ESPACIO PÚBLICO Y CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA
Por Ignacio René Uribe López*
«Cuando los individuos son capaces de entender el significado que tiene el espacio público, se constituyen en auténticos ciudadanos capaces de construir una comunidad, capaces de reconocer una historia y de construir un proyecto». (Alejandro Landero Gutiérrez La recuperación del espacio público desde la perspectiva de Hannah Arent, p. 173)
En nuestras reflexiones permanentes desde la cátedra universitaria, cercanas a algunas de las experiencias recientes de gobiernos locales, vemos cómo, para la arquitectura se abre un nuevo camino en su ya vieja tarea de contribuir a la construcción de la ciudad: la participación ciudadana como herramienta en la elaboración de los proyectos que interpreten los más auténticos anhelos de la comunidad, que de esta manera adquiere el protagonismo social que configura su identidad y da soporte a su sentido de pertenencia como respuesta necesaria al injusto desarraigo que han significado muchos de los procesos sociales de nuestra historia política y cultural desde siempre.
La arquitectura así proyectada se convierte en uno de los instrumentos más importantes para superar la inicua ciudad de los excluidos y los marginados que durante tantos años fueron el resultado del autoritarismo, el clientelismo y el paternalismo estatal. La política de exclusión fue consolidando un estado paternalista de distribución de favores que a su vez se convirtió en mecánica electoral que estimuló la corrupción y que creó una brecha entre ciudadanía y estado.
El Espacio público presente en nuestras viejas aldeas, expresión del poder pero también punto de encuentro ciudadano, se fue desdibujando de la geografía urbana, prácticamente hasta desaparecer en las comunas de las grandes ciudades donde el espacio se reduce a lo mínimo vital, esta es una de las la características más importantes en la conformación de los barrios fruto de la autoconstrucción improvisada, asentada en los intersticios de la ciudad planeada e histórica, acosados por el desplazamiento o las migraciones forzadas por una violencia cultural que aun nos cuesta entender en su sinrazón.
En el año de 2002. la población de la comuna 13 era de 130.804 personas y a cada habitante le correspondía 0,38 metros cuadrados de espacio público, mientras el promedio en Medellín para esa misma fecha era de 2.95, según información de la Alcaldía de Medellín y la Corporación Región.
El grito de esta ciudad densa en habitantes y problemas era la creación de espacios públicos que habían sido suplantados por las estrechas vías que fueron quedando del proceso de urbanización y que más tarde fueron el triste escenario de una guerra, que perdura hasta nuestros días, que marcó territorios y fraccionó más la escasa unidad urbana de una ciudad construida, más por la necesidad de subsistir, tras la huida de su lugar de origen, que por la necesidad de encontrar otros horizontes y que ocasionó una realidad hostil. Este cambio forzado de una cultura campesina que se dejaba atrás a una cultura urbana es aun una realidad no resuelta que la tragedia de la guerra retrasa cada vez más.
Con esta realidad evidente desde muchas perspectivas y puesta en el primer plano por las guerras que allí empezaron a librarse y que finalmente sacudieron la indiferencia ciudadana hasta lo más profundo de su ser, aparecen entre varias, dos metodologías diferentes pero con resultados similares en la formación de una cultura ciudadana, donde la participación de la ciudadanía a través de la construcción de espacios públicos facilitara el encuentro de las diversidades urbanas: Bogotá y Medellín en su orden en el tiempo iniciaron sendas experiencias dignas de mención y de estudio.
En la primera, la Alcaldía presidida por el filósofo y matemático Antanas Mockus en los períodos 1995 y 1997 y luego en el período 2001 y 2003, marcó un cambio radical en la forma de hacer política y bajo el lema de Formar ciudad se dio un amplio programa pedagógico para desarrollar una cultura ciudadana con la participación activa de la ciudadanía que se vinculó al proceso, a pesar de las dificultades que todo cambio cultural implica y que se manifiesta en una resistencia natural que es necesario vencer con constancia y decisión por quienes lideran este tipo de procesos ya que afectan a las comunidades humanas, con mayor razón cuando ello implica compromiso y responsabilidad.
En la segunda experiencia citada, Medellín escenario de múltiples guerras de diferente intensidad y de una crueldad siempre estremecedora, contada en infinidad de libros, artículos periodísticos y películas que la hicieron conocer más allá de las fronteras, inició un proceso de reconstrucción que se lideró desde la Alcaldía del Matemático Sergio Fajardo Valderrama bajo el lema de Medellín la más educada.
El espacio público fue el protagonista de estas dos tareas impulsadas desde el estado con amplia participación ciudadana. En el breve lapso de tiempo transcurrido desde entonces se empiezan a apreciar algunos resultados, que si bien no son definitivos, son indicios de un proceso que les devolvió a los ciudadanos la esperanza. Es claro que el proceso será lento en su intento de transformar una cultura de muchos años, más cercana a la muerte que a la vida, más cercana a la violencia que a la convivencia pacífica y que aun se resiste a desaparecer en las creencias ciudadanas.
Bajo estas premisas, iniciamos una investigación, cualitativa en su metodología, que busca una aproximación a lo que hemos denominado una ética urbana desde la arquitectura. La palabra ética en su significado etimológico más antiguo, nos lo recuerda el filósofo español José Luis López Aranguren, significa residencia, morada, lugar donde se habita, allí se encuentra con la arquitectura llamada a construir la morada del hombre, esta conjunción conceptual es el eje temático de la investigación que con el apoyo de la Universidad Pontificia Bolivariana y de la Secretaria de Cultura ciudadana del Municipio de Medellín iniciamos en el año de 2007 y que denominamos en su momento como «la ética en la construcción de ciudadanía desde la perspectiva del diseño y la arquitectura» de la cual ya se publicó un texto preliminar del cual extraemos estas ideas generales.
Con el fin de hacer un seguimiento que afiance el rigor metodológico, se escogió como campo de observación principal la Comuna 13 de la ciudad de Medellín, Esta es una de las comunas más pobres y más afectadas por las guerras urbanas de los últimos años. Su transformación se inició con la intervención militar denominada Orión como parte de la política de seguridad democrática del gobierno nacional en octubre de 2002 y con la implantación del Plan Urbano Integral PUI, en la administración del alcalde Fajardo.
Entre las tareas de este plan, está la construcción de espacios públicos con amplia participación ciudadana, desde proyectos de gran magnitud como el Parque Biblioteca José Luis Arroyave de San Javier, de excelente factura arquitectónica, como los colegios de calidad y el Metrocable ya en funcionamiento, natural extensión del Metro sobre la abrupta topografía, hasta esos pequeños proyectos de interés de comunidades particulares, pequeñas intervenciones que ayudan a tejer la trama urbana y a unir sectores dispersos por las barreras naturales y sociales, diseminados a lo largo y ancho del territorio de la comuna y del precario espacio público sobrante, como el laberinto de senderos que les sirve de acceso a las viviendas y a los pequeños locales que la complementan, y que son la estructura básica de las urbanizaciones piratas o de las invasiones forzadas por la imperativa necesidad de subsistir y que fueron estimuladas o toleradas por un estado incapaz de mantener el control de las situaciones sociales ocasionadas por la violencia fratricida.
Las soluciones acordadas hoy, inciden significativamente en el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes directamente beneficiados: soluciones viales de pequeña escala, pequeños parques infantiles, senderos peatonales, mínimas unidades deportivas, etc., son parte de ese universo que sirve de respuesta a las necesidades de la gente y que contribuyen al mejoramiento de su hábitat y al incremento de su autoestima ciudadana que se refleja en cambios positivos en la actitud de la gente y que se palpa, no exento de dificultades y suspicacias personales aun latentes, en los encuentros y reuniones que promueve la administración municipal.
Al día de hoy, según lo registra el Periódico El Colombiano en su edición del 29 de agosto de 2010, «se invierten unos 67,279 millones de pesos, en 22 planes, de ellos hay siete ya terminados, cinco en ejecución y otros en procesos de contratación, diseño o compra de predios. (…) Se cuentan en esa lista paseos urbanos como el de la calle 49ª y las carreras 99 y 109; viaductos, parques y casa para el adulto mayor».
Esta arquitectura que recoge consensos y que se manifiesta en grandes obras o en aquellas de pequeño y humilde formato pero maravillosa en su significado y en muchos casos en sus resultados, es el comienzo de una nueva ciudad que reelabora sus símbolos urbanos para sembrar sobre ellos no el olvido de una noche oscura y trágica que aun se resiste a desaparecer y que de todos modos forma parte de su historia, sino la esperanza de un nuevo amanecer donde el hombre no es víctima de una realidad que lo abruma sino de un destino que empieza a construir con sus vecinos, con sus propias manos, en un marco de convivencia, valga de ejemplo el parque de La Imaginación en la comuna nororiental antes conocido como la curva de la muerte y que ahora es punto de encuentro lúdico de la comunidad especialmente la infantil.
Esa ciudad posible no es mejor que la ciudad ideal que pregonaron las utopías ideológicas del siglo pasado y cuyo resultado fue contrario a lo ofrecido, pero tiene una cualidad de ser posible y exige mayor imaginación y participación, es más valiosa en la construcción de un êthos urbano. El proceso es lento, no es de resultados inmediatos y tampoco espectaculares, tiene retrocesos, pero parece ser seguro por lo visto hasta el momento. Hoy la ciudad es más amable se descubre en los rostros de la gente que recuperó la hospitalidad perdida por el miedo y la desconfianza.
Pues bien esta arquitectura abre nuevas perspectivas en el ejercicio profesional y por ende en la enseñanza de la arquitectura con una visión antropológica cercana a nuestra realidad urbana y nuestra historia en la formación de la ciudad local y latinoamericana. Las palabras del Arquitecto Rogelio Salmona ayudan a aclarar el texto:
«La arquitectura es un servicio que uno le hace a la comunidad antes que todo. La comunidad tiene necesidades habitacionales, ambientales, funcionales, estéticas. Unas necesidades que deben descubrirse porque no están explícitas. Lo primero que uno tiene que hacer, y que no es un problema, es conocer lo mejor que se pueda, lo más profundamente, la sociedad para la cual uno está trabajando. Porque uno no trabaja en abstracto, trabaja para algo y para alguien». (Salmona, 2004:71)
Y aquí cabe preguntarse por la vocación pública de la ciudad, como lo afirma Jordi Borja el urbanista catalán, cuando afirma que la ciudad es el espacio público. Aquí se nos abre un debate que se debe dar desde nuestra propia realidad. El espacio público en la antigua Grecia, situación atípica en la historia de la ciudad, fue el lugar donde los ciudadanos se reunían para consolidar la polis y construir la ‘politeia’, que no era solamente una forma de organización social, sino un estilo de vida, un orden moral: la democracia como fruto auténtico de la expresión ciudadana. Pero el espacio público a través del tiempo no es solamente punto de encuentro de las comunidades, es ante todo lugar donde el poder se expresa y se ejerce y la democracia no ha sido propiamente el común denominador en la historia de la humanidad. Por eso también el espacio público se manifiesta como el lugar donde se expresa la resistencia social al poder o a los poderes que oprimen las libertades y las manifestaciones ciudadanas.
Por eso la tarea de la política y de la arquitectura es construir una nueva ciudad sobre la base de un nuevo êthos urbano, en su lucha, que va en franca contravía de la privatización de lo público que surge como tendencia predominante del individualismo contemporáneo que se aleja del sentido comunitario de la ciudad y confía cada vez con más fuerza la seguridad de la sociedad al ámbito privado. Lo público tiene la tendencia a convertirse en esta nueva realidad en el territorio de nadie, la ciudad así se divide en dos sectores diferentes no coincidentes: la seguridad de lo privado y la inseguridad de lo público que desaparece por el menosprecio ciudadano en sus imaginarios actuales. Pero esta realidad ya muestra síntomas claros de su propia ineficacia, los hechos lo demuestran y lo que se veía como una solución hoy se ve como un nuevo problema tal vez más grave que aquello que pretendió solucionar, la ciudad fragmentada por la exclusión social y económica donde la inseguridad permea el mundo idealizado de lo privado.
La participación ciudadana en Colombia tiene su origen formal en la ley 11 de 1986 que incluye a los ciudadanos en la discusión de las políticas y programas gubernamentales del nivel local, y se consolida con la Carta Política de 1991 que la afianza definitivamente. Este es el nuevo camino que se nos ofrece a los arquitectos y urbanistas en la construcción del espacio público, sobre el cual se debe construir un nuevo modelo de cultura ciudadana que debe facilitar la convivencia pacífica en nuestras ciudades constituidas por la diversidad y pluralidad ciudadanas. Pero esta tarea implica no una continuidad ni una recuperación en el tiempo sino una construcción ya que como lo afirma Habermas «… hasta nuestros días la constitución de una esfera pública realmente libre de las arbitrariedades del poder constituye una promesa incumplida de la modernidad».
Esa nueva ciudad debe, entre muchos propósitos, transformar los imaginarios políticos y ciudadanos, fortalecer una cultura centrada en lo público, afianzar los lazos de solidaridad y convivencia, profundizar el sentido de pertenencia del ciudadano que aporta a la construcción de su propio hábitat y del cual se siente orgulloso, y mejorar las relaciones entre el estado y la sociedad eliminando las viejas costumbres que deslegitimaron en buena parte la acción del estado y basar esta relación en el servicio y la colaboración mutua. La participación ciudadana planteada así debe mejorar la eficiencia y eficacia de la gestión pública, al aunar voluntades, construir consensos y vencer resistencias de las viejas formas de hacer la política, que aun persisten en forma agazapada, cultivadas en la sombra y dispuestas a surgir a la primera oportunidad que se les presente.
A manera de conclusión de las ideas planteadas en este artículo, podemos afirmar que la construcción de un nuevo espacio para nuestras ciudades agobiadas por la violencia ancestral y profundamente arraigada en nuestra cultura, se abre sobre la base de una arquitectura que desde el espacio público ayude a construir una ciudad plural que resuelva el conflicto inherente a la diversidad, en el encuentro con el otro como conciudadano y no como el enemigo potencial que estigmatizó la cultura de la violencia, la cual empezamos a desterrar con la figura de la participación ciudadana. Entender esta realidad nos ayuda a acertar en nuestra propuesta y a consolidar el proceso ya iniciado y que desde la academia hemos denominado un nuevo ‘êthos’ urbano y que nos plantea nuevas preguntas que obligan la reflexión en el proceso de formación de los nuevos profesionales de la arquitectura y el diseño, profesionales capaces de interpretar en repuestas arquitectónicas las expectativas de la comunidad.
La situación actual de las comunas presenta una vuelta a la violencia, pero con características diferentes, el Estado hace presencia con su fuerza pública a diferencia de otras épocas no muy lejanas, la construcción del espacio público avanza en medio de inmensas dificultades intimidatorios, la ciudad mira preocupada el fenómeno y son muchas las expresiones de apoyo y solidaridad y la propia comunidad se manifiesta como lo hizo en la marcha del 28 de agosto de 2010.
El proyecto de investigación que adelantamos desde la universidad, mantiene su mirada alerta para buscar desde la academia y especialmente desde la arquitectura y su vocación profunda de construcción del Espacio Público, alternativas de consolidación de la creación de una cultura ciudadana que propicie la convivencia pacífica de la ciudadanía.
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* Ignacio René Uribe López es arquitecto y Profesor Titular de la Universidad Pontificia Bolivariana.