Literatura Cronopio

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PROYECTILES

Por Alexis García Ahumada*

El universo se revela para el hombre como el infinito, aquello inabarcable y de lo que se habla siempre de una forma contingente.

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La noche nos aterra porque es el recuerdo del vacío en el que vivimos. Con su velo cubre todas nuestras obras y así recordamos que ante la muerte aquello que hemos edificado es insuficiente.

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Mostrar la inutilidad de la moral no significa que el ser humano deba vivir inmoralmente, se trata de indicar en qué medida la conducta moral es trágica, o cómica. Todos somos payasos que hacen reír a los dioses.

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No se debe mirar atrás nunca, dijo el atropellado.

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Es cierto, el deseo de conocimiento entraña peligros, el primer hombre que se atrevió tomar el fuego en sus manos bien se pudo haber quemado, y es de presumir que sintiese miedo ante algo tan desconocido y amenazante. Solo quien va más allá de sus miedos puede llegar a conocer.

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Venir al mundo, venir al desastre.

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Lo más normal en el ser humano es el deseo de conocimiento, pero la pereza y el miedo terminan por dormir ese deseo con su macana policial. Existen aquellos que se levantan en contra de la desidia y la cobardía propias de su ser y se lanza en los brazos de un conocimiento que les produce dolor. Los verdaderos faustos de la existencia

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Los celos son una de las expresiones más comunes de la naturaleza humana. En ciertas condiciones contribuyen a la creación intelectual y artística, en otras a la autodestrucción del individuo.

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El amor es un burro rebuznando por comida.

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Si lo pensamos bien el miedo al otro es el fundamento no solo de la sociedad sino además de sus avances científicos y tecnológicos.

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Somos parte del peor tipo de escritores, los románticos, unos que no pueden crear sino es en el delirio y la angustia, y el delirio y la angustia casi nunca permiten crear porque toman toda la capacidad intelectual del individuo y lo consumen. Es en escasos momentos de plenitud, cuando estos esbirros son un recuerdo, cuando el creador puede plasmar parte de su experiencia.

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¿Es posible que el ser se piense a sí mismo?

 

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Bataille no deja de ver en sí mismo a un payaso, a un loco.

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Shakespeare es el hombre que anudó lo siniestro con lo sublime.

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El símbolo es un intento de darle materialidad a los conceptos, una materia que sea una sustancia entre la realidad visible y la abstracta.

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No toda lectura se debe hacer siempre en el campo de lo conocido y amigable; el discurso que nos ataca y cuestiona nuestras más sólidas bases, es un discurso necesario y que refresca las llamas del león. El pensamiento muere si no halla con quien luchar.

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Caín debió sentir un hondo placer al asesinar al lacayo de ese cruel rey que se hacía pasar por un dios.

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Dejemos hablar a los locos geniales, porque locos son todos, pero geniales, solo unos pocos.

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Para ir limpiando la consciencia de términos cristianos, considero que se debe hablar de «falta», «transgresión» o «crimen», en lugar de pecado. El pecado es una noción que tergiversa la intención, las consecuencias y la acción misma cometida por el «pecador».

El crimen da el sentido de lo que yo considero el mal en el seno de la sociedad humana, un transgredir la ley en pro del placer individual y negando el bien colectivo, o afirmando el bien colectivo y destruyendo a un individuo para tal caso. Pero siempre el mal es realizado por un individuo, ¿la sociedad misma cómo puede ser mala? Ella destruye lo que teme y adora lo que la destruye. Y no es pecado una mala acción, porque lo que es malo para mí, es bueno para otros.

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La escritura automática de los surrealistas no pasa de ser un mal chiste romántico.

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Los horizontes son todos misteriosos, no se ve nunca su final, no se llega a ellos, siempre existe un paso más para alcanzarlos. No sería de extrañar que Zenón planteara su paradoja pensado en el horizonte como tortuga y en Aquiles como ese pobre que sueña con él.

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Estos días son como sueños que se van diluyendo poco a poco hasta que despertamos y descubrimos que la vida está por acabarse.

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La tarde, con su luz que se va apagando, es como un anuncio de nuestra propia muerte, de ese atardecer en que la luz ya no entrara más por nuestros ojos y todo se hará oscuridad.

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Entre el odio y miedo vivo atrapado, agazapado como un cadáver viviente.

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La obra de Shakespeare es un cruce entre la sensibilidad y el crimen. En su teatro se anudan el pensamiento de Sade con la más bella poesía. ¿Por qué todos no podemos alcanzar ese estado de gracia entre el mal y la belleza?

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La lógica es una monstruosa hidra de infinitas cabezas.

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Nietzsche, ese sol en mi oscuridad.

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Hoy la ciencia lidia con discursos morales, se le pide que dé su apreciación acerca de si algo es bueno o malo, que «demuestre» la moralidad de un acto. Así la ciencia empieza a revestirse de los poderes de la religión.

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Es la noche un sol que nos cobija con su frío y su desesperanza.

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La noche estrellada es la constelación de nuestra sangre que se vacía en un horror sin fondo.

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Interpretamos el mundo a nuestro amaño y él se complace en contradecirnos. Las cosas rara vez salen como las deseamos y cuando el desastre ha devenido allí donde nuestras más grandes esperanzas de felicidad estaban depositadas, un dios secreto se ríe de nosotros.

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Sin la demencia de la melancolía la humanidad sería un compendio de rostros feos y mediocres.

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El mundo conspira para perdernos.

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Decir que el ser humano es bueno y que simplemente la sociedad lo corrompe, o viceversa, es ver las cosas miopemente y tener miedo de entender que el mal se da en todos los planos del ser humano, pasando por el individual y llegando al social.

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Si no disloco el lenguaje él me dislocará a mí

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Vivir es saber que bailamos en un abismo, sin arnés, sin cuerda y sin un por qué.

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La melancolía es la llave que abre las puertas de la percepción.

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Tiene razón Ciorán; diseccionar un poema como un texto filosófico es un crimen, aparte de una tarea inútil para el poeta y el filósofo.

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Si miramos al pasado tenemos una gran área de tiempo que nos resulta desconocida, pero si miramos al futuro todo es tinieblas; no sabemos sino un poco de lo que ha sido y nada de lo que será, y así nos atrevemos a considerarnos los dueños del mundo y sus mayores conocedores.

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Existen tesoros que para hallarlos se deben dejar de buscarlos.

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Cuando se viaje por el espacio rumbo a Marte o Júpiter, estos planetas habrán perdido su misterio, su encanto, y buena parte de las cosas que hoy nos parecen hermosas del universo dejarán de serlo a nuestros ojos y así tendremos que crear nuevas fantasías sobre lugares más lejanos y misterios y más inexplicables.

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«¿Qué sé yo?» Esa es la pregunta fundamental de los ensayos de Montaigne, debería ser la pregunta fundamental de todo ser humano, de todo filósofo verdadero.

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El ritmo es aquello que hace agradable a la prosa, incluso cuando ésta no aporta grandes ideas.

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¿Existe algo más melancólico que buscar un empleo formal?

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Los defensores de la moral y las buenas costumbres suelen ser los peores criminales.

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La verdadera tarea de la filosofía es preguntar incansablemente, y preguntar en especial allí dónde las preguntas no son permitidas.

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Al menos a Bataille le quedaba el delirio para no morir de tedio.

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Así como existen las pequeñas alegrías, también existen las pequeñas tristezas.

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Las grandes tareas uno no se las propone, se enfrenta a ellas, se las encuentra, las niega, las sufre, las acepta presa del agotamiento tras haberlas combatido, pero nunca se propone uno ir en pos de ellas.

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Vivimos la que tal vez sea la época más conflictiva en la historia de la humanidad, antes al menos se tenía el consuelo de los dioses, ahora conociendo que Dios ha muerto, y que las leyes y la moral son mentira, y que todo acto humano obedece más al egoísmo que a otra cosa, el ser humano se devana los sesos tratando de encontrar un camino por el cual salir de este laberinto. El vacío de la muerte nos aterra más que nunca. «¿Qué hacer?», se preguntan todos al unísono. La respuesta es la expansión del ser por medio del arte, al menos para aquellos que no podemos vivir sino una existencia secular, sin dioses, ni ley, ni moral.

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Desde la filosofía no tenemos certezas de nuestros conocimientos, ¿cómo es posible que continuemos conservando la cordura? Porque el mundo siempre se nos presenta de manera tan dolorosa que no podemos dudar de él.

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El tiempo nos roe y la consciencia del tiempo es la consciencia de nuestra muerte.

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Lo despreciable de los psicólogos profesionales es que siempre se equivocan allí donde creen tener la razón. Los psicólogos profesionales hacen uso los términos que su docentes les enseñaron y se conforman con repetir opiniones ajenas; las profundidades del pensamiento nunca se atreven a nadarlas por temer a perderse en ellas, desean entender la mente humana, pero de una manera segura y sin contradicciones; son temerosos de los lados oscuros del ser humano y se conforman con las teorías más estúpidas, porque al menos les dan una explicación reconfortante; y ¿si la verdad de la psicología humana no fuera «reconfortante»?

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La comedia estriba en que anhelamos ideales a los cuales seguir, pero descubrimos que todos son falsos, que no brillan por ellos mismos sino que somos nosotros quienes les otorgamos valor.

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La vida sería aburrida si no destruyésemos los ideales que nuestros padres nos legaron y con ellos a nuestros padres mismos. Para crear es necesario destruir todo lo viejo.

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Los ojos no mienten y ellos nos dicen la verdad de nuestros deseos y sueños. Son la puerta por la que sale el espíritu a dar testimonio de los estados interiores de su portador.

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Es curioso que con Wittgenstein se dé una vuelta a un pensamiento que parece retomar lo que los griegos dejaron iniciado, la labor del simple preguntar por la veracidad de aquello que expresamos en el lenguaje y de los conocimientos que asumimos como realidades solo porque nos los enseñaron. Preguntar es la verdadera labor del filósofo, y cualquiera puede preguntar, pero solo el filósofo dedica su vida a ello.

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Los sueños de los insensatos son los más hermosos.

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Nuestro destino es aquello que vemos ocurrir ante nuestros ojos.

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Somos seres heridos mortalmente que no pueden sanar.

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Locura sería no enloquecer en este mundo de locos.

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Pensamos que aquellas cosas que se nos aparecen a la consciencia son reales y cuando intentamos dar cuenta de lo que entendemos por real enmudecemos. Si pensáramos hasta el fondo cada una de las ideas que poseemos no tendríamos vida.

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Somos dioses miserables.

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* Alexis García Ahumada tiene estudios de comunicación audiovisual en la Universidad de Medellín. Ha publicado el libro «Las raíces de la Nada». Publica en un blog, arbolstelarblog.wordpress.com. En su canal de YouTube, «Árbol Etelar», habla sobre temas de filosofía, literatura y mitología. Es editor de la revista digital tipo fanzine, Rizomas. Participa como tallerista de artes en el parque biblioteca San Cristóbal (Medellín).

 

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