Por Víctor Daniel López*
Despertaste una mañana, y de pronto, tu vida, sin avisarte más, dio un giro imprevisto. No había cambiado gran cosa, el día seguía siendo día, y la noche, oscura; el cielo seguía estando arriba, y tú, parado aún sobre la tierra. Los colores eran los mismos. Las nubes, flotando, seguían diversificando sus formas sin quedarse fijas en una ni otra. El discurso de la rutina igual que el de todos los días. El mundo seguía girando, y tú, junto con toda la gente que iba y venía, andando, girando, avanzando. Pero algo había cambiado ese día. Y aunque no supieras qué, tú sabías que así era. Te diste cuenta justo cuando saliste de tu departamento, y al atravesar el mismo parque de todos los días, sentiste una extraña presencia detrás de ti, como si alguien te estuviera siguiendo. Volteaste. No era nadie.