UN SECRETO FATAL*
Eran cerca de las tres de la mañana cuando Atanasio, con una hachuela en una mano y sus llaves en la otra, se disponía a abrir la puerta de su casa antigua sobre la calle San Juan. Escondió, como pudo, la herramienta entre el pantalón y bajo su chaqueta.
Ni bien hubo terminado de dar la primera vuelta con la llave introducida en la chapa, y ya Magdalena, su mujer, despertó sobresaltada, bajó las veintiséis escaleras que la separaban del recibidor y, con la frialdad de quien se sabe indignada, espetó a su marido estas preguntas:
—¿Qué anduviste haciendo? ¿Puedes decirme, si es que tienes cara para ello, qué es eso rojo que tienes entre labios y mejilla?
Era Magdalena una mujer alta, robusta, de ojos azules, cabello rojo y tez clara. Ella, confundida por esa mancha roja como su cabello, contenía y escondía para sus adentros el llanto, que no era otra cosa que la angustia producida por la incertidumbre del engaño, o tal vez la muerte de un gran amor.
Atanasio, sorprendido, miró a su mujer diciéndole:
—¿Y tu qué haces despierta a esta hora?
Nervioso, fue corriendo hacia el baño. Una vez allí, mirándose en el espejo, notó la mancha roja. Sorprendido y afanado por el pánico, se limpió como pudo. En eso, tocaron la puerta. Era Magdalena quien, embargada de la duda, tocaba aún cuando Atanasio no le permitía entrar.
Anonadada por la confusión, dejó de tocar para salir de su casa y se dirigió al antejardín donde Atanasio solía parquear el auto. Los rastros de las llantas en la hierba delataban que su marido llegó con prisa. Al través de la ventana notó que dentro del auto había una bota empantanada y una pala. En seguida multitud de pensamientos corrían por su mente, y todos apuntaban a lo mismo: —¿Qué ha pasado con mi marido?
Sin poderse responder, entró de nuevo en casa llamando a su esposo: —¡Atanasio! ¿Qué ha pasado?
Pero no se escuchaba nada, salvo su voz desesperada.
Magdalena, aunque preocupada, estaba decidida a sacar como fuere a Atanasio de su escondite para sacarle las acuciantes respuestas que esperaba. Pero una sórdida figura (acaso la de Atanasio) se escabullía por las paredes mientras que la confundida y sorprendida Magdalena intentaba encontrar a su marido.
Ella siempre se había preguntado cosas como ¿qué pasa después de la muerte? o ¿a dónde vamos apenas morimos, si es que vamos a algún lugar? Y ese momento no fue la excepción para sumar esas inquietudes a las que se le acababan de presentar. Mientras ese mar de preguntas y angustias inundaba su pensamiento, comenzó a experimentar algo inesperado y repentino:
Sintió que su cuerpo empezaba a desvanecerse, hasta que quedó una imagen desconocida para ella. Era la visión de una estrella de luz. Entonces ella comprendió ese gran secreto. Cerró las manos y apretó los ojos con fuerza, alzando su cabeza hacia el cielo, como si elevara una plegaria o, por qué no, como si lanzara una maldición.
En seguida, como despertando pero aún desconcertada por el terrible secreto, buscó a tientas en la gaveta del escritorio y sacó un papelito arrugado que encontró junto con un lápiz. Escribió unas palabras intraducibles y sólo así pudo sentir un poco de paz.
Fue entonces cuando Atanasio corrió hacia ella, la miró con ojos de quien ve algo que nunca más volverá a ver, y le dijo «¿caminamos?»… Pero su caminar se aligeró hasta ser vuelo que se dirigió hacia un lugar que jamás pensaron existente.
Se miraron a los ojos, se tomaron de las manos. El silencio era intenso pero no incómodo. Expresaba una conexión entre sus almas que significó lo lejos que estaban y el sufrimiento de lo perdido, que es sólo el comienzo de una nueva situación, de la vida, de la existencia.
Viajaron hasta la región de los muertos. Debían estar en otro universo, en un universo paralelo, porque la estadía en tal lugar, antes que marchitarlos (como de todos es sabido que pasa en nuestro mundo), los hacía sentir llenos de vida. Era paradójico que se sintieran así en un mundo donde todo estaba opaco y pálido.
Justo en ese vital momento surgió un pensamiento nuevo en la mente de Magdalena: ¿Por qué seguía con Atanasio? ¿Por qué no cortaba con hombre tan vil que acaso no hacía más que serle infiel? ¿Cómo podía dejar ella que su secreto fuera conocido? En ese momento, después de reflexionar, se dio cuenta de que Atanasio no merecía más que la muerte.
En medio de ese vuelo al inframundo, la impresión del viento marcó, sobre la ropa de Atanasio, la pequeña arma que minutos antes escondiera. Magdalena, sin rodeos y con la agilidad suficiente para no tener que forcejear, le arrebató la hachuela, la tomó con las manos y le asestó un golpe limpio en la cabeza. Su marido cayó rápidamente al vacío, y allí surgió un nuevo sentimiento paradójico en Magdalena: haber asesinado al amor de su vida le trajo gran paz interior, en tanto que se alejaban físicamente sentía que también se iban liberando gradualmente sus almas de la cárcel de sus cuerpos. Sabía que lo amaba y sabía que debía acallarlo. Quizá lo hizo porque ya no sabía qué hacer.
Volvió a su turbada memoria todo lo que había sucedido, la mancha roja, la hachuela, los objetos del auto, su vuelo al inframundo. Ciertamente todo era tan extraño y oscuro como el secreto codificado en aquel insignificante papelito arrugado. Pero al fin, al fin lo comprendió todo: ¡su esposo era un vampiro!
Esa noche, cerca de las tres de la mañana, Atanasio venía de cobrar venganza contra Euclides, un pretendiente de Magdalena, a quien Atanasio negó la inmortalidad de los de su especie y condenó a la agónica sepultura estando vivo. Claro, hubo tiempo para celebrar mordiendo alguno que otro cuello, pero esa es otra historia.
«¿Se habrá dado cuenta Atanasio —inquiriía Magdalena para sí— de aquel hombre que inútilmente pretendía mi amor? ¡Podrá haberlo asesinado!»
Mientras Magdalena pensaba estas cosas, se distrajo de la contemplación de la caída del cadáver de su esposo al infinito abismo y, sin notarlo ella ni recordar que los vampiros no mueren de golpes en la cabeza, abrió los ojos encontrándose la aterradora visión de su marido clavándole los dientes en su cuello. Atanasio había resurgido y acababa entonces con lo que quedaba de humanidad en Magdalena.
Sí, sí que era un vampiro…
«Polvo serán, mas polvo enamorado», resonó una voz proveniente del inframundo. Y Magdalena cayó sin aliento sobre el cuerpo de su amado. Atanasio abrió los ojos. «¿Qué será toda esa cacofonía de olores que le venían a la nariz?» Estaba con los ojos abiertos, pero, al parecer, veía mejor con los ojos cerrados. ¡Tal era la oscuridad!
Se movió, sacudió una cantidad de bultos que tenía, se puso en pie. Seguía sin ver dónde estaba, pero al cabo de unos minutos pudo deducir que era más fácil guiarse por el olor. «Ninguna de esas porquerías que huelo se siente como la «Eau de Toilette» de mi Magda. ¿Será que identifico a Carlota? No, seguro que no estoy en su casa; y de haber yacido con Estefa, seguro que olería a Lasagna ‘a la lasagna de Estefita’… Pero no, huele es como a pocilga».
Más tarde, Atanasio salió de su casa, miraba cada detalle que Magdalena le daba; el cielo gris, una fría tarde, los niños que salían abrigados a montar en bicicleta.
En una esquina, Atanasio le preguntó «¿cómo puedo ser yo? ¿cómo puedo abordar la conciencia de mi vida y hacer que Magdalena cambie? ¿cómo hacer que los olores y los sentimientos sean sólo un estado de la conciencia condicionada?» En ese instante un punto de luz brilló en su frente, y dijo: ¡despierta!
FIN.
* * *
Agradecemos a los autores que participaron en esta creación:
Alejandro Calle Saldarriaga.
Andrea Ramírez Pérez.
Carolina Ceballos D.
Carolina Elejalde Pérez.
Francisco Peláez.
Giovani Marulanda A.
Jhoan Gonzalez Cadavid.
José Otálvaro Pineda.
Juan David Uribe V.
Juan Fernando López Giraldo.
Juana Julie Cano.
Lady Stephany Luna Parra.
Leandro Correa Arias.
Luisa Henao.
Maria Alejandra Quiroz.
Maria Isabel Zapata Llano.
Wendy Estefanía Vera Tangarife.
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* Creación colectiva, realizada con la coordinación de Revista Cronopio, durante la III Parada Juvenil de la Lectura, los días 9 y 10 de julio de 2011, en el parque San Lorenzo de Medellín.
A esta obra se le dio originalmente el título de «Un Cadáver Exquisito», en referencia a la técnica surrealista, pero sin suscribirse a ella; pues el evento de la Parada Juvenil de la lectura, realizado en un antiguo cementerio (ahora convertido en parque), giró en torno a la muerte. Por razones de estilo y homogeneidad del cuento, se pudieron haber añadido o modificado palabras o frases, e incluso se pudieron haber movido de sitio los aportes de cada escritor.