Pero desde el principio se percibe que no existe una narración lineal de la historia sino una narración aparentemente desordenada o desestructurada, muy compleja: los recuerdos están fragmentados, las situaciones y diálogos a veces quedan inconclusos, las historias se entrecruzan, hay una total dislocación del tiempo y del espacio, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado (flashbacks). Además hay que anotar la casi total desaparición del narrador, la sustitución de lo descriptivo por la evocación y la alusión, los monólogos interiores de personajes vivos y muertos y, en fin, lo fantástico o fantasmagórico unido a la más cruda realidad, todo entremezclado y confundido en una forma narrativa sorprendente, impregnada por el poso del polvo, de la añoranza y de la muerte.
El lector inteligente se encuentra al principio estupefacto ante este complejo universo narrativo, un aparente rompecabezas que deberá recomponer con cuidado y atención, después de más de una lectura, para que, al final, convertido en lector activo, o, como dijo el propio Rulfo, en «segundo autor de la novela», sienta el placer de haber comprendido la estructura, la forma y el contenido de esta obra maestra de la narrativa contemporánea.
Se dice que para concluir Pedro Páramo Rulfo sintió que había que quitarle cien páginas para reducir a lo esencial una obra que, según el propio autor, en una primera versión doblaba en páginas a la publicada. De esa buscada y brutal economía de recursos, de ese obsesivo cuidado por no abundar en descripciones y momentos inútiles, se deriva buena parte de la intensidad y también de la complejidad de su prosa.
En una entrevista de 1977 en el programa español «A fondo» (la primera concedida a la TV), Rulfo comentaba:
Es una novela difícil, pero fue hecha con esa intención, que se necesitara leerla tres veces para entenderla. Mi generación no la entendió ni la consideró interesante y las actuales generaciones la entienden y la aprecian. Está roto el tiempo y el espacio. He trabajado con muertos y eso facilitó no poderlos ubicar en un momento. En realidad es una novela de fantasmas, que cobran vida y la vuelven a perder. Y sigue siendo complicada. Está estructurada de tal forma que llega a parecer que no tiene estructura.
Pedro Páramo es una sorprendente e indescriptible novela ubicada en un espacio en apariencia real, pero también simbólico: un espacio mítico e imaginario que es Comala (sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno) —nombre derivado de la palabra «comal», una plancha de barro cocido, muy popular en la cocina tradicional mexicana, que se pone sobre las brasas para calentar las tortillas (quesadillas o gorditas)—, el paraíso añorado de algunos personajes y también el lugar donde reina la violencia y el despotismo del cacique Pedro Páramo, pero es, sobre todo, el ámbito fantasmal de la muerte. Porque la trama de la novela ya desde las primeras líneas del texto comienza con la muerte. El principal narrador de la historia, Juan Preciado, está muerto. En la segunda mitad de la novela el lector descubre que, tanto quien ha contado la historia como todos los personajes que participan en ella y que narran lo sucedido en Comala son espíritus, fantasmas, cuerpos sin reposo, un puro vagabundear de ánimas que murieron sin perdón. Todos son muertos que escapan de sus tumbas, hablan con otros muertos y cuentan sus historias porque tienen conciencia y están llenos de recuerdos. Y estos recuerdos, expresados por las voces nocturnas, entrecruzadas, son los que recrean en múltiples perspectivas la vida de Comala y del hombre que la dominó, Pedro Páramo. Lo más sorprendente es que Rulfo nos introduce en esta realidad alucinante sin ninguna estridencia, con total naturalidad gracias al tono de la narración, sustentado en una prosa limpia y tajante, de sabor clásico.
«Comala es un pueblo de residuos: almas sin cuerpos, hojas sin árboles, nombres sin rostros. Esto último resulta decisivo para enrarecer la atmósfera; en otra novela de la misma brevedad sería abrumador que tantos personajes secundarios tuvieran nombre propio. En cambio, el inmenso reparto de Pedro Páramo, los sonoros nombres que Rulfo encontraba en las lápidas de los panteones (Damiana Cisneros, Eduviges Dyada, Fulgor Sedano, Toribio Aldrete), contribuye a la sensación de asfixia: el pueblo sin nadie está sobrepoblado».
«Los sentidos más presentes en la novela son la vista y el oído; el olfato es una nostalgia; el tacto y el gusto carecen de oportunidad en un pueblo sin presente. La atmósfera fantasmática dimana de la vaguedad visual y auditiva. Nada se percibe en primera instancia; Juan Preciado ve el entorno filtrado por tinieblas, humo, un crepúsculo que se confunde con el alba, y escucha ecos, pasos, rumores. La imprecisión de la vista y el oído se funde en una expresión cardinal: “el eco de las sombras”. El sonido y la imagen son la misma bruma». (Juan Villoro, «Lección de arena. “Pedro Páramo”»).
Todos los estudiosos de Pedro Páramo hacen hincapié en el rigor estilístico de su autor. Es Rulfo, como dice José Miguel Oviedo, un autor astringente, parco, lacónico, capaz de decir mucho con pocas palabras, y con frecuencia mediante los silencios, lapsos, entrelíneas y sutiles sugerencias de su prosa, que parece tan austera y desnuda como el duro paisaje que describe. Un ejemplo lo encontramos en la misma escena inicial de la novela:
—¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? —oí que me preguntaban.
—Voy a ver a mi padre —comenté.
—¡Ah! —dijo él.
Y volvimos al silencio
«En sus cuentos hablaban muchas almas individuales, pero en Pedro Páramo Rulfo puso a hablar a todo un pueblo, las voces se revuelven una contra otra y no se sabe quién es quién; mas no importa. Las almas comunicantes han formado una sola: vivos y muertos, los hombres de Rulfo entran y salen por nuestra propia alma como Pedro por su casa». (Elena Poniatowska o.c.).
Aunque, como ya lo ha indicado el propio Rulfo, el personaje central es un pueblo –Comala– y el conjunto de personas que integran la narración, todos se agrupan en torno a Pedro Páramo, el amo brutal y despótico al que todos están sometidos en vida y muerte, pero el poderoso señor de la Media Luna es un hombre frustrado por un amor imposible, un amor nunca correspondido, el de Susana San Juan —la mujer más hermosa que se ha dado sobre la tierra—, con la que ya soñaba y jugaba de niño y, al desaparecer, Pedro Páramo la buscó durante toda su existencia y, cuando ya de viejo logró casarse con ella, la relación amorosa era imposible.
Susana San Juan es el reverso de todos los demás personajes del libro, una mujer misteriosa e inalcanzable, la única persona que Pedro Páramo no ha podido hacer suya. Cuando finalmente reaparece en Comala, después de treinta años de ausencia, Susana se muestra alucinada; muerta en vida y, perdida la razón, vive en el pasado, sumergida en un mundo propio, impenetrable que imposibilita todo tipo de amor. Con su muerte, al perder todo lo que más quiso, Pedro Páramo se desmorona y con él muere Comala: Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo. En «la pura maldad de su vida» solo ha quedado como algo positivo el amor a Susana, amor que ha arrastrado como una pesada carga pero que es el único aspecto humano y sensible de Pedro Páramo, que le ha permitido algunas hermosas ensoñaciones, los hermosos pasajes líricos de la novela.
Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se me iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento. «Ayúdame, Susana» Y unas manos suaves se apretaban a nuestras manos. «Suelta más hilo». El aire nos hacía reír, juntaba la mirada de nuestros ojos […] Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.
Pensaba en ti, Susana. Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada vez que respiraba, cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana.
El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo. Sonreías.
Hace mucho tiempo que te fuiste, Susana. La luz era igual entonces que ahora, no tan bermeja; pero era la misma pobre luz sin hombre envuelta en el paño blanco de la neblina que hay ahora. Era el mismo momento. Yo aquí, junto a la puerta mirando el amanecer y mirando cuando te ibas, siguiendo el camino del Cielo; por donde el Cielo comenzaba a abrirse en luces, alejándote, cada vez más desteñida entre las sombras de la tierra. Fue la última vez que te vi. Pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda y te llevaste con tu aire las últimas hojas. Luego desapareciste. Te dije: «¡Regresa, Susana!»
Ya he comentado el realismo mágico aplicado al cuento «Luvina», pues bien, como decíamos allí, Pedro Páramo y Cien años de soledad del colombiano Gabriel García Márquez son los dos hitos novelísticos indiscutibles de esta corriente literaria.
En Pedro Páramo Juan Rulfo maneja con tal maestría y acierto la combinación de los dos planos, el real y el fantástico, que supuso la transformación de la narrativa realista de su época al ofrecer una visión mágica de la realidad en su verdad más desolada y desesperanzada.
Pedro Páramo «es una novela de fuerte y auténtica originalidad. Una novela que acusa una nueva sensibilidad y, para expresarla, echa mano de los más audaces recursos de la novela moderna. Agreguemos que, gracias a la estructura de la obra, gracias a su enfoque subjetivo y su concepción poética, el tema que trata —que es un tema de la realidad humana en lo general, mexicana en lo particular— cobra un aspecto fantástico, de alucinante irrealidad. Una novela hecha de la materia de que están hechos los sueños» (Mariana Frenk).
Los testimonios sobre la importancia y la categoría artística de Pedro Páramo son innumerables. Permítaseme espigar unos cuantos:
* «Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura». (Jorge Luis Borges, Argentina, 1899–1986).
* «Con sólo esta novela, de apenas 150 páginas, la escritura mexicana alcanzó su cota más alta, y México otorgó al arte universal una de sus mejores fábulas. Pedro Páramo es un hito, un resumen, la culminación de toda una literatura. No es de extrañar que desde entonces Juan Rulfo no haya publicado nada más. Rulfo salió del milagro como consumido para siempre». (Rafael Conte, España, 1935–2009).
* «La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura mundial del siglo XX, sino uno de los libros más influyentes de este mismo siglo». (Susan Sontag, Estados Unidos, 1933–2004).
«Han corrido mares de tinta acerca de la influencia pionera que tuvo para el posterior boom latinoamericano y sobre la impresionante economía literaria de cada frase. Pero, más acá y más allá del análisis, lo cierto es que una vez que uno se asoma a su primer párrafo (uno de los mejores comienzos de la historia de la novela) y acompaña a uno de los hijos del hacendado al reencuentro con su mítico padre, deja de ser el mismo». (Pedro Peruccatas, Juan Rulfo: Trescientas páginas eternas).
Es un misterio del arte literario de Rulfo el que una novela corta de 150 páginas —la única de su autor— con un entrelazado aparentemente confuso de voces y recuerdos y en un ambiente onírico e irreal se haya convertido en una obra de arte universal indiscutible
Termino con dos testimonios de Gabriel García Márquez, que siempre se proclamó un entusiasta y apasionado lector de la obra de Rulfo.
«Los cuentos de Rulfo son tan importantes como su novela Pedro Páramo que, lo repito una vez más, es para mí, si no la mejor, sí la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería nunca a escribir en mi vida».
La segunda reflexión de García Márquez es un extracto del texto «Asombro por Juan Rulfo» o «Nostalgia de Juan Rulfo», leído en un programa radiofónico el jueves 18 de septiembre de 2003, fecha en que se cumplió el cincuentenario de la primera edición de El Llano en llamas:
«Yo había llegado a México el mismo día en que Ernest Hemingway se dio el tiro de la muerte, el 2 de julio de 1961, y no sólo no había leído los libros de Juan Rulfo, sino que ni siquiera había oído hablar de él. Yo vivía en un apartamento sin ascensor. Teníamos un colchón doble en el suelo del dormitorio grande, una cuna en el otro cuarto y una mesa de comer y escribir en el salón, con dos sillas únicas que servían para todo.
»Mi problema grande de novelista era que después de los libros que había publicado me sentía metido en un callejón sin salida y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocí bien a los autores buenos y malos que hubieran podido enseñarme el camino y, sin embargo, me sentía girando en círculos concéntricos, no me consideraba agotado; al contrario, sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos. En ésas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: «Lea esa vaina, carajo, para que aprenda»; era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi 10 años atrás, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El Llano en llamas y el asombro permaneció intacto. El resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores.
»No había acabado de escapar al deslumbramiento, cuando alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo. La verdad iba más lejos, podía recitar el libro completo al derecho y al revés sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo.
»He querido decir todo esto para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era imposible escribir sobre él, sin que todo esto pareciera sobre mí mismo; ahora quiero decir, también, que he vuelto a releerlo completo para escribir estas breves nostalgias y que he vuelto a ser la víctima inocente del mismo asombro de la primera vez; no son más de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles».
BIBLIOGRAFÍA
Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid, Anaya/Las Américas, 1974,
José Miguel Oviedo, Historia de la Literatura Hispanoamericana, 4. De Borges al presente, Madrid, Alianza, 2001..
Pedro Perucca, Juan Rulfo: Trescientas páginas eternas. https://www.lahaine.org/est_espanol.php/juan-rulfo-trescientas-paginas-eternas
Recopilación de textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro de Investigaciones Literarias Casa de las Américas / Madrid, SSAG, 1995
La ficción de la memoria: Juan Rulfo ante la crítica, selección y prólogo de Federico Campbel, México, Era-UNAM, 2003
Hugo Rodríguez-Alcalá: El arte de Juan Rulfo: historias de vivos y difuntos, México D.F., INBA, 1965.
Waldemar Dante, Juan Rulfo, Encuentro Virtual 1998. https://www.escritores.cl/suplementos/encuentro/rulfo.htm
Elena Poniatowska, Ida y vuelta. Entrevistas, México D.F., Ediciones Era, 2017
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* Miguel Díez R., profesor español de Lengua y Literatura de Enseñanza Media durante 40 años, publicó en 1985 Antología del cuento literario en la Editorial Alhambra (hoy Alhambra Longman), uno de los primeros intentos en España de una selección de cuentos muy variados y universales, destinada exclusivamente a estudiantes de Enseñanza Media y que tuvo una difusión muy amplia en todo el mundo hispánico —más de medio millón de ejemplares vendidos—. Además de varios manuales de Literatura Española y de comentarios de textos literarios, ha publicado la edición de Jardín Umbrío de Ramón del Valle–Inclán (Madrid, Espasa Calpe, 1993) y la de Días del Desván de su hermano Luis Mateo Díez (Madrid, Anaya, 2001). Es, así mismo, autor de la Antología de cuentos e historias mínimas (2002) (Madrid, Espasa–Calpe, 2008) y en colaboración con su mujer, Paz Díez Taboada, ha publicado Antología de la poesía española del siglo xx (1991) (Madrid, Istmo, 2004), La memoria de los cuentos (Madrid, Espasa–Calpe, Austral, 1998, reeditado en la misma editorial y colección con el título de Relatos populares del mundo), Antología comentada de la poesía lírica española (2005) (Madrid, Cátedra, 2011) y Cincuenta cuentos breves. Una antología comentada, Madrid, Cátedra, 2011.
Recientemente ha publicado Cómo enseñar a leer en clase. Memorias de un viejo profesor, Madrid, Reino de Cordelia, 2017.