ARS LONGA
Por Miguel Gomes*
En mis más de veinticinco años de publicar en exigentes revistas de investigación y algunas literarias he aprendido mucho. Usualmente, durante el proceso de edición, acepto las observaciones que se les hacen a mis manuscritos cuando están justificadas metodológica o críticamente. Si se localizan erratas o problemas gramaticales, gustosamente hago los cambios pertinentes. En esta ocasión, la lista de comentarios que me ha llegado acerca de mi manuscrito titulado XXX se limita a señalarme oraciones «sentidas» como extensas. «The editors feel that this sentence is too long» es lo que se repite en cada caso. Para acortar las oraciones, se me aconseja disminuir el uso de punto y coma, dos puntos e incisos. Con mi buena disposición habitual, me he sentado a llevar a cabo las modificaciones propuestas. Tratando de incorporarlas se me hizo evidente, sin embargo, que en esta oportunidad no conseguiría hacerlo. Pronto entendí la razón: las sugerencias de abreviar mis períodos parecen guiadas por un principio estilístico muy propio del inglés y no tanto del español.
No sé quién ha sido el corrector; no me consta que no sea un hispanohablante nativo ni que su bilingüismo sea en realidad restringido; tampoco podría estar seguro de que las interferencias del inglés le impidan apreciar diferencias tonales o relacionarse estéticamente con el idioma de mi manuscrito (y para relacionarse estéticamente con las palabras tampoco todos los nativos monolingües están capacitados, ¡sin duda!). Las lenguas romances, por diversos motivos históricos y morfológicos que no es necesario rememorar en esta carta, tienen una tradición estilística distinta de las lenguas germánicas. Aunque no recuerdo haber visto todavía en un idioma romance ciertas oraciones ciceronianas, en las que para llegar al final se necesitan, como mínimo, dos o tres medios de transporte, todavía para nosotros, hablantes y escritores neolatinos, la hipotaxis y el ideal de articulación del pensamiento resultan indisociables. Si bien es cierto que en los últimos tiempos el anglicismo estilístico frecuente en los medios publicitarios, la prensa o la Red han hecho cada vez más difusos esos ideales, he cogido al azar libros de ensayistas que suelen considerarse modelos de prosa española y he encontrado pruebas de una tradición aún viviente…
En fin, para no desviarme más de mi propósito, tengo que confesarles, señores editores de XYZ, que cada vez que he intentado modificar las oraciones que el corrector me marca como «too long» he notado que se me desarticulaba el razonamiento y quedaba incoloro, sin matices. Por lo tanto, como las correcciones que se me intentan hacer no son ortográficas ni gramaticales, prefiero en esta ocasión no tocar el manuscrito. Si ello da pie a que no me lo publiquen, lo entenderé, por supuesto (y créanme que, si así fuese, también me sentiré satisfecho de no publicar en su revista).
Apoyan mi decisión períodos como los siguientes, más extensos que cualquiera de los que ustedes me sugieren abreviar, y que tomo al azar de autores a los que, como he escrito, admiro (ojalá sea una devoción compartida):
MIGUEL DE UNAMUNO, «El sentimiento trágico de la vida»:
En la primera edición de los Loci communes, de Melanchton, la de 1521, la primera obra teológica luterana, omite su autor las especulaciones trinitaria y cristológica, la base dogmática de la escatología, y el doctor Hermann, profesor en Marburgo, el autor del libro sobre el comercio del cristiano con Dios (Der Verkehr des Christem mit Gott), libro cuyo primer capítulo trata de la oposición entre la mística y la religión cristiana, y que es, en sentir de Harnack, el más perfecto manual luterano, nos dice en otra parte refiriéndose a esta especulación cristológica —o atanasiana—, que «el conocimiento efectivo de Dios y de Cristo en que vive la fe es algo enteramente distinto».
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA, «Gastón Fernando Deligne»:
Con aquella ansiedad temerosa, si llena de esperanza, que encendía a los jóvenes atenienses cuando se anunciaba el arribo de Gorgias o de Protágoras, con aquel apasionado interés que ponía Goethe adolescente en esperar la repatriación de Winckelmann; con aquel devoto empeño que mostraban los simbolistas franceses por que Mallarmé formulara el resumen de sus doctrinas estéticas, se aguardaba en un mundo literario pequeñísimo, diminuto (me refiero al grupo intelectual de mi país, Santo Domingo), la aparición de un libro de poesías, la obra de un poeta, no por tímido y oscuro menos digno de regir los coros en las solemnidades de la victoria o, mejor acaso, de discurrir sobre la belleza junto a la margen del Iliso.
MARIANO PICÓN SALAS, «Geografía con algunas gentes»:
Quien guste de soñar ante los mapas puede entretenerse en otras curiosidades topográficas: los pedazos de nuestro continente que en época remotísima se llevó el mar de los Caribes: el pie de la isla de Bonaire, que yergue su talón de futbolista contra las Antillas más lejanas; la lámina del cuchillo de Curazao —verdadero cuchillo de pirata holandés—; las gallinitas cluecas bien acurrucadas en un suave nidal marítimo de las islas de Aves, el duro farallón de los Roques, Margarita con sus perlas y los prodigiosos colores de su «Arestinga»; el zurrón, contradictoriamente lleno de asfalto y azúcar, de la isla de Trinidad de que disfrutan los ingleses, y toda la menuda siembra de islotes que, frente a nuestros dos mil ochocientos trece kilómetros de costa marítima, se alinean y despliegan como adelantándose a defender ese territorio bravo, puente o costillas que parece juntar el mundo antillano con el mundo andino y que políticamente se nombra Estados Unidos de Venezuela.
JORGE LUIS BORGES, «Nota sobre (hacia) Bernard Shaw»:
El carácter del hombre y sus variaciones son el tema esencial de la novela de nuestro tiempo; la lírica es la complaciente magnificación de venturas o desventuras amorosas; las filosofías de Heidegger y de Jaspers hacen de cada uno de nosotros el interesante interlocutor de un diálogo secreto y continuo con la nada o con la divinidad; estas disciplinas, que formalmente pueden ser admirables, fomentan esa ilusión del yo que el Vedanta reprueba como error capital.
OCTAVIO PAZ, «Todos santos, día de muertos»:
La reiterada irrupción de criminales profesionales, que maduran y calculan sus asesinatos con una precisión inaccesible a cualquier mexicano; el placer con que relatan sus experiencias, sus goces y sus procedimientos; la fascinación con que el público y los periódicos recogen sus confesiones; y, finalmente, la reconocida ineficacia de los sistemas de represión con que se pretende evitar nuevos crímenes, muestran que el respeto a la vida humana que tanto enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita.
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Me pregunto si XYZ les enviaría a Unamuno, Henríquez Ureña, Picón Salas, Borges o Paz notas al margen que dijesen: «We feel that this sentence is too long. Please divide».
Tal vez el problema de fondo se relacione con eso que los peritos andan llamando cortos intervalos de atención. En todo caso, se despide de ustedes, lo más brevemente posible, aunque aún no afiliado a las manadas del twitter.
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* Miguel Gomes (1964) es profesor de literatura comparada e hispanoamericana en la Universidad de Connecticut. Como investigador y ensayista ha publicado varios volúmenes, así como numerosos artículos en revistas universitarias o literarias. Tiene en su haber varios volúmenes de narrativa.