RECUERDA CUERPO
Por Juan Camilo Tobón Cossio*
A Constantino Kavafis
«La fantasía nunca arrastra a la locura;
lo que arrastra a la locura es precisamente la razón»
G. K. Chesterton
I
Mis ojos no podían dar crédito a lo que veían. Yo, tal vez, movido por el pudor los cerraba, pero la atracción de los cuerpos me obligaba a mirar. Generando una visión borrosa que brotaba de algún rincón dentro de mí mismo. Me los refregaba para procurar dar crédito a lo real. ¿Cómo era posible? ¿Dónde estaba la moral? ¿Dónde estaba ese algo delicioso que me hacía ver?
II
Sé que no lo debería decir, pero mi cuerpo no podía contenerse. El placer circulaba por mis venas con indecible intensidad. Con cada exhalación, mi alma parecía escapar. El temor y el temblor se mecían sobre mis miembros cada vez que su mano rozaba mi piel, su lengua encontraba mis pezones y nuestro amigo me invadía por dentro. No sé, creo que fue todo: La puerta cerrada, el lugar, la posibilidad de ser descubiertas, el actuar por el impulso… su cuerpo, ese que yo deseaba desde hacía tanto tiempo. ¡Pero, por favor!, no lo comenten con nadie, nuevamente, se los ruego.
III
Todo el mundo cree que fue un error. ¿Pero lo fue? Sí, lo reconozco. No era el lugar apropiado para que las pulsiones de mi deseo por su cuerpo salieran a flote; así como también sé que el peligro de ser sancionadas sería como portar una enorme vergüenza, pero acaso, ¿No te excita sólo pensarlo? Respondimos al impulso, al ardiente deseo que nos separa de los animales… o que más bien, nos une a ellos. Ser presa de la lascivia, deleitarse en un cuerpo, llenarse de él, satisfacerse con él… era un pensamiento, un anhelo que no podía contener. Era preciso ser, liberarme, volar y estallar.
IV
No sabía qué hacer. Las personas comenzaban a agolparse en el baño público de la biblioteca y la presencia de un hombre en este lugar, debía incomodar. Me sentía sonrojado a pesar de mi tez morena. Las mujeres maquillándose, el pudor en mi frente y la excitación en mi sexo. Una erección intensa superaba los ordenamientos de mi deber, de mi razón; pero la vista era espléndida: Dos cuerpos ligeramente desprovistos de ropas, manos que se entrelazan acariciando sus senos desnudos, mientras sus sexos son sutilmente tocados… y sus ojos, abiertos con violencia ante mi presencia invasiva, ante el ruido de la puerta abierta con violencia, ante la luz, esa luz que irrumpía en el espacio que ellas habían creado pero que yo debía defender. Mi cuerpo estaba atemorizado, tuve que palparlo para sentirlo, pero no debía hacerlo demasiado, aunque hubiese querido. La placa de vigilante oprimía mi pecho, y su peso batallaba contra mi corazón enardecido.
V
Recuerdo cómo mis manos temblaban al tocar su cuerpo, tan limpio, tan joven, tan lleno de vitalidad. Cuando descubrí sus pechos, mis labios no podían parar de besarla. Su panty dejaba entrever las delicias de su intimidad, su vagina; juego del sí y el no, de la búsqueda, el hallazgo y el error; del olor a humedad y a la suave viscosidad de un «tal vez». Poco a poco, en el acertijo de las caricias, su desnudez me regaló la verdadera visión de su rostro, hasta ahora oculto. Creí haber hallado a alguien a quien amar con la violencia con que se consume un instante. Su mirada atemorizada trasmitía placer y aceptación. Su rostro sucumbía ante los ataques del deleite. La lengua se paseaba sobre sus labios curvados, mientras en sus tobillos una leve tensión se hacía notar. Quería hacerme en ella, entrar a ella; que la intensidad de la energía que recorría su piel fuese la misma que yo anhelaba, que me circundaba; que sus manos unidas a las mías avanzaran el mismo ritmo de la felicidad y la dicha. Hasta que, sin más, un golpe intempestivo, precipitado, nos sorprendió en nuestra ¿infracción?
VI
Recuerdo que llegué a percibir el cuchicheo ordinario de un baño público. Esas voces salidas de todas partes inhibían mi cuerpo, me llenaban de pavor; pero sus ojos…. esos ojos. Nos abalanzamos, sin violencia, sin despertar la más leve sospecha, dos cuerpos ardientes y necesitados de vivir. Las normas, las conductas infundidas, los prejuicios, dios, ¡Todo!, todo era una maraña que, al menos a mí, no me interesaba resolver; todo esto se hacía cenizas ante el fuego ardiente de los besos desmedidos y unos ojos decididos. Con sigilo pasamos la aldaba. El espacio que nos señalaba ya era nuestro. Ella organizó sus cosas en su maleta, mientras yo miraba con satisfactorio temor su cuerpo acariciado por el sol. El tiempo parecía haberse detenido, mientras toda yo oscilaba al vaivén de mi agitada respiración.
VII
Ya nada se podía hacer. Las miradas, primero sorprendidas; luego deseosas; finalmente acusadoras, nos rodeaban como un panal de abejas ávidas del néctar de nuestro sexo. Estábamos condenadas al juicio de quienes, en el fondo de sus silencios, han deseado desplegar las alas de sus fantasías… y así, mientras cargábamos tal culpa, la voz de viejo dicho nos confortaba a pensar: «Joven, sé fiel a ti mismo», pero ¿a los demás?
VIII
Debo escribir la minuta. Mis jefes inmediatos pedirán explicación. Todas estas voces que hoy hablan en mi cabeza estarán lejos de ellos. Sólo habrá un papel que hablará de deber, de buen comportamiento, de moralidad ¿la que nos impone quién?
Sólo queda un recuerdo, dos siluetas de mujer que en las noches de mis sueños parecen tocarse la una a la otra, un escándalo, un suceso que, llevado por el viento, será memoria de una voz que amó a otra voz y que la mía… será arrebatada al mundo de tus propias fantasías.
___________
* Juan Camilo Tobón Cossio es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Pontificia Bolivariana. Ha trabajado como miembro activo del semillero La Escritura y la Experiencia Poética de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Ponente y colaborador del grupo cultural interuniversitario La Grulla de Hermes de la UPB y UdeA. Bibliotecario en el club Comfenalco La Playa y la Casa de la Lectura infantil. Acutalmente es docente de Filosofía, Ética y Religión en un colegio en la ciudad de Bogotá. Correo-e: teoforo@gmail.com