SERIES TELENOVELADAS: EL CASO MEDUSA

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series telenoveladas

Por Catalina Rincón-Bisbey*

La crítica a la serie Medusa (2025, Netflix) se ha concentrado en el acento barranquillero mal logrado de los actores que encarnan a la familia Hidalgo, pasando por alto el maniqueísmo esencialista de los personajes, el racismo del casting o la inverosimilitud del desarrollo de lo que pasa en la serie por las fallas narrativas. Pese a todo esto, la serie es interesante porque es un ejemplo de un fenómeno televisivo híbrido latinoamericano reciente y un síntoma del moralismo que está en la médula de ese tipo de producciones, pese a que apunten a un mercado internacional con temas liberales.

Medusa es un thriller erótico sobre el despertar psicodélico de Bárbara Hidalgo (Juana Acosta), nepo baby y CEO del conglomerado barranquillero Medusa, después del atentado que sufre y que la deja con amnesia temporal. Con la ayuda de la psilocibina y del detective Danger Carmelo (Manolo Cardona), Bárbara no solo logra recordar sino también descubrir quién la quería matar, los males de su familia y los suyos propios —todo ocasionado por el padre castrador—. En una dualidad maniquea, los personajes ontológicamente malos glorifican el paternalismo opresor moderno, que explota y pervierte, mientras que los buenos y/o redimidos, víctimas del padre castrador, se alinean con los valores del feminismo neoliberal posmoderno, que, aunque también explota, libera y empodera. Al final de su experiencia de autoconocimiento psicodélico, Bárbara se reconcilia con su madre y con su hija, trata de conectarse con su media hermana, redime a su hermano, manda a la cárcel a su esposo y a su tío, lidera la remoción de su padre de la compañía, y parece encontrar el amor monógamo en Danger.

Que la protagonista de una serie colombiana tenga un despertar psicodélico con una de las medicinas más usadas en la terapia transpersonal [1] puede generar la noción de que se está viendo una serie progresista. Además, Medusa parece apuntar a un público global acostumbrado, gracias a los servicios de streaming, al formato de la serie de alta calidad estadounidense que usa valores estéticos cinematográficos, de 8 a 12 episodios por temporada, y se centra en contar historias sin el sesgo moral omnipresente de la serie tradicional o la telenovela. De ahí que, además del consumo sanador de la psilocibina, haya temas sexuales recurrentes a lo largo de la historia, como la bisexualidad de Bárbara o la homosexualidad del tío, el poliamor, o las relaciones abiertas en los matrimonios. Sin embargo, el andamio liberal progre se deshace en un entramado de estereotipos conservadores a medida que se desarrollan los episodios. Así, la familia es retratada como un ente sagrado, pero en el que no se puede confiar, sujeto constante de duda y traición. Los personajes pasan de momentos de pérdida de control en los que se insultan los unos a los otros, y a veces hasta se golpean, a seguir sus vidas como si nada de lo dicho o hecho tuviera relevancia o consecuencia. La relación abierta entre Bárbara y su marido resulta un síntoma del malestar de su matrimonio, de ahí que su práctica poliamorosa y su breve encuentro lésbico con una mujer indígena se resuelva en el amor monógamo, heterosexual y blanco que encuentra en el detective. Y el detective, que se presenta no como aliado sino como protector, es perdonado una y otra vez por Bárbara por las varias mentiras que le dice o las verdades que le omite. Su medio hermana y madrastra encarnan la ambición desmedida y el estereotipo de la mala feminista: la que no apoya a su género, sino que compite contra él. Su tío, gay enclosetado, parece más una representación del sinister homosexual de la literatura homofóbica, que una representación verosímil de un hombre gay. Todos los personajes principales son blancos (hasta las mujeres indígenas son blancas) y los únicos personajes negros que aparecen son sexualizados, rechazados o añaden el efecto cómico a la serie.

La caída de esos temas liberales en un ajiaco de estereotipos raciales, sexuales y de género se alinea mucho más a la narrativa de la telenovela tradicional que a la serie de alta calidad. Y es que son narrativas antónimas. Pese a (o debido a) su relevancia cultural y poder simbólico, las telenovelas son moralistas, melodramáticas, sobreactuadas, fáciles de seguir. Sus públicos son extensos y variados, por lo que la simplicidad de la trama y los contenidos son accesibles y no requieren mucho de sus audiencias en términos de atención e interpretación o pensamiento crítico. Sus personajes son representaciones maniqueas del bien y del mal; y sus temas, reproducciones de los valores sociales y políticos nacionales conservadores. Hay que tener en cuenta que los canales productores de estas telenovelas son compañías a las que no les interesa mucho que la gente piense más allá de las narrativas dominantes nacionales sobre la política, la economía o la sociedad. Por otro lado, la serie de alta calidad es originalmente amoral (no inmoral), dramática o tragicómica, hiperrealista, muchas veces difícil de seguir por el desarrollo de la narrativa, los temas y los personajes. Aunque masivas, sus audiencias son de nicho, de referencias intertextuales específicas, de experticias y obsesiones particulares. Las series de alta calidad no solo son liberales por su carácter amoral, así tengan un propósito o tema ético o político, son obras de arte por su estética, trascendencia y relevancia social y cultural. Eso es lo que logran The White Lotus, Adolescence, Ozark, Braking Bad, Mad Men, House of Cards, The Sopranos, The Wire, True Detective, Succession, Game of Thrones, The Crown [2].

Medusa no es la única telenovela producida en América Latina empaquetada en forma de serie de alta calidad. Netflix está llena de series telenoveladas como ¿Quién mató a Sara?, El accidente, La primera vez, Control Z, Élite, Perfil falso, Monarca u Oscuro deseo. Es un fenómeno interesante por su carácter oximorónico en términos de géneros (telenovela/serie de calidad) y valores (liberal/conservador, sexismo/feminismo) sino también en cuanto al mercado. Son series hechas para vender en el mercado internacional, de ahí que estén en Netflix y no en Caracol, de ahí los acentos «accesibles», las escenas flashy, los actores guapísimos y blanquísimos, la acción, las escenas eróticas, los diálogos predecibles, los personajes, las historias y los desenlaces simples, o las colaboraciones entre productores, directores y actores de diferentes nacionalidades. A la vez, son series en las que la historia está centrada en una nación, y por eso su mercado apunta a públicos nacionales e internacionales. Cuando salen, estas series están entre las 10 más vistas de Netflix en España, EEUU y muchos países de América Latina. Son series que se consumen masivamente, aunque sobreviven solamente por un par de temporadas porque no dan para más y pese a esto, se siguen produciendo porque se venden… y entretienen. Y para eso son hechas, no para dejar una huella en la cultura, no para evidenciar el malestar humano ni las fallas sistémicas de la política o la sociedad. Por eso es fácil pasar por alto que, como las telenovelas, estas series telenoveladas tienen un creciente poder simbólico y representativo que, en vez de generar pensamiento crítico o reflexión, refuerzan estructuras y nociones sobre la cultura, la sociedad y la política como el machismo y el sexismo.

Por otro lado, no todo lo producido en Latinoamérica es serie telenovelada. Hay otras producciones de alta calidad que cuentan historias amorales, nos hacen pensar, dialogan con géneros locales, desarrollan narrativas coherentes y personajes complejos y también entretienen. La casa de las flores es tal vez el mejor ejemplo de este logro, no solo por sus valores cinematográficos, por la actuación impecable de sus actores, por la complejidad de su historia, sino también porque es un pastiche (homenaje y parodia) de la telenovela, un dramady y un statement queer. Es una serie que no esconde una agenda neoliberal conservadora detrás de un par de temas progres, sino que hace pensar, a través del humor, en los males de la alta sociedad mexicana como la hipocresía, la disfuncionalidad familiar, la infidelidad, la dependencia de sustancias, el clasismo, el racismo y el sexismo. Otros títulos de series de alta calidad latinoamericanas que vale la pena ver son Las viudas de los jueves, La máquina, Distrito Salvaje, Envidiosa, Belascoarán o Club de cuervos.

NOTAS:

[1]  Desde hace unos años, los psicodélicos han tenido un resurgimiento en el campo terapéutico para tratar traumas y algunos desórdenes mentales. Aunque en los 70s, cuando Nixon declara la guerra contra las drogas, existieran estudios de sus beneficios psicológicos, la mayoría del consumo de psicodélicos había sido recreacional y de ahí que su prohibición haya resonado con los valores conservadores y políticos de Occidente. El consumo recreacional de psicodélicos en la cultura blanca, antes y después de su prohibición, ha estado relacionado con valores de la clase media alta liberales (paz, amor, reconexión con la naturaleza) y con ideas progresivas decoloniales sobre la medicina occidental y la relación entre la mente y el cuerpo (que la medicina occidental ha insistido en separar). Esos valores e ideas siguen presentes en su uso terapéutico y de ahí que, aunque su consumo haya dejado de ser percibido como una cosa de hippies, siga siendo valorado como un gesto progresivo. Gesto progresivo que de paso da estatus social – una sola toma con acompañamiento terapéutico en los EEUU comienza en 2500 dólares y en Colombia y México en 220 dólares, aproximadamente. En ningún caso los seguros de salud cubren estos tratamientos y en cualquier caso quienes pagan por estas formas de autoconocimiento y sanación deben contar con los recursos suficientes.

[2] Hay un manojo de series gringas que tienen elementos de las series de alta calidad, como la estética y producción cinematográficas, pero que refuerzan valores conservadores como Yellowstone o Tulsa King o son una apología al neoliberalismo como Zero Day. Son excepciones a la regla.

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* Catalina Rincón-Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es directora del departamento de lenguas y profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day. También enseña en la maestría de Estudios Literarios y Culturales Latinoamericanos en Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periodico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Catedral Tomada.

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