MANUAL PARA DESNUDAR MONSTRUOS
Por Rafa Burgos*
1.
Si aún no ha leído Frankenstein, probablemente creerá que no le hace falta. Pensará que le basta con recordar la cara maquillada y fuertemente iluminada de Boris Karloff. Alzará los brazos hasta situarlos en paralelo con el suelo. Andará con pies de buzo en el espacio. Gemirá. Y recordará la escena de la flor y la niña aunque ni siquiera haya visto una sola de las películas que han dado aliento a la criatura. Es un buen principio, no desespere. Hasta Bela Lugosi, Drácula canónico, despreciaba el maquillaje de Karloff. Hay que limpiarlo con cuidado, pero enérgicamente, a la vez. Porque Frankenstein, el monstruo cinematográfico, ha trascendido el mito para instalarse en el inconsciente popular. Nacemos con su recuerdo ya aprendido, tatuado bajo la piel. Con Frankenstein, el científico literario que da vida a un cuerpo inerte, es otra cosa. Para llegar hasta a él, hay que esforzarse más.
Es casi una labor de hipnosis. Una cuenta atrás y un chasquido de dedos junto a la oreja. Y durante el recorrido, hay que desarmar el modelo como se restaura un cuadro, como se decapa un mueble, como se depura un poema. Diez. Dejar a un lado las cosquillas de los tornillos en el cuello. Nueve. Apagar las luces estroboscópicas del laboratorio. Ocho. Enjuagar mechones blancos y femeninos. Frankenstein es como Twitter, hemos creado un monstruo que no sabemos controlar y que nos impulsa a salir de nuestras casas en compañía de nuestros allegados, armados con palos, hoces y antorchas, para ejercer nuestra justicia personal. Siete, seis, cinco. Para ensañarnos con el forastero, con el desconocido, con la amenaza sin nombre. Sin pausas ni preguntas. Todo eso es lo que hay que dejar a un lado. Cuatro. Dejar la mente en blanco. Tres. Respirar profundamente. Dos. Cerrar los ojos. Uno. Y al llegar a cero, habrá llegado a un universo completamente diferente al que todos conocemos. Cero.
En este punto, nos situamos doscientos dos años atrás. Sí, doscientos dos. Lo habrá leído muchas veces. Una fenomenal erupción volcánica desconecta el verano europeo en 1816. En Villa Diodati, una lujosa casa junto al lago Leman, aquel invierno de pleno junio, aquel manto de humo, cenizas y temperaturas por los suelos, reúne a cuatro amigos junto a la chimenea. Son el poeta Lord Byron, su médico, John Polidori, y el matrimonio Shelley, formado por el escritor Percy y Mary, nacida Wollstonecraft por parte de madre. El frío, el fuego y la oscuridad les impulsan a hacer lo que todos los humanos hacen cuando hay frío, fuego y oscuridad. Narrar historias de terror. Byron sugiere que cada uno de los presentes componga, a su vez, un relato nuevo. Los dos escritores, puede que sumidos en su propia importancia de escritores, acaban por pasar página, en blanco. Pero Polidori y Mary sí sienten estremecimientos, sí luchan contra las sombras, sí temen enfrentarse a la imaginación de dos poetas. Son las tortugas que corren contra las liebres. Y de sus entrañas atenazadas, de su apuesta anticipada de perdedores del combate, nacen dos mitos de los siglos venideros. Polidori entrega un cuento, El vampiro. Y Mary Shelley, nacida Wollstonecraft por parte de madre, imagina Frankenstein. Dos años después, ahora sí, hace justo doscientos, se publicará como novela. La anécdota de Villa Diodati la conoce casi todo el mundo. Lo que no se sabe, antes de leer Frankenstein, es que también hay que olvidarse de ella. Aunque sea por un momento.
El maquillaje de Karloff, la imagen inconsciente, el verano del volcán. Una vez que esté todo fuera de su cabeza, abra el libro. Por la primera página, ya habrá tiempo para prólogos y epílogos. Incluso el nombre que usted cree que tiene el engendro renacido y en realidad no tiene. Progresivamente, notará un estallido blanco, como el de la luz al final del túnel de la muerte. Es el deslumbramiento inolvidable de una de las novelas más sorprendentes que va a guardar usted en su estantería. Y lo es, precisamente, porque no contiene casi nada de lo que previamente habría podido pensar. Lo es porque nos enfrenta a todos los terrores que nos empequeñecen desde que pintábamos bisontes en los muros de las cuevas. Miedo al creador, miedo al futuro, miedo a nosotros mismos, miedo a nuestros actos y sus consecuencias. Pánico a todo aquello de lo que no nos podemos desprender. Pavor a no poder desprendernos del miedo. La historia del monstruo desnudo que podemos llegar a ser todos nosotros.
Pase la última página. Al despertar, el libro ya no volverá a ser el mismo.
2.
Si ya ha leído Frankenstein, vuelva a ver las películas. La original de James Whale. O La novia de Frankenstein, del mismo director. También El espíritu de la colmena, del español Víctor Erice. Incluso El jovencito Frankenstein, de Mel Brooks. Son todas magníficas, no se arrepentirá. Vuelva a llenar de prótesis y vísceras y pelucas teñidas y gargantas guturales el cuerpo hilvanado de la criatura. Vuelva a esconderlo bajo el disfraz de demonio, de sombra muda. Y entonces, solo entonces, cuando su cerebro reaccione al mordisco de ese vampiro llamado cine y procese de nuevo todo aquello en que se ha convertido el personaje creado aquella noche de junio en Villa Diodati, vuelva a la novela. Y déjese deslumbrar otra vez por el monstruo desnudo.
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* Rafa Burgos es periodista (Alicante, España, 1971). Comenzó su trayectoria profesional en 1997 como colaborador y crítico de cine en el periódico local La Prensa y posteriormente pasó por El Periódico de Alicante (donde asumió también la labor de editor) y Las Provincias (crítico de cine). En 2003 se incorporó a la plantilla del diario El Mundo, en el que ejerció de redactor de Sociedad y Cultura y columnista. En 2012 dejó el puesto para dedicarse a proyectos personales, como el blog El Faro del Impostor (www.elfarodelimpostor.com), un documental sobre el boxeador Kiko ‘La Sensación’ Martínez (actualmente en post-producción) y el libro ‘La feria abandonada’ (Barbara Fiore Editora, 2013), del que es coautor junto al dibujante Pablo Auladell y el poeta Julián López Medina y que acaba de ser traducido al francés (‘La fête abandonnée’, Editions de l’An 2, 2016). En la actualidad, escribe la columna semanal ‘Vals para hormigas’ para el diario Alicante Plaza. Se le puede seguir en Facebook (El Faro del Impostor) y Twitter (@Faroimpostor).