Literatura Cronopio

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Para tranquilizar algo mi conciencia, un domingo en la tarde decidí visitar a su señora esposa y darle mi sentido pésame, temiendo que no me recordara. Conocía de sobra su amabilidad porque varios compañeros y yo fuimos muchas veces a su casa, para hacer consultas académicas en la biblioteca privada del profesor, y ella nos atendía muy bien. Después de un corto y protocolario saludo, cordialmente me invitó a entrar y nos sentamos en la sala. Estando allí, extendió su mano para estrechar la mía y a la vez me pidió delicadamente que repitiera mi nombre. Se lo dije pausadamente y se puso a pensar en él como si le resultara familiar. Entonces se levantó, me dijo que esperase un momento y haciendo gala de una excelente memoria, fue hasta la biblioteca y trajo el escrito que el profesor tenía en sus manos al momento de morir. Me lo regaló, argumentando que me pertenecía, pues yo se lo había entregado años atrás cuando fui uno de sus estudiantes. Como evidencia señaló que en la última página mi nombre aún podía leerse. Me sorprendí mucho, tanto por su retentiva como por el desprendimiento de un recuerdo de su esposo y le agradecí ese fabuloso obsequio. A partir de ahí, mantuvimos una larga y amena charla, donde pude notar que la viuda había afrontado el infortunio con entereza y, con mucha valentía supo hacer a un lado el dolor para hablar con extrema sencillez sobre algunas anécdotas del profesor. Cuando le noté un poco de cansancio, y por consideración a su edad, aligeré mi despedida.

Hice grandes esfuerzos por recordar el contenido del relato que gentilmente la señora me regaló y que supuestamente yo había escrito, pero no pude. Ya en casa, en completa calma para refrescar mi memoria, procedí a leerlo.
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«Señor profesor, deseo contarle una historia que ocurrió hace muchos años en el pueblo donde nací y que merece conocerse por gente que no ha vivido allí. Haré un intento por relacionar la anécdota que escribí y la tarea que Usted nos ha asignado. Ahí va pues.

Todos los estudiantes saben que si se van por la carretera desde el pueblo hasta la escuela, el trayecto se hace largo y el viaje se torna aburrido. Para hacerlo más ameno, se idearon un divertido juego. Buscan atajos, bordeando la quebrada que baja de las montañas con un caudal cuya fuerza fluctúa según la época, y aprovechan esta circunstancia para tirar a sus aguas barquitos de papel y ramitas secas para correr tras ellas, imaginándose ser capitanes de grandes naves que surcan bravos ríos y agitados mares. A alguien se le ocurrió convertir este viaje en una sana competencia, y por gustarle tanto a los niños, con el paso de los años se volvió popular. Desde entonces, todos los escolares aprovechan esta caminata para participar en dicho juego.

Todo comenzaba de manera espontánea cuando nos encontrábamos en la playa de la quebrada, cerca del puente colgante. Cada estudiante traía consigo un trocito de madera del tamaño de un lápiz. Uno a uno se lo entregaban a un compañero, quien se montaba a una gran piedra que había en la vega de la quebrada y una vez arriba, anunciaba el inicio del certamen tirando simultáneamente todos los palitos al agua. Los demás, expectantes, nos disponíamos alertas a una distancia prudente para cerciorarnos que efectivamente los soltara sin trampa alguna. Cuando caían en el afluente, la fuerza del caudal los arrastraba, de tal modo que algunos bajaban más rápido y había que contar con suerte para que el propio no quedara dando vueltas en remolinos o se enredara en hierbas y basuras que había en el cuerpo de agua. No se podía, como norma de juego, ayudar al palito a salir de ningún atolladero, lo que obligaba a rezagarse a algunos y adelantarse a otros. Dependiendo del avance de cada trozo de madera, se manifestaban diferentes emociones, unos gritaban de alegría y otros por el desespero. La gente del lugar, acostumbrada a ver este espectáculo, lo tomaba como una romería de niños inocentes, corriendo detrás de unos pequeños maderos arrastrados por la quebrada.
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El recorrido era algo intrincado porque la quebrada discurre por un llano bordeando pequeñas colinas y montículos de tierra, y en algunos trayectos las aguas se represan antes de un canal que habían construido. Allí los palitos se detenían por un corto tiempo, sobrenadando mientras el agua se introducía a la canalización y volvía a empujarlos hacia abajo. A partir de ahí y debido al peralte con que construyeron la acera de concreto, se debía transitar con mucha precaución. Era frecuente que, por el afán y por el descuido, alguno resbalase al pisar la arenilla depositada sobre la inclinada pared y caía directo al canal. Era un drama para el infortunado, pues aquellos que lo veían caer se mofaban varios días de su mala suerte. En ese punto, abruptamente los palitos salían embalados por la fuerza del agua canalizada, adquiriendo mayor velocidad, alejándose con mucha rapidez. A pesar de ello y desde lejos, cada cual reconocía el suyo y seguía su trayectoria. Con mucho esfuerzo, se les daba alcance cuando un remanso disminuía un poco su vertiginosa velocidad. Todos corríamos a más no poder, sin soltar los útiles escolares, poniéndole cuidado a su respectivo palito, y veíamos de quién era el que cruzaba primero por debajo del viejo puente de madera cercano a la escuela. Esa era la meta final. Hasta allí llegábamos y dejábamos los tronquitos viajar indefinidamente por las aguas, muy seguramente hasta los confines del lejano mar. Sin duda, era una competencia sana, al aire libre y a pleno sol, que nos agotaba físicamente.

Llegó un día en el que coincidieron las mejores condiciones para una buena competencia pues la corriente de agua era suficientemente fuerte y el sol brillaba intensamente, incrementando la visibilidad. En esa ocasión, memorable para mí, y por primera vez en todas las competencias en que había participado, mi palito iba de primero. Estaba pletórico de alegría, en una euforia tal que no recordé por un solo instante que íbamos para la escuela, sin pensar que por esas cosas del destino, tendría que devolverme a casa. La emoción me cegó y olvidé seguir las precauciones para evitar un accidente, de tal manera que finalizando el trayecto pisé la arenilla apostada en la empinada acera, resbalé estrepitosamente y caí dentro del agua canalizada que me arrastró varios metros. En mi desesperado afán por levantarme, buscaba infructuosamente de dónde agarrarme, pero la fuerza del agua no lo permitió durante un buen trayecto. No sé cómo quedé ileso de aquella caída y llorando, agobiado por el pánico, me arrastré por la pared hasta llegar a la parte superior de la canalización. Una vez seguro en tierra, me senté sin comprender qué había pasado, y cuando logré un poco de calma, fui consciente de que el agua no sólo me había mojado hasta los tuétanos, sino que había penetrado mi maleta, a la que nunca solté, mojando mis pocas pertenencias, incluyendo todos los cuadernos.
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Iracundo por mi torpeza, enojado con el gozo de mis compañeros y preso del asco por la suciedad del agua, no tuve otra alternativa que devolverme para mi hogar. Allí, luego de un meticuloso baño, me cambié de ropa, saqué todo el contenido de mi maleta y puse, sobre un pequeño escritorio que había en mi habitación, los cuadernos empapados, bien abiertos para que se secaran mientras volvía. De nuevo me dirigí a la escuela, donde, por llegar tarde y quizá como castigo, me pidieron todas las tareas que habían puesto la tarde anterior. Todos mis maestros creyeron que estaba mintiendo con respecto a aquella caída para no cumplir con mis obligaciones de estudiante. Y para ajustar mi desazón, ningún compañero se solidarizó conmigo pues nadie quería ser castigado porque en la escuela prohibían participar en ese juego. Así que ese memorable día, mis resultados no pudieron ser peores.

Cuando regresé a casa, después de pasar todas esas enojosas vergüenzas en la escuela, mis padres también me reprendieron. Ellos se habían enterado de lo ocurrido en la mañana y argumentaron, para castigarme, que desobedecí la orden impartida desde hacía mucho tiempo de no jugar en la canalización, porque era peligroso y podría ahogarme. Entonces decidieron encerrarme en la alcoba y no me permitieron salir a jugar con mis amigos, como acostumbraba hacerlo todas las tardes. En vez de ponerme triste, buscando con qué entretener el tiempo, me dispuse a trasladar juiciosamente el contenido de los cuadernos a otros nuevos que cogí del escaparate de la casa, al descuido de mi madre.

Al tomar los cuadernos mojados en la mañana, ya casi secos, noté que en las hojas había ocurrido un fenómeno extraño, al que nunca había visto, pero dada su belleza me pareció espectacular. Las diferentes tintas de los lapiceros con que había escrito sobre ellas, no sólo se habían desplazado de sitio, sino que se habían transformado en ordenadas y coloridas manchas. Lo escrito en un renglón, apareció registrado más arriba y mejor aún, las diferentes tintas mostraban, en cantidad e intensidad, diferentes capas de colores de indescriptible belleza, nítidas huellas de azules, verdes, amarillos, rojos y naranjas.

Pasé la noche observando hoja por hoja, absorto en tan bello espectáculo, lo que disminuyó la dureza de los castigos. Inquieto y atraído por este fenómeno, posteriormente pregunté a mis compañeros para saber si a alguno le había sucedido lo mismo y encontré que efectivamente les había ocurrido al menos una vez y, para mi decepción, también noté que no tenían interés en hablar del tema. Ellos lo olvidaban, pero yo no. Y mi cabecita continuaba dándole vueltas, tratando de encontrar una explicación lógica al asunto. Hasta creo que se convirtió en una obsesión, pues lo ensayé muchas veces. Ponía una gota de tinta sobre un papel y luego lo introducía verticalmente en un vaso con agua. Ella se desplazaba por el papel, bordeando la gota de tinta y como resultado final dejaba en el papel una espaciada y hermosa estela de colores.

Siempre ocurría lo mismo pero en diferentes tiempos, según la naturaleza de la tinta. Capas de maravillosos colores aparecían como por arte de magia, encumbrados en sitios distantes desde donde había puesto la gota. Lo repetí hasta la saciedad, con papeles diversos y variadas tintas, y si bien el resultado final era similar, en relación con la aparición de los colores, resaltaban otras diferencias notorias, que me fascinaban aún más. El número de capas de colores, su grosor y la distancia recorrida por cada uno eran diferentes para cada tinta.
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Vivía fascinado con este incomprensible prodigio, entonces lo repliqué con materiales distintos al papel y la tinta. Se me ocurría rayar con marcadores tanto las paredes de las casas vecinas como la ropa de mis hermanos y luego procedía a echarles agua, esperando pacientemente la aparición de los susodichos colores. En aquella época mis padres y profesores se preocuparon por mi constante mojadera de cosas y se indignaban al punto de prohibirme que lo repitiera, pero su actitud encendía aún más el agrado por hacerlo. Es muy probable que, con el paso del tiempo, terminaran por olvidarlo, pero ese no fue mi caso. Lo seguí haciendo, pero de manera más discreta y metódica.

Cada vez que realizaba esa rica experiencia pensaba con alegría en diversas cosas, humanas y divinas. Por el lado humano, asociaba a cada uno de los colores que veía en el papel con los mundanos dulces que vendían en las tiendas cercanas a la escuela, con los variados decorados de las tortas, con las fragantes frutas, con las hermosas flores y por no decir más, con un sinfín de objetos agradables a mi vista. Por el lado divino, no sabía, ni sé, ni me interesa saberlo, si cada color tenga un dios que la mitología identifique con él, pero la emoción de esos momentos, producto de la observación, me hacía pensar que sí, que cada uno era la dignísima representación de la bondad particular de alguno de ellos. Mágicamente, y para sorpresa mía, esos dioses se liberaban de su escondite y materializaban su colorida presencia en un simple pedazo de papel. ¡Qué fantasía!

La feliz coincidencia entre aquella caída al agua, haberse mojado los cuadernos, el castigo en casa y el tiempo encerrado en la alcoba, permitió que se despertase en mí el asombro por este hermoso fenómeno. Mucho tiempo después, y por aquellas cosas del destino, Usted querido profesor, lo aumentaría al explicármelo en profundidad en sus clases de química».

Resultó ser cierto lo dicho por la esposa del profesor. Yo había escrito esta historia como respuesta a una lección que él nos encomendó, en la que debíamos relacionar un tópico de clase con alguna experiencia que hubiésemos vivido y no encontré otra más apropiada que enlazar la cromatografía con aquella funesta caída al agua. Después de leer varias veces el mensaje que el maestro había escrito allí, con su característico estilo, logré entenderlo. En la nota, de su puño y letra, registrada en la parte superior del trabajo, podía leerse: «Siento pena con el autor de este relato, pues a pesar de haber dado un buen ejemplo para explicar este bello fenómeno con una sencillez poco usual, no lo di a conocer a otros alumnos en los demás cursos. Pensándolo bien, hizo una excelente asociación entre lo que aprendió de cromatografía y un hecho anecdótico de su vida. Abrigo la esperanza en que algún día, este estudiante sabrá perdonarme».
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Pareciera que la inminencia de su deceso le hubiere conferido una extraña capacidad premonitoria. Como si intuyera que yo habría de leer la nota en corto tiempo, procedió a escribirla poco antes de morir. Me emocioné mucho al leerla, respiré profundo y, con todo mi corazón, le perdoné. Ante tales circunstancias, no pude contener el llanto y sin quererlo, varias lágrimas cayeron justamente sobre la nota del profesor. La lógica química indica que los constituyentes de la tinta usada por él se distanciarán deformando las palabras escritas y simultáneamente liberarán aquellos escondidos y coloridos dioses.

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* Carlos Arturo Correa Maya es profesor de tiempo completo en EAFIT, por más de treinta años, en Ingeniería de Procesos. Ha sido profesor de cátedra de la Universidad de Medellín, Escuela de Ingeniería de Antioquia, Universidad de Antioquia y docente invitado en otras universidades de Europa. Tiene en su haber dos libros: «Literatura, cuentos de un Hombre Común» y otro en el área de la química, titulado «Fenómenos Químicos». Ha sido escritor invitado en revistas nacionales e internacionales. Su quehacer universitario como docente es la Química, haciendo énfasis en la Instrumental. Correo-e: ccorrea@eafit.edu.co

Los presentes cuentos hacen parte de su libro Historias para no olvidar lo aprendido, pronto a ser publicado.

32 COMENTARIOS

  1. » Agua para el ángel de la guarda! . Me recordó mi niñez, vivir en el campo y maravillarnos por los secretos y cuentos que mis tías, mis primos y los desconocidos a quiénes visitábamos cada día con ocasión de nuestras vacaciones contaban cada vez que mi madre compartía con ellos y cuando niña no podías participar, solo escuchar y dibujar en mí mente las historias y todas sus formas ; son de esas cosas lindas que nunca olvidas, gracias por compartir.

  2. ¡Qué privilegio conocerte, querido Carlos! Siempre me han cautivado tus relatos, sean escritos o narrados. Son una excelente combinación entre fantasía y realidad, creencias y sabiduría. Me transportaste a tus maravillosas clases de Química Instrumental con el cuento sobre cromatografía; no paré de sonreír mientras lo leía.
    ¡Excelente maestro, magnífico escritor!

  3. Excelente sus escritos, de esas historias que no se quiere que terminen, gracias Profesor Carlos por compartirlas conmigo, muchas felicitaciones.

  4. Una mezcla llena de muchos anolitos de subes y bajas, de caídas y resbalones, la anécdota de una vida llena de logros, y las gracias por todos los días enseñarnos, más que un sentimiento, un corazón lleno de química para el mundo

  5. La ficción, la teoría y la realidad se complementan y se unen en una historia entretenida de principio a fin.
    Es impresionante la habilidad del escritor para generar esa mágica atmósfera, en la cual, el lector es capaz de imaginar, de forma fantástica, la historia mientras la lee.
    ¡¡Felicitaciones por tan maravillosos cuentos!!

  6. Es una mezcla de talento y esfuerzo, de humanidad y empatia lo que reflejan sus cuentos, Carlos. Me producen placer y nostalgia, al verme reflejada en ellos. Envidio su sabiduria y poder… Espero algun dia poder producirle lo mismo, querido profesor, con uno de mi autoria.

  7. Gracias Carlos por contarnos estas dos cuentos de infancia y asombro!, el asombro es clave en el aprender! los disfruté mucho!! con aprecio, YM

  8. Caliche, Felicitaciones

    Es volver a los miedos de la infancia y a los miedos cotidianos. Recuerdo esos fantasmas que rondaban la almohada al dormir en noches oscuras silenciosas. Recuerdo los muertos y esos rituales macabros. Todos reunidos alrededor del ataúd, esos rezos incesantes de duelos y plañideras queriendo retener el difunto en este mundo sin querer liberarlo de las ataduras de este. Vuelvo a recordar esa agonía espantosa de viejos y niños, renuentes siempre a entrar por el túnel de la muerte, y nuestro convencimiento arrogante de nuestra propia inmortalidad. Sin embargo, nuestros fantasmas, y nuestros miedos no se van, y siguen creciendo en nuestros sueños y nuestros días.

  9. Profe excelentes los cuentos. Lo transportan a uno a esa antioquia indomita.
    Me gusto particularmente el de la cromatografía. Un maestro ejemplar como ud mi querido profe!!

  10. Carlos,
    He logrado disfrutar la cautivadora historia, quizas por el entorno que recrea y el momento de la niñez… me revivió recuerdos de la abuela, pero te confieso, no tuve esas cercanias con la muerte y el Angel, pero comprendí todo el fervor religioso de una época.
    Espero continuar deleitandome con los «cuentos de un hombre comun» y seguirte la huella en tus narraciones. Felicitaciones

  11. Es grato encontrar literatos que puedan entrelasar elementos de teorias establecidas con
    mundos magicos .Demostrando que con ensayos como estos se pueden conocer

  12. ¡Genial como siempre! Me sorprende la manera como envuelves tu vida en un cuento. «La lógica química indica que los constituyentes de la tinta usada por él se distanciarán deformando las palabras escritas y simultáneamente liberarán aquellos escondidos y coloridos dioses».

    ¡Gracias por tus cuentos!

  13. Buenísimos los cuentos. Se viven, atrapan y hacen recordar. Esta publicación todo un éxito. Felicitaciones Carlos Arturo

  14. Carlos,

    Una buena historia y además bien contada te atrapa. Gracias por atraparme. ¿Cuando tendremos otra?

  15. Carlos, tan pronto recibí tu mensaje me di a la búsqueda de este par de cuentos, consciente de lo que podría ocurrir si empezaba a leerlos… ¡y ocurrió! Como siempre me sucede con tus historias, escritas o narradas, ya no pude parar hasta llegar al final. Me encantan tus cuentos y me encantan las reacciones que provocan entre quienes te conocemos en calidad de docente, colega y amigo. ¡Felicitaciones por el nuevo libro!

  16. Siempre disfruto cuando los hombres recuerdan su pasado y buscan en la memoria, fragmentos de niñez, anécdotas que valen la pena compartirse. Me gusta su estilo, el lugar de donde recoge la inspiración, la manera en la que teje la historia. Me gustaría encontrar más de su personalidad ocurrente y pícara. Chevere que lo haya compartido con sus estudiantes.

  17. Carlos, qué bueno haber encontrado estos cuentos. ¡Quedé antojado de leer más cuentos de un hombre común e historias para no olvidar!

  18. Carlos, como siempre maravillosos cuentos que llegan al corazón, en especial el de la cromatografía porque me recordó sus clases. Empezando por poco espero llegar a deleitar tanto a mis estudiantes como este profesor lo logró con su estudiante, y como usted lo logró conmigo.

  19. Isabel y Valentina
    Profesor Carlos, fue un buen pasaje imaginativo el que nos produjo su texto, la naturalidad y el léxico critiano son de admiración, creando un ambiente acogedor y agradable al entender humano.
    Nuestras más gratas felicitaciones.

  20. Profe, me alegro que le hayan publicado su historia, y ojala nos siga compartiendo sus anécdotas!

  21. Conocía la tradición, pero nunca me había parecido tan entretenida, muy buena manera de narrar la historia felicitaciones profe, muy buen escritor, impresionante.

  22. Querido y admirado profesor; me enorgullece de sobremanera haber sido una de sus estudiantes, de quien aprendí no solo sobre la materia de química… sino de un ser humano integro y que deja huella.
    Me encantan sus historias… tienen el encanto que hace no querer parar hasta saber el desenlace final. 😉
    MUCHAS FELICITACIONES…

  23. Carlos te felicito de corazón por escribir estos bellos cuentos y estoy segura que Mama desde el cielo te felicita también por ellos, pues sabes cuanto le gustaba leer cada una de las palabras que componian tus cuentos.

  24. Apreciado Carlos: brillante este, como todos tus otros cuentos que conozco. Cuantos recuerdos me traen tus «historias». Un abrazo

  25. Muchas felicitaciones. La forma de escribir y los relatos no solo reflejan el disfrute de este arte, sino de una vida llena de experiencia. «Lo bueno, si breve, dos veces bueno»

  26. Simplemente maravilloso, como todo lo que haces… tus palabras simplemente transmiten !!
    Que orgullo tenerte como profesor!!

  27. No pare un segundo de leer esta maravillosa historia, me gustaría seguir divirtiéndome con todos estos relatos!

  28. A todos sus estudiantes nos llena de orgullo saber que contamos con un maestro con estas capacidades, que las historias que llenan nuestras horas de clase sean compartidas con el mundo es muy gratificante.
    Espero poder seguir leyendo este tipo de historias.

  29. Excelente relato. Muy entretenido y lleno de temas interesantes. Felicitaciones al autor del libro y espero más de estas historias tan bellas y relacionadas con una parte muy importante en mi vida: la química.

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