Cronopio leído

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SOBRE LITERATURA DE FRONTERA.

(Un asunto de alteridad).

Por Memo Ánjel*

“Consultado Macburton, el guía afirmó que
aquella raza veía en la oscuridad gracias
a sus ojos claros y era capaz de asegurar
su propia subsistencia cazando por
la noche los animalillos de la pradera.
Eleazar se dejó ablandar”.
(Michel Tournier. Eleazar o el manantial y la zarza).

LA FRONTERA

La frontera es el otro y lo otro. Es lo que está más allá de mi propia seguridad y, si entro en eso que no percibo bien y que a veces imagino, me confronta. En la frontera, que es uno de los componentes de la condición humana (somos gente de umbral) está la pregunta y la respuesta.

Pero este asunto de frontera es una invención del siglo XIX, de los nacionalismos. Antes la frontera estaba signada por lo desconocido, por ese ir más allá de la ciudad (salir del único refugio) y considerar que el otro desconocido era un bárbaro, como bien definieron los griegos a todo aquel que no hablaba su lengua. La frontera (sin todavía noción de ella), era el lenguaje. De aquí que los griegos, en especial los espartanos, consideraran bárbaros a los persas, una cultura más avanzada que Esparta y Atenas.

La lengua del otro, los sonidos con los que se expresaba, guardaba lo desconocido. Y, en términos de Filón de Alejandría, la anulación del mundo. Si hay palabra (davar) hay cosa. Si la palabra no se entiende, la cosa desaparece y comienza la confusión. Y en ese desconocimiento de la palabra del otro, la sospecha. Y en el entendimiento, el encuentro. Los romanos, creadores del Lime[1], establecieron una especie de frontera cultural. Y en esta frontera se dieron al comercio y a mestizarse, a pactar mediante la emulación de leyes (Derecho romano) y admisión de dioses. Es posible que en los Limes (de aquí viene la palabra límite) se hayan generado las raíces de las lenguas romances, mezcla de latín y dialectos locales. Tácito, en su libro Germania, logra entender a las tribus alemanas del sur a través de quienes vivían en los Limes del Rin. Esos hombres del Lime, asentados lejos de sus casas, le permitieron a Tácito conocer un mundo nuevo, el de las tribus pequeñas dirigidas por un solo jefe, el de los dioses como Wotan y Tor, el de las sopas de avena y carne cocida de ciervo.

Los griegos despreciaron a los otros pueblos. Los romanos, no. De aquí que la cultura romana sea más rica que la griega. Y si bien Herodoto, en el primer libro de su versión de la historia habla de Egipto y trata de definirlo a partir de hechos mágicos, no así los romanos, que en el Lime se integran y enriquecen sus dioses y técnicas de ingeniería. Los griegos le temen más a la frontera (la han imaginado llena de monstruos), los romanos no: son imperialistas y la tierra va hasta donde ellos van.

En las Mil noches y una noche, en las aventuras de Simbad el marino, las fronteras son posibilidades de comercio. Más allá están las riquezas, las mujeres bellas, las ciudades de cristal, los hombres sin cabeza y los reinos perdidos[2], Así, las fronteras son una posibilidad de hacer fortuna, de encontrar maravillas y tener mucho que contar. Quizá, fundamentado en estas historias, Marco Polo dictó su libro sobre las inmensas riquezas de Kubilai Khan. Haber estado más allá de las fronteras cristianas, era encontrar un mundo nunca visto y mejor. Colón acotó el libro de Marco Polo y con estas ideas atravesó el mar.

La frontera, entonces, es la puerta hacia un saber más, lograr más y tener más. Y si bien causa temores, pues más allá habita lo desconocido, es un riesgo y una oportunidad. Es quizá la isla de Utopía de Tomas Moro, la que contiene el orden que necesita el desorden. Eduardo Galeano decía que aunque la utopía no se cumplía nunca, era la que nos hacía caminar hacia adelante.

LA LITERATURA DE FRONTERA

Este término fue creado por los argentinos, para definir esas historias que se contaban de la vida en la pampa. Se hablaba y cantaba sobre las luchas de los gauchos con los indios Quilmes. Estos enfrentamientos, que condujeron a un mestizaje amplio entre quienes habitaron esa pampa extensa, produjo también un mestizaje entre animales: el bagual, unido a los caballos españoles, produjo el caballo criollo, un caballo más pequeño pero rápido, que permitía ser cabalgado sin estribos y le permitía al jinete bolear más fácil las reses fugitivas.

Cuando Alberto Gerchunoff escribe Los Gauchos judíos (relatos que dan origen a la literatura judía latinoamericana), escribe literatura de frontera. En Mosheville, la aldea que crean los judíos rusos y polacos en la pampa argentina, estos hombres[3] provenientes del Stetl[4] de Europa oriental, más dados a los rezos y al pequeño comercio, siempre temerosos del otro, la vida es otra: los campos, el ganado, el aprendizaje para labrar y montar a caballo, la presencia del indio y del gaucho, les provee de otro mundo y en él, del concepto de libertad. Y si bien Gerchunoff narra muchas pequeñas tragedias cotidianas (la de la muchacha judía que huye con un gaucho, la del judío que muere por no saber manejar una res), lo interesante es el encuentro permanente entre una cultura y otra. Y este encuentro es una ampliación de conceptos, más mundo.

El pago (de Pagus, campo) es el territorio de la frontera. Es el lugar donde dos grupos se encuentran, ya en estado de colonización, ya en condición de invasión. Es una tierra flotante, sin dueño, que se amplía o encoje de acuerdo a las acciones que se den ahí. Algunas son de convivencia, otras de trinchera. Y en ese pago, en términos de Faustino Sarmiento, aparece la civilización y la barbarie. Su libro Facundo, que es la historia de un hombre iluminado por el concepto de frontera[5], casi un fanático, se pone de manifiesto lo que significa el horizonte, ese paisaje que aparece y que entra en condición de visión, de lugar para ir, de sitio que conquistar.

En ese pago, desde donde el horizonte es siempre un efecto permanente de deseo y lejanía, se canta y se toca la vihuela, se carnea el ganado y se dirimen las pasiones usando el puñal o bailando en torno a la hoguera. La vida y la muerte fluyen ahí en el acto diario. Y la lengua se transforma, pues contiene la del recién llegado y la del que habita ese territorio, ya en condición de amañado[6], ya como aborigen que mira con desconfianza a los que no son como él. De este mundo dan Razón don José Hernández con su Martín Fierro y Ricardo Güiraldes, con su Segundo sombra. Un mundo ancho y ajeno[7], lleno de encuentros y de sospechas, de lo nuevo no admitido y del dejar lo vivido para revivir de nuevo.

Jorge Luis Borges, habitando el grupo de Boedo, dio a conocer su libro sobre Evaristo Carriego, esa historia de un orillero (un habitante de frontera) que trasciende al compadrito de los suburbios, el milonguero, y lo lleva al espíritu amplio del habitante de frontera: mucho sol, mucho paisaje[8], mucha vida que día a día es distinta. No sé si Borges, entendiendo a Carriego, haya hecho un mito de su abuelo materno, Acebedo, que hizo la guerra y en ella pereció en una frontera ajena.

Esta invención de los argentinos[9] (seguro nacida de una conversación de café), va a legitimar la literatura del oeste norteamericano: la lucha del general Custer contra los pieles rojas, el mestizaje fronterizo entre siervos[10], los inmigrantes que buscan un sitio en el oeste, los que huyen de la persecución de la justicia[11], etc. La frontera es un mundo de aventuras, es lo inesperado, lo nuevo, el mundo que se ve bajo otros cielos y otras cosmogonías. Y quien atraviesa la frontera y regresa luego, llega cambiado[12]. Ha cambiado su entendimiento de la tierra y del otro, porque los territorios de frontera son geografías con otros usos, cosmogonías con otros dioses, culinarias con otros vegetales y carnes, peces distintos y saborizantes más fuertes. Y en esas etnografías (la presencia del otro como distinto), las costumbres locales, que son las que hacen posible sobrevivir en un terreno que se desconoce.

EL OTRO EN LA LITERATURA DE FRONTERA

La alteridad, el otro y lo otro, es lo que propicia el encuentro o el rechazo. Y en el principio de esta literatura, dado que quienes se introducen en la frontera hacen más gala de su estado de naturaleza[13] que de sociabilidad, la palabra que corroe es la codicia. Los que conforman la tropa o la caravana, van por lo del otro: las tierras, el agua, los tesoros escondidos. Lo del otro, eso que le pertenece, es un botín. Y el botín es lo que justifica la conquista[14]. O sea que la esencia de la literatura de frontera es la guerra contra el otro. La justificación[15], que es un salvaje. La palabra salvaje es clave, ya que justifica las Jus Belli (la guerra justa), pues se trata de imponer una cultura más “avanzada” sobre otra que se manifiesta hostil y atrasada. En el caso de América, en especial los Estados Unidos, el indio piel roja es un salvaje, no crea ciudades, sigue al bisonte, sus leyes son crueles, hace el amor como las bestias, tiene el entendimiento corto. Estas ideas, que provienen de El Leviatán de Hobbes[16], configuran a un enemigo que, de ser destruido, dará honores a su destructor. Los colonizadores tienen permiso para acabar con el salvaje, que no tiene alma y por eso dios no lo protege, que quizá sea un demonio y hay que exorcizarlo con la destrucción. Ese otro es un fantasma, un miedo, y destruirlo es la misión. Pero entre los que van a los territorios de frontera hay desertores, hombres y mujeres que escapan de los suyos y buscan protegerse en el otro. Esos que desertan, en especial cuando aparece la hambruna, ya no tienen qué perder. Han visto morir a los suyos, han presenciado el canibalismo, las enfermedades atroces. ¿Qué perderían yendo hacia el otro? ¿Morir? Ya de alguna manera están muertos. Pero al final no pasa nada. El otro, el inventado, acoge. Como en la novela Dances with Wolves de Michael Blake, el otro no es lo salvaje sino la oportunidad[17]. En él, que domina el territorio, que tiene sus leyes para habitar en él, está la seguridad. Y en este punto es donde la novela de frontera da un viraje: lo que se ha iniciado de manera cruenta, el otro como susceptible de invasión por su condición de inferior, es un hombre (o una mujer) que acoge. En esa cultura desconocida, demeritada por el desprecio y la ignorancia[18], está la acogida. Y si bien el mundo es distinto visto desde allí, es un mundo regido por el gran espíritu, Wanatu, que acoge la vida y todo lo que ella contiene: el cielo, los vientos, los animales, los ríos, las palabras, etc.

En buena parte de la literatura de frontera, excluyendo de esta las novelas de Marcial Lafuente Estefanía[19], se renueva la utopía de Tomas Moro y la Germania de Tácito. Ese otro, el salvaje, vive en mejores condiciones, se integra de manera más amplia a la vida y ejerce la libertad en un orden que se ajusta a la naturaleza. Hay más armonía con lo que está vivo, las emociones carecen de hipocresía, la envidia casi no se da, los corazones no están contaminados. Quizá por esto novelistas como Emilio Salgari, Julio Verne, Karl May[20], el mismo Thomas Mann en la tetratología de José y sus hermanos[21] y en el libro Cabezas cambiadas (la leyenda india), buscan en la alteridad desconocida la posibilidad de la utopía. En esos territorios hostiles, presumidos desde la sospecha, hay otra realidad, más elemental y limpia, con menos truculencia y unas actitudes morales propias para que el otro sea necesario. Como pasa con Sidharta de Hermann Hesse, el encuentro es beneficioso, con el otro y con uno mismo. Es la amistad como valor esencial para que la vida se dé de manera ordenada y bajo criterios de confianza. Es una lucha contra las mentiras de los demonios, contra el desorden.

La literatura de frontera, rica en la narración de costumbres y de la geografía[22], se incluye en los reinos de la utopía. Es una imaginación que le da valor a la libertad, a los que habitan el paisaje, a los que han hecho de la muerte parte de la vida. Es la vida misma que fluye con contratiempos y alegrías, con miedos y certezas. Es la geografía[23] del hombre vivo que ejerce la libertad de movimientos y de creencias. La de los hombres y mujeres integrados al paisaje. Es el otro en situación de acogida.

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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

  1. Fortaleza que se levantaba en el lugar hasta donde llegaban los ejércitos. En ese lugar, los soldados de Roma entraban en contacto con el otro, primero comerciando y luego conviviendo abiertamente. Es famoso el muro de Adriano, que partió a Inglaterra en dos, donde los romanos convivieron con los pictos, los hombres azules provenientes de Escocia.
  2. Los judíos buscarán las 10 tribus perdidas más allá del Sambatión, río mítico en el que habitarían los judíos del norte de Palestina, conformando allí reinos fabulosos. En América, Montesinos, a pedido del rabino Menasche ben Isarel (siglo XVII), buscaría rastros de estos judíos. El dato lo da Doña Soledad Acosta de Samper, en su conferencia sobre el presunto origen judío de los antioqueños.
  3. Que llegan con sus familias, como ha sido la tradición en los desplazamientos judíos, pues en la familia se mantiene viva la cultura: comidas, fiestas, el idioma (Yidisch o Djudezmo), el pasado que se narra en la mesa etc.
  4. Pequeña ciudad, poblado.
  5. Son las guerras de Rosas.
  6. Colonos que han hecho su vida ahí.
  7. Concepto de Ciro Alegría que da título a uno de sus libros.
  8. José Saramago, en el inicio de su libro Alzado del suelo, comienza diciendo: lo que más hay en el mundo es paisaje.
  9. Literatura de frontera.
  10. Ingleses venidos como sirvientes a América y que al cabo de siete años (luego de pagar su venida) se van a las fronteras internas y allí montan granjas y conviven con los indios, mezclándose la mayoría de las veces con ellos. La abuela de de Sir Wiston Churchill, por ejemplo, era Cherokee.
  11. Famoso es Jesse James, que llegó a la pampa Argentina cabalgando desde Estados Unidos.
  12. Como bien narra Alvar Cabeza de Vaca en su crónica Naufragios. Alvar Cabeza de Vaca, que vagó por los desiertos mexicanos, que se hizo indio y chamán, comió arañas y serpientes, es otro luego de habitar la frontera.
  13. El egoísmo es el inicio de las historias de frontera. Cada uno va por lo suyo y piensa en quitarle algo al otro.
  14. Desde la conquista de América, el botín fue lo que movió a los españoles.
  15. LA tesis de Sepúlveda en La guerra contra los indios.
  16. El enemigo como invención de lo horrible. El enemigo es monstruoso, degenerado, es un animal inferior.
  17. Es lo que le sucede a Joseph Smith cuando es acogido por Pocahontas.
  18. Los japoneses les preguntaban a los jesuitas: ¿ustedes por qué vienen a enseñar y no a aprender?
  19. Que es una literatura servil y al servicio del colonialismo.
  20. Que llevó una vida trágica e incluso fue delincuente.
  21. Una de las más lindas novelas sobre la literatura de frontera.
  22. Sus autores fueron grandes lectores de libros de viajeros, de cartografías y de artículos de revistas geográficas.
  23. El siglo XIX es el siglo de la geografía. Ya la tierra se conoce por sus accidentes, falta conocerlo por sus gentes.

 

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