Literatura Cronopio

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Enemigos publicos contexto interactual y sociabilidad literaria del movimiento nadaista

ENEMIGOS PÚBLICOS: CONTEXTO INTELECTUAL Y SOCIABILIDAD LITERARIA DEL MOVIMIENTO NADAÍSTA 1958–1971

Por Daniel Llano Parra*

«UN MOVIMIENTO DE ATORRANTES DESESPERADOS»: CONFIGURACIÓN DEL NADAÍSMO

El nadaísmo no se conformó bajo ninguna ideología, no determinó lineamientos artísticos; antes que nada se encargó de aglomerar diversos inconformismos en una sola manifestación estética. La renovación cultural y espiritual planteada en el «Primer manifiesto nadaísta» de 1958 no propendía un ejercicio académico de la literatura, sino que buscaba transgredir el sistema de valores imperante por medio de expresiones de vitalidad desenfrenada. De acuerdo con la primera declaración pública, el movimiento era «un estado del espíritu revolucionario», pero esa revolución no estaba relacionada con los aspectos racionales de la política, sino con la libertad que otorgaba la inanidad de la poesía [1]. La acción emprendida por los nadaístas se sintetizó en la creación poética, en el rescate de la belleza de lo cotidiano, en la exaltación de la vacuidad de la existencia. La poesía significó «protesta y desobediencia», enfatizando el carácter combativo de su experimentación artística y su inclinación hacia una nueva conciencia [2]. El compromiso con la rebelión social estaba en el desprecio de los valores burgueses mediante una exacerbada defensa de la dignidad humana, por lo que jóvenes irreverentes e inconformes con su tradicional forma de vivir fueron invitados a que se reunieran en torno al nuevo movimiento.

Con el transcurso de los años hubo un pulular de personas que se adhirieron o compartieron los postulados del movimiento, pero los integrantes que se perfilaron como escritores nadaístas fueron Gonzalo Arango, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Darío Lemos, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio, Humberto Navarro y Mario Rivero. A lo largo de esta investigación cuestiono la figura preponderante que ha ocupado el fundador del movimiento para resaltar la participación de los demás nadaístas que de una forma consistente confrontaron al establecimiento. Que Medellín haya dejado pronto de ser el foco del grupo para desplazarse a Cali y, en menor medida, a Pereira y Barranquilla, corrobora la relevancia de esos otros integrantes que se encargaron de revaluar el nadaísmo. Así pues, en este capítulo abordo cómo se formó el movimiento y la importancia de la comunicación epistolar en la articulación de un grupo de escritores y poetas noveles. Por eso, ofrezco una descripción de las principales actividades que realizaron los nadaístas en su periodo inicial y cómo a través de cada expresión se iban integrando y desvinculando individuos, ilusionados o decepcionados con lo que se presentaba como nadaísmo. Por último, proporciono una relectura sobre las influencias literarias y la temática urbana de ese «otro» movimiento, que a pesar de apropiarse del escándalo como mecanismo de renovación cultural, también optó por la creación poética.

NADAÍSMO POR CORRESPONDENCIA

Desde que parte de la correspondencia nadaísta comenzó a hacerse pública en 1980 se ha resaltado la versatilidad y la profundidad de su escritura, junto al rumor de que los originales de las cartas más bellas se extraviaron luego de que se frustrara el primer intento por compendiarlas a mediados de la década de los sesenta [3]. Más allá de su innegable valor estético, la relevancia del intercambio epistolar reside en que a través de él los nadaístas se identificaron como una comunidad ajena al resto de la sociedad colombiana: «Me reconfortan las cartas que ustedes me envían, pues me hacen olvidar que, exceptuando nosotros, el resto del mundo es la estupidez en pasta,» aseguraba Álvaro Barrios en 1966 [4]. Esos vestigios de la comunicación privada —que ahora componen el archivo del movimiento— son los materiales que representan a cabalidad al nadaísmo ya que permiten apreciar los proyectos comunes, la elaboración de manifiestos, las afinidades intelectuales, las aspiraciones literarias y los momentos de crisis. También posibilitan entrever la cotidianidad de sus integrantes, el interés por lo inmediato —expresado sistemáticamente en papeles sin fechas ni lugares— y la agobiante precariedad económica: «¿Cómo puede ganar un hombre 2.000 pesos? Contesta ya. Estoy dispuesto a comer tres veces diarias. Y a tener casa propia. Y corbata, si fuera necesario» [5].
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A los nadaístas los unió una gran amistad, ese «amor en grupo» como lo denominó Humberto Navarro, por lo que en algunas misivas solo compartían reflexiones personales o expresaban estados de ánimo. Frente a las cavilaciones de Eduardo Escobar, Gonzalo Arango respondió: «Me alegro que me elijas para descargarme tu furia, tu tedio, tu máquina de escribir sobre mi cabeza. […] Tus cartas me gustan sobre todo porque llegan frescas, dolorosamente desgarradas, y porque te salen de la piel, de los más vivos silencios. Si no las escribieras, la otra alternativa sería ahorcarse» [6]. Lo anterior no debe presuponer que entre todos los integrantes había una asidua comunicación escrita, como queda en evidencia en la primera carta que Jaime Jaramillo Escobar dirigió a Eduardo Escobar el 20 de febrero de 1966: «Tú has sido siempre un mito en el nadaísmo. […] Nunca te había escrito porque —lo confieso— me daba miedo tu fama de ángel» [7]. Pero esto atendió al funcionamiento del nadaísmo, ya que en la programación de recitales poéticos y demás actividades existían referentes claramente definidos según la ciudad en que se presentaran: Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia coordinaron las acciones del grupo de Cali, Gonzalo Arango se convirtió en el gestor del movimiento en Bogotá desde 1961, Eduardo Escobar fue el vínculo entre Medellín y Pereira, mientras que Álvaro Barrios y Jaime Jaramillo Escobar lo fueron en Barranquilla.

Esta correspondencia continua solo se consolidó una vez que los nadaístas, como grupo, lograron establecer lazos en torno a su concepción sobre la vida y la literatura. Las cartas fueron fundamentales en el diálogo con los escritores que compartían una sensibilidad diferente con respecto a la polarización del debate cultural en la época de la guerra fría, para debatir sobre la posición del artista y, sobre todo, para poner en circulación sus textos y poemas. De ahí que solo a partir de 1962 se empezaran a forjar conexiones con otras manifestaciones de América Latina. A lo largo de la década, la red de sociabilidad funcionó por medio de Sergio Mondragón, Ernesto Cardenal y Raquel Jodorowsky en torno a El corno emplumado de México; Juan Liscano, Ludovico Silva y Edmundo Aray en Venezuela; y Miguel Grinberg, Alejandro Vignati y Ariel Canzani en Argentina.

La correspondencia fue el medio por el cual los nadaístas leían sus textos y la oportunidad para actuar como «críticos» entre ellos mismos. Ante las recomendaciones de Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar sostuvo: «Me extraña que no te haya gustado el último verso de mi poema. Lamento que no me entiendas. Antes te reías de mis versos. Ahora te pones a explorar como cualquier académico. […] No te pongas trascendente» [8]. De igual modo, traía consigo todo el aspecto funcional del movimiento como el envío de direcciones para promover contactos en el continente, informes de ventas, e incluso formas de retribuir las colaboraciones con las revistas alternativas: poemas por dibujos, como lo hizo Sergio Mondragón con Álvaro Barrios [9]. Paradójicamente, la misma correspondencia evidenció el momento en el que la comunicación escrita no podía resolver las problemáticas internas y cuando comenzó a agotarse como instrumento de congregación: «Las cartas no son suficientes, en el estado en que se encuentra el nadaísmo. Tenemos que hablar. Y ojalá pudiéramos reunirnos unos 6 en algún sitio: Gonzalo, tú [Jotamario], Elmo, Eduardito, Álvaro Barrios y yo [Jaime Jaramillo Escobar]. Si es posible, otros más: Humberto Navarro, tu hermano [Jan Arb], Alberto Escobar, quizá Norman Mejía. En todo caso no más de 10, para poder llegar a alguna conclusión, sacar algo en claro, y, sobre todo, para que resultara algo efectivo y salvador. Ahora no tenemos que pensar en ser muchos, sino en estar muy unidos» [10].
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FORMACIÓN DEL NADAÍSMO

Cuando se describe el surgimiento del nadaísmo es común encontrar la misma escena: el ímpetu de Gonzalo Arango y la agresividad del panfleto fundacional concitaron la simpatía de la juventud [11]. De esta forma se ha omitido una sociabilidad previa al refugio de Arango en Cali (1957-1958), ya que mientras estudió derecho y fue bibliotecario de la Universidad de Antioquia, antes de dedicarse por completo a la literatura, compartió con «gente de ideas raras», un grupo de lectores «marcados» por sus intereses literarios [12]. Como lo señaló Humberto Navarro en El amor en grupo, Arango fue el primero en manifestar la idea de trastocar el marasmo cultural colombiano: «Tengo que formar un grupo de gente nueva. ¿Quiénes escriben ahora por aquí? Gente de talento, […] dispuesta a comprometerse y a luchar, sobremanera valerosa y llena de empuje. Hay que acabar con los mascarones de proa, con las momias perilustres de un arte que ya no corresponde a la época. Estoy escribiendo el manifiesto. El movimiento se llamará ‘NADAÍSMO’ [13]». Sin el ánimo de forzar el relato novelado, en una carta de mediados de los sesenta, Navarro sostuvo que mientras se «[…] reunía en «La Bastilla», café situado en la avenida de «La Playa», con Alberto Escobar, Guillermo Trujillo, Carlos Gaviria y otros, cuando el 5 de abril de 1958, me llamó aparte Alberto Escobar y me comentó que había venido «un profeta», con manifiesto a bordo, y que deseaba formar un movimiento aglutinando aquellos muchachos de vanguardia, libres de prejuicios y de tonterías [14]». Es indiscutible la labor adelantada por Gonzalo Arango en la emergencia del nadaísmo, pero conviene insistir que su formación fue la respuesta a un inconformismo generalizado en el que confluyeron factores de tipo intelectual y de comportamiento juvenil.

Antes de que se publicara en Medellín el «Primer manifiesto nadaísta» ya se escuchaban murmullos sobre un grupo de jóvenes que inquietaba a la sociedad antioqueña. El 8 de julio de 1958, Arango concedió su primera entrevista a Gildardo García Monsalve, en la que se presentó con calavera en mano y recitando los postulados que integrarían el primer manifiesto; escenificación acorde con la difusión de la «nueva oscuridad». Según el corresponsal de El Tiempo «la sola mención de la palabra ‘nadaísmo’ ha bastado para crear una virtual zozobra en los medios universitarios y cocacolos, y aun en reuniones serias de intelectuales de prestigio » [15]. Una semana después, la «Rúbrica de Jota» de El Colombiano anunció el surgimiento de una inusual «escuela» literaria y ridiculizó un par de poemas atribuidos a nadaístas anónimos [16]. Para Gabriel Ulloa, columnista de El Espectador, se trataba de una generación esquizoide y fracasada que contaba con émulos en Bogotá y Cali, y a pesar de que todas sus referencias habían sido extraídas de la nota de García Monsalve, llegó al extremo de fantasear las conversaciones de sus integrantes: «—¿Qué has hecho? Es el saludo, y se responde: nada. Se le pregunta a una damisela conturbada: —¿Qué te pasa? Y ella contesta: —No. Nada. Se interroga al intelectual: —¿En qué trabaja usted? Y este replica: —Por ahora, en nada. Los desesperados del amor y los incapaces del sexo, siguen en nada» [17].

A mediados de 1958, después de la divulgación del manifiesto fundacional y de la quema de libros, se celebró el primer recital de poesía nadaísta en el auditorio del Museo Zea, en el que participaron los integrantes iniciales del movimiento: Gonzalo Arango, Humberto Navarro, Amílcar Osorio y Eduardo Escobar [18]. El 20 de abril de 1959 se presentó en el Teatro Ópera la obra «HK-111» de Arango, bajo la dirección de Fausto Cabrera, pieza que fue bien recibida por el público de Medellín luego de una gran expectativa [19]. Dos meses después, ya investido como el «profeta de la nueva oscuridad», Arango regresó a Cali para dictar una conferencia en la Biblioteca Departamental, pero ante la gran cantidad de personas que se disponían a escucharlo se denegó el acceso. Frente a este rechazo, el líder nadaísta decidió impartir su charla en las inmediaciones de la institución, la cual fue interrumpida por la acción de la policía que se encargó de dispersar a la multitud [20]. Al poco tiempo de este encuentro intermitente, comenzó a circular una hoja mimeografiada titulada «Primer manifiesto del movimiento nadaísta vallecaucano», signada por Jotamario Arbeláez, Rafael Orrego, Jaime Jaramillo, Pacho Mora, Walter Buitrago, Alfredo Sánchez, Guido da Silva, Yolanda García, Carlos Ordoñez, Dukardo Hinestrosa y Efraín Troncoso. Los firmantes del panfleto justificaron su adhesión a la «revolución intelectual» iniciada en Medellín, «porque descubrimos en nosotros algo inconsciente, como una voz silenciada, próxima a convertirse en grito: que nuestra vida era siempre una reacción contra lo establecido y no sabíamos como nombrar aquella fuerza ignorada y rebelde, aquella fuerza que hoy llamamos NADAISMO» [21].

Las afinidades literarias y el ejercicio de creación artística impulsaron la etapa temprana del nadaísmo, sin embargo, no se puede descuidar la relevancia de los actos públicos que se presentaron a la par en su conformación. El 5 de agosto de 1959 los nadaístas boicotearon la inauguración del Primer Congreso del Pensamiento Católico Colombiano organizado por la Arquidiócesis de Medellín, al arrojar una sustancia fétida durante el discurso de apertura y al repartir un manifiesto que incriminaba la injerencia del cristianismo como la causante del atraso cultural del país: «¿qué nos dejan, después de tantos años de ‘pensamiento católico’? esto: un pueblo miserable, ignorante, hambriento, servil, explotado, fetichista, criminal, bruto. ese es el producto de sus sermones sobre la moral, de su metafísica bastarda, de su fe de carboneros. ustedes son los responsables de esta crisis que nos envilece y nos cubre de ignominia» [22]. El Colombiano omitió el sabotaje al reportar simplemente el comienzo del apoteósico encuentro, mientras que el diario El Espectador reprodujo fragmentos de la declaración nadaísta, una carta de aprobación de Fernando González y una nota en la que Héctor Rojas Herazo expresaba su simpatía por el movimiento: «[…] esta escogencia de la libertad, esta rencorosa y descabellada batalla contra todo y contra todos, este odio firme y agudo, que nos recuerda una lanza sobre el pecho, es un último reducto que ha buscado el espíritu para no perecer. […] Estos jóvenes —ebrios de una razón vehemente tan parecida a la locura— son cristos vestidos de blue-jeans y camisas a cuadros. […] Y si hieren y perturban a la sociedad es para imprimirle un tempo de guerra a la agonía del hombre» [23]. Este comentario fue la versión preliminar de la conferencia que impartiría Rojas Herazo varios años después en Medellín, titulada «El nadaísmo como salvación frente a la desesperanza burguesa». En la ponencia de 1962 profundizó en los aspectos sociológicos del movimiento al apreciar a los nadaístas como representantes del inconformismo tras una época asolada por la violencia. Destacó que fueran jóvenes los que con su inagotable frenesí cuestionaran al anquilosado orden nacional, ya que la rebelión nadaísta abogaba por la transformación del hombre, cumpliendo, en ese sentido, una labor política [24].
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En noviembre de 1959, los nadaístas de Cali dirigieron un comunicado a Antonio Garcés Sinisterra, alcalde de la ciudad, exigiéndole el reemplazo de la estatua de Jorge Isaacs por el busto de la actriz francesa Brigitte Bardot. En la petición se aseguró: «[…] que en las vecindades del paseo bolívar […] se encuentra estacionado desde hace muchos años un monumento torpe a un pecado mortal sin cometer —agresividad contra la civilización que hemos alcanzado—, fiel representación de un mito literario mandado a recoger, por simbolizar las lucubraciones mentales de un enfermizo producto de las mediocracias revividas del siglo pasado que llamaron inútilmente jorge issacs [sic], fabricante de un libro barato de romanticismo bobalicón y sensiblero al que vulgarmente —y con razón— denominan ‘maría’» [25]. La declaración fue una más entre sus acciones mediáticas, sin embargo recogía una profunda crítica sobre el valor de la literatura nacional, la cual había rehuido la renovación de las letras al privilegiar un determinado estilo narrativo. Esto fue tomado como una ridiculez por los medios capitalinos, pero la obra cumbre de Jorge Isaacs todavía despertaba análisis sobre su actualidad en su centenario (1967), como lo argumentó Manuel Zapata Olivella en su apuesta por el rescate de un controvertido nacionalismo literario [26].

Desde 1959 el suplemento Esquirla fue el principal medio de difusión del nadaísmo y el escenario a través del cual se libraron enconados debates en torno a la concepción de la literatura. En febrero de 1960, el columnista de El Tiempo, Enrique Santos, más conocido como Calibán, declaró que los nadaístas eran jóvenes desadaptados e ignorantes que exaltaban «el arte sublime de la defecación». Como réplica, los miembros del movimiento se valieron de la tradición europea aludida por el periodista para exponer su imposibilidad de comprender la estética contemporánea:

Usted se escapa de la realidad y se refugia en la «Belle Epoque». Qué decadencia! No le gusta la Era Atómica? A nosotros nos encantan los bombardeos, los incendios, el genocidio, la guerra nuclear. Es maravilloso morir bajo las bombas haches y dejar detrás de nuestro grito nada de llanto, nada de cenizas, nada de amor, nada de nada: solo un bello vacío que se llenará de viento radioactivo. […] En cuanto a lo de «exaltar el arte sublime de la defecación» le diremos que nuestra misión es restituirle al hombre sus placeres naturales, y al arte el realismo fisiológico que la retaguardia del espiritualismo ha pretendido deshumanizar. Para nosotros el hombre es una grandiosa porquería. Y su grandeza consiste tanto en sus cohetes victoriosos como en sus alcantarillas subterráneas [27].

Ante los reiterados cuestionamientos de la crítica, los escritores noveles se proclamaron como los referentes de la poesía moderna, corroborando su actitud frente a la deleznable lírica legitimada por el establecimiento e impartida por el sistema educativo: «[…] también están los dipsómanos poéticos, unos pobres loquitos alcohólicos que recitan de memoria «La Hora de Tinieblas» de Pombo, «La Canción de la Vida Profunda» de Barbajacob, «Los nocturnos» de Asunción Silva, «Palemón el Estilista [sic]» de Valencia y «Las Canciones a la Madre Muerta» de Julio Flórez… […] Contra esos abusos de la retórica y de la irritación sentimental nos hemos levantado los nadaístas como inspectores de belleza y de la salud, que no permitirán que se continúe ultrajando impunemente la literatura» [28].

Pese a esto, la principal disputa durante el primer semestre de 1960 fue con el movimiento neocrítico de Guillermo García Niño, colectivo antagónico a la postura nadaísta. En sus declaraciones argumentaron que la única forma de transformar la cultura colombiana era a través de la promoción de valores cívicos, una educación sin ataduras políticas, la defensa incondicional de la paz, además de una actitud sumisa frente al mundo [29]. Ante las premisas de los neocríticos, Jotamario Arbeláez optó por clausurar la discusión ya que era insostenible un diálogo con jóvenes que se autodenominaban «el abono del continente americano» [30]. Sin embargo, no todas las comunicaciones nadaístas emplearon un tono sarcástico para referirse a la sociedad colombiana. La carta dirigida al director de Semana, Alberto Zalamea, fue una exhortación respecto a la compleja situación política. Así lo manifestó la editorial del Radioperiódico Clarín en la emisión del primero de agosto de 1960: «es una de las más altas protestas por un tremendo atentado que viene produciéndose contra la libertad de expresión» [31]. Para los nadaístas la eventual clausura de la publicación opuesta al Frente Nacional era el resultado de «una abyecta maniobra urdida entre los telones de quienes pretenden manejar los asuntos del país mediante un periodismo prefabricado, de verdades veladas o desfiguradas»; e insistían que la revista había sido un «ejemplo irrefutable de periodismo libre y decoro intelectual, cualidades que se han impuesto contra la conspiración aviesa de egoístas y malévolos intereses de personajes y élites dominantes» [32].

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