Sociedad Cronopio

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Extasis de la vida

EL ÉXTASIS DE LA VIDA: ESPEJISMO DE LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA Y DE LOS ENERGIZANTES

Por Luz Mery Tapias*

Sentirse un poco triste, ansioso, nervioso, cansado, se ha convertido en una serie de condiciones humanas patológicas, porque ahora se ha instaurado la idea de que hay que estar y sentirse feliz en todo momento; hay que sentirse enérgico y vital las veinticuatro horas del día, para poder cumplir ante las exigencias de un mundo globalizado, cada vez más tecnificado y competitivo.

Por eso, y para la tranquilidad nuestra, la industria farmacéutica y empresas productoras de energizantes se han dado a la ardua tarea de brindarnos una amplia gama de soluciones que buscan resolver esas enfermedades que hoy nos aquejan, pero solo nombraré algunas que ejemplifican los mensajes inmersos en estos productos, y que se presentan como la última panacea para el bienestar del mundo: «¿Se siente tenso y no puede dormir bien?, tome Dalay: Duermes bien, vives bien»; «¿Nervios, ansiedad, preocupación, angustia, tensión?, para esos estados nerviosos toma Sedafit PC, te ayuda a recuperar la calma que tanto necesitas»; «Separación, problemas económicos, la pérdida de un ser querido… A veces parece que todo se pone en tu contra y llega la depresión. Okey es el medicamento natural que te ayuda a superar esa mala racha. Con Okey vuelves a estar OK».

¡Ah!, pero si ha trabajado duro todo el día y se siente cansado, pero debe seguir despierto, porque «el mundo ya no duerme» y como diría el dicho: «camarón que se duerme, se lo lleva la corriente», entonces usted puede usar, entre otros, los siguientes productos: «Hay momentos del día en que nos sentimos cansados, con sueño y no podemos parar… lo que usted necesita es Vive 100, la nueva bebida que ayuda a recuperar su nivel de energía despertándolo y poniéndolo de nuevo al 100%»; «Monster Energy levanta hasta el más muerto»; «Red Bull: vitaliza tu mente y cuerpo», ah y lo mejor «Red Bull te pone alas».

Así, todo estado de ánimo que no sea sinónimo de felicidad, bienestar y energía es susceptible de convertirse en un negocio para la industria farmacéutica u otras corporaciones.

Esta sociedad de consumo y producción constante y a gran escala, le exige al ser humano que obvie sus indicadores naturales, que le advierten al organismo que necesita expresar sentimientos de tristeza, dolor o frustración, y que son inherentes a la condición humana ante ciertas eventualidades que suceden en su vida cotidiana, o en la vida de sus seres queridos, o de su país, o del mundo; o que obvie la necesidad de descansar, porque lo que hay que hacer es producir, estudiar… estudiar, producir y aparecer como un ser socialmente interesante, intelectual, productivo, plausible, porque su perfil profesional debe cumplir con nuevos requerimientos que le puedan garantizar mantenerse en el mercado laboral. Es decir, con esta filosofía camufladamente se han ido dando pasos de animal grande, para ir moldeando una especie humana deshumanizada, fría, calculadora, automatizada, presa del estrés constante que causa la persecución desmedida de un mejor estatus social, de reconocimiento, de poder, y bajo esta perspectiva es que poco a poco se ha instituido un comportamiento caníbal, un pensamiento maquiavélico donde «el fin justifica los medios», y por ello la ética y el respeto ya son valores caducos y la corrupción se ha vuelto el tema de la mesa.
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No ha bastado con que los medios de comunicación hayan implantado un estereotipo de mujer y de hombre socialmente aceptables, que han sumido a muchas personas en los abismos de los trastornos alimentarios como son la anorexia y la bulimia, y los han incitado al rechazo de su propia figura, y por ende, de sus ancestros, de su genética, de su historia y que la industria de las cirugías plásticas orquestadamente con ello, se haya dedicado a la fabricación de modelos de mujeres y hombres en serie que los ha llevado a las trampas del dolor físico, de la mutilación, de las secuelas irreparables e incluso a la pérdida de la vida, porque hay personas que optan por la muerte antes que no cumplir con estos estereotipos, porque incluso el mercado laboral y el mundo de la moda, lo exige, lo impone. Ahora también se quieren fabricar seres humanos que sonrían todo el tiempo, como haciendo una especie de «mueca», porque su mente y sus sentimientos están totalmente desconectados con la expresión de su cara, pues todo obedece a los efectos de sustancias químicas que pretenden borrar o esconder lo que ellos consideran «sentimientos patológicos». Ahora se le apuesta a seres humanos incansables, que sean lo más altamente productivos; y lo peor, seres insensibles que no sientan tristeza ante la pérdida propia y las desdichas de sus semejantes.

Cuando veo este panorama, me surgen preguntas: ¿Por cuánto tiempo podremos aguantar una vida tan inhumana? ¿Por cuánto tiempo podrán ser contaminados y violentados el cuerpo con procedimientos quirúrgicos de modelación, y la mente humana con pócimas exorcizantes de la tristeza y del dolor, y seguir cumpliendo con las expectativas de esta sociedad? Y también me surge una especie de susto ante lo que se viene levantando; como lo diría Poldy Bird, una ciudad totalmente aprovechable «con laberintos de cemento y sonrisas de utilería que se ponen en los rostros los que piden algo».

Me asusta que creamos la idea de lo que hoy los medios de comunicación, la industria farmacéutica y las embotelladoras productoras de energizantes, nos están vendiendo: Que somos incapaces de salir adelante sin estas «ayudas», que la felicidad no existe, sino que hay que crearla mediante la utilización de cocteles medicamentosos, que la única manera de ser aceptados, incluidos, es buscar la «inmortalización del cuerpo», entendida como una vitalidad artificial traducida en la evitación del envejecimiento, de unos kilitos de más, del cansancio. Me asusta esa doble moral de la sociedad y los gobiernos que por un lado están en contra de la legalización de ciertas drogas psicoactivas, como es la marihuana, pero que por otro lado, promueven deliberadamente el consumo de antidepresivos y energizantes y permiten que los medios de comunicación inoculen esta ideología en la mente humana, desestimando los efectos colaterales o presentándolos en la letra menudita, o a una velocidad que los televidentes o los radioescuchas no alcanzan a entender, y los hacen aparecer como «inofensivos»; que no generan dependencia. Mejor dicho nos están ofreciendo los «dulces de la felicidad».
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Bajo toda esta perspectiva, creo que hoy más que nunca debemos tener una posición más crítica y analítica hacia sí mismos, reconocer el poder que hay en nosotros y, como dice de alguna manera Amado Nervo, saber que las respuestas y las soluciones están en nosotros mismos. Entender que sólo se conoce la felicidad cuando se ha vivido también la tristeza y que nuestra condición humana se materializa bajo el contacto con los otros. Asímismo, debemos interiorizar el hecho de que la felicidad es una elección propia, independientemente de las circunstancias y que no está reglada bajo la existencia de tres factores que históricamente nos han inculcado: Salud, dinero y amor, porque bajo estos preceptos estaremos condenados a la infelicidad.

La felicidad es un estado que se va construyendo con pequeñas cosas y logros que la vida nos permite ir alcanzando. La felicidad no es un todo, no se relega a un «alguien» o a un «algo». Es un conjunto de cosas sencillas por las cuales se ha trabajo arduamente, pero que han dejado impreso en nuestro interior un sentimiento de satisfacción, de triunfo. No dejemos que las trampas que hoy nos impone la sociedad, que parecen prometer el éxtasis de la vida desde lo corpóreo, anestesien el alma, hasta el punto de ya no reconocerse, de no saber quién se es, en qué se cree o qué nos conmueve. Alimentemos nuestro espíritu y deslíguemos de lo superfluo y perecedero y vinculémonos a lo más estable, a lo que permanece, a la emoción, al sentimiento. Y ante las dificultades, podemos echar mano de aquello que se ha llamado resiliencia y que tiene que ver con la posibilidad que tenemos de reponernos ante la adversidad, y desde ella fortalecer la personalidad y desarrollar la capacidad para superar nuestras propias tragedias y salir adelante, convencidos de que la vida vale la pena a pesar de todo.

Pero especialmente, invito a que tengamos cuidado con todo aquello que nos prometa el elixir de la vida o la felicidad eterna. Hay que sospechar de eso, porque regularmente hay algo oscuro detrás.
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* Luz Mery Tapias Navarro es tecnóloga en Análisis y Programación de Sistemas del Centro de Investigaciones y Programación de Sistemas (Bogotá) , 1990. Ha sido Asistente de Sistemas de Laboratorios Lister; asesora metodológica y teórica en trabajos de grado de estudiantes de las universidades de San Buenaventura, Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, U de A, Corporación Universitaria de Envigado, Universidad de Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad EAFIT, Universidad Lasallista, Universidad de Concepción (Chile). Se dedica al apoyo en generación de informes de higiene y seguridad ocupacional, ingeniera de higiene y seguridad ocupacional.

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