Literatura Cronopio

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Tournier el iconoclasta

TOURNIER, EL ICONOCLASTA

Por Maria del Carmen Fernández Díaz*

Michel Tournier nació en París en el año 1924. Tuvo una infancia difícil, interno en un colegio suizo. Algunos investigadores piensan que a esa circunstancia se debe su desconfianza ante el mundo y su soledad, que se ha prolongado a lo largo de toda su vida.

Novelista de brillante estilo, sus obras conllevan un fundamento reflexivo que el lector no deja de apreciar. El mismo dirá:« La literatura responde a dos funciones solidarias —así como el negro es solidario del blanco—, pero cumplidas desigualmente por unos y otros. Una función crítica, subversiva e impugnadora, que tiene su mejor arma en el humor, y una función de alabanza. Disolución y celebración» [1].

De ahí que el humor esté casi siempre presente en sus libros, aunque sea ácido y tienda a convertirse en subversión. Sus incursiones en la literatura infantil y en los mitos renovados y actualizados lo han hecho célebre.

Aunque siempre ha rechazado ser un intelectual o escribir «novelas de tesis», no se pueden negar ambos extremos. Llevado por un deseo y un placer de «perversión», una y otra vez se ha dedicado a evidenciar el lado oculto y oscuro de los grandes símbolos humanos.

Su predilección por la filosofía alemana, a la que dedicó gran parte de sus años de juventud, queda patente en sus novelas. El se ha declarado «contrabandista de la filosofía».Y el conjunto de su obra es un alegato múltiple y razonado a favor de una visión reflexiva del mundo y de sus diferentes facetas.

No es extraño que nunca le hayan concedido el premio Nobel de Literatura, al que ha estado nominado en numerosas ocasiones. La razón es muy sencilla: se trata de un autor al que le gusta la provocación. Y esta última es siempre un terreno resbaladizo en el que hay que pisar con sumo cuidado.

Cierto es que la literatura no es la vida, pero se le parece. A su entender, el mundo ha cambiado y evolucionado no a base de grandes masas amorfas y sin criterio, sino a través de algunas mentes innovadoras y extravagantes que, en cada época, se atrevieron a dar un paso en falso, más allá de lo admitido, impulsando con sus actos la renovación, la convulsión y el cambio que han permitido la dinámica de la historia, de los descubrimientos y la evolución de la humanidad. En eso consiste precisamente para él la función terapéutica del mito.

Su predilección por los personajes con desequilibrios psíquicos es innegable. Así sucede en su novela «El rey de los alisos», en la que Abel Tiffauges sufre la incomprensión de la sociedad. O en «Gilles y Juana», en la que recrea el personaje de Gilles de Rais, monstruo sanguinario, según la historia, o amante desesperado según el autor.

En su relato «Los sudarios de Verónica», se añade además el componente sadomasoquista, ya presente en el último libro citado.

También los niños sufren inadaptación a la sociedad. Es el caso de Pulgarcito, en «La fuga de Petit Poucet» o de Amandine, en «Amandine y los dos jardines». Ninguno de ellos se encuentra a gusto en el entorno familiar. Pulgarcito se siente desquiciado ante el lujo y la modernidad de su casa. Amandine ante la pulcritud y el orden hogareños.

Otro aspecto reiterado en sus libros es la homosexualidad masculina, presente en «Gilles y Juana», en «Los meteoros» y en tantos otros relatos.

Podríamos preguntarnos qué tipo de personajes presenta Tournier en su obra y fácilmente llegaríamos a la conclusión de que pocos son los equilibrados en medio de tanto conflicto vital y emocional como podemos observar. Incluso Robinson, en «Viernes o los libros del Pacífico», se comporta de manera sádica con Viernes en un principio.

El autor se complace en mostrar al ser humano en toda su complejidad psicológica. Está retratando su mente y sus perturbaciones. La pregunta es por qué lo hace, con qué finalidad.
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Tal vez se trate de una advertencia o simplemente de una constatación. En todo caso, el panorama resulta inquietante y las alternativas propuestas prácticamente nulas, a excepción de la vuelta a la naturaleza, remanso de paz y terapia para el alma.

La psicopatía parece ser una patología consustancial a la modernidad. La escisión entre razón y emoción es su detonante. El pensamiento del psicópata, contra todo pronóstico, es racional y pragmático, coincidiendo así con el espíritu capitalista moderno y postmoderno. El individualismo debilita los vínculos sociales. Gracias a esa fragmentación, cada individuo es una posible víctima de la predación o un hipotético predador. Al mismo tiempo, la banalización del mal se ha vuelto moneda común.

Consecuencia de todo ello es la violencia, ya sea física o cultural, y la falta absoluta de empatía y de altruismo.

Tournier viene a decirnos que el ser humano está enfermo, desde la noche de los tiempos, pero más que nunca hoy en día. Viene a insistir en la depravación moral de los individuos, en sus desarreglos mentales y en su falta de asideros firmes ante la vida.

La crítica ha puesto el acento en los mundos perversos que describe el autor. Seguramente su función consiste en colocar un espejo ante el que desfilan toda suerte de personajes marginales, malvados, con gustos extraños, con placeres inconfesados, tal y como sucede a veces en la realidad.

Se trata, pues, de una labor transgresora ante una sociedad de apariencias, demasiado reglada, demasiado seria, incapaz de reconocer sus fallos e inmersa en una enorme hipocresía. Ante tal panorama, Tournier opta por escandalizarla, proponiéndole sus propios ejemplos, precisamente aquellos que más se tratan de ocultar.

Las dosis de humor ayudan a digerir con mayor facilidad esos bocados amargos. No obstante, el autor sabe que los transgresores son castigados, Y, aun así, algo muy profundo, muy arraigado en la entraña del ser humano lo conduce hacia la satisfacción de sus impulsos. Según sus propias palabras : «La sociedad está condenada a muerte por las fuerzas del orden y la organización que pesa sobre ella. Todo poder político, policial o administrativo es conservador. Si nada le hace encontrar su equilibrio, engendrará una sociedad bloqueada, parecida a una colmena, a un hormiguero, a un nido de termitas. Ya no habrá nada humano; es decir, nada imprevisto, nada creativo entre los hombres.

El escritor tiene como función natural iluminar con sus libros foros de reflexión, de rebelión, de puesta en duda del orden establecido. Incansablemente, lanza llamamientos a la revuelta, al desorden, porque no hay nada humano sin originalidad y toda originalidad es un desorden. Por eso el escritor es perseguido tan a menudo» [2]. Y añade: «Todos nosotros sufrimos la presión del cuerpo social, que nos impone-como tantos otros estereotipos- nuestros comportamientos, nuestras opiniones y hasta nuestro aspecto exterior. Es característico de los creadores oponer resistencia a esa sujeción yendo contra corriente y poniendo en circulación sus propios modelos, lo cual no significa que su pertenencia a determinada sociedad no esté continuamente amenazada y ello no se traduzca a veces en mutilaciones, deformidades y complicidades vergonzosas» [3].
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En la sociedad postmoderna, desencantada, un autor como Tournier representa su soplo de aire fresco. Su gran aportación sin duda es haber reinterpretado un mundo antiguo, mítico, y haberlo adaptado al mundo actual. Por eso se le puede llamar iconoclasta, porque derriba las lecturas clásicas de las antiguas leyendas, muchas de ellas literarias. Ahora bien, el escritor no impone sus tesis, deja plena libertad de interpretación a sus lectores. Y, por si existiese alguna duda al respecto, así lo proclama:« Una novela puede contener una tesis, pero es importante que sea el lector, no el escritor, quien la introduzca, pues la interpretación —tendenciosa o no— sólo es competencia del primero, y la pluralidad de interpretaciones —en último caso tan numerosas como los propios lectores— revela el valor y la riqueza de la invención poética, novelesca o teatral» [4].

Tournier permanece soltero y vive en un viejo presbiterio en el valle de la Chevreuse, a varias decenas de kilómetros de París, donde cuidaba hasta hace poco un amplio jardín. Mientras su salud se lo permitió, viajó mucho a Alemania y también a los países del Magreb. En los últimos años, debido a su avanzada edad, declaró sentirse muy aburrido.

NOTAS

[1] M. TOURNIER, El vuelo del vampiro, ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p. 210.
[2] M. TOURNIER, Le médianoche amoureux, ed. Gallimard, Paris, 1989, pp. 160-161.
[3] Idem, El vuelo del vampiro, op. cit., p. 28.
[4] Ibidem, p. 13
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* Maria del Carmen Fernández Díaz es profesora titular de Filología Francesa en la Universidad de Santiago de Compostela, España. Premio de Ensayo Miguel de Unamuno, 2006, por su libro «Marguerite Yourcenar: Erotismo, alquimia y otros saberes». Premio Becerro de Bengoa, 2007, por su libro «Las caras de Afrotita: pasado y presente del erotismo femenino en la literatura francesa, española y portuguesa». Ha publicado cuarenta artículos en revistas literarias y especializadas.

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