Sociedad Cronopio

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LOS AMORES EN TIEMPO REAL

Por Vicente Torrijos R*

Hay una pregunta fundamental que mucha gente está haciéndose en estos tiempos de globalización: ¿puede sobrevivir una relación amorosa a pesar de que los amantes estén separados durante largos periodos de tiempo?  Con esta pregunta, se podría citar a Kierkegaard en Diario de un seductor: “¿No hemos sido creados el uno para el otro?”, y tiende a terminar, generalmente con un razonamiento como éste: “¿Por qué no hubiera podido durar infinitamente una noche como esta? Ahora todo ha pasado; no quiero volver a verla más, nunca más…Y no quiero decirle adiós: lágrimas y súplicas de mujeres me fastidian, me revuelven el alma sin necesidad.  En un tiempo la amé, pero de hoy en adelante mi alma no puede pertenecerle más”.
Aunque en todas las épocas las relaciones amorosas se hayan visto afectadas por separaciones más o menos prolongadas, lo cierto es que solo hasta hoy se dispone de poderosos medios electrónicos que permiten una comunicación instantánea combinando texto, imagen y sonido.

No obstante, mucha gente sigue sufriendo por el distanciamiento a que se halla sometida.  Al parecer, ningún medio de comunicación, por sofisticado que sea, logra satisfacer plenamente la necesidad de contacto directo, cuerpo a cuerpo, entre los amantes.

Y lo que es peor aún, en muchas ocasiones la comunicación instantánea y frecuente distorsiona la idea que van formándose los enamorados de lo que será su reencuentro produciéndose así la paradoja de que, al hallarse de nuevo frente a frente, se llega a la deprimente conclusión de que “era preferible estar lejos”.Ya afirmaba Georges Bataille en El Erotismo que “la posesión del ser amado no significa la muerte, al contrario, pero la muerte está comprometida en su búsqueda. Aunque el amante no puede poseer al ser amado, piensa a veces en matarlo: a menudo preferiría matarlo a perderlo. Desea en otros casos su propia muerte. Lo que está en juego en esa furia es el sentimiento de una continuidad posible observada en el ser amado.  Le parece al amante que sólo el ser amado puede en este mundo realizar lo que impiden nuestros límites, la plena confusión de los dos seres, la continuidad de dos seres discontinuos”.

En cualquier caso, la separación de los amantes sigue siendo un asunto que genera múltiples temores: el temor a que la relación se marchite y fenezca; el temor a que alguien llene el vacío durante la ausencia; y, sobre todo, el temor al reencuentro, porque las circunstancias y condiciones podrían haber cambiado de tal forma que los enamorados constatasen que nada volverá a ser como antes.
¿POR QUÉ SE QUIEREN?

Elliot Aronson, en su obra El Animal Social. Introducción a la psicología social, estableció que “queremos a las personas cuya conducta nos proporciona la máxima recompensa con el mínimo costo”. Eso significa que existe la tendencia a querer más a quienes comparten las mismas creencias e intereses, demuestran ciertas capacidades, atractivos o competencias, y exhiben cualidades agradables o admirables.

En pocas palabras, la atracción mutua aumenta cuando las personas cooperan entre sí, y tal atracción puede traducirse en un sentimiento amoroso si a la cooperación se le suma el ingrediente de la proximidad física, del reconocimiento de las cualidades del otro.  Cualidades entre las que pueden destacarse verdaderas curiosidades, como, por ejemplo, el nombre de la otra persona.  De acuerdo con el reconocido psicólogo Albert Mehrabian, hay nombres que se asocian con defectos y virtudes, contribuyendo así a perfeccionar o debilitar los vínculos afectivos.de la percepción clara, en suma, de que hay alguien que quiere al otro a cambio.

De acuerdo con esta explicación, basada en la relación costo-beneficio, sería preferible querer a las personas situadas físicamente más cerca que a quienes se hallan alejadas, ya que de los individuos más próximos se puede obtener afecto sin incurrir en los costos que supone recorrer largas distancias en procura del mismo objetivo. Para decirlo en términos de Jean Baudrillard en su texto De la seducción: “hoy no hay nada menos seguro que el sexo, tras la liberación de su discurso. Hoy no hay nada menos seguro que el deseo, tras la proliferación de sus figuras”.

Pero también es cierto que “la proximidad física simplemente hace más fácil el trato que conduce al afecto”, y que, sin duda, “se quiere a las personas por las cuales se ha sufrido”, incluyendo, por supuesto, luchar contra las distancias o cualquier otro tipo de dificultades más o menos graves.

¿Cuál es, entonces, la recompensa que se espera tras semejante esfuerzo adicional?  ¿Por qué, de manera consciente, se elige transitar un camino plagado de dificultades, en vez de recorrer otro que esté libre de obstáculos y sinsabores? Es entonces pertinente traer a colación al gran Edgar Allan Poe y su poema Para Annie: Y descanso tan  tranquilamente / ahora en mi cama / (conociendo su amor) / que creéis que estoy muerto. / Y descanso tan satisfecho,  / ahora, en mi cama, / (con su amor en mi pecho) / que creéis que estoy muerto,  / que os estremecéis al mirarme, / creyéndome muerto.

En principio, se ha demostrado que, si bien “normalmente, queremos a personas con actitudes semejantes a las nuestras (o sea, que sostienen opiniones similares a las nuestras y demuestran querernos), también es cierto que si encontramos a alguien que nos quiere a pesar de diferir de nuestras actitudes, nos sentimos inclinados a suponer la existencia de algo especial y único en nosotros que esa persona considera atractivo. Y como esta convicción es muy gratificadora, tendemos a querer tanto más a esa persona”.

Adicionalmente, “las personas tienden a amar a otras con necesidades y características complementarias a las suyas”, es decir, que, bajo ciertas condiciones, “si alguien nos quiere, lo querremos más si es diferente a nosotros”.

Pero solo bajo ciertas condiciones, porque así como, jocosamente, podría afirmarse entonces que la unión perfecta es “la de un sádico con un masoquista”, para una persona muy maternal podría ser angustioso hallarse en relación con otra persona excesivamente independiente.

El tema se complica aún más cuando las personas están completamente seguras de que el otro las ama. En tal caso, cuando el amor está asegurado, no hay muchas recompensas adicionales que puedan esperarse: el excedente, o el déficit amoroso es nulo. Por esa razón, cuando los amantes comprueban plenamente que están siendo amados, “se tiene poder para herir a quien ama, pero muy escasa capacidad de recompensarle”. Tal como sostenía la médica pediatra Francoise Dolto en el Juego del Deseo, “nuestro sufrimiento proviene únicamente del juego inexorable del deseo en que el hombre resulta perdedor en la realidad con respecto a su imaginaria esperanza. Sabe por experiencia propia, aunque finja no creerlo, que su esperanza de goce lleva consigo sus trampas, en la medida creciente de sus esperanzas”.

De tal manera, “cuanto más íntimo sea ese amor, y más incondicional haya sido, más devastador será el retraimiento” (separatista) cuyos efectos son, en todo caso, muy variables: así como puede ser útil para desbloquear una relación amorosa aburrida y rutinaria, también podría, bajo ciertas circunstancias, precipitar un rompimiento que, probablemente, no estaba calculado por quien desencadenó la conducta perturbadora.

El afamado psicoanalista Igor Caruso en su libro La Separación de los Amantes. Una fenomenología de la muerte,  es claro cuando afirma que “La catástrofe de la separación generalmente se agudiza aún más porque no sólo constituye la frustración de una necesidad, sino que representa también la frustración de un intento de curación. Los amantes, o uno de ellos, sienten, a menudo, de manera más o menos clara, lo funesta que resulta la separación porque significa una desestructuración relativamente importante de la personalidad. Puesto que, en la relación que ha tenido lugar y que sucumbió, la personalidad ha intentado ascender en escalón en el proceso de la personalización progresiva, de repente se ve en la obligación de descender ese mismo escalón”

En tal sentido, podría decirse que “si consideramos como recompensa el hecho de ser amados, las personas cuyo afecto por nosotros crece con el tiempo serán más queridas que aquellas cuyo afecto se mantiene invariable; y esto sería verdad aunque el número de recompensas de esta última persona fuese mayor”.

Con lo cual, está claro que existe un límite del sufrimiento, después del cual ninguna relación amorosa es viable; pero también que el amor es un juego de incrementos (basados en la lógica de la aceleración y la desaceleración) en que el esfuerzo de los amantes por vencer obstáculos, con recompensas tangibles, resulta mucho más tractivo que un juego invariable, repetitivo y basado en esquemas de simple similitud y semejanza. En su obra El Erotismo, George Bataille explica que “la pasión nos repite sin cesar: si poseyeras al ser amado, ese corazón que la soledad estrangula formaría un solo corazón con el del ser amado…con una loca intensidad”.

Con razón, podría concluirse que, si bien “parece cierto que hacemos llorar a quienes amamos” (o sea, que hay un cierto encanto perverso en causar dolor calculado y limitado estratégicamente), la verdad es que los amantes, tanto el que inflige como el que padece dolor, tienden, generalmente, a restablecer la intensidad positiva de la relación, es decir, propenden por un comportamiento que preserve la estabilidad de su compromiso. En otro poema del autor de Narraciones Extraordinarias titulado Un sueño dentro de un sueño, se encuentran visos de lo anterior: ¡Toma este beso en tu frente! / Y, en el momento de abandonarte, / te lo confieso con firme voz, / no te equivocas cuando dices / que mis días han sido un sueño; / y si la esperanza se ha desvanecido / en una noche o en un día, / en una visión o fuera de ella, / ¿deja por ello de ser pasado? / Todo lo que somos o parecemos / no es más que un sueño en un sueño.

¿Cómo pueden seguir queriéndose y hasta quererse más?

En un plano cartesiano (figura 1) se puede observar lo que sucede con una relación amorosa identificada por los propios amantes como afectada por “serias dificultades o múltiples obstáculos” (verbigracia, el distanciamiento físico).


Figura 1: La percepción del riesgo en una relación amorosa marcada por serias dificultades.

Lo que muestra la gráfica es que, tras haberse enamorado, una pareja se ve obligada a separarse porque uno de los dos ha tenido que viajar a un lugar lejano. A medida que pasa el tiempo, los amantes tratan de conservar el afecto pero el distanciamiento físico impide que los márgenes sean suficientemente elevados y gratificantes. De acuerdo con John Bowlby en La Separación Afectiva, “el hallarse solo constituye uno de los tantos indicios naturales que señalan el aumento de un peligro, indicio que, muy comúnmente, deriva en una situación compleja … puede producirse en relación con indicios culturales o en situaciones que, según una evaluación realista, presentarían un peligro potencial”.

El margen de maniobra de los enamorados se reduce y se apodera de ellos una sensación de incertidumbre definida en términos del riesgo de que la relación se haga insostenible. Al limitarse la comunicación emocional, no obstante los medios electrónicos de hoy, los amantes perciben un creciente vacío sentimental y no logran trasmitirse cabalmente los cambios (temores, expectativas, ilusiones) que van experimentando individualmente durante la ausencia. Aunque tratan de que la relación sobreviva, el paso del tiempo afecta notablemente su capacidad de entrega y les sobrecoge una sensación de fragilidad alimentada por un cierto grado de desconfianza relativa acerca de la conducta del otro frente a eventuales tentaciones.

Progresivamente, los amantes perciben que su influencia sobre el comportamiento del otro se reduce y que no logran controlar de manera admisible la escasa incidencia que aún tienen sobre la conducta cotidiana del ser amado. Ante el descontrol que esto supone, aún la posibilidad de obtener a largo plazo recompensas satisfactorias por el sacrificio vivido tiende a diluirse y la fortaleza que preserva la relación se altera.
Esto incrementa la permeabilidad del individuo durante sus exposiciones a factores ambientales que podrían arrastrarle a sostener aventuras o explorar la posibilidad de entablar con alguien más relaciones que suplan la carencia afectiva o llenen el vacío momentánea (o definitivamente).

Semejante visión, en buena parte catastrófica y fatalista –pero absolutamente probable -, de una relación que no reporta en un periodo relativamente aceptable de tiempo recompensas tangibles a quienes luchan contra la adversidad por hacerla perdurable, no es, sin embargo, una constante en las relaciones sentimentales. Por tal razón, es necesario, de acuerdo con Caruso y su texto ya citado“la superación de la muerte : porque la enajenación del hombre no cesará enteramente mientras la naturaleza, disociada del hombre y dominada por él, sea más fuerte que su amor y su fuerza creadora”.

O sea, que hay alternativas al fracaso y el rompimiento amoroso. De acuerdo con Elliot  Aronson en El Animal Social. Introducción a la psicología social, “una relación continúa desarrollándose (a pesar de los obstáculos, pero también gracias a ellos), cuando la pareja lucha por desarrollarse y cambiar de modo creativo”. En ciertos momentos, uno de los amantes adoptará un perfil más activo y creativo que el otro, pero, en todo caso, la pareja procurará desviarse del rumbo que traza la (relativa y hasta insoslayable) monotonía de la comunicación a distancia.

Caer en la depresión que el vacío conlleva, por ejemplo, no hace más que incrementar la sensación de incertidumbre.  En cambio, la pareja podrá buscar la ruta de la “autenticidad” en la comunicación íntima sobre la evolución de los sentimientos y de las expectativas de la relación. Esto puede asociarse con el efecto concreto de las pupilas dilatadas en la atracción física que documentó el psicólogo Eckhard H. Hess en sus investigaciones a principios de los 80.

“En todo esto, la autenticidad adquiere gran importancia”, asevera Elliot Aronson. “Cuanto más sincera y auténtica sea una relación, menor es la posibilidad de llegar a niveles desagradables de monotonía y rutina”. El grave problema es tratar de hacer operativo el concepto de autenticidad sentimental. Se sabe que ella contribuye a la estabilidad y perdurabilidad de la relación amorosa sometida a obstáculos de delicado manejo, pero no se sabe exactamente qué es ni cómo manejarla. “Es una relación cerrada” -agrega el autor-  “la gente tiende a reprimir sus pequeños enfados y a guardar para sí misma los sentimientos negativos”, o las dudas e ilusiones que se van formando en la distancia.  A veces, los amantes discuten todo esto con sus amigos cercanos, o confidentes, y con ello satisfacen la necesidad de someter a prueba (una y otra vez) sus percepciones.
El confidente juega un papel clave en la disposición de los amantes a sostener su relación a pesar de la distancia o de los impedimentos percibidos.  El confidente puede mediar y promover el fortalecimiento de la relación, pero también puede contribuir  a su debilitamiento, sobre todo si le asisten sentimientos o intereses afectivos con el confidenciador.

Pero podría ser un error dejar el proceso en la fase de comunicación con los confidentes. Eso puede reportar beneficios individuales para el amante que goza de un confidente, pero es algo que va en detrimento del ser amado y de la relación amorosa si no se extiende abierta y transparentemente al otro.

Generalmente, ocurre que a diferencia de lo que se hace con el confidente, uno de los amantes filtra de tal manera la información con el ser amado que ellos se estancan simplemente en una vaga noción de que ‘no aguantan más la imperiosa necesidad de estar juntos de nuevo y como antes’, como si con semejante declaración de amor pudiesen superar las trabas que, precisamente, les impiden reunirse físicamente, aumentando con ello una cierta sensación de  desamparo en la que uno de los dos  puede resultar más afectado que el otro. Citando a Leon y Rebecca Grinberg en Psicoanálisis de la Migración y del Exilio, “la mayor agresión que puede infligirse a un ser humano es reducirlo a la situación de desamparo que, en su grado extremo, lleva al aniquilamiento.  El desamparo no solo está relacionado con el afuera, sino con el adentro, donde no se siente querido ni protegido.  Esto le hace sentirse fijado a una situación de extrema impotencia”.

“Todo esto da como resultado una base frágil, aparentemente positiva, pero que puede ser devastada por un vuelco súbito de los sentimientos”. Al percibir que alguien (que resulta más o menos atractivo) se encuentra en un vacío amoroso, un desconocido que irrumpe en el escenario de alguno de los amantes podría verse estimulado a llenarlo cortejando al solitario y desvalido enamorado.

Es entonces cuando a la autenticidad hay que agregarle la capacidad de bloqueo afectivo de que disponen los amantes para no caer en la tentación alucinógena de vivir una aventura a fin de mitigar las penas (a menos, claro, que haya llegado a la clara conclusión de que la tasa de retorno de la inversión que ha hecho en la relación es tan reducida, y lo será cada vez más en el futuro, que frente a la opción de convertirse en candidato a masoquista no encuentre más alternativa que romperla y cambiarla por otra más rentable).

Este bloqueo, tan útil cuando la relación transita bajo parámetros de relativa estabilidad, como en aquellos momentos en que experimenta desazón e incertidumbre, es susceptible de mejoramiento continuo a través de ciertos protocolos de entrenamiento que proveen a los amantes de una resistencia físico-mental ante las influencias externas, por muy atractivas (y más o menos comprometedoras) que parezcan.

“En una relación abierta, honesta y auténtica, es decir, una relación en la cual las personas están mejor capacitadas para compartir verdaderos sentimientos e impresiones (aún las negativas), no se llega a tales niveles de vulnerabilidad. Más bien, hay un continuo ir y venir de los sentimientos en torno a un punto de estima relativamente alto”.

Dicho de otro modo, en una relación a distancia los amantes no pueden darse el lujo de ser frívolos y someter al otro a “choques eléctricos” (de variada intensidad y frecuencia) que perturben su tranquilidad emocional.  Es entonces cuando a los conceptos de autenticidad y bloqueo afectivo hay que agregarles el de confianza (y credibilidad).

¿Cómo puede inspirar confianza un amante en el otro ?  ¿Cuándo se logra esa confianza y se percibe al otro como confiable ? “Si dos personas se quieren de verdad, tendrán una relación más satisfactoria y excitante por un periodo de tiempo más largo si son capaces de expresar cualquier clase de sentimiento negativo que pueda surgir, en vez de ser completamente “agradables” el uno hacia el otro en todo momento”, ha dicho E. Aronson.

Y es cierto, porque, en muchas ocasiones, el miedo a expresar los temores, por dejar de ser agradables, o por exponerse demasiado mostrando las debilidades que podrían poner al otro en ventaja relativa en caso de un conflicto, no apunta en la dirección correcta y convierte la relación amorosa en un tablero de ajedrez más que en un (deseable) nudo parecido al símbolo de lo infinito.

En todo caso, permitir que la incertidumbre se consolide puede ser algo sumamente nocivo en una relación amorosa asediada por dificultades. Las “áreas grises” que se forman cuando se estimula la inseguridad entre los amantes, o que, a veces, se fomentan como mecanismo (disuasivo) para asegurarse la entrega incondicional del otro (subyugado), no benefician para nada el clima de (relativo) entendimiento. Uno de los grandes exponente del existencialismo como Jean Paul Sartre afirmaba en su famosa obra El ser y la nada que “el amante quiere ser amado por una libertad y reclama que esta libertad, y como libertad, ya no sea libre.  Quiere a la vez que la libertad del Otro se determine a sí misma a convertirse en amor –y ello no sólo al comienzo de la aventura, sino en cada instante- y, a la vez, que esa libertad sea cautivada por ella misma, que se vuelva sobre sí misma, como en la locura, como en los sueños, para querer su propio cautiverio. Y este cautiverio ha de ser entrega libre y encadenada a la vez en nuestras manos”.

La confianza y la seguridad no es algo automático que se ha de exigir por el hecho de haber entablado una relación amorosa.  Es algo que se consolida en pareja a través de ejercicios (simulados y reales) e intercambio de información veraz y oportuna.

En muchas ocasiones, los amantes se inhiben de recabar esa información por no mostrarse inseguros y vulnerables frente al otro, o se niegan a suministrar la información por no ser tildados de sumisos y oprimidos, dados la predisposición posesiva del otro.  En ambos casos, la relación amorosa es la única perjudicada.

Por tanto, lejos de ser un indicador de celotipia, el flujo desprevenido y generoso de información robustece el amor de la pareja y la hace (cada vez, y con todo) emocionante ¿Cómo puede negar un amante que se encuentre lejos de su pareja que en algún momento lo han asaltado pensamientos negativos sobre la fidelidad del otro o sobre su capacidad para bloquear las pretensiones de un tercero más o menos atractivo?

“A largo plazo, la autenticidad [más el bloqueo, la confianza y la credibilidad], son esenciales para el mantenimiento y crecimiento de la atracción entre las personas”, de tal forma que sí es posible consolidar el amor, incrementar la atracción y perfeccionar la relación de pareja en la distancia, por insalvable que la situación parezca. Por supuesto, nada de lo anterior sería razonable sin una preparación adecuada para el reencuentro físico en el momento que suceda. Tal preparación consiste en la predisposición generosa y activa de los amantes para esgrimir cuanta ternura y pasión les sea posible, en condiciones y circunstancias aceptables para ambos. Está claro que aún los más curiosos detalles pueden ejercer poderosa influencia en tales momentos.  C. Wedekind & M. Milinski (2001) han establecido la relación entre selección de pareja y olor corporal, de acuerdo con parámetros estrictamente químicos (complejo principal de histocompatibilidad, MHC).  P. Valdez & A. Mehrabian (1994), por su parte, han establecido los efectos de los colores sobre las emociones.

Es cierto que en no pocas ocasiones, los amantes descubren, cuando se reencuentran físicamente, que las circunstancias en que florecía su amor han variado tan drásticamente, que a pesar de la transparencia comunicativa no habían podido percibirlo antes.  En tales casos, no cabe duda de que el rompimiento es, tal vez, una (si no la única) alternativa viable. Pero si la pareja resuelve seguir queriéndose, nada puede reemplazar a las elevadas dosis de cariño (dulzura y acogida) y apasionamiento (la plena entrega en que se manifiesta plenamente y sin ambages todo el amor que se siente) que demandan los amantes cuando tras largo tiempo de hallarse separados gozan de la fortuna de reencontrarse siendo conscientes de que no solo se aman aún sino que desean seguir haciéndolo.  En ese momento, los amantes no se hallan dominados por otra cosa distinta que el placer : el (sencillo y dulce) placer de estar juntos. De hecho, C. Meston & P. Frohlich (2003) han encontrado que las experiencias estremecedoras, por lo intensas, conducen a mayores niveles de atracción.  La transposición de emociones fuertes hace que el vínculo se consolide, y eso puede ser válido tanto para las parejas que se encuentren sometidas al rigor de la distancia como para aquellas que experimentan el reencuentro físico. En otras palabras, se trata de experimentar aquello que frente a los textos sentía Rolando Barthes en El Placer del Texto y que él definía como “ese momento en que mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas, pues mi cuerpo no tiene las mismas ideas que yo”.  Lo que, en definitiva, puede quedar resumido en una sola frase pronunciada algunas veces en la intimidad de quien estas letras escribe: “tienes que confiar más en tus instintos”.

Conclusión: el placer de estar contigo

En síntesis, son dos los grandes campos en los que se desenvuelve para la relación amorosa a distancia, en tiempos de globalización: el campo crítico (la soledad y la angustia) y el campo resolutivo, o más bien, generativo (la palabra –instantánea-, la confianza, la pasión y la ilusión).

Tal como argumenta Igor Caruso, “los cargos de conciencia y el duelo se entremezclan de manera particularmente torturante en la tragedia de la separación de los amantes, resaltándose así la importancia que tiene en todo este proceso la angustia del Yo abandonado”.

Por su parte, el ya citado John Bowlby ha advertido que “probablemente no haya nada que aumente hasta tal punto la propensión a sentir miedo que la soledad. Estadísticamente se ha demostrado que al hallarse solo aumentan los riesgos y que es preferible evitar la soledad, tal como se evita cualquier otra señal de peligro potencial”.

De tal manera, no solo “nos sentimos mas tranquilos al hallarnos en compañía” (¿electrónica ?) sino que “nuestra sensación de ansiedad aumenta al encontrarnos solos”.  Con lo cual, parece mucho mas rentable garantizar la “presencia”, es decir, el “fácil acceso” (en tiempo real) entre los seres humanos antes que la “ausencia”, o sea, la “inaccesibilidad”.

En otras palabras, resulta más atractivo, tranquilizante y placentero mantener el vínculo afectivo y las relaciones amorosas gratificantes (o sea, una estimulante ‘agenda de conectividad’), antes que observar la ‘separación’ o evidenciar la ‘pérdida’ –definidas como la inaccesibilidad temporal (separación) o permanente (pérdida) de la persona en quien el sujeto centra sus afectos-.Frente a todo este panorama desolador e inquietante, los amantes que, a pesar de la ausencia, desean seguir luchando consciente y sanamente porque su amor prevalezca, están en capacidad de desarrollar acciones serenas y sostenidas con firmeza y determinación.

EL PODER DE LA PALABRA

Massimo Cacciari en Krisis. Ensayo sobre la crisis del pensamiento negativo de Nietzsche y Wittgenstein, ha dicho que “nombrar la belleza es decir su ser efímero; hablar con el amigo es decirle adiós. Una dimensión específica de memoria abraza a todo nombre. Decir es como recordar haber poseído : el nombre es lo que queda de una relación semántica perdida.  El nombre refleja siempre una cosa pasada : en el momento en que es dicha, ella también es cosa transcurrida”.

Todo ello realza el valor de la palabra. Pero Cacciari también ha sostenido que “es necesario volver a poner el lenguaje en operación liberándolo de las cuestiones indecibles de las “filosofía”.  El empleo cotidiano del lenguaje no es curador : es precisamente dicho empleo el que cura de la “utopía” filosófica.  Hasta hoy, la “filosofía” ha creído que el lenguaje cotidiano era la “apariencia” que era necesario exorcizar.

En cambio, ahora es posible llevar las palabras desde su empleo metafísico hasta su cotidiano. No se trata, pues, de producir nuevas experiencias sino de “arreglar” aquello que se sabe desde hace tiempo. Desencantar nuestra razón, y por consiguiente nuestro lenguaje, significa volver a poner en operación estas formas lingüísticas, liberarlas de todo equívoco, reconocer la correcta colocación de las palabras en el juego que les da sentido”.

Todo aquello es el poder de la palabra.  Y los amantes pueden hacer uso de ella tanto por su valor como por su poder, ya para paliar aquello que engendra sufrimiento, ya para transmitir sin intermitencias la verdad que anida en su corazón como ausente del otro, los cambios que ha venido registrando su personalidad, o las transformaciones experimentadas en el campo de las esperanzas e intereses.

Si bien hay mucho encanto en “no decirlo todo con palabras” ya que “las palabras no bastan para expresar a plenitud el sentimiento amoroso”, la adecuada combinación del valor y del poder de la palabra siempre es algo necesario y útil en la cotidianidad pero, sobre todo, durante la separación de los amantes.

Además, comunicarlo todo, libre y transparentemente, sin trampas semánticas que perturben el clima de mantenimiento de la relación, no necesariamente se convierte en sinónimo de rutinización.

Por el contrario, la magia del lenguaje es infinita y en ella puede haber tanto de perversión como de bondad y virtud.  Se puede ejercer control sobre el discurso, es cierto, pero resulta estimulante preguntarse con Manonni (1962 : 156) : ¿Acaso puedo jurar que mis versos no tienen también algún otro sentido, otros sentidos, más secretos e ignorados por mí mismo?

EL PODER DE LA CONFIANZA

Facilitar en el otro la compresión integral del ser amado, sin murallas ni telones, es un acto de autonomía e independencia que fortalece los lazos amorosos a distancia. Tal como lo expresa Bowbly: “cuando una persona confía en que una figura de afecto estará disponible para ella cuando lo desee, se mostrará menos propensa a experimentar temores intensos o crónicos que otro individuo que, por alguna razón, no pueda albergar tal grado de confianza”

Con lo cual, la autoconfianza también se fortalece y, por tanto, “una persona con autentica confianza en sí misma puede intercambiar los papeles cuando la situación lo exige ; en determinado momento suministra una base segura a partir de la cual puede operar su compañero ; en otro, está dispuesto a tomar, a su vez, a su compañero como base”.

EL PODER DE LA PASIÓN

Cuando sobreviene el reencuentro, pero también durante la ausencia, la pasión es el combustible que permite ligar el placer carnal (suspendido temporalmente por el paréntesis geográfico) y el desarrollo intelectual (momentáneamente solitario) de los amantes.  Aunque es difícil hallar mecanismos que suplan el contacto cuerpo a cuerpo, es posible desarrollar iniciativas pasionales paralelas (virtualmente seductoras) y creativas que reporten recompensas aceptables a los amantes.

De cualquier forma, en el reencuentro, al estabilizar la relación, se junta el poder de la palabra y el de la pasión, con la base de confianza instituida, en una mezcla que requiere tanto de sinceridad (para dar a conocer mutuamente las circunstancias en que el individuo de halla), como de deseo, tal como lo consiguen los amantes del Cantar de los Cantares, en la Sagrada Escritura: Ponme cual sello sobre tu corazón, / cual marca sobre tu brazo! / Porque es fuerte el amor / como la muerte, / e inflexibles los celos como el infierno. / Sus flechas con flechas de fuego, / llamas del mismo Yahvé. / No valen muchas aguas / para apagar el amor, / ni los ríos pueden ahogarlo. / Ábreme la puerta, hermana mía, amiga mía, / perfecta mía, / pues mi cabeza está llena de rocío, / y mis cabellos de las gotas de la noche. / Ya me he quitado la túnica; / ¿cómo podré ponérmela de nuevo?

EL PODER DE LA ILUSIÓN

Finalmente, es la ilusión la que estimula, la que aglutina, la que empuja a los amantes a aguardar confiadamente el reencuentro ya que “la espera del próximo beso puede ser tan placentera como el beso mismo”.  “Gracias a la ilusión”, ha escrito J. Marías (1948 : 113), “se asegura la pervivencia del enamoramiento.  Cuando éste es recíproco, a la ilusión por la persona amada se añade la ilusión por su ilusión, y ambas se entrelazan en una única trayectoria vital, que es al mismo tiempo, irreductiblemente dual”.
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*Profesor titular de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario. Es politólogo, periodista e internacionalista dedicado a la ciencia política, la política internacional, los asuntos estratégicos, los estudios de paz, la comunicación, y la gobernabilidad. Según el Diario Río Negro, de la Patagonia, «es uno de los analistas internacionales más consultados de Colombia». utoriascontorrijos@yahoo.com

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