Sociedad Cronopio

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REENCARNACIÓN

Por Laura Miyara*

No es la destrucción total de la economía ni la angustia de una catástrofe impredecible, ni la evidente falla de nuestras clases políticas ni la injusticia y desigualdad de que una crisis siempre afecte más a los que menos tienen. Todo eso es tremendo, sí.

Pero lo que más me choca de todo esto a mí, en lo personal, es el derrumbe de una idea que, consciente yo de ello o no, me mantenía en una tranquilidad invaluable. Es la idea de que, en una catástrofe, habrá un punto claro de quiebre. Un momento fácil de distinguir en el que tendremos la certeza de que las cosas han cambiado para siempre y sin retorno. Y su corolario, la certeza de que si ese momento no ha llegado, si nada tangible en mi vida ha cambiado de forma, tamaño o color, entonces no hay nada de que preocuparse. Pero los tumores a veces se detectan demasiado tarde.

La crítica gastronómica Helen Rosner escribió sobre esto recientemente en la revista New Yorker: ¿estamos ya en el momento en el que hemos de descongelar nuestros bistecs de emergencia para cocinarlos y aprovecharlos antes de que sea demasiado tarde? En realidad, no es tan fácil saberlo. Esta es la falacia en la que caemos cuando pensamos en grandes momentos históricos como la Revolución Francesa o el Big Bang: todo se reduce a momentos.

Pero nada está más lejos de la lenta y aburrida realidad: la historia está hecha de procesos. Podría enumerar decenas de momentos de la cotidianidad reciente en los que sentí atisbos, presagios del punto de inflexión. Indicios. Como cuando me comí el penúltimo chocolate de un paquete que alguien me trajo de Washington cuando todavía se podía volar, y tuve que enfrentar la disyuntiva entre guardar el último para un momento de aun mayor desesperación o devorarlo bajo el impulso de la angustia presente. O cuando hizo por primera vez en el año veinticuatro grados y entendí que había perdido una primavera; que todos la habíamos perdido. Pero ningún quiebre claro, ninguna fisura visible, ningún dejà vu para entender que habían hecho cambios en la Mátrix. Solamente perplejidad. Así es como se termina el mundo: no con un bang, sino con un quejido, escribió T. S. Eliot.

Pero luego sucede que el mundo está en un constante acabarse y volver a empezar, desde el principio de los tiempos. No existe nada que se haya terminado para siempre, pues todo final supone necesariamente un nuevo inicio. Es la Ley de Conservación de la Materia: nada se crea o se destruye, sino que todo se transforma. Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar a Martín Caparrós a propósito de su nueva novela, Sinfín, una distopía que plantea un futuro desolador para la humanidad. En la entrevista, le pregunté a Caparrós por qué todas las versiones literarias y cinematográficas del futuro son tan oscuras. Él respondió que vivimos en una época que todavía no sabe lo que quiere para sí, lo que hace que no tengamos una idea clara de futuro deseable. Así, lo único que sentimos al pensar en nuestro futuro es temor.

Entonces, en tiempos en los que la reencarnación del mundo es la alcancía en la que podemos depositar nuestras humildes moneditas de esperanza, quizás la pregunta importante no sea tanto cómo vamos a hacer para desfibrilar este cuerpo colectivo y reactivar sus funciones vitales, sino para qué. A dónde queremos dirigirnos. Qué criatura nos gustaría ser, si la que somos nos ha llevado al borde de la extinción. Si la realidad no nos va a dar momentos claros de quiebre para que reaccionemos, ¿cómo estar más atentos al proceso para identificar las pequeñas alertas de nuestro planeta? Si el mundo tal como lo conocíamos está muerto y ha de reencarnar, ¿en qué querremos que se convierta?

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*Laura Miyara (Rosario, Argentina, 1993) es comunicadora social, periodista y escritora. Co-organiza el Slam de Poesía Oral Rosario desde 2019. Su poema «Cines» fue seleccionado por la III edición del certamen Literatura en Flor. Sus relatos han sido premiados por el II Certamen Literario Alessandro Manzoni. En 2018 fue la ganadora del Slam de Poesía Oral con su poema «Milanesa». Publica sus textos en https://lauramiyara.wordpress.com/

 

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