Literatura Cronopio

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TERRITORIO, CONFLICTO, Y MEMORIA HISTÓRICA: EL CASO CHAMBACÚ

Por Luis Fernando López Noriega*

FUNDACIÓN

En este capítulo hablaré sobre la construcción ficcional del barrio Chambacú en la novela de Manuel Zapata Olivella. Es necesario realizar la correspondiente vinculación con el hecho tangible. Es decir, de todas maneras debo fundamentar mi lectura de tal «hecho conflictivo», basándome en la realidad misma. Sólo así podré establecer el grado de reelaboración que el autor le imprimió a su obra. Y aplicaré un primer esquema operativo: memoria = tierra; observaré igualmente las formas cómo en la novela Chambacú corral de negros se «funda» un territorio autónomo que define sus propias particularidades sociales y políticas y establece una relación determinada con su entorno.

Para llevar a cabo esa vinculación con el hecho tangible del barrio Chambacú, debo definir las clases de información que voy a utilizar. Existen señales que pueden ayudar en tal sentido. Por ejemplo, las entrevistas con los exhabitantes de dicho territorio. Personas que fungieron, en ese tiempo, como los «fundadores» de Chambacú, por cuanto fueron los primeros que llegaron a domesticar ese pedazo de tierra. Estas personas son importantes para esta investigación por el grado de información que pueden aportar. (Entrevistas realizadas en la asignatura Seminario de Literatura II-VIII sem. Lingüística y Literatura, 1998).

Igualmente existen, en el campo de las fuentes escritas, líneas en periódicos de esa época, que establecen una especie de antecedente de esa «fundación» del barrio. Obviamente, esos datos aportarán al trabajo un sustento más sólido, además de proporcionar una observación más completa del problema.

Por otro lado, existen también crónicas mucho más recientes, aparecidas en suplementos literarios dominicales, que contienen ciertas elaboraciones estéticas con intenciones específicas, y que se constituyen en una base documental que pueden señalar luces en cuanto a las diversas formas de tratamiento del tema «fundacional» de Chambacú, y las implicaciones que dicho tópico tiene.

Ahora, la aplicación del esquema memoria = tierra, en la novela de Manuel Zapata Olivella, merece, de la misma forma, una lectura y descripción de las partes que la estructuran. Lectura que subrayará los segmentos significativos que estén enfocados hacia el origen del barrio en sí, así como también las líneas que expresan una simbología de la pertenencia territorial.

Sin embargo, antes de profundizar en todos estos aspectos, señalaré un punto que suscita aún más la curiosidad y que también ayudará en la discusión general. Se trata del origen filológico de la palabra «Chambacú». Existe la controversia planteada en torno a si esta palabra es de origen indígena o africano. Este punto sustentará también nuestra investigación, en el sentido de que la lectura crítica de la novela de Manuel Zapata Olivella que realizaré aquí, obtendrá bases sólidas, y mucho más la discusión sobre el componente mítico.

En el libro de Donaldo Bossa Herazo titulado Nomenclátor Cartagenero (1981) aparecen los nombres de las calles y sitios más conocidos de la ciudad, así como también sus orígenes desde la colonia. Este texto es importante porque plantea la parte histórica de ciertos topónimos y también porque comprende una perspectiva muy interesante sobre la arbitrariedad de los nombres en cuanto a la significación y representación del sitio que designan.

Ahí aparecen estas líneas sobre «Chambacú»:

Chambacú: se ha especulado mucho con el antiguo nombre de la mitad, por lo menos, del barrio de Getsemaní, y de la isla adyacente, hoy unida a la tierra firme por modernos rellenos, nombre al que algunos investigadores le atribuyen origen africano y otros lo consideran aborigen (p.346).

Estas líneas citadas, mencionan varios territorios unidos: «la mitad, por lo menos, del barrio Getsemaní y de la isla adyacente, hoy unida a la tierra firme por modernos rellenos». Ese aspecto es importante para esta discusión, porque en las informaciones que obtuve con exhabitantes del barrio también se menciona tal unión. Pero lo más interesante es que existe una imposibilidad, por parte de estas personas, para dar razones que expliquen el porqué le pusieron un nombre como «Chambacú» a esa unión de tierras. Este aspecto lo relacionaré con el análisis de la novela.

Bossa Herazo, más adelante, en su texto, escribe unas líneas que contienen datos históricos sobre la controversia del origen de tal palabra. «Los nombres de “Chambaca”, “Chamboco”, y “Chambacú”, figurando en encomiendas de finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, cuando apenas empezaba la trata de esclavos africanos por el puerto de CARTAGENA, da asidero para creer que estos topónimos son catíos». Y sobre la posibilidad de ese origen indígena, buscando en un diccionario de palabras catías (Pinto G. 1974), encontramos la significación de la palabra «Chambacú», dividida morfológicamente; es decir, la raíz «Chamba», que quiere decir canoa y la terminación «Ku», que designa nariz, punta, extremidad.

Sin embargo, a pesar de todos estos datos, puedo observar que existen ciertos «vacíos» en cuanto a la construcción historiográfica del origen de ese territorio; debido esto en gran parte a la falta de documentación pertinente sobre aquellas épocas específicas y la posible génesis lingüística de estas palabras. Tales vacíos historiográficos fomentan «creencias» en variados grupos sociales.

Dichas «creencias» podrían ser sustentadas por historiadores de diversas corrientes. Así como Bosa Herazo (1981) afirma que por el motivo crucial concerniente a que en los siglos XVI y XVII, el tráfico de esclavos por Cartagena apenas comenzaba; también pueden existir los historiadores que demuestren lo contrario, basados en otros datos que «les dé asidero para creer» en otra cuestión.

ORÍGENES

Si bien el nombre del barrio figura en documentos que provienen de la época misma de la colonia, los fenómenos de invasión y domesticación de territorios, es decir, esos «modernos rellenos» de los cuales habla Bossa Herazo, tienen como base una época muy reciente. Este punto es importante porque son tiempos diferentes; diferentes a la esclavización y al hecho del mestizaje. Hablo de desplazamientos de grupos de personas dejando atrás sus tierras y cultivos por una razón violenta.

Esto lo puedo probar leyendo los diarios de la década del cuarenta. Lapso de tiempo en el que coinciden también las informaciones orales sobre el proceso definitivo de invasión y nacimiento físico de Chambacú. Pero específicamente existe un diario llamado «El Fígaro» en donde se precisan líneas de cierta noticia que podría considerarse como antecedente de ese fenómeno de llegada de grupos de personas a la ciudad de Cartagena.

En Abril 17 del año de 1944 aparece este titular: «Llegan a la ciudad campesinos en busca de protección», y más adelante se señala: «Son desalojados de las tierras que cultivan». El texto completo dice así:

Uno de nuestros reporteros ha podido informarse que están llegando a la ciudad, procedentes de las regiones de SAN ONOFRE Y SAN BERNARDO DEL VIENTO, núcleos de pobres campesinos que han sido víctimas de lanzamientos que ellos consideran injustos y atentatorios contra su derecho a la vida. Están celebrando entrevistas con los líderes obreros y de la izquierda, algunos de los cuales han prometido secundarlos en sus reclamos. El Fígaro, 1994 (en prensa).

Tal noticia constituye un antecedente. Y más aún, la coincidencia con ciertos datos proporcionados por los informantes, exhabitantes del barrio, confirman el sentido sobre el cual el fenómeno fue de naturaleza «reciente» y, sobre todo, el hecho de que grupos que llegaban a ese territorio provenían también de los mismos pueblos que «El Fígaro» menciona en su mensaje. Es decir, San Onofre y San Bernardo del Viento. La señora Juana Magallanes, por ejemplo, de 78 años, habló así de la fundación: «El doctor Brieva empezó a rellenar, entonces cuando ya rellenó esos terrenos hizo unas casitas de material… allá antes donde quedaba la bajada del puente, éste que está ahí… había un puente de madera…ahí hizo un caserío». Ahí se explica el proceso de relleno de los sitios cenagosos, para domesticar el territorio y hacerlo vivible.

Y en momentos posteriores ella expone en la entrevista la forma como esos territorios fueron pasando de mano en mano, de dueño en dueño, hasta que ya define el establecimiento del barrio. «La loma de vidrio se fue haciendo una loma… en dicha loma a la bajada era otro terreno de Juan Cantillo…también se lo fue rellenando con basura y eso… cuando lo rellenó tenía terrenos que le vendió Guzmán…a Ismael Guzmán en ese terreno… fue entonces buscando…fue construyendo casitas y vendiéndolas también. Ahí antes de la loma pasaba un caño… el caño de Juan Angola…en todo eso tenía unos mojones de materiales ahí que los separaba de la Isla de Elba… a la zona esa de Juan Cantillo que le decían… a eso después lo fueron rellenando y lo juntaron con Chambacú».

El barrio se fue gestando entonces, lentamente, por la unión y la colonización de otras tierras. Luego, en la misma grabación, aparece esa mención que coincide con la noticia de «El Fígaro», en el sentido de nombrar el hecho de la llegada de personas provenientes de pueblos relativamente cercanos a la ciudad de Cartagena. «Ahí se fue metiendo la gente de los pueblos… de todos esos pueblos…María la Baja… San Antero… San Onofre… fueron levantando…cogiendo….en el mangle…»

Pero hay aquí un primer aspecto que no se puede ignorar. En ese proceso relatado, sobre la unión y relleno de terrenos, aparecen dos nombres superpuestos, o mejor dicho «unidos»: «Isla de Elba» y «Chambacú». Si leo detenidamente la anterior entrevista, podría confirmar que en efecto se trata de dos terrenos con nombres diferentes, vinculados por rellenos de basura y otros desechos. Sin embargo, es aquí donde surge la pregunta: ¿Por qué, entonces, se terminó por generalizar con el tiempo todo un territorio bajo el nombre de «Chambacú», en vez de Isla de Elba? La respuesta a este interrogante implica igualmente, una discusión sobre la forma como las personas adoptan el sentido de pertenencia territorial. La señora Juana Magallanes no pudo precisar el origen de esa designación; es decir, no da respuesta convincente sobre el porqué le pusieron «Chambacú» a esa extensa unión de terrenos. «Chambacú fue que le pusieron después… ella era su verdadero nombre… Isla de Elba… pero no sé quién le cambió el nombre… Chambacú… no sé… eso si no… nunca pregunté». Ese último nombre, de origen indeterminado, se asume como representación semántica de un grupo. Aquí observo el hecho de la coincidencia con las líneas que Bossa Herazo escribió en torno a esa imposibilidad de precisar una génesis. Imposibilidad que es de todos modos lingüística; porque ni historiográfica, ni tangiblemente, se puede definir tanto el origen filológico de la palabra como su utilización. Así que igualmente debo volver, en este punto preciso, a las líneas de Walter Mignolo.

Es cierto que la «invención de América» o de cualquier territorio es un «caso de apropiación semántica y de construcción territorial que ignora y reprime aquel que ya existía». Es el «nosotros», cobijado bajo una pertenencia, que define una identidad y sobre la cual no se cuestiona.

Sobre el nombre «Chambacú» la señora Angela Orozco, de 88 años, dijo: «Porque como Chambacú grande… quedaba allí mismo a la orilla de la carretera esa… así que le engancharon Chambacú porque cuando en eso era eso… ya tenía Chambacú… y había otro terreno que cabían unas palmitas que llamaban el toquío, que daba pa’ la orilla del puente del tren».

Así, entonces, realizo la vinculación con el hecho de la gestación real del territorio, como lo mencionamos al inicio. Por lo tanto, puedo ahora profundizar en la serie de reflexiones que he pronunciado, enfocándome hacia el análisis de la novela Chambacú Corral de Negros.

Manuel Zapata Olivella (1979) estructuró su obra en tres partes, cada una con un tópico social específico. La primera, «Los reclutas», que gira en torno a la formación del batallón Colombia que luchó en la guerra de Corea sobre la década del cincuenta. La segunda, «El botín», que se configura como el nudo principal de la historia; y la tercera, «La Batalla», donde se dan las señales de la lucha por Chambacú.

Sin embargo, la raíz principal del texto se encuentra en las vivencias de una familia que sufre la miseria del barrio y que atraviesa numerosos problemas: «La cotena» es la madre, la cabeza de la familia, viuda y con cinco hijos, cada uno de ellos en su propia labor. Máximo, el único que se interesa por la lectura y que lleva una vida oscura dentro de una actividad reaccionaria. Críspulo es gallero dedicado. Clotilde, la hija que sigue los pasos de la madre lavando la ropa de «los ricos de Manga», y además con un hijo de origen incierto. José Raquel, que después de la guerra termina metido en la marihuana y el alcohol; y un boxeador, «Medialuna», que es noqueado por el hambre y la debilidad.

Estos personajes representan las puntas más visibles de la novela, pero igualmente Zapata Olivella escogió para cada quien una situación específica con el fin de garantizar las imágenes que definen lo que el barrio encierra en sus complejas relaciones humanas. Así, la obra se estructura alrededor de un aspecto muy visible. El origen del barrio, las personas que viven en él y que adoptan la representación que bajo ese nombre los distingue del resto de la ciudad. El territorio constituye una significación muy importante en dicha obra, ya observaremos las razones.

Las primeras líneas que resalto, referidas a la fundación del barrio, se encuentran en la primera parte, cuando «Medialuna» se esconde en los manglares para no ser reclutado dentro del batallón Colombia. El boxeador piensa y recuerda: «Otras veces acudieron ahí (él y otros habitantes) para calzar el fango con afrecho de arroz y tierra. Emparapetaban los ranchos y se acomunaban con la familia». Y más adelante: «Recordaba que diez años atrás su madre viuda y empobrecida, sembró su rancho en las propias orillas. Los cuatro hermanos recogían desperdicios en la ciudad y afianzaban las raíces. Levantaron las paredes con retazo de fique, tabla y lonas envejecidas. El techo de ramazones, palma de coco y oxidadas hojas de cinc».

Si analizo detenidamente estas líneas, puedo establecer ciertas significaciones que coinciden en algunas partes con las informaciones orales. «Calzar el fango con afrecho de arroz y tierra», por ejemplo, se relaciona o se iguala con los «modernos rellenos» que menciona Bossa Herazo y que la señora Juana Magallanes pronuncia también como una etapa del proceso de unión de territorios.

Pero un aspecto más visible, en esas líneas de la obra, se encuentra en el origen temporal. Origen que se establece de manera vaga, porque si bien se dice que «diez años atrás su madre viuda y empobrecida, sembró su rancho en las propias orillas», no se determina, igualmente, el espacio temporal exacto en el cual viven los personajes. Por lo tanto, ir hacia el pasado, en la novela, es un hecho que imprime un efecto de resolución de carácter técnico. Es decir, al no mencionar la fecha o la época específica sobre la cual viven los personajes, el narrador tiene la posibilidad de retroceder temporalmente, y comprimirlo todo en un mismo espacio o situación narrativa. De hecho retrocede mucho más, como ya veremos en otras citas, para garantizar un origen histórico del barrio.

Ahora, es importante decir aquí que las significaciones del origen del barrio no necesariamente se encuentran en la primera parte del texto o en las primeras líneas. La novela de la modernidad no tiene por qué definir la génesis de una familia, un territorio o grupo social, desde el inicio de la escritura en sí. Es más, en Chambacú Corral de Negros existen significaciones referentes a la fundación del barrio diseminadas casi por toda la obra. Esto obedece, también, a que son los mismos personajes quienes están regresando al origen del territorio: cada vez que se enfrentan a una situación difícil recuerdan esa memoria atada a una tierra que les brindó sustento en una ciudad hostil. Así se establece, además de la pertenencia territorial, que observaré en una parte especial de este trabajo, la aplicación del primer esquema operativo: Memoria = Tierra.

En cuanto a la posibilidad narrativa que tiene el autor de ir hacia atrás en el tiempo y luego unirlo todo en un mismo espacio situacional, puedo señalar este proceso de construcción ficcional en unas líneas específicas que están en la tercera parte titulada «La Batalla»: un diálogo que sostiene Máximo con Inge, esposa de su hermano José Raquel. Inge es una extranjera que cobra una importancia súbita en la novela, además de constituirse en la mirada europea sobre el Caribe. En dicho diálogo se habla del tema de la trata de esclavos africanos en tiempos de la colonia en la ciudad de Cartagena de Indias. Pero lo más importante aquí es el momento en el cual se introducen las pronunciaciones sobre seres de carácter histórico que tuvieron una importancia heroica en ese tiempo. Por ejemplo, San Pedro Claver. Máximo cuenta la labor que cumplió este santo ayudando a los negros esclavos maltratados: «Hubo un santo. Pedro Claver se llamó. Se compadecía de sus llagas. Los curaba y les alegraba la muerte, prometiéndoles una vida sin cadenas en el cielo» (Pág.122). Sin embargo, lo mejor de esta significación colonial esclavista, se encuentra unas cuantas líneas después, cuando se menciona a Chambacú como un territorio que debe su origen a este personaje histórico.

A veces pienso que a él se debe en mucho la existencia de Chambacú. Gracias a su piedad pudieron sobrevivir muchos esclavos. Los que huían se refugiaban en las selvas que rodeaban entonces a Cartagena. Hambrientos, asaltaban a los transeúntes por los caminos. Se les trató de recapturar, pero supieron defenderse. A los que aprehendían, les mutilaban alguna parte del cuerpo. Una mano, la lengua, la nariz. Benkos Biohó, uno de sus líderes, capituló y al llegar a la ciudad, fue colgado. Una muerte cruel, pero que sirvió de mucho a los esclavos. Nunca más capitularon ante los conquistadores. Después de nuestra guerra de independencia los fugitivos cimarrones regresaron a la ciudad. Encontraron nuevos amos que les pagaban salarios de miseria. El hombre es un yugo más pesado que los grilletes. Aquí nos ves. Nos niegan el derecho a tener un rancho donde dormir. Un pedazo de trapo para vestirnos. Pan para comer. Los redimidos de San Pedro Claver continúan buscando un santo (Pág. 123).

Así, en esta larga cita, observo cómo esa voz narrativa conjuga un pasado histórico con una situación presente determinada, es decir, el diálogo de Máximo con Inge ofrece la posibilidad de construir un discurso narrativo que retrocede o se adelanta en el tiempo, sin los obstáculos que pueden tener otro tipo de textos. Los historiográficos, por ejemplo, en los cuales la determinación de las fechas es muy importante y también la definición de un período histórico. Es más, el discurso narrativo le ofrece la facilidad al autor de seleccionar de la historia sólo lo que le importa y realizar de esa manera su propia historiografía.

Observo, entonces, cómo a través de la voz de un personaje se busca fundar una memoria mencionando seres de naturaleza heroica, San Pedro Claver, Benkos Biohó, y también se resalta un espacio específico del tiempo colonial: la situación del negro cimarrón. Pero es claro que todo este proceso se conjuga con el presente, al referirse, o mejor, al establecerse la causalidad que origina el barrio: «a él (San Pedro Claver) se debe en mucho la existencia de Chambacú». Chambacú, por tanto, existe gracias a la acción de seres heroicos.

Aquí sustento la aplicación del primer esquema operativo. La memoria, para obtener una solidez precisa de un territorio y también de un relato que utiliza dicho territorio para actualizarse. Por consiguiente, fundar un espacio territorial determinado conlleva igualmente a fundar una memoria; todo esto se puede realizar a través del discurso narrativo.

En este punto visualizo la relación: escritura – territorio – memoria. Relación que Ivette N. Hernández (1994) analiza en el texto que ya cité en la introducción: El Desorden de un Reino, Historia y Poder en el Canero. Ahí se encuentran estas líneas que fundamentan mis reflexiones sobre dicho asunto:

La escritura servirá como instrumento fundador en la medida en que toda fundación, como construcción de un origen, precisa de un relato que la actualice y la mantenga viva como memoria histórica para la comunidad a que dé lugar. En este sentido, toda fundación es ilusoria; puesto que se da gracias a lo que podríamos llamar una desterritorialización [sic] que articula un proceso de desplazamiento de identidades, personas, grupos y significados que la preceden (1994. 219).

Es claro que el discurso narrativo precisa de un territorio y que con base en este se funda el origen de un grupo social. Por lo cual, escribir sobre la memoria colectiva de un conjunto de personas es igual a escribir sobre el territorio que le sirvió de representación o que los acogió para que se definieran como un «nosotros». No importa qué designación existiera antes; lo que importa es que el grupo existe porque se «funda» en ese espacio. Así, en el caso de Chambacú, como ya lo observé en las informaciones orales, existe una imposibilidad para determinar el porqué se generalizó todo un territorio bajo ese nombre, si antes había otra designación: Isla de Elba. Y además, si realizo el contraste entre esas informaciones, la noticia del diario El Fígaro, y la novela de Zapata Olivella, observo que el fenómeno Chambacú contiene distanciamientos de significación entre estos discursos en cuanto a la manera como se originó.

Observé anteriormente que la fundación real del barrio se dio en un tiempo relativamente reciente. Es decir, por causa del proceso «moderno» de desplazamientos de campesinos de los pueblos cercanos a Cartagena. Sin embargo, en la novela se menciona otro tipo de «desplazamiento»: aquel que encuentra una raíz de naturaleza histórica colonial, y más específicamente, esclavista y cimarrona.

Ahora bien, el discurso narrativo, o «el relato» como lo llama Ivette Hernández, adquiere solidez cuando «desterritorializa», es decir, cuando «ignora» las anteriores «memorias». En el caso de Chambacú, el autor de la novela articula un discurso que ofrece un origen diferente que no tiene en cuenta la posibilidad de que una palabra como «Chambacú» sea de origen indígena; y que es más, define una génesis territorial gracias a la acción de seres históricos y heroicos como Benkos Biohó y San Pedro Claver.

En otras obras de Zapata Olivella, existen también estas señales que confirman la construcción de un discurso afro–caribeño que refleja la lucha racial en Latinoamérica. Pero pienso que igualmente es importante citar aquí las reflexiones del autor, ya no refractadas en una obra literaria, sino patentes en una entrevista que concedió al diario «El Universal» de Cartagena, y que se encuentran compiladas en un texto titulado Retratos. Ahí, Zapata Olivella define la labor de su escritura como un compromiso de permanente reivindicación del negro africano.

Toda esa búsqueda literaria se fue concretando cuando me enrumbé en la búsqueda de una temática que implicara la historia de las luchas sociales de América, desde la colonia y la independencia, a través de una mirada no europea, no eurocéntrica, como ha sido tradicionalmente la visión de la novelística latinoamericana. Quise mirar el proceso a través de la mirada del africano, a través de su mestizaje con el indio, con el español y así empecé a buscar fuentes, a visitar lugares como Haití, México. Algunos países del África, los Estados Unidos. A analizar fenómenos como el «poder negro», «las panteras negras», la independencia y el enrumbamiento hacia el socialismo de países como Angola, el Congo, Senegal y Kenia. Arango (p.187).

Esas líneas confirman aún más las intenciones de «generar» un discurso con particularidades propias que imprima cierta «originalidad». Al hablar de una «mirada del africano» necesariamente se debe recurrir a la génesis misma de este grupo social, a la memoria arrancada de su territorio primigenio e injertada en tierras americanas. Existen, como ya lo mencioné antes, otras obras de este autor que contienen dichas señales; pero es mejor reseñarlas con más detenimiento en la parte concerniente a las reflexiones concluyentes de este capítulo. Por ahora me interesa describir las intenciones enfocadas hacia la fundación de un territorio específico, con sus relaciones internas y externas también definidas de manera clara y consciente.

En otros textos de otros autores también se definen las señales de fundación del barrio. No son propiamente literarios, aunque sí contienen una sincera intención estética. Son crónicas sobre Chambacú que igualmente construyen una génesis fundacional, y que en algunas partes se relacionan con la novela de Zapata Olivella.

En el suplemento literario dominical del desaparecido diario local «El Periódico» de Cartagena, con fecha del 8 de diciembre de 1996, se encuentra un artículo titulado «Magalla, Fundador de Chambacú», firmado por Juan Gutiérrez Magallanes. En él se atribuye la fundación del barrio, no a una acción colectiva, sino a un personaje de la historia reciente de la ciudad: Magalla. De manera más general se narra también la historia genealógica de una familia desde sus primeros miembros hasta las generaciones posteriores que vivieron en Chambacú. Este texto se relaciona con la novela de Zapata Olivella en el sentido de establecer unos personajes unidos al parentesco sanguíneo; pero de la misma forma se distancia, porque construye el origen fundacional del barrio, no gracias a la acción heroica de seres que vivieron en la colonia como San Pedro Claver y Benkos Biohó, sino a la acción de un individuo particular. Claro está que esto igualmente contiene un sentido heroico, dado que ese personaje fue el primero en entrar a domesticar tierras cenagosas. Lo que en el fondo se constituye como distanciamiento entre Chambacú Corral de Negros y la crónica aquí nombrada, es el eje temporal. En «Magalla, Fundador de Chambacú» no hay una conexión histórico–colonial.

En un segundo artículo del mismo autor, esta vez publicado en una época más temprana «Chambacú era una fiesta» en la revista cultural Hola Caribe (año 1, nro.1, 1988) se utiliza doblemente la designación del territorio. Es decir, se narra la gestación del barrio, pero se nombra en ocasiones como Isla de Elba y en otras como Chambacú. Esto se relaciona en buena medida con las informaciones orales; y con el diario «El Fígaro», en el sentido de señalar igualmente los grupos de personas que llegaron a la ciudad, provenientes de pueblos cercanos, como efecto del desplazamiento forzado en el campo. Así realizo la reseña de estos textos que contienen tanto separaciones como acercamientos con la novela de Manuel Zapata Olivella, en lo concerniente a la construcción de un territorio.

SIMBOLOGÍAS DE LA PERTENENCIA TERRITORIAL

Aquí evaluaré la manera como cada personaje de la novela de Manuel Zapata Olivella, configura una representación del barrio Chambacú. Es necesario escribir también que existen en el texto, no sólo episodios en donde los personajes actúan individualmente, sino también momentos en los cuales el territorio se establece como una totalidad y, por tanto, se convierte en el objeto primordial de la descripción del autor.

Ahora, los individuos que la obra describe son habitantes del barrio, excepto el cuerpo de policías. Esto significa que las relaciones externas se especifican en función de dicho cuerpo armado. Es decir, no hay en el texto mención alguna a personajes que vivan en la ciudad misma o dentro del «corral de piedras». Por lo tanto, existen significaciones colectivas en donde Chambacú parece que es un personaje más. Observaré también, unido a ese aspecto, la manera como un individuo logra articular tal colectividad en situaciones de exaltación o violencia.

En la novela existen una cantidad de personajes, además de los que anteriormente describí. Es decir, además de los miembros de la familia principal, centro de la obra. Cada uno de estos personajes asume una representación del barrio: La tía Petronila, solterona y creyente de agüeros y maleficios. Bonifacio, yerbatero y lector del destino en las cartas y el tabaco; y las prostitutas, «Las Rudesindas». Todos constituyen puntos específicos que fundamentan la construcción de un territorio autónomo.

Uno de los episodios más visibles de esa representación territorial configurada a través de un personaje, es el que corresponde a los encuentros boxísticos. Ahí se puede observar cómo el esquema memoria = tierra, adquiere una sustentación práctica. Anterior a tales menciones también se resaltan las siguientes citas:

¿Crees que se puede regresar de la guerra sin remordimiento de conciencia? (Pregunta Máximo, y posteriormente habla sobre la guerra de Corea). Si es que el muerto es otro, se deben sentir sus pasos, sus gritos, su mueca en el momento de enterrarle la bayoneta en la barriga. Ese papel no lo haría yo, aunque me lo mandaran los superiores. Otra cosa sería que vinieran los soldados extranjeros a Chambacú a pisotear nuestras mujeres, a quemar nuestras casas y a querer convertirnos en esclavos. ¡Ah! Entonces sí pelearía con gusto. Mataría gente. Estaría defendiendo mi casa, mi familia (p. 25).

Se deja ver, en las últimas líneas de esa cita, la mención de la lucha en una tierra extraña, para traerla luego a la propia, a Chambacú específicamente. Se nombra el barrio como si estuviera desligado de la ciudad, separado y sin ninguna clase de relación con Cartagena. Eso especifica la categoría del «nosotros», vinculada a una circunscripción territorial que define y distingue.

Otra cita, aún más específica sobre este aspecto, se establece ahora con Críspulo, el gallero dedicado. Este personaje sí que efectúa una separación, y por tanto, una defensa del barrio de manera tajante: «Libertad, patria. Democracia. Vainas que nunca hemos conocido. Ni el mismo Máximo que ha leído tantos libros, sabrá qué quieren decir esas palabras. Para mí no hay sino Chambacú. Ni siquiera Cartagena» (p. 37).

Así, a través de los personajes, se articula la construcción de una memoria. Memoria que sólo cobija a quienes se identifican con el barrio en sí, con sus valores y luchas.

Retornando a los encuentros boxísticos, especialmente a la enunciación del boxeador Media luna, observaré el episodio de una contienda deportiva, en la cual igualmente se hace tangible la representación y la pertenencia territorial. Medialuna gana la pelea por knockout:

En la otra esquina, derrumbado, rota la ceja izquierda, el enemigo atento a los consejos de su entrenador, la victoria tenía un nombre. «Nockout». Su brazo cansado aún respondía.

—Mira, el «zurdo» vomita. (Aquí habla el entrenador de Medialuna). Ya sabes, ganchos al hígado.

La campanada.

El público en redondo. Desde la plaza hasta lo alto de los balcones se oía un solo grito: ¡Chambacú! ¡Arriba Chambacú! (p. 40).

El boxeador ganador no sólo se representa a sí mismo, sino también a su comunidad. Pero hasta aquí he citado ejemplos claros que todavía tienen referencia con la familia principal eje de la novela. Ahora observaré otro tipo de articulación de esa simbología con la pertenencia territorial. El caso de Bonifacio, el yerbatero.

En una escena específica, en la cual ocurre una emergencia súbita, debido a que el nieto de «La Cotena», por un «espolazo» de un gallo, tiene la pierna gangrenada, se gesta una discusión sobre quién debe ejercer la cura, si los médicos o el brujo de Chambacú:

«Mamá, los médicos saben mejor que nosotros lo que debe hacerse». Le dice Máximo a La Cotena. «Ellos sabrán mucho de cortar piernas, pero no cómo curar un espolazo de gallo. Me lo llevo a donde Bonifacio». Replica la mujer. Y al final se decide por la medicina no tradicional.

«Salva a mi nieto Bonifacio. ¡Sálvalo!» Vuelve a pronunciar La Cotena, pronunciación que implica una creencia arraigada a costumbres ancestrales. Es decir, sólo la brujería, los rezos, la quiromancia, adquieren una importancia esencial en grupos sociales que habitan territorios específicos. Esto hace de Chambacú un lugar en donde se anida una clase determinada de representaciones mágico–religiosas. Bonifacio logra curar al nieto de La Cotena; sus rezos son más efectivos que una amputación. «Voy a rezarlo para estar más seguro». Dice finalmente.

De esta manera he observado cómo en unos cuantos ejemplos significativos se efectúa toda una serie de representaciones territoriales y también, cómo los personajes articulan igualmente una simbología específica que remite al barrio como un ente autónomo.

REFLEXIONES

Para concluir este capítulo, debo referirme brevemente sobre la intención de Manuel Zapata Olivella de construir un discurso africanista enfocado hacia el tema del esclavismo y las luchas raciales en América. Pero necesito, entonces, reseñar otras obras del mismo autor para fundamentar esta idea, y para visualizar la forma cómo la construcción de un discurso con esas características adquiere señalizaciones o recurrencias que significativamente trazan una evolución de naturaleza estética.

En 1983 aparece una novela de Manuel Zapata Olivella que define la cúspide de esta intención de construir un discurso africanista: Changó el Gran Putas (1983). Digo lo anterior, porque en dicha obra se pueden observar señales que también se encuentran en Chambacú Corral De Negros; pero el trabajo de profundización historiográfica, investigación mitológica, y creación narrativa, se define en un denso discurso pletórico de lucidez y libertades lingüísticas. Esta obra resulta como un complejo tejido que mezcla muy bien la parte de los dioses africanos, los seres fabulosos de diferentes tribus traídas a América, el lenguaje propio de los cronistas de Indias y la oralidad que surge producto del mestizaje. Siempre bajo la mirada del negro; es decir, que de las tres voces que en un discurso de tales magnitudes se pueden escuchar, la del africano prevalece. Esto se observa claramente desde la primera página en la cual la utilización lexical africana es muy extensa.

En Changó el Gran Putas existen señalizaciones que remiten a una intención consciente de construcción de una visión que manifiesta un origen mitológico, y que se refiere a seres heroicos.

En efecto, en esta obra hay partes específicas en donde se encuentran significaciones sobre personajes que han entrado al campo de lo fantástico por el efecto que la historia ha ejercido sobre sus acciones en los tiempos de la colonia. San Pedro Claver y Benkos Biohó, son claros ejemplos del anterior aspecto. Aquí señalaré la importancia que para Manuel Zapata Olivella deben tener estos seres por la razón de que ellos fundamentan su discurso.

En Chambacú Corral de Negros, se conjugan la mención sobre estos personajes con el presente situacional de la novela. En Changó el Gran Putas (1983) se construye un origen aún más fantástico de ellos. Es el caso del nacimiento de Benkos Biohó. Nacimiento que se produce después de siete noches y siete días de sufrimiento:

Todo en vano, el hijo de Potenciana Biohó no quiere nacer. En la plaza de la Yerba las ancianas afirman que le han dado bebedizo; por el barrio del Limón se buscó el rastro de Antonia de los Santos, enemiga de su madre. Del Xemaní trajeron el mate embrujado que envió un evadido cimarrón. Pero el vientre de Potenciana no abre sus puertas (p. 96).

Aquí se menciona, también, además de ese aspecto de la brujería y los bebedizos, el tema del cimarronaje. En Chambacú Corral de Negros, igualmente, se señalan tales significaciones. Sin embargo, la parte del origen fantástico de Benkos Biohó se especifica después en Changó el Gran Putas:

¡Oíd, oídos del mundo. Oíd! Aquí nace el vengador, ya está con nosotros el brazo de fuego, la muñeca que se escapará de los grillos, el diente que destroza las cadenas. ¡Oigan los que me oyen! Oigan ustedes que traen a esta vida los hijos del Montú. Escuchen: El protegido de Elegba trae sangre de príncipe. Nace entre nosotros, será nuestro Rey. Protegido de Elegba será bautizado con el nombre de Cristiano de Domingo pero todos lo llamaremos Benkos, porque Benkos, se llama el tatarabuelo Rey que sembró su kulonda. Criado en la casa del padre Claver se alzará contra ella. Morirá en manos de sus enemigos pero su magara, soplo de otras vidas, revivirá en los Ekobios que se alcen contra el amo (págs. 97–98).

Aquí claramente se observa la referencia mitológica; referencia que se enuncia a través de nombres y palabras de origen mágico–religioso africano. Elegba por ejemplo, que significa «el poderoso» y que es un ser que tiene como función primordial mediar entre los vivos y los muertos, y su invocación es importante para hacer que otras deidades bajen a la tierra. Elegba es una deidad Oricha, es decir, un dios de la religión Yoruba. Las anteriores citas de Changó el Gran Putas sirven para subrayar, de manera más general, esa intención de Manuel Zapata Olivella de construir un discurso reivindicatorio que se fundamenta bajo la mirada del negro. Tal intención da luces para la lectura crítica de la novela que analizo en esta investigación.

Como reflexión final de este capítulo, debo decir que la reseña de otras obras de un mismo autor son necesarias en la medida en que vislumbran recurrencias o segmentos discursivos significativos, que se constituyen en partes de una totalidad estética.

* * *

La presente reseña es el primer capitulo del libro «Territorio, conflicto, y memoria histórica: el caso Chambacú», publicado por Editorial Académica Española.

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* Luis Fernando López Noriega. Es doctor en Letras en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Profesional en Lingüística y Literatura. Realizó estudios de análisis del discurso y en Literatura Hispanoamericana. Profesor de literatura Latinoamericana en la Universidad de Córdoba-Colombia. Miembro del Grupo de Investigación de Memoria Histórica de la Universidad de Córdoba. Ha publicado diversos artículos que exponen los resultados de sus investigaciones sobre la novela colombiana en revistas especializadas como Poligramas, de la Universidad del Valle, y Cuadernos de Literatura Hispanoamericana, de la Universidad del Atlántico. Publicó un libro de investigación sobre la novela en el Caribe colombiano después de García Márquez: Calibán y Afrodita, la novela en el Caribe colombiano después de la modernidad. Zenú editores, Montería 2013. Ganador del Premio Nacional de Cultura en la línea de Narrativas de Vida del Centro Nacional de Memoria Histórica, Bogotá, 2011.

 

2 COMENTARIOS

  1. Sin duda alguna, este artículo es una invitación a desarrollar una lectura crítica sobre el génesis de Chambacú dentro de la novela de Manuel Zapata Olivella. Por otro lado, es un aporte historiográfico porque logra encadenar cada una de las partes semánticas para consolidar una idea dentro del escrito.

  2. Excelente escrito del Doctor Luis Fernando Lòpez Noriega, es una historia vista desde un punto de vista fresco, sobre esa historia de Chambacù.

    Felicitaciones.

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