Sociedad Cronopio

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Aun así, a pesar de este esfuerzo, el inglés se fue abriendo camino (Rodao, 1996) paulatinamente por su gran proyección a la hora de ascender socialmente y por las oportunidades que ofrecía el sistema de pensionado, por el cual se ofrecía la mejor formación a las élites filipinas en tierras estadounidenses y una educación generalizada en inglés en las islas (De la Peña, 2001). Por otro lado, cambió la imagen del invasor norteamericano tras la Batalla de Manila de 1945, pues en ella se liberó al país del temido colonizador japonés. Como consecuencia de estos hechos, una ola de pro-americanismo sacudió el archipiélago filipino, rompiendo ese balance entre las identidades americana y española que pervivía en la sociedad. Por todo ello, el final de la Guerra del Pacífico significó el fin de la vitalidad de lo español en las Filipinas y el declive definitivo de ese sentimiento de afinidad que desde el archipiélago se había sentido hacia España y su cultura. Se empieza a mirar desde entonces a los Estados Unidos de América con otros ojos, como los héroes libertadores que habían mediado en la desocupación nipona de las islas. Estados Unidos pasó a representar la defensa de las libertades y de los derechos universales a través de su lucha contra el ejército nazi y el japonés, mientras que la prensa norteamericana publicitaba la intención española de reiniciar su sueño imperialista con la reconquista de Filipinas, aliada con el eje del mal durante la Segunda Guerra Mundial. Esto no sólo contribuyó a disminuir la influencia de España sobre Filipinas, sino que sirvió también para reinterpretar el legado español desde una óptica negativa, belicista y conservadora del momento coyuntural que se estaba viviendo en el mundo (Rodao, 2006). Esta posición se vio reforzada por el desinterés español de mantener el contacto con la antigua colonia y la pérdida final de su estatus en las islas en 1945 y la posterior retirada de casi toda la representación oficial del país a partir de 1953 (Rodao, 2002).

Con respecto a la enseñanza de la lengua española a partir de estas fechas, se produjeron cambios significativos en el sistema educativo. Con la Ley Cuenca de 1957 se redujo sustancialmente el número de horas de español en la enseñanza reglada. La enseñanza obligatoria pasó por ley (R.A. 5182) de 24 a 12 unidades en 1967, de las cuales 9 se dedicarían a leer la literatura filipina en español, mientras que las 3 restantes se corresponderían con el curso de literatura en español. Se le hacía, por lo tanto, un flaco favor a la supervivencia del idioma español en las islas, pues su obligatoriedad resultó ser un rotundo fracaso. Por otro lado, la lengua española se relacionaba de forma negativa con la oligarquía filipina que la seguía usando y carecía de toda utilidad en una sociedad fuertemente americanizada. Unido esto a que el sentimiento antiespañol por el pasado colonial era más fuerte en la posguerra debido a la mentalidad antiimperialista y anticolonialista predominante en la sociedad filipina. En la fecha de 1976 la pervivencia del idioma español en las islas sufrió un duro revés con su eliminación de la como lengua oficial de la Constitución y con la supresión de su obligatoriedad en el currículo en 1987, pasando de ser una asignatura obligatoria a opcional en el sistema educativo filipino.

En las siguientes décadas España irá recobrando el interés por revivir un pasado común y modificar la imagen que se había fijado durante más de 40 años de guerra ideológica con los Estados Unidos. En los años 60 y 70 se produjeron importantes contactos, como la visita del presidente Diosdado Macapagal a España y la firma de un convenio de cooperación técnica en febrero de 1974. Como señala Rodao (2005), hay una renovada apuesta en lo económico por estas latitudes desde España, y también se intensifican las relaciones diplomáticas y las visitas de altos cargos entre ambos países en las décadas de los 80 y 90. En medio de estas reuniones, el ministro de Asuntos Exteriores filipino, Domingo Siazon, anunció el 11 de febrero de 1997 la formación de una comisión mixta hispano-filipina que ya había sido planeada en la visita del Rey Don Juan Carlos en 1995 y que se sumaba al compromiso establecido con Fidel Ramos de que los dirigentes de ambos países se reunieran periódicamente, cada dos años. Del mismo modo, los ministros Matutes y Siazon acordaron que se firmara en 1998 —coincidiendo con el centenario de la declaración de la independencia filipina— un nuevo Tratado de Amistad entre ambos países. Ese año, y para conmemorar los fastos del centenario, los Reyes de España realizaron una nueva visita oficial a Filipinas. En 2010 se inicia un programa con profesionales filipinos en la conservación en centros Iberoamericanos y talleres educativos creados por AECI dentro del Programa de conservación del Legado cultural. La Secretaría de Estado de Cultura del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte tendrá un papel importante en la conservación y restauración de los fondos del archivo del legado hispano-filipino en el programa de modernización del Archivo Nacional de Filipinas. En los últimos años esta colaboración se ha venido ampliando con el desarrollo de ambiciosos proyectos en lo cultural, lo educativo, la cooperación humanitaria y la económica.

Coincidiendo con la expansión de la lengua española por Asia-Pacífico, que se extiende con un carácter generalizado desde la segunda mitad del siglo XX (Sánchez Jiménez, 2009), este idioma despierta nuevamente cierto interés entre la población filipina, pero estudiado como lengua extranjera. La presencia del español resulta, por lo tanto, anecdótica, ya que no se ofrece de forma generalizada en el currículo del país, sino que se efectúa de forma aislada en centros públicos y privados. Sin embargo, en la enseñanza superior se advierte un cierto ascenso en el número de estudiantes y en las instituciones que ofrecen cursos de español en las principales universidades del país, aproximadamente unos 12.000 estudiantes (véase Galván, 2006).

Javier Galván, antiguo director del Instituto Cervantes de Manila, refleja este interés creciente por el español en Filipinas en El «Boom» del español en Filipinas (2001), y lo aborda desde una doble perspectiva, en el terreno sociocultural y en el económico. Afirma que en el siglo XXI el español no presenta una realidad muy diferente de otros países del mundo de habla no hispana, y aparte del anclaje histórico-cultural que forja su identidad etnográfica, se descubre que el español es un idioma útil que manejan más de 450.000.000 de ciudadanos. Galván (2005) recoge el dato de que unos 20.000 estudiantes filipinos emprenden cada año algún curso de español como asignatura electiva. Refiriéndose al Instituto Cervantes de Manila, constata que el número de alumnos matriculados se ha multiplicado por cuatro en los siete años transcurridos desde el comienzo de su actividad y que al finalizar el 2001 se habían impartido un 40% más de horas lectivas por alumno que en el año anterior (Galván, 2005). En la Enciclopedia del español (2006) se registra un mantenimiento en el número de matrículas, con 3.661 estudiantes en el curso académico 2003-2004 y 3.475 estudiantes en 2004-2005, lo que testimonia la estabilidad de la lengua española en Filipinas en estos últimos años. Estas cifras se actualizan con las últimas estimaciones hechas por el actual director del Instituto Cervantes de Manila, José Rodríguez Rodríguez en el Anuario del Instituto Cervantes (Rodríguez, 2008), con un incremento del 30% del número de horas lectivas impartidas en el centro.

El propio Galván (2006) detalla los dos motivos principales por los cuales los filipinos estudian la lengua española en la actualidad. Uno de ellos se relaciona con el pasado, pues el español es el idioma que les puede ayudar a entender y valorar mejor su propia historia y cultura, ya que la convivencia y el mestizaje que habían mantenido ambos pueblos por más de tres siglos había producido una mutación en el carácter filipino, surgiendo de ella una identidad mixta que conserva al día de hoy en su idiosincrasia rasgos claramente hispanos. Estos rasgos de los que hablamos son todavía observables en la actualidad en la religión, la música, la comida, los bailes, etc. (Molina Memije, 1984; 1998b; Rodao, 1996; Colomé, 2000). Además, Martínez Expósito (2007) señala que existen unas 3.000 obras de literatura filipina escritas en español y más de 13 millones de manuscritos de la historia de Filipinas en esta lengua —documentos del gobierno, economía, legales, religiosos, registros, cartas, etc.— en los archivos filipinos. Estos son documentos escritos en español que la gran mayoría de la sociedad desconoce y a los que no tienen acceso por estar escritos en una lengua que ya no se habla en el país y por haberse desarrollado en un contexto cultural que el ciudadano de las islas ignora, o mal conoce, debido a la deformación de los hechos históricos por intereses particulares de los nuevos colonizadores.

Sobre esto, Medina (2000) presenta la hipótesis de que «la pérdida de la identidad y memoria hispanofilipina bajo el régimen colonial norteamericano llevó al tratamiento descontextualizado y parcial de la época hispanofilipina (1521-1898) en los textos de historia filipinos». No se ha de olvidar tampoco que el español es parte constitutiva de la nacionalidad filipina y que esta lengua entronca directamente con el patrimonio nacional, ya que su uso como instrumento de comunicación fue esencial para el desarrollo autóctono de la nación. Su olvido o su rechazo ha supuesto, por lo tanto, consecuencias negativas para la identidad del ciudadano. Por ello, Medina (2000) propone su recuperación y la reconstrucción de un tejido histórico seriamente dañado por las deformaciones interesadas de los historiadores y educadores desde principios del siglo XX. La escisión de la personalidad del habitante de las Filipinas a la que hacemos referencia se extiende hasta el presente y se justifica desde la desorientación y el desarraigo que supuso la deshispanización del país y el posterior desconocimiento de las raíces históricas de esta sociedad, pues «lo hispano existe, pero no es tan visible como lo norteamericano» (Rodao, 1998a: 129). En base al concepto que contienen las palabras de Rodao (1998a) se puede afirmar que lo hispánico está oculto, fusionado con la identidad filipina, mientras que se pondera en el país lo norteamericano como constitutivo del ser filipino y como meta y objeto de asimilación.

De modo bien distinto, el segundo motivo por el cual los filipinos estudian español en la actualidad tiene que ver con su futuro. Lo aprenden porque lo consideran un idioma útil que ofrece nuevas oportunidades en el ámbito laboral, en un mundo globalizado, en el que el español es una de las lenguas principales de comunicación y de negocio. No obstante, como afirma Caffarel (2008), la directora del Instituto Cervantes, es la segunda lengua de comunicación internacional y la segunda más estudiada, que cuenta con 14 millones de alumnos en todo el mundo que la aprenden como lengua extranjera. Molina (2006) destaca que el interés que despierta radica en su potente demografía, su funcionalidad como lengua de comunicación y por el prestigio cultural que permite conocer las manifestaciones artísticas más representativas del mundo hispano. Por todo ello, en los últimos años se ha establecido en Brasil como asignatura obligatoria en la enseñanza media y recientemente se han incorporado estudios reglados de español en 15 escuelas en el nivel de secundaria en Filipinas (MEC, 2010) y en Singapur se ha implantado su estudio en la enseñanza reglada como tercer idioma.

A este respecto, Fernando Arenas Álvarez (2006) señala que el prestigio del mundo hispano no era representativo hasta los 80, pues no gozaba de la importancia ni la expansión internacional de la que goza en el momento presente. En el tiempo en que vivimos incluso los Estados Unidos se han hispanizado y la lengua española disfruta en la actualidad de una gran repercusión en los medios de comunicación y en la sociedad de la información a nivel mundial. Concretamente en la primera potencia mundial, en los Estados Unidos de América, se ha establecido como segunda lengua en importancia en el país, pues cuenta con un 15% de población hispanohablante (Caffarel, 2008). Esto es debido a la alta presencia de inmigrantes hispanos que viven en el territorio, que ha supuesto un aumento del 500% en el número de estudiantes desde 1960 hasta 2005 (García, 2008), así como su implantación en el ámbito educativo estadounidense, con 5.592.305 alumnos y 2.150 profesores en 2006-2007 repartidos por todo el país (Domínguez, 2008).

Por estos motivos, el futuro del español como lengua global a nivel mundial resulta prometedor. Esta es, sin duda, una de las principales razones para el filipino por aprenderlo, además de las ya expuestas a lo largo de este artículo. La extensión geográfica del español es uno de sus fuertes, siendo lengua oficial en 21 países. Como señala Lafuente (2001), el Instituto Cervantes prevé que en el año 2050 habrá alrededor de 550 millones de hablantes de español sólo en los países donde es lengua oficial. Otros datos, los que aporta el visionario Graddol (2006), anuncian que el español desbancará al inglés en el número de hablantes hacia ese mismo año. Por otro lado, gracias al trabajo de la Real Academia Española de la Lengua y la proyección de sus obras de visión y alcance panhispánicos —la ortografía, el diccionario, la nueva gramática— el español es uno de los idiomas más homogéneos —dentro de su rica diversidad— de entre todas las grandes lenguas internacionales, que además se concreta en un área geográfica específica: nueve de cada diez hablantes viven en Hispanoamérica. Por todo ello, el gran reto para el nuevo siglo es que se reconozca el valor del español en los organismos internacionales y se haga extensivo su uso por su representatividad a nivel mundial. No obstante, el español tiene un peso importantísimo como lengua de comercio, de comunicación y de cultura, cuna de escritores universales como Cervantes, Quevedo, Rubén Darío, García Márquez, Borges, Rulfo, Juan Ramón Jiménez, etc. Para ello, es esencial que se mantenga unido y que no se dé ni un paso sin contar con Iberoamérica (Lafuente, 2001). Otra de las claves de la difusión de la lengua española ha sido la vitalidad de su enseñanza, en la que ha tenido un lugar privilegiado el Instituto Cervantes, con la creación de 75 sedes y 12 Aulas Cervantes repartidos por todo el mundo (Herrera, 2006).

Esta nueva imagen internacional ha contribuido en parte a una revisión y un redescubrimiento del legado español en Filipinas, visto con otros ojos y que ya no sólo establece anclajes con su pasado histórico, sino que abre nuevas oportunidades de futuro a la sociedad filipina en un mundo globalizado que se comunica principalmente en inglés y en español.
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* David Sánchez Jiménez es licenciado en Filología Hispánica en 2001 por la Universidad de Salamanca, donde realizó el «Máster en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera» en 2002-2004. Fue lector en la Universidad Normal de Filipinas y en la Universidad de Filipinas durante los años 2003-2010 y en la sección bilingüe del Instituto Mihaly Fazekas de Debrecen. En la actualidad reside en Estados Unidos, donde trabaja como profesor visitante de español en la Universidad de Washington y cursa el doctorado en «Lingüística Aplicada a la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera» en la Universidad Antonio de Nebrija. Ha publicado numerosos estudios en el ámbito de la adquisición de lenguas extranjeras, particularmente sobre el caso de los estudiantes filipinos dentro del discurso académico, así como sobre la historia del español en Filipinas.

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