INFIERNOS Y UTOPÍAS DE UN JOVEN PERIODISTA
Por Juan Manuel Zuluaga Robledo
Para hablar de una disciplina —si se comprende al periodismo como ello— se intenta estudiarla desde todos los ángulos y aristas posibles, desde nuestra pequeña experiencia como jóvenes periodistas. Se vive, se respira un periodo de experimentación, una colisión temprana entre teoría y práctica. En algunos casos, las cosas no salen como uno quiere o como uno cree que se forjan en el terreno de la utopía. Y eso pasa en todas las disciplinas humanas, donde también quiero incluir al periodismo.
Ahora bien, en la Universidad se educa a los estudiantes en el plano de los ideales. Eso es correcto, nadie lo va negar. Toda acción humana y toda ciencia —intérprete de una realidad— tiene unas máximas, unos principios y unos ideales a los que siempre se quiere llegar. De eso no está exenta “la profesión más hermosa del mundo”, tal como la definió alguna vez Albert Camus. Pongo un ejemplo: Es la historia de unos alpinistas que pretendían llegar al pico más alto de Europa. El ideal era la cima, pero el camino era largo y sinuoso y sólo alcanzaron la mitad del promontorio. Eso siempre sucede en la vida, en la literatura, en el Quijote cuando recorre La Mancha y también en los quehaceres periodísticos.
En los semestres universitarios existe un problema: Muchos de los docentes no trabajan en el momento en los medios. No están activos, no tienen los dedos inquietos y no están escribiendo notas en un diario. ¿Cómo enseñar periodismo cuando sus mentes sólo están inquietas en el pizarrón de las universidades? Con ellos —nuestros docentes— en esos salones de paredes blancas e inmaculadas, soñamos, hablamos de un periodismo fuerte, capaz de oponérsele al poder y capaz de traducirse en un factor de cambio para la sociedad, de denuncia social, sí se quiere.
Se hablaba siempre en términos románticos. Entonces los estudiantes apasionados por la literatura y por el “cuarto poder” —como algunos lo llaman— vuelan, hacen piruetas en el aire y sueñan con ganarse un Simón Bolívar o un prestigioso Pulitzer. Muchas veces pensamos que los verdaderos protagonistas de la noticia o de una crónica exquisita, somos nosotros mismos. Grave error: El periodismo es apostolado, es trabajo social en cuartillas de papel periódico, es denuncia pública de las contrariedades más aberrantes que enferman a una sociedad ¡Oficio complicado el de nosotros!
Por otra parte, otros profesores siempre abrieron nuestros ojos y hablaron de la realidad problemática del periodismo colombiano. Mencionaron la posibilidad de refundar los nuevos medios de comunicación. Comentaron sobre la posibilidad de crear nuevos periódicos o de instaurar espacios informativos que privilegien la reportería, la investigación exhaustiva y el lenguaje bien escrito.
Disertaron, desde una perspectiva realista, sobre unos periódicos anclados en familias poderosas, grupos políticos, gestados en medio de casas editoriales, más preocupadas por lo empresarial, por las ganancias económicas que por el criterio y alcance socio-político de un periodismo comprometido. Ignoraron el verdadero poder social que tienen unos garabatos bien escritos que se darán a conocer al día siguiente, gracias al poder seductor de una rotativa. Propusieron un esquema narrativo e informativo donde los poderosos no dobleguen a los desheredados.
Así, al final de la carrera universitaria, sólo unos pocos, locos y quijotes, optarán por prácticas en medios impresos, con ganas de aportarle al país y de buscar otras vertientes a favor de esa pasión llamada periodismo.
Por otro lado, en Colombia el periodismo se ejerce más por pasión, por ayudar a las comunidades. Es una energía vital que quiere ser una fuerza intermediaria entre el poder (ya sea económico y político) con la sociedad, más que por ganar un salario justo y bien remunerado. Se trabaja más por esto y casi nadie —salvo unos pocos— son hombres prominentes, visitantes habituales de cócteles, rodeados con el séquito del poder de turno.
Por eso, como en toda profesión que no quiera quedarse anquilosada en la actualidad, el periodista deberá cursar una maestría, una especialización o ser experto en un motor dinámico que lo diferencie de los otros… ser un perito en un conocimiento que le permita escribir con soltura. Una diferenciación, un valor agregado en medio de tanto periodista experto en el día a día y en el simple lenguaje informativo. Un periodista no vive del aire. Debe ser el mejor de todos; estudiar, prepararse, para al menos, tener una vida decente y poder mantener con dignidad a su familia. O mantenerse solo si opta por el celibato: de todo se ve en esta vida.
Hace algunos años, escuché hablar duramente al escritor mexicano Carlos Fuentes sobre el periodismo. Sus sabias palabras me preocuparon bastante. El autor de ‘Cambio de Piel’ ponía sobre el tapete una especie de “estandarización” del lenguaje en los periódicos actuales. El objetivo palpable de esto: hacer de los medios más comprensibles para todo tipo de público. Ese fenómeno —según Fuentes— era uno de los motivos más apremiantes para cercenar el idioma y sufrir el efecto apabullante del empobrecimiento lingüístico.
La verdad sea dicha, estoy de acuerdo con el autor mexicano, pero como siempre pasa, estoy hablando ahora en el terreno de las utopías. Sobretodo al observar la verdad desalentadora de nuestro país. Algunos periódicos utilizan un lenguaje empobrecido, sin un trabajo arduo en sus estructuras narrativas. Suponen que los lectores son una masa analfabeta e informe, consumidora de textos predecibles para su comprensión. De la carrera solo está quedando el cansancio. Y ya las cosas no se hacen por gusto y por amor a la investigación, lo cual implica tiempos prudentes. Los lectores no son limitados; ellos mismos como todo ser humano, pueden tener capacidad crítica para comprender e interpretar las cosas.
Los diarios deberían arriesgarse y decidirse por publicar textos, donde existiera un alto nivel intelectual para los lectores. Si los periódicos se pusieran en la difícil cruzada de educar a la población, entonces los mecanismos para entender la realidad no serían tan empobrecidos. Aquí nunca comprendimos que una de las funciones de los periodistas radica en educar tal como se evidencia en los países de avanzada. Es bueno preguntarse ¿Los fines de los medios son netamente económicos o también están sustentados en un compromiso social en pro de la gente?
Por lo tanto es pertinente escuchar las palabras del maestro Truman Capote. El forjador de “A Sangre Fría” en reiteradas ocasiones siempre elevaba al periodismo bien escrito a la categoría de arte. El periodismo a la hora de estudiar una realidad podría tener todos los elementos narrativos de una novela célebre. Ahí está la otra cara de la moneda, apta para la construcción de nuevos medios que bebieran de manera poderosa de las virtudes del afluente propuesto por uno de los padres de la novela de no ficción.
Ahora hablemos de las limitaciones a las que se enfrenta un joven periodista. Nadie niega la publicación de muchos artículos interesantes en los medios colombianos. No obstante muchas veces, los anunciantes limitan el trabajo periodístico. Con sorpresa pero a la vez, embebido de realidad, he visto cómo algunos artículos los editan por acomodar un anuncio publicitario enorme. Seguramente por el artículo se pagó una “millonada” y tampoco se puede desconocer que los medios obtienen grandes dividendos con la publicidad. Se debe optar por un equilibrio en esta materia.
En el caso de algunos medios y sus corresponsalías, al ser periódicos capitalinos, muchas veces se tiene en cuenta más las opiniones de los editores en Bogotá. Se cambia súbitamente el diseño donde escriben los redactores en las provincias y ya finalizando el día, se entra a editar más y más el artículo para reacomodarlo en el nuevo diseño. Todo por el dinero que entra gracias a los anunciantes.
Confirmo que nací para ser periodista. Son glóbulos rojos esenciales en mi sangre. Tengo una pasión desbordada por el discurso. Más o menos así la definió el periodista argentino Daniel Prieto Castillo. Sin embargo, para lograr eso, es necesario llegar a ciertas conclusiones.
El periodismo debe sustentarse en la investigación exhaustiva y rigurosa. La reportería deberá estar anclada en otras ramas del saber y en otras disciplinas. En muchos casos se hace indispensable la voz de un perito para comprender terrenos desconocidos por el periodista cuando se trata una problemática en particular.
Ahora bien, en algunas facultades de comunicación social, los interesados en el periodismo, pueden conocer diversas técnicas que serán valiosas en el desempeño profesional a la hora de enfrentarse a las vicisitudes propias del quehacer periodístico.
En medio de toda clase de docentes, se enseñan las diferencias básicas entre los géneros periodísticos. Ese es el camino más apropiado para abordar a un entrevistado y es el único camino para lograr una observación aguda de los contextos.
Más aún, durante cinco años de carrera universitaria, se practican disímiles maneras de narrar una historia. Se ilustra sobre el arte de crear historias con el “enganche inicial” para sumergir a un lector en una trama, con el aval de una buena administración de los datos que aporta una buena reportería.
Por eso, los estudiantes aplicados sostienen acalorados debates sobre ética periodística. Esto no lo escribo con el fin de desvirtuar todo el poder de esas enseñanzas. Son necesarias esas polémicas y estoy agradecido con la universidad por enseñármelas. Sin embargo, para robustecerlas y encontrarles una mejor aplicación, es necesario estudiar otras ciencias sociales, un juego de especializaciones que te den elementos de juicio para escribir sobre un tema en particular.
Técnicas periodísticas bien asimiladas y dominar otra disciplina social, se pueden considerar como pasos agigantados al éxito en la profesión. Las ideas de la teoría están distanciadas por una profunda brecha con la práctica. Ahí siempre encontraremos infiernos y utopías. Todavía nos falta mucho por aprender y madurar.
En ese plano, es importante recibir una óptima capacitación en el manejo de “software”. Los medios modernos dependen en buena parte del mundo cibernético, del Internet y de la influencia de los computadores. Ya sea para recibir o enviar cientos de correos rebosantes de información, como volvernos diestros en el manejo de software que controlan y preservan los manuales de estilo, habituales en los medios impresos. Son programas creados con el fin de conservar el diseño de las páginas, pero también creados con el objetivo de dar orden a la información y enviarla a la casa matriz del medio donde se trabaja.
Recuerdo que en la práctica universitaria tuve infinidad de problemas para manejar estas herramientas, lo que me llevó a vivir momentos de alta tensión con el editor, mi jefe directo. Estaba encargado del montaje —precisamente en un software especial conocido como el Hermes— de toda la programación de cines de la ciudad de Medellín.
Luego de una semana de trabajo, los problemas se hicieron evidentes porque algunos horarios de Cinemark en el Centro Comercial El Tesoro, figuraban trocados en la versión impresa del periódico. Cabe destacar que en la mayoría de los casos, yo asumí la responsabilidad y di la cara ante algunos reclamos del editor y de la empresa donde se proyectaban las películas. En otras situaciones, yo argumenté que en Bogotá editaban y recortaban la programación, con tal de darle paso a una jugosa pauta publicitaria.
Al fin y al cabo, para evitar otras eventualidades, el editor cambió los roles: a mi compañera le asignó los cines y yo quedé encargado de la agenda cultural. Desde ahí en adelante las relaciones con el editor —que un principio avizoré como un amigo, como un asesor dispuesto a la escucha y a los consejos— se fue deteriorando gradualmente.
En varias oportunidades, mi trabajo fue subvalorado, ya fuera porque al editor —desde una perspectiva subjetivista o por cuestión de preferencia temática— los editaba con una lentitud pasmosa. O en otros casos, mencionaba cierta falta de rigurosidad en los datos, cuando era claro que no había leído todo el texto y esos datos sí figuraban en el mismo. He ahí la importancia de crear un ambiente de trabajo agradable con el editor.
A estas alturas del partido ¿Por qué existen cuestionamientos de rigurosidad y de superficialidad en los periodistas? Se habla de falencias en estos campos, al tiempo que de una ayuda interdisciplinaria, y se debe recurrir al soporte de muchos expertos cuando se aborda una problemática.
¿Es superficial quedarse más del tiempo planeado, en el lugar de los hechos o con un entrevistado, para aportar una nota completa y con aires de equilibrio? Ese puede ser un óptimo método de trabajo.
Bueno, la verdad es que el mundo de las ideas —por cuestiones dialécticas— siempre estará marcado por posiciones opuestas: esa cuestión también se puede encontrar en la relación editor-periodista. Eso quiere decir que muchas veces el periodista respeta las opiniones del editor pero no las comparte. De esta manera también se construye el mundo, pero en la realidad al periodista solo le cabe obedecer al estilo del religioso en una orden monástica.
Hablemos ahora de la tan aplaudida “inmersión”. Vivir los hechos en carne propia para tener elementos de juicio en aras de narrar una historia con visos de credibilidad. Esconderse, camuflarse, disfrazarse, adaptarse al medio. No es apropiado quedarse sólo en investigaciones simplistas y ya. Pero la bien llamada inmersión también tiene su beneficio de inventario.
Si estoy haciendo un trabajo sobre el suicido o la drogadicción, eso no implica que me vaya a tirar de un onceavo piso o me decida a probar éxtasis en una discoteca, para así garantizar que mis historias tengan fuerza y verosimilitud. La inmersión también tiene sus límites como todo en la vida. No soy de la corriente de tocar la gloria a costa de excesos y del abandono de mis valores y creencias, y de matar mi ética personal a cambio de una historia. Algunos pensarán lo contrario.
Otro punto importante, es lo referente a la disponibilidad de tiempo. El periodista debe sacrificar muchas cosas en pos de la construcción de una historia. Ahí se inscriben el horario nocturno y los fines de semana. Si ves un hermoso atardecer por la ventana de la sala de redacción y tienes un trabajo pendiente, debes sacar fuerzas y con responsabilidad terminarlo. Pero si ya terminaste tu crónica, tampoco llegar al exceso de esperar hasta las 10 de la noche, porque es susceptible que un hecho ocurra a cualquier hora del día. Abandonar a tu familia, tu novia, una cena romántica, montar en una montaña rusa en un parque de diversiones durante un día festivo… eso es inaudito.
Por eso, es importante mantener sólidas relaciones afectivas que te mantengan vivo y te ayuden a soportar las difíciles situaciones evidenciadas en el mundo periodístico. Esfuerzo, dedicación, constancia, voluntad férrea a pesar de los problemas, deberán ser cuestiones inherentes en el periodista. De eso no hay duda.
Con este oficio también se desarrolla un apostolado: se puede ser altruista y beneficiar lo social. Sigo creyendo en un puente entre el poder y las comunidades, en un mecanismo de soluciones entre posiciones que a simple vista parecen irreconciliables.
También a estas alturas del cuento, aún mantengo viva esa pasión por el discurso.