Literatura Cronopio

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Mientras el día de las elecciones presidenciales se acercaba, cada vez las manifestaciones apoyando uno y otro candidato eran más frecuentes. Los estadios de fútbol se convirtieron en el lugar favorito de los candidatos. Mientras Büchi llenaba el estadio Sausalito en Viña, Aylwin tenía el estadio Nacional en Santiago a reventar. Las campañas en televisión cada vez eran más agresivas la una con la otra. Lo interesante de toda la parte política que viví en Chile, es que aunque Manuel apoyaba a un candidato diferente al que apoyaban Andrea y Nico, nuestra amistad nunca se vio afectada por ello. Yo siempre permanecía ajeno a ambos debates políticos. Por otro lado, las cosas en Colombia no mejoraban. Los carros bombas continuaban. Por las cartas de nuestros familiares nos enterábamos que ir a los Centros Comerciales era algo problemático debido a las constantes requisas que hacían los guardias de seguridad por temor a las bombas. Mi familia aún no había sido afectada de manera directa por la violencia. Aunque era algo que no me inquietaba mucho, sí podía sentir la preocupación en las conversaciones que tenían mis papás. Un día nuestra comida fue interrumpida por una llamada telefónica de Colombia. Mientras hablaba, podía ver cómo le iba cambiando la cara y la voz a mi papá. Después de colgar, nos contó que mientras estaba en la finca con su familia, los paramilitares habían secuestrado a mi tío Gabriel y después de torturalo, lo habían asesinado en uno de los potreros cerca de la casa principal. Los paramilitares habían argumentado que con ese asesinato se castigaba a todos aquellos que estuvieran apoyando a la guerrilla. Lo que ellos no entendían, o no querían entender, es que Gabriel había dado dinero a la guerrilla no para apoyar la causa subversiva de éstos, sino debido a las amenazas de muerte que había recibido.

El asesinato de Gabriel cambió muchas cosas en nuestra casa. Mis padres se vieron muy afectados por toda la situación. Empezaron a extrañar más a su familia y nos decían que una tristeza tan grande era muy difícil soportarse estando tan lejos. Desde aquellos días comenzó a hablarse de volver a Colombia. Yo trataba de no pensar en ello. Mi vida en Chile era tan feliz que no quería dejarla.

El triunfo de Aylwin en las elecciones y el final del año escolar señalaron el comienzo del verano. Manuel y yo nos reuníamos casi todos los días para ir a la playa. Él llegaba a mi casa al medio día, almorzábamos y nos íbamos para alguna de las playas de la ciudad. Teníamos que ir temprano pues después de las tres de la tarde estaban completamente llenas. Los vestidos de baño de las mujeres en general me parecían muy tradicionales. Pero Manuel sabía de una playa en la que iban en su mayoría turistas argentinas, las cuales eran menos conservadoras. Reñaca se convirtió en nuestra playa favorita. Casi ni nos bañábamos pues sólo íbamos a mirar las diferentes clases de vestidos de baño y en especial a las mujeres que los vestían. En las noches íbamos al centro de Viña y caminábamos por la calle Valparaíso en la cual había varios espectáculos organizados por los negocios locales. Después de la media noche volvíamos a nuestras respectivas casas.

Catalina estaba de paseo con su familia en Bariloche en la frontera con Argentina. Cuando volvió, me pareció que estaba más hermosa que nunca. De regalo me trajo unos chocolates deliciosos. Si mal no recuerdo, dicen que los chocolates de allí son unos de los mejores del mundo. ¡Pero qué voy yo a saber! La llegada de Catalina hizo que cambiaran mis planes con Manuel. Primero, por obvias razones, ya no podría ir a Reñaca a ver los diminutos vestidos de baño de las argentinas. Segundo, para poder pasar tiempo con Catalina, le dije a Manuel que mi papá necesitaba ayuda en su negocio por las tardes. Cuando salía con ella siempre temía encontrarme con Manuel. No entiendo por qué nunca fui lo suficientemente valiente para contarle todo, a lo mejor él hubiera entendido.

Después de meditarlo por un tiempo, mis padres decidieron que lo mejor para todos era volver a Colombia. No pude hacer nada para cambiar esa determinación. Recuerdo que la mamá de Manuel trató de convencer a mis papás para que me dejaran con ella. Pero ustedes pueden deducir la respuesta. Se había determinado que el día del viaje sería el lunes cinco de febrero. Todos nuestros familiares en Colombia estaban muy contentos y eran muy pocos (por no decir que nadie) los que entendían el motivo de mi tristeza. Traté de disfrutar los últimos días con mis amigos. Andrea organizó una fiesta de despedida con los compañeros de clase. Recuerdo que me encontré en el centro con Manuel y fuimos al supermercado Santa Isabel a comprar una botella de pisco. Cuando llegamos, nuestra botella se convirtió en el alma de la fiesta. Esa noche, con mi primera borrachera, fui a la casa de Catalina. Desde allí llamé a casa para mentir que esa noche iba a dormir en la casa de Manuel. Los papás de ella andaban fuera de la ciudad, y su hermano mayor andaba en Santiago con unos amigos de la Universidad de Chile. Nos acostamos en su cama, nos besamos y después de estar abrazados por un rato nos quedamos dormidos. Fue algo maravilloso.

Me levanté bastante temprano con un fuerte dolor de cabeza y me fui para mi casa. Faltaban dos días para nuestro viaje de regreso. Ese sábado Manuel, Andrea y yo fuimos a ver Volver al futuro II con Michael J. Fox. El domingo Manuel me invitó a una carrera de caballos a la que fuimos con sus papás. Él y yo apostamos a un caballo de nombre Chango. Era el favorito y las apuestas pagaban $2.41 por cada peso apostado. Yo aposté $500 pesos chilenos. Quince minutos después mi amigo y yo estábamos brincando al ver a Chango atravesar la línea de llegada en primer lugar. Después de despedirme de sus papás, Manuel me acompañó a tomar el autobús. Cuando vimos que mi bus venía nos abrazamos y prometimos escribirnos. Sólo lo hicimos unas pocas veces, y luego, cuando llegó la tecnología y con ésta el correo electrónico, nos escribimos sólo una vez más. Desde eso no volví a tener noticias de él hasta cuando un día, hace menos de tres años, busqué su nombre en la Internet y encontré unas fotos de él con su esposa Andrea Celedón y con su hijo de seis meses que se llamaba como yo: Santiago.

Cuando llegué a casa, Catalina me estaba esperando. Comimos juntos y luego fuimos a dar una vuelta por el parque en frente de mi casa. Era una noche fresca. La brisa hacía muy agradable el caminar de la mano con ella. Esa noche prometimos que nos escribiríamos constantemente. Ella me dijo que me llamaría por lo menos una vez al mes y yo le prometí lo mismo. La acompañé a tomar el autobús y después de darle el último beso, ella me dio una foto con un atardecer. Este era muy similar al que ella y yo habíamos visto la noche que nos dimos nuestro primer beso en el muelle Vergara. Me quedé mirando el autobús por un tiempo y luego volví a mi casa llorando. Cuando mi papá me vio tan mal, me prometió que me regalaría un viaje a Chile, lo cual, por diferentes razones, nunca sucedió. Después que me encerré en mi cuarto, miré de nuevo la foto que me regaló Catalina, le di vuelta y leí la dedicatoria que decía: «Algún día todos tenemos que partir. Hoy es tu turno, tal vez mañana será el mío. Pero estamos tan cerca que el sol que te ilumina a ti es el mismo que me ilumina a mí.»

* * *
Pasaron quince años para que volviera. Cuando caminábamos por las calles de Viña parecía que el tiempo hubiera acabado con el centro de la ciudad. La calle Valparaíso no tenía el comercio de antes. Recuerdo que el taxista que condujo desde la Terminal hasta el centro de Viña dijo que esta ciudad había sido muy afectada por la recesión. Todos los grandes negocios se habían mudado a un Centro Comercial al norte de la ciudad. El centro ya no era lo mismo. Tomamos un colectivo que nos llevara al Recreo, el barrio donde viví. Nos bajamos en la esquina buscando la casa en la que viví con mis padres y hermanos por seis meses. Desde allí vi el parque donde le di el último beso a Catalina. Nos escribimos muy seguido al comienzo. Después de un tiempo la frecuencia no fue la misma y casi sin pensarlo dejamos de escribirnos. Ahora que lo pienso no estoy seguro si terminamos oficialmente nuestro noviazgo.

Luego de caminar un rato por el parque, nos paramos en frente de donde quedaba nuestra casa. Ya no existía. Había una construcción inmensa rodeada por un muro que protegía los alrededores de la casa, el cuál era más alto de lo que fue hace quince años. Todo era diferente, ni siquiera conservaron la misma dirección. Cuando nosotros vivíamos allí era Manuel Rodríguez 1783, la que cambió por 1785. Le expliqué a Liliana el significado tan grande que tuvo la casa y el parque en el cual estábamos parados. Luego de disfrutar un rato de la vista desde el parque, caminamos los tres juntos a tomar el autobús para luego visitar el colegio donde estudié. Sí, los tres, Liliana, yo y nuestro hijo. Aunque claro, aun no sabemos que Liliana está en embarazo, ni que nuestro hijo nacerá ocho meses después, un diecinueve de abril a las dos de la mañana.
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* Jaime A. Orrego es profesor de español y literatura latinoamericana en Saint Anselm College en Manchester (New Hampshire). Es ingeniero industrial de la Pontificia Universidad Javeriana y recibió el título de Ph.D. en literatura de la Universidad de Iowa. Es autor de varios cuentos, dos de ellos publicados, y varias entrevistas, entre ellas al escritor Héctor Abad Faciolince y al poeta chileno Oscar Hahn. En la actualidad se encuentra terminando una colección de cuentos que publicará pronto.

1 COMENTARIO

  1. Q gratificante historia, me trajo recuerdos de cuando Nicolas…….era Nicolas. Un abrazo gigante amigo «chilombiano»

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