Sociedad Cronopio

0
181

¿UN NUEVO ARIE PARA LAS RELACIONES ENTRE AMÉRICA LATINA Y ESTADOS UNIDOS?

Por Mauricio Jaramillo Jassir*

La visita reciente de la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, a algunos países de la región andina, da a entender que las relaciones entre la región y Washington se están redefiniendo. En este sentido, vale la pena mencionar el contraste entre la política exterior de George W. Bush y la del actual gobierno estadounidense. En el pasado reciente, la diplomacia en cabeza de Collin Powell y Condoleeza Rice se caracterizó por la llamada Guerra Global contra el Terrorismo en la que parecían estar concentrados todos los esfuerzos exteriores de Washington.

Cabe recordar que en virtud de las preocupaciones de Estados Unidos en otras regiones del mundo, América Latina fue omitida de la agenda externa de este país. El neoconservatismo, principal fuente ideológica del accionar en política exterior, explica en buena medida algunas acciones de EEUU durante dicha administración. El neoconservatismo consiste básicamente en la promoción de valores liberales por medio de la fuerza cuando sea necesario. De esta forma, se trata de una ideología que reconcilia dos ideas, de un lado los principios liberales y democráticos y de otro el principio de la guerra justa y la utilización de la fuerza.

En este sentido, los principales escenarios en los que Estados Unidos enfocó sus intereses vitales fueron los siguientes. En primer lugar y como resulta apenas obvio, la operación en Afganistán que comenzó en diciembre de 2001, y que debía ser de corta duración, perseguía dos objetivos: la caída del régimen Talibán en cabeza del Mullah Omar y la captura del supuesto responsable de los atentados del 11 de septiembre, Osama Ben Laden. A pesar de que el primer objetivo se dio tan sólo un mes después de transcurrida la operación, la captura de Ben Laden se fue complicando con el paso del tiempo. Esta situación obligó a que Estados Unidos destinara recursos y derivó en una prórroga indefinida del mandato de las tropas de la OTAN, mayoritariamente estadounidenses, en suelo afgano.

Luego en marzo de 2003, se dio la invasión a Irak para la interceptación de armas de destrucción masiva en manos del régimen de Saddam Hussein. Al igual que en la operación en Afganistán, Washington confiaba en una victoria rápida, ya que se contaba con el apoyo de la población musulmana chií que por décadas había sido reprimida y sistemáticamente violentada por Hussein (quien había privilegiado a la minoría sunita). No obstante, el hecho de tener que enfrentar guerrillas urbanas, reflejo de la imposibilidad de controlar el llamado triángulo sunita compuesto por las ciudades de Bagdad, Tigrit y Faluya, hizo que Estados Unidos aplazara indeterminadamente su victoria.

Y en tercer lugar, las constantes crisis diplomáticas con Corea del Norte e Irán, terminaron por concentrar los esfuerzos de Estados Unidos en el escenario internacional. El ascenso del ultra conservador Mahmmoud Ahmadinejad al gobierno de Teherán y el rompimiento de los diálogos entre Kim Jong Il con Estados Unidos iniciados por Bill Clinton, fueron hechos que exacerbaron las tensiones existentes entre estos actores. Con el riesgo de la proliferación nuclear y con la posibilidad de que dos Estados, que preconizan un discurso que desafía a Occidente, tuvieran capacidades nucleares, Washington desplegó innumerables esfuerzos para sancionar a estas naciones.

En ese mismo lapso de tiempo, América Latina fue relegándose poco a poco de la agenda exterior de Washington. Es preciso recordar que  América Latina, en la Posguerra Fría, no ha sido una zona que despierte un particular interés para Estados Unidos, especialmente si se le compara con otras regiones periféricas del globo que enfrentan conflictos o situaciones que ponen en riesgo la seguridad global, como el llamado Medio Oriente, el Próximo Oriente, Asia Central y el Subcontinente Indio. En contraste con estas, América es una zona pacífica, y en ese sentido basta recordar el Tratado de Tlatelolco por medio del cual se declaró como espacio libre de armas nucleares a finales de los sesenta.

Paradójicamente esto ha hecho de América Latina una zona de poco interés en el mundo. El fenómeno se reflejó en la evasiva de la administración de George W. Bush a la región. Sin embargo, su antecesor Bill Clinton demostró mayor entusiasmo por estrechar las relaciones con el continente. De esta forma, lanzó en el contexto de la primera cumbre de las Américas, en Miami en 1994, la iniciativa del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Asimismo, el gobierno Clinton aceleró iniciativas con los países andinos como el «Andean Trade Preferences Act» (ATPA) iniciado por su antecesor y logró algunos acercamientos que flexibilizaron el embargo económico que por años Washington ha impuesto al régimen castrista en Cuba a través de leyes como la Torricelli y la Helms–Burton.

Los acercamientos durante la administración Clinton fueron importantes. No obstante, con la llegada de Bush en 2000 y los sucesos arriba descritos, América Latina y Washington se fueron distanciando. Esta situación fue matizada por el ascenso de gobiernos de izquierda o centro izquierda especialmente en Sudamérica y en algunas naciones de América Central. Este giro que algunos llamaron Nueva Izquierda Latinoamericana fue sin duda el punto de llegada del distanciamiento entre Washington y el continente.

Incontestablemente, el inicio de estos gobiernos de corte autodenominado anti–imperialista se da con la llegada al poder, en Venezuela, de Hugo Chávez en febrero de 1999. La fecha refleja la situación que vivía el continente a finales de esa década. A comienzos de los 90 con la caída de la URSS y el debilitamiento progresivo económico y político del régimen cubano, Washington esperaba con suficiente evidencia una profusión de la democracia, el liberalismo y del libre mercado como principios rectores de la política en las Américas.

Empero, durante los noventa la realidad fue otra. En vez de consolidación democrática, la región enfrentó una crisis que terminó por poner en tela de juicio a la democracia representativa, especialmente en la región andina, donde los partidos tradicionales veían socavada su legitimidad cada vez con mayor intensidad.

En medio de la desilusión democrática que experimentaba América Latina, la propagación de ideas calificadas otrora como progresistas hizo carrera. En este sentido, es innegable que la concentración de la riqueza que no pudo ser combatida con éxito por los distintos procesos de democratización que vivió el continente desde finales de los 70 y comienzos de los 80, es uno de los factores que explican el surgimiento de estos movimientos.

Con este panorama, no fue raro que a lo ocurrido en Venezuela, se sumaran Uruguay con el Frente Amplio de Tabaré Vásquez, o Brasil con Luis Inacio L. Da Silva, o en Bolivia Evo Morales. Recientemente se puede hablar de un fenómeno análogo en Paraguay con Fernando Lugo y en El Salvador con Mauricio Funes.

Al parecer toda esta volatilidad, ante todo pacífica que experimentó el continente a comienzos del milenio, hizo que algunos sectores influyentes de los Estados Unidos exigieran un mayor compromiso de su gobierno con esta región del mundo. Prestigiosos «think tanks» o tanques de pensamiento como el «Center for International Policy» (CIP) o el «Washington Office on Latin America» (WOLA) hicieron eco a este tipo de demandas. No obstante, en el gobierno de Bush estos reclamos no calaron.

La llegada de Obama parece mostrar cambios importantes en la política exterior global de Estados Unidos, cambios que se pueden reflejar en transformaciones hacia América Latina. Posturas que denotan transformaciones como la exigencia por parte del nuevo presidente a Israel para congelar el proceso de colonización en Cisjordania, o el llamado para abandonar la guerra global contra el terrorismo y, con ella, una clara señal de rechazo a la tortura como medio de combate contra este flagelo, son manifestaciones de un cambio que puede ser capitalizado por América Latina.

La visita reciente de la secretaria de Estado Hillary Clinton, es una señal que debe ser descifrada por los países de la región y en particular por aquellos de la región andina y por Brasil, donde Washington tiene intereses particulares.

Para Colombia la oxigenación de las relaciones entre el gigante sudamericano y los Estados Unidos son una oportunidad para salir del aislamiento luego de la crisis andina con dos de sus vecinos inmediatos. Con este nuevo escenario, el gobierno puede conjugar dos ideas que hasta el momento parecían opuestas: el multilateralismo y la preservación de una relación sana con Estados Unidos.

En este sentido, el gobierno de Obama representa una oportunidad para Colombia que puede conseguir dos objetivos urgentes en materia de inserción subregional y regional: Por una parte, recuperar el terreno perdido en la institucionalidad regional, por el desprestigio reciente de la OEA, escenario hemisférico en el que Colombia se sentía a plenitud. El surgimiento de UNASUR puede ser una ventaja si el gobierno sabe involucrar a terceros actores en la construcción regional. El papel que puede desempeñar Brasil como hegemón regional es clave en este sentido. Por otra parte, la institucionalización de las relaciones con sus vecinos le puede permitir tener una buena relación con Washington sin sacrificar el buen estado de la interacción andina, lo que hasta ahora ha sido imposible.
_____________________
* Mauricio Jaramillo Jassir es internacionalista de la Universidad del Rosario, magíster en Seguridad Internacional del Instituto de Estudios Políticos de Toulouse, Francia, y en Geopolítica del Instituto Francés de Geopolítica de París. Es coordinador de la Línea sobre Seguridad Hemisférica en el CEESEDEN y profesor de la Universidad del Rosario.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.