurrió algo, pero no respondían nada.
—El coronel me dijo que usted es amigo de Vladimir Alexandervich —pensé quién era y recordé que era el nombre de Boba. Ya me olvidé cómo era su nombre, el nombre de estudiante que conocí hace años, nuestra comunicación no fue con nuestros nombres propios, era más de cómplices, de hermanos.
—Encontramos su tarjeta en su billetera, es por eso que lo buscamos tan temprano, ¿qué pasó dónde está?
Me llevó al baño rodeado de perfumes y cremas que todas olían a Boba, detrás de la cortina estaba el, dentro de la tina, desnudo, sentado con las manos amaradas a los tobillos, con un hilo de sangre que le caía junto a la oreja y un hacha de cazador que le partía la cabeza en dos, con restos de colillas en el fondo de la tina y marcas en su pecho de quemaduras con cigarro, tenía la inocencia de un niño dormido. —Boba despierta, hermano ¿qué te ha pasado? —esperaba que me dijera «no jodas, es invierno», pero no respondía. —Boba, hermano —tomé su mano gorda, completamente fría, entre mis manos; repetía una y otra vez «Boba, despierta, Boba, hermano ¿qué te pasó?…» Sólo escuchaba el silencio y el ruido del intercomunicador del coronel de la milicia, conectado a la oficina central, transmitiendo las necesidades del momento. —Boba despierta, vámonos —no había una respuesta, sentí el llanto en mi garganta y las lágrimas que se me caían de los ojos, —Boba, despierta…
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* Juan Carlos Vásquez Prudencio es escritor de Cochabamba-Bolivia. Autor de dos novelas, Pájaros en Desbandada y Todos tus muertos. Autor de varios cuentos y del libro Nostalgias de Moscú.