POLÍTICA AGONÍSTICA EN LOS SEA HARRIER
Por Lucas Andino*
Los Sea Harrier, de Diego Maquieira (Santiago de Chile, 1951), se publica en 1993, pero una anticipación al poemario se publica en 1986 con el título Los Sea-Harrier en el firmamento de eclipses: Poemas de anticipo. Los poemas de anticipo coinciden con el periodo de transición de la dictadura a la democracia en Chile, por lo que el poemario se puede leer como la pugna entre conservadores/totalitarios (los milenaristas) y liberales/demócratas (los hedonistas). En esta lectura algo resulta problemático: si bien los milenaristas sí se asemejan a los conservadores/totalitarios, a los hedonistas, en cambio, se los identifica con los liberales/demócratas tan solo por su antagonismo con los conservadores, pero no se asemejan en nada en cuanto al carácter e ideología.
Los hedonistas son mucho más elementales que los liberales/demócratas en tanto que persiguen una libertad sin cortapisas, autorregulada por el sujeto. El liberalismo en realidad está en una posición conservadora respecto a los hedonistas, pues si bien los primeros buscan responsabilizar las acciones al sujeto, este accionar se ve regulado en cada punto por un sistema político, la democracia, impuesto externamente [1]. De hecho, la falta de una autarquía psicológica en la filosofía liberal, que contradice abiertamente su fundamentación en el sujeto, es lo que sitúa al liberalismo en una situación problemática en el mundo actual; algo que, dicho sea de paso, no ocurre con el anarquismo. ¿De qué serviría la democracia, cualquier régimen político, si los sujetos supieran administrar ellos mismos sus pasiones y acciones? Es por esto que el liberalismo es menos una filosofía que un sistema político incapaz de fundamentarse en una ética. El hedonismo, en cambio, es menos un sistema político que una filosofía que busca hacer de una ética del placer un sistema social. El hedonismo está un paso más allá del liberalismo ya que pide una desinstitucionalización del régimen liberal, volviéndolo caduco.
Otra forma de ver el conflicto entre hedonistas y milenaristas es la forma en que Carl Schmitt define el momento político. Schmitt se propone encontrar un modo de definir lo político cuyo criterio sea completamente autónomo con respecto a otras esferas del pensamiento y accionar humano —lo estético, lo moral, lo económico— y que por tanto se pueda teorizar el accionar político en un sentido específico. «La diferenciación específicamente política —escribe Schmitt en El concepto de lo político—, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo […] [Esta diferenciación] tiene el sentido de expresar el máximo grado de intensidad de un vínculo o de una separación, una asociación o una disociación» (14-5).
Como se ve, lo político descansa en el vínculo asociativo entre personas. Si hay asociación, se trata de amistad; si hay disociación, se trata de enemistad. La asociación estaría determinada por la identidad compartida entre personas, mientras que la disociación por la diferencia de identidad. De aquí que el concepto de Estado, antes que cobijar a la política, presuponga el concepto de lo político. Los estados, se podría decir, luchan por alcanzar una cohesión tal que conformen una identidad política. La mera fundación u organización del Estado no es lo que determina su identidad. Los conceptos de cultura o nación tampoco sirven para determinar la identidad política puesto que, como vimos, lo político no hace distinciones morales, estéticas, económicas, o de otra índole. Llevada a sus últimas consecuencias, la asociación y disociación se define en el momento del conflicto, en el momento en que la identidad se ve amenazada por un extraño, un enemigo, y el grupo actúa en pos de la conservación y afirmación de su existencia. La asociación que se mienta en lo político tiene un sentido existencial directo. Todas las demás categorías del accionar humano estarían subsumidas a la categoría de lo político, puesto que esta posibilita la continuación de la vida y por tanto garantiza la existencia de las demás categorías.
En Los Sea Harrier los hedonistas y milenaristas son enemigos, ciertamente, por eso entran en guerra. Sus motivaciones para luchar, sin embargo, difieren. El libro empieza con la determinación del mariscal Ratzinger, del bando milenarista, por destruir a los hedonistas. En palabras de Ratzinger:
La centuria balbucea el fin de la lengua
ya pasó el tiempo para los epicúreos
y hedonistas, para esos vagos y ladrones
y debemos hacer que desaparezcan
………………………………………………
Estoy buscando un rastro para dar como
un infierno con ellos y hacerlos bolsa. (87)
El momento político se define porque hay una decisión soberana de atacar a los hedonistas. Como se ve, en la decisión de Ratzinger no hay mayor argumentación para atacar, en especial, no es una reacción a un ataque por parte de los hedonistas, pero es precisamente esta falta la que hace conspicuo el carácter soberano de la decisión. La invocación del fin de una época y comienzo de otra es la única razón que se aduce para atacar. Más abajo Ratzinger incluso repite:
Voy a decírselo así
de una vez y no quiero repetirlo.
El trilenio comienza y vamos a poner orden
vamos a acabar con los que siguen invisibles
pero los Harrier no lo ven de ese modo. (87)
Esta no parecería ser una razón justificada para proceder. Si ha llegado el fin de los tiempos para los hedonistas, no queda muy claro por qué se necesita la agencia milenarista para hacer que se cumpla tal fin. Las cosas parecerían ser al revés: el fin de los tiempos es para los milenaristas, de lo contrario no se sentirían tan amenazados hasta el punto de entrar en guerra. Es curioso que Ratzinger reconozca que los hedonistas no están de acuerdo con su argumentación. Con la frase «los Harrier no lo ven de ese modo» se asienta el hecho que la polémica es una cuestión de perspectiva. Pero esto es, precisamente, un momento definitorio de lo político: la discrepancia entre bandos en donde la perspectiva de uno amenaza la del otro. No podemos saber con seguridad cuál es la perspectiva de los hedonistas puesto que esta está mediada por las palabras de Ratzinger. ¿Qué es lo que no ven de igual modo los hedonistas? No están, ciertamente, de acuerdo en que se los aniquile, pero, más significativamente, no están de acuerdo en que su tiempo ha llegado a su fin. Durante todo el poemario los hedonistas resisten esta posibilidad, lo cual se muestra de manera evidente, hacia el final, en el no reconocimiento de su derrota material y la continuación de la resistencia con una balsa hecha de los restos de las naves hundidas.
La insistencia de los hedonistas en su modo de vida desafía los límites racionales. Enfrentados a la devastación, los hedonistas siguen. Una parte de su «Ars vitae» lo apunta claramente:
Preferíamos la muerte
a perder la libertad
Y si veíamos en peligro la vida
de nuestras mujeres y la nuestra
nos dábamos muerte por gusto continuo
Y éramos tan arrebatados en la guerra
que jamás actuábamos de acuerdo a un plan (Maquieira 112)
Llevados al límite de la muerte, los hedonistas ya ni siquiera mantienen el instinto de supervivencia, sino que insisten en el principio de identidad más allá de la muerte. De particular interés es este punto puesto que acentúa la naturaleza disensual de lo político. El hedonismo, como identidad política, estaría testificando la existencia de modos de concebir la política (o la democracia) alejados de la visión postpolítica dominante en donde la política es concebida como un consenso racional. Pero lo político estaría atravesando este tipo de concepción política porque estaría constituyendo el momento discursivo del conflicto entre visiones contrapuestas. Puesto que los hedonistas se desmarcan de la racionalidad, no entran dentro del consenso y deben ser eliminados. Bajo esta premisa operan los milenaristas; más todavía, su visión es reforzada por las bases morales sobre las que actúan, su adversario político es visto en términos absolutos como «el malo» y por tanto convertido en enemigo, presto a ser eliminado.
Como se ve, la interpretación schmittiana es solo posible bajo la perspectiva milenarista que convierte en enemigo al adversario político. La guerra no es una consecuencia necesaria de la visión hedonista. De hecho, la principal dedicación de los hedonistas son las pasiones —específicamente, el vino y el coito— y su participación en la guerra es plenamente defensiva. En este sentido, el tipo de política que avanzan los hedonistas, a pesar de estar fuera del marco racional, paradójicamente, es más democrática que la de los milenaristas. La visión hedonista reconoce la diferencia puesto que no lleva a la guerra a aquel bando que disiente con su visión, sino que lo confronta en el terreno discursivo. De aquí que sean los hedonistas que describan a los milenaristas como pendencieros y no al contrario. «Les íbamos a devolver a Dios a estos pendencieros», (89) relata un hedonista. Más explícitamente, cuando los hedonistas encuentran a Salieri (milenarista) en la casa de un sastre, no les provoca matarlo, a pesar de considerarlo «un pendenciero / cuya vanidad era infinitamente mayor / que su insignificancia» (118):
Habíamos olvidado que [Salieri] aun vivía
y no nos dio ganas de hacerle algo
de hilarle el cuello a los turbos del Harrier
y dejarlo caer al mar como betarraga
por inmiscuirse en nuestras telas (118)
Este proceder por medio del reconocimiento existencial y legitimación diferencial del otro o del ellos —la identidad política es siempre colectiva— es lo que Chantal Mouffe describe como política agonística. La eliminación de la diferencia bajo la búsqueda del consenso racional significa el triunfo occidental que, si bien se puede apuntar muchos aspectos positivos, a la larga es más problemático de sostener puesto que, como sirve de ejemplo el carácter hedonista, la identidad política de las colectividades posibles no descansa sobre una base racional y dispara la confrontación bélica en el momento del disenso. En palabras de Mouffe:
El conflicto, en las sociedades democráticas, no puede y no debería ser erradicado, ya que la especificidad de la democracia moderna es precisamente el reconocimiento y la legitimación del conflicto. Lo que requiere la política democrática es que los otros no sean vistos como enemigos a destruir, sino como adversarios cuyas ideas pueden ser combatidas, incluso enérgicamente, pero cuyo derecho a defender esas ideas nunca será puesto en cuestión. En otras palabras, lo importante es que el conflicto no tome la forma de un «antagonismo» (una lucha entre enemigos), sino la forma de un «agonismo» (una lucha entre adversarios). Podríamos afirmar que el objetivo de la política democrática es transformar el potencial antagonismo en un agonismo real. (9)
Como se ve, no se trata de una pacificación racional, sino de una sublimación del antagonismo bélico hacia una agonía discursiva. Los milenaristas estarían operando en el terreno antagonista; los hedonistas, en el agónico. Esto es visible en «La vida nos estaba embargando de júbilo», el último poema de la primera parte del libro, en donde la legitimidad del otro se convierte en celebración: los hedonistas irrumpen en los cuarteles del mariscal Ratzinger, con «vino blanco suficiente / como para fundar el Mar Tirreno» (107), para felicitar sus hazañas. Así lo describen los mismos hedonistas:
Lo sentamos en su sillón de púrpura
y lo cubrimos de honores por el devastador
ataque al portaviones; por las muertes
de nuestros enamorados en alta vigilia
y por el asalto a las gordas de Fragonard (107)
NOTA
[1] Los hedonistas son liberales en el sentido que reconocen la agencia de sus actos y por tanto se responsabilizan de ellos —«Habíamos hundido nuestra ancha flota / nosotros mismos …» (Maquieira 125)— pero su accionar no es un hago lo que quiero liberal, sino que está supeditado a un ideal de belleza que invierte en placer para conseguirla. Esta supeditación no es una operación trascendentista, sino una que inscribe a la belleza dentro de un orden ya en vigencia, aunque para volverlo caduco. Contrario al dogma religioso, en donde la trascendencia significa el salto de un régimen corporal a otro inmaterial y por tanto la postulación de dos mundos separados y co-presentes, en el hedonismo la trascendencia está atada, mediante el placer, al único mundo que podemos experimentar. El placer se vuelve universal y la trascendencia se restringe a términos sensoriales. De modo que aquello llamado a «trascender» sensorialmente el placer, la belleza, tendría que ser un salto cualitativo dentro del placer mismo. La belleza es placentera, ciertamente, pero no sería esta su determinación primaria. En tanto «separada», la belleza estaría siempre un paso más allá del placer, no en sentido temporal, sino como fundamento del placer. Este estar más allá de hecho sería la forma en que la belleza guía y autoriza (ética y moralmente) el placer.
REFERENCIAS
Maquieira, Diego. La Tirana. Los Sea Harrier. Santiago de Chile: Tajamar Editores, 2003.
Mouffe, Chantal. «Política agonística en un mundo multipolar». Documentos CIDOB. Dinámicas interculturales. 15 (2010): 1—.
Schmitt, Carl. El concepto de lo político. Trad. Dénes Martos. 1932. Web. 10 de marzo de 2013. <https://obinfonet.ro/docs/tpnt/tpntres/cschmitt-el-concepto-de-lo-politico.pdf>
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* Lucas Andino (Quito, 1985) imparte clases en la Universidad San Francisco de Quito. Tiene estudios en Filosofía y Literatura Comparada y una maestría en Estudios Culturales Hispánicos (Columbia University); un libro publicado, Lengua del silencio: Entre Mujica y Heidegger (Saarbrücken, 2012); y un blog de poesía, zappingmental.wordpress.com Concuerda con el poeta sirio Adonis: «El porvenir será poético o no lo será».