Sociedad Cronopio

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La experiencia migrante en los Estados Unidos

LA EXPERIENCIA MIGRANTE EN LOS ESTADOS UNIDOS

Por Angel Torres*

Hace poco recibí un correo electrónico de la Revista Cronopio. Yo pensé que Julio Cortázar trataba de comunicarse conmigo… No, era mi amigo Juan Zuluga, Director de esta gran iniciativa, La Revista Cronopio, que, junto a un talentoso equipo de jóvenes de Medellín, Colombia, tratan de hacer algo diferente e interesante en el campo de las letras.

La verdad es que estuve tentado a rechazar la invitación para que escribiera algo sobre la experiencia migrante en este Gran País del Norte; pues, sospechando que es por mi juventud, debiera llamarme «Casimiro», ya que casi ni veo las letras en la computadora y soy mas sordo que una tapia, como decimos en mi tierra… Pero con más de cuarenta años de tener la vivencia ejerciendo la pastoral con los migrantes, es mucho lo que tengo que contar y no pude negarme.

No trato de reinventar la rueda ni proponer soluciones mágicas, que nadie las tiene. Tampoco esto es un estudio científico de investigación, es simplemente una conversación, basada en mi experiencia pastoral con migrantes en varias regiones de los Estados Unidos, y también acerca la Iglesia Católica, pero de ninguna manera pretendo ser un vocero oficial de nadie.

Desde que llegué a los Estados Unidos, a principios de la década de los 70, como sacerdote recién salido del cascarón, mi experiencia pastoral se concentró casi exclusivamente con la comunidad hispana. Yo llegaba imbuido con las revolucionarias ideas del Concilio Vaticano II.

Todos nuestro prestigiosos profesores de la Escuela Teológica de Petrópolis, Brasil, nos entusiasmaron a colaborar en la investigación teológica, que ayudaría a los obispos brasileños en las arduas sesiones del Concilio. Conocíamos lo que hoy en día es ya conocido plenamente, lo que significaba luchar contra una burocracia milenaria y trabajar duro en ese «aggiornamento» de la Iglesia, por nuestro querido Papa Juan XXIII, recientemente declarado un santo.
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Así, todos nosotros, junto con mi compañero de curso Leonardo Boff, nos sentíamos como energizados por este cambio y el «volver a las fuentes», al Evangelio. A decir verdad, teníamos ideas de cambio y actitudes, pero no la praxis real con el pueblo de Dios.

Llegué al Este de los Estados Unidos, a la Capital del Mundo, Nueva York. Acá me encontré con una comunidad hispana variada y diferente de la que yo apenas conocía algo: puertorriqueños, caribeños, centro americanos unos pocos y sudamericanos. Mi inserción en este conglomerado cultural fue paulatinamente fácil. Además, era todo un ambiente urbano y era muy fácil llegar a ellos. Todo era mas o menos tranquilo, con excepción de pequeñas escaramuzas entre puertorriqueños e italianos por el uso exclusivo del Knickerbocker Park en Brooklyn, por ejemplo. La policía recurrió a mí para ayudar a calmar los ánimos. Para los italianos yo era un sacerdote italiano porque hablaba su idioma y para los otros, yo era puertorriqueño porque hablaba también la lengua de ellos. Con las botellas volando sobre nuestras cabezas, lográbamos un acuerdo mutuo, al menos temporalmente.

Nada de esto lo había visto o estudiado en los textos de filosofía, teología o en los libros de psicología… Era como empezar a caminar en un territorio desconocido.

Por primera vez me enfrento a conceptos nuevos. Sabía que era chileno por haber nacido en Chile, pero ahora tenía, además, que declararme hispano, latino o simplemente neutral. Como el grupo mayoritario eran los puertorriqueños, la gente buscaba al «padrecito puertorriqueño». A mi eso no me molestaba para nada, ya que un sacerdote es de todos y para todos.

Mas tarde aprendí otros conceptos que no conocía: el racismo, la discriminación y la ignorancia de muchas personas acerca de los hispanos en general. El milagro de la informática, la tecnología y los medios de comunicación modernos han producido grandes cambios y esto es algo muy positivo.

El movimiento liderado por Martin Luther King, y todos los campeones de los Derechos Civiles, han impactado profundamente en todas las esferas sociales, incluso en la Iglesia Católica y otras instituciones religiosas o de carácter social y educativo. Por primera vez, y esto ya lleva varios años, me doy cuenta de que también en la Iglesia Católica existía el racismo, la discriminación y la ignorancia que afectan a todos por igual, aunque veladamente nadie se atrevía a reconocerlo o denunciarlo.

Una pequeña historia: un día hablé con mi obispo, Mons. Francis Mugavero, de Brooklyn, N.Y. y le dije: «Monseñor, por qué la Misa en español vale menos que la que se celebra en inglés? ¿Cómo es eso, tiene el mismo valor?… Entonces , añadí, ¿por qué en muchas iglesias el párroco no permite que se celebre la Misa hispana en el templo principal, y se tiene que hacer en el sótano, después del mediodía? No, eso no puede ser, me responde indignado. Voy a cambiar eso de inmediato.

Otra cosa —le digo—, ¿por qué a los sacerdotes hispanos extranjeros, que sirven y trabajan arduamente, no se les paga lo mismo que a los demás y ni siquiera tienen seguro médico? Trabajamos en las parroquias, se nos da solo un pequeño «estipendio», y sin seguro médico, como a los demás. No, eso no puede ser, y de inmediato instruyó al Canciller para que se corrigiera esa injusticia.

Los sacerdotes y líderes hispanos, organizados a nivel nacional, con el apoyo sincero y decidido de muchos obispos, iniciamos lo que sería una gran revolución en la pastoral hispana. Así nacieron los «Encuentros Nacionales del Ministerio Hispano». Realizados en la Universidad Católica de Washington, DC.
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Conversando con el Cardenal Bernardin, sentados en un banco de los jardines de la Universidad Católica de Washington, nos dijo: «Cuenten con mi apoyo total». Bernardin no era todavía Cardenal, pero era el Secretario General de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos. y nunca dejó de apoyarnos y darnos orientación. Como Cardenal continuó apoyando nuestra causa, convenciendo a otros miembros influyentes de la Jerarquía Católica de hacer lo mismo. Vimos cómo no sólo aumentaba el número del clero hispano, sino que nuevos obispos y arzobispos también eran de nuestra raza. Y así, sin nadie admitirlo o negarlo, la discriminación y el racismo también iban disminuyendo en la Iglesia.

En una de las conclusiones de los Encuentros se establece: «Queremos que a los hispanos en la Iglesia no se les trate como un problema, sino como un desafío y una oportunidad para servirlos y evangelizarlos».

Veinte años más tarde, al tener la oportunidad de servir a los migrantes en el Ministerio Hispano, en el Medio Oeste de los Estados Unidos, pude conocer mas de cerca la vida, las penas y luchas de tanta gente nuestra, especialmente jóvenes y trabajadores agrícolas que han llegado a este País de Oportunidades, soñando con una vida mejor para ellos y sus familias.

Aquí estoy en el Noroeste de Indiana. Todo es diferente, es una vasta planicie, con sembrados sin límite de maíz y soya…Voy a encontrarme con los líderes hispanos de Lake Station para presentar mis ideas y mi plan de acción. Iba concentrado en mis pensamientos, cuando veo un pequeño grupo de muchachos caminando por la pequeña carretera. Al acercarme a ellos, detuve el auto y cuando me vieron, corrieron despavoridos a esconderse en un bosquecillo cercano. Les grité en español que era un sacerdote director hispano y que no tuvieran miedo, pues estaba para ayudarlos. Eran mexicanos y les pregunté dónde iban. Tenían escrito en un papelito el nombre del pueblo y un número de teléfono. Por lo que sabía, estaba por la misma carretera, a unas 20 millas de distancia… Súbanse al carro, muchachos, y vamos juntos a ubicar el lugar. No habían comido por muchas horas y solo bebían agua que hallaban en el camino.

Los llevé a un restaurante mexicano que ellos descubrieron, les pagué todo y conseguí que la dueña del restaurante les permitiera lavarse y otras necesidades. Les conseguí trabajo en una lechería, ya que el dueño quedó impresionado de que yo viniera de Nueva York… Sin duda empecé muy bien y con mucha alegría en mi corazón.

En cuanto a la reunión con los líderes, creo que también fue positiva y pude aprender mas que enseñar. Les confesé un secreto que nunca en realidad fue tal. Les dije que con la debida autorización de la Iglesia, me había casado y tenia tres hijos. Se pusieron de pie y me dijeron: «Este si que es padre, padre».

Yo tenía un plan para enseñarles la «nueva teología del Vaticano II», para implementar en la Novena de Guadalupe, pero conocí la fe profunda de esta buena gente y yo, a decir verdad, no tenía idea de la Guadalupana. Así, cerré mi boca, archivé mi plan teológico y dejé que ellos hicieran su celebración, como su tradición les enseña.

Pues bien, me hallaba en una realidad diferente. Hasta mi nacionalidad cambió. Los Anglos o blancos pensaaban que yo era mexicano. Y esto es divertido: caminaba yo un día con mi perrito y unos niños pequeños del vecindario querían acariciarlo y, como no sabían su nombre, le gritaban: «Perrito mexicano, perrito mexicano ven a jugar con nosotros…» De esta forma, mi perrito que había nacido en USA ahora también me lo querían hacer «mexicano».
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Como ya lo he mencionado varias veces, el problema migrante en los Estados Unidos es algo muy complejo y de tonos variados, que cada día se va complicando por la actitud negativa del Congreso de aprobar una ley migratoria a fondo. Es necesario que ambos partidos, los demócratas republicanos, dejando a un lado la politiquería, busquen consenso que sea humanitario, justo y equilibrado. Es hora de saber escuchar y dejar la retórica a un lado; es hora de mirar la realidad, aunque nos duela, y ver con serenidad el problema de la riqueza en el mundo. Mientras no se construya la justicia no habrá paz ni tranquilidad.

Ya está totalmente probado que no hay un país que sea inexpugnable y poderoso, y que pueda, por la fuerza bruta, cerrar sus fronteras. Por eso, ya no valen las murallas chinas, ni muros como el de Berlín. Este no es un problema unilateral que afecta al país mas rico y poderoso del mundo. Todas las naciones, y principalmente todos los países de América, tienen que aportar ideas concretas y soluciones prácticas. Este no es un problema unilateral de este país, es de todos, nos afecta, queramos o no, a todos.

Al escribir estas líneas, desordenadas y sin mayor coordinación, se me vienen a la cabeza tantas ideas, historias y recuerdos, que serán parte de un eventual libro mío. Quisiera compartir tantas cosas, tristes y dolorosas muchas, pero de admiración, respeto por la valía de tantos migrantes. Ahora con la llegada de miles de niños inocentes y soñadores, pido a Dios que les de su protección. Hay tantos que no solo sufren terriblemente en el camino, sino que mueren abandonados, como basura, sin vida…

Los que tenemos fe, recemos al Todopoderoso para que nos guíe y de fuerzas para contribuir de alguna forma y que todos juntos luchemos por hallar una solución justa y humanitaria. Como lo dijo alguien, no somos islas, todos somos hermanos y hermanas, todos son nuestro prójimo, parte de nosotros, la gran familia humana.
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* Angel Torres es chileno. Graduado en Filosofía por el Seminario Mayor Franciscano, La Granja (Santiago), Chile. Graduado en Teologia (STL) por El Colegio Franciscano Internacional de Teologia, Petropolos, Brasil. Tiene un post grado en Psicología y Ciencias de la Educación en el Istituto Pedagogico Internazionale, Grottaferrata (Roma), Italia. Fue director del Colegio San Buenaventura, Chillan, Chile, Industrial Home for the Blind, Brooklyn, NY. The Long Island College Hospital, Brooklyn, N.Y. Asimismo ha tenido varios cargos ejecutivos con la Iglesia en NYC y el Medio Oeste.

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