SEBASTIÁN ANTEZANA, EL AMOR SEGÚN…
Por Carlos Fonseca*
En algún lugar leí que en las primeras fotografías, anteriores a los retratos, destacaban los espacios vacíos. Trazados de ausencias: callejuelas vacías, edificios abandonados, ruinas que apuntaban no tanto hacia otra esfera más allá de lo humano, sino hacia su ausencia latente. Esas primeras fotografías son testimonio de que desde un principio la fotografía es un arte del duelo. No es entonces extraño que El Amor Según… (editorial El Cuervo, 2011) de Sebastián Antezana, ganador del Premio Nacional de Novela Boliviana por su anterior novela La Toma del Manuscrito, comience como una meditación sobre la fotografía, pues se trata precisamente de una novela de duelo. Una mujer ha desaparecido y su amante indaga sobre la extraña pérdida. Hay una casa con un estudio donde la desaparecida, la fotógrafa, solía tomar su fotos. Hay un cuaderno de notas donde ella solía esbozar los esquemas de sus nuevos proyectos. Hay una desaparición y las únicas pistas son los esquemas de ese último proyecto que el amante lee y relee.
La trama del policial que surge se aleja así de las características del género y se instaura en el cruce en donde la obra y la vida confluyen. Si hay crimen, intuye el protagonista, este se ubica en ese punto de indistinción en donde la obra de la fotógrafa, llegando a sus límites, se desborda sobre la vida. Desde ese espacio en donde la pasión por el arte se convierte en deseo por la vida bruta, por trascender y fundir lo límites entre arte y vida, El Amor Según… se dispara como una meditación sobre el arte del duelo, sobre la curación de esas vidas que se convierten en obras. La novela me fuerza a esbozar unas cuantas hipótesis sobre los aciertos de la novela latinoamericana en las últimas décadas.
Por una parte, me parece que la novela reciente ha sido capaz de transportar la figura del desaparecido fuera de su contexto histórico específico hacia contextos más ambiguos sobre los cuales su valor político vuelve a surgir como problema. Por otra parte y muy en relación, El Amor Según… resalta un problema que es fundamental: la relación de la obra con la posteridad, la vida-obra como herencia y como proyecto a ser curado. Con tenacidad, Antezana indaga en los intersticios que caracterizan el arte actual hasta proveernos con una especie de teoría de ese espacio conceptual desde el cual la obra se presenta como máquina de producir formas de vida. Si el policial es el género de la producción de un sentido desde los restos, aquí lo que se propone es que el verdadero crimen no es otra cosa que producir una obra cuyo sentido desborda los límites de su medio y empieza a trastocar el mundo que la rodea, contagiándolo con un nuevo sentido.
Así, la trama que encuentra el lector en El Amor Según… sugiere que la vida se lee desde la obra. Desde un principio lo que se encuentra el lector es el boceto de una obra por venir. Los Apuntes para la Nueva Serie que el protagonista encuentra en el cuaderno de la desaparecida fotógrafa apuntan hacia ese espacio en donde vida, muerte, animación y automatismo, violencia y arte, se entremezclan y se confunden, hasta producir un espacio donde teoría y afecto se autoalimentan:
«Zimmer sabe que su esposa conservaba un cuaderno en el que tomaba apuntes y preparaba notas sobre su trabajo. Allí se encuentra, una a una aunque confusas, las claves de su proceso creativo, nociones generales sobre las series, ideas sobre planos, luz, distancias, profundidades y colores. Hay largas páginas en las que Mariana trata de explicar una idea, un concepto que parece a veces escapársele.»
Acá la intuición indica que la literatura apunta no tanto a narrar el evento sino sus réplicas, a narrar no tanto la vida sino lo póstumo. Como repite en diversos momentos el narrador, la verdadera narrativa parece ocurrir en ese desfase fotográfico entre el evento y su registro. Así la novela se lee como una máquina de producir teorías sobre la ausencia, de saturar el pequeño espacio narrativo con posibles lecturas de una vida, hasta que, llegando al límite, la teoría se difumina y el lector queda inmerso en la nube afectiva que ha construido Antezana. Desde allí, desde ese espacio del duelo que no poco tiene de futuro distópico, las voces se acumulan hasta intuir las terribles consecuencias del amor al arte.
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* Carlos Fonseca Suárez (San José, Costa Rica, 1987) es candidato doctoral en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton. Obtuvo su bachillerato en Literatura Comparada de la Universidad de Stanford, en donde se dedicó a escribir sobre poéticas de movimiento, ritmo y gracia. El manuscrito Los Vértigos del Siglo: Esbozos de una Modernidad Cansada está en proceso de publicación. Actualmente cursa su quinto año en el programa donde escribe una tesis sobre la metáfora de la catástrofe natural y su lugar dentro de una posible filosofía de la historia latinoamericana. Ociosamente, se dedica a publicar reseñas sobre literatura contemporánea en el blog El Roommate. Su primera novela será publicada próximamente.