LAS CAZAS DE BRUJAS
Por Mauricio Estrada Isaza*
En la Edad Media y a principios de la Edad Moderna, en Europa, miles de mujeres fueron quemadas en la hoguera, simplemente porque se presumía que eran brujas. No se requería de pruebas contundentes, la justicia legítima condenó a miles de seres humanos sin la evidencia que debería tener semejante veredicto. Sucedió por largo tiempo, y su apogeo fue entre los siglos XV y XVII.
Al parecer, en un momento cercano al año 1000 de nuestra era, los feligreses estaban acudiendo con asiduidad a la hechicería para resolver sus problemas en detrimento de los servicios del clero católico. Entonces la Iglesia, presa del pánico, propagó la afirmación de que el diablo se había encarnado en las brujas para destruir la cristiandad y causar un daño irreparable a todo el mundo. Una mezcla de la fe con la ignorancia de la población hizo creer que se trataba de una lucha entre las fuerzas del bien, Dios, contra las fuerzas del mal, el diablo. La opción de la gente fue apoyar de un modo apasionado esa cruzada que ahora nos parece absurda.
Los jueces, en medio de la paranoia colectiva, resolvían en contra de los acusados cualquier duda que pudiera existir, y era demasiado fácil ir a parar a ese bando de los acusados. Se quemó a personas porque eran sospechosas de originar tempestades o porque se les creyó capaces de transformarse en animales, o por ocasionar enfermedades, y hubo a quienes se les declaró culpables del naufragio de barcos. Una mujer fue ejecutada por el simple señalamiento de un niño sugestionado. Algunos fueron hallados culpables sobre la base de «Evidencia Espectral», que consistía en que los testigos declaraban que sentían la presencia de espíritus malignos o escuchaban voces de espíritus cuando las supuestas brujas estaban cerca. En cualquier momento y lugar podía surgir una bruja. Como en una novela de ciencia ficción, los hombres se despertaban por las noches creyendo que sus mujeres, a las que habían conocido y amado durante años, eran brujas en secreto, y en realidad sus hijos no eran de ellos sino del diablo. Las mentes de todos estaban perturbadas, parecía llegar el fin del mundo. Los acusadores, por supuesto, no creían que estuvieran haciendo algo malo al conducir a la hoguera a estas mujeres con sus testimonios.
Es interminable la lista de incidentes absurdos que acabaron con la vida de personas inocentes. En Alemania se quemó a más de 70.000 mujeres, y en Escocia, en un solo pueblo, llamado Prestonpans, se incineró en la hoguera a 3.500. No se conoce el número total de víctimas, pero a lo largo de los siglos es posible que más de un millón de seres humanos —también algunos hombres— hayan sido eliminados por culpa de esa ola arrolladora de terror.
En América son muy conocidos «Los Juicios de Salem» que se dieron entre febrero de 1692 y mayo de 1693. En ese pueblo de Nueva Inglaterra vivía una comunidad puritana que presionó a los jueces y estos se dejaron llevar por la histeria de las mayorías. Condenaron a la horca a 13 mujeres y 7 hombres, aparte de otros cinco acusados que murieron en prisión en medio de las torturas. Con el correr de los días las cosas se aclararon, cuatro años después los jurados confesaron su error y suplicaron clemencia. En 1711 la colonia aprobó una propuesta para restaurar los buenos nombres de los inmolados y en 1957 el estado de Massachusetts pidió formalmente disculpas por los hechos. Este acontecimiento ha sido usado de un modo reiterado en la política y en la literatura popular como una advertencia sobre los peligros de los fallos apasionados en los procesos jurídicos y de la intromisión gubernamental en las libertades.
Pero en la historia de la humanidad esa caza de brujas no es un fenómeno aislado. La justicia legítima ha perdido la cabeza muchas veces y se han dado otros casos de pánico colectivo y sacrificio en masa de inocentes. La situación puede analizarse con lucidez sólo cuando ya ha pasado el tiempo o cuando uno la mira desde afuera geográficamente, porque, cualquier ser humano es susceptible de ser embargado por esta locura, si padece las circunstancias que sacaron de quicio a los demás. Por lo general ha ocurrido contra minorías, pero no se ha tratado de persecución a subversivos o ilegales, los acosados han sido personas honestas, cuyo único delito fue tener creencias diferentes a las de la clase dominante.
La «Santa Inquisición» coincidió parcialmente en el tiempo con la caza de brujas, y también participó de ésta, pero sus víctimas esenciales fueron los herejes, las personas que rebatían alguna de las verdades fundamentales de la Iglesia. Este engendro increíble empezó en el siglo XIII y duró hasta el XIX. Fue una locura padecida en conjunto por las autoridades católicas, jueces morales, que en su momento tenían el poder de aplicar castigos terrenales en sus dominios. En principio se dirigió contra los cátaros, un movimiento religioso del sur de Francia, pero después persiguió al protestantismo, y terminó encarnizándose contra todo lo que amenazara la hegemonía del Papa en los países católicos. Bajo su imperio, la sola declaración de dos testigos se consideraba prueba de culpabilidad, pero cuando los jueces lo creían necesario, utilizaban las más espeluznantes torturas para obligar a sus víctimas a declararse culpables y así proceder con sus castigos. En 1998 el Papa Juan Pablo II pidió perdón por los errores de la Iglesia en ese largo lapso.
En sociología existe el término «Pánico Moral», acuñado por estudiosos norteamericanos hace tres o cuatro décadas para dar una explicación a las cazas de brujas en nuestro tiempo. Se refiere al efecto de las campañas de manipulación de la opinión pública que emprenden los medios de comunicación contra un grupo de personas que consideran una amenaza para los intereses de la clase dominante. A los malos, grupo perseguido, se le llama «Diablo Popular» y los que ostentan el poder mediático hacen lo posible por degradarlos moralmente informando de un modo que induzca miedo y hostilidad en la gente. Por supuesto, conciente o inconcientemente, terminan presionando a los jueces —seres humanos como cualquier otro, susceptibles de ser intimidados— para que los involucren en procesos legales y les impidan continuar con su labor. Igual que en la Inquisición y en la caza de brujas medieval, es posible que los persecutores no se den cuenta de la injusticia que cometen. Sus mentes son presa del fanatismo y de verdad se sienten ultrajados, están convencidos de que hay una amenaza real para las normas que protegen a la llamada gente de bien. Eso no se contradice con que, por otro lado, consigan mayor atención hacia si mismos y mejoren sus ventas cualquiera que sea el producto, revista, periódico, estación radial, etc. Los sociólogos actuales han advertido que este fenómeno puede llevar a una legislación represiva y a la disminución de las libertades civiles tanto por parte de la derecha como de la izquierda.
El holocausto nazi es un ejemplo de cacería de brujas reciente. Fue una persecución legal, porque las leyes alemanas no lo penaron, pero tampoco se respetaron las más elementales normas jurídicas. El «diablo» fueron los judíos.
Campo de concentración. La séptima persona de Izquierda a derecha en la segunda fila es el Premio Nobel de la Paz en 1986, Elie Wiesel
En los campos de concentración se asesinó a más de seis millones de personas, pero antes de darles muerte con gas venenoso, horca o bala, se les había torturado mediante el hambre, los golpes, la humillación y el trabajo extenuante. Sucedió entre los años 1942 y 1945, y el pueblo alemán lo aprobó. Hitler, como se sabe, dominaba todos los medios de comunicación, y su ministro de educación popular y propaganda Joseph Goebbels, muy estudiado por los publicistas, hizo uso magistral del pánico moral.
Alemania se encontraba en medio de una fuerte crisis económica y el descontento del pueblo era generalizado, pero los judíos disfrutaban de una relativa buena situación, tenían los bancos principales y gran parte de los negocios minoristas. La envidia, un sentimiento enfermizo, pero muy humano, mucho más frecuente de lo que se cree, estaba latente dentro de los alemanes, y fue uno de los ingredientes que ayudó para que germinara la satanización de las víctimas. Goebbels pregonó mediante el cine, la radio, el teatro y la prensa que la «Raza Aria» era, de verdad, la raza superior, pero que estaba siendo víctima de los israelitas, una raza inferior, que con sus artimañas se había vuelto un «bacilo causante de una infección fatal». Construyó una identidad nacional mediante el odio a un enemigo común. Los medios de comunicación utilizaron varios de los principios de la propaganda moderna, exageraron cualquier anécdota detractora del enemigo, por pequeña que fuera, la desfiguraron y la señalaron como una amenaza grave. Repitieron sus ideas de un modo incansable desde diferentes perspectivas, acusaron tanto que las respuestas de los judíos no pudieron contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. Pero 55 años después de ese dolor, en el año 2.000, en un histórico discurso ante el parlamento israelí, el presidente de Alemania Johannes Rau, pidió perdón por los crímenes cometidos durante la época nazi.
En Estados Unidos, no hace demasiado tiempo, se dio otro caso muy conocido de pánico moral y caza de brujas. Se inició en 1947 y se prolongó hasta 1954. Fue liderado por el senador conservador de Wisconsin Joseph R. McCarthy y se orientó contra los sospechosos de propagar el comunismo en EEUU, en el contexto de la Guerra Fría. Se pregonó como una cruzada patriótica y en su momento, tuvo el respaldo de los medios de comunicación y de la justicia. Las víctimas principales fueron los cineastas de Hollywood. Igual que en tiempos remotos y en culturas menos avanzadas, allí tampoco se respetó el principio de presunción de inocencia, y ante cualquier denuncia, el Comité de Actividades Antiamericanas aplicaba, por el contrario, la presunción de culpabilidad. Entonces el acusado tenía que darse a la dificilísima tarea de comprobar su no simpatía con el partido comunista. A los «diablos» en este caso se les inscribía en una lista, se les privaba de su trabajo y eran conducidos a un centro de detención. Esa fue la «Lista negra de Hollywood» que acabó con cientos de profesiones y destruyó la vida de artistas talentosos que quedaron condenados al ostracismo. Algunos se vieron obligados a refugiarse en el exilio, como Charlie Chaplin y Bertolt Brecht. Cualquier persona llamada a declarar no podía trabajar, si no satisfacía los deseos del comité y delataba a aquellos amigos o conocidos que creía que fueran comunistas.
La persecución de algunos importantes medios de comunicación de nuestro país contra el Uribismo es un ejemplo de Pánico Moral. Casi todos ellos son dirigidos por personas simpatizantes con el Partido Liberal que estaba acostumbrado a disfrutar de las mayorías y que se vio confinado a la oposición durante los ocho años del gobierno de Uribe. La emisora Caracol, el periódico El Espectador, la revista Semana y el noticiero Noticias Uno, entre otros, son implacables con sus informes sobre sospechas de paramilitarismo, chuzadas del DAS, falsos positivos, etc. Disparan, como la prensa nazi, de diversos modos, acusaciones sobre cualquier comportamiento ilícito del diablo, los uribistas, y no dudan en difundir a los cuatro vientos los testimonios que vinculen a su enemigo con situaciones degradantes. No les importa la calidad moral del testigo, y quisieran que ante la sola sospecha se sancionara. Ven evidencias que traen a la memoria la Evidencia Espectral del medioevo, y las propagan, y alardean con el más mínimo error que cometa el expresidente o un seguidor suyo. Pretenden, como hizo Joseph Goebbels con los judíos, satanizar a los uribistas.
Y nuestra justicia legítima tampoco ha sido ecuánime, forma parte esencial de la caza de brujas que se apoderó de Colombia. Es víctima del juego mediático, pero también lo anima cuando permite, entre otras cosas, filtrar documentos que no debían ser públicos. Aquí no se ha llevado a nadie a la hoguera, ni se ha usado gas venenoso, ni las torturas de la inquisición, pero si se ha deshonrado, enjuiciado y recluido en la cárcel a muchas personas honestas. La Corte Suprema de Justicia le creyó sin dudas a la reconocida mentirosa y transgresora de normas, Yidis Medina, y con ello cuestionó públicamente a dos exministros, acreditados servidores de la patria, sin siquiera oír su versión. Un magistrado calificó de victimaria a una exdirectora del DAS, sin presumir su inocencia, y él iba a ser su juez. Y no voy a detallar mas casos particulares para no extenderme, pero es inevitable recordar el espectáculo absurdo que dio la misma corte, durante los últimos catorce meses del gobierno de Uribe, cuando fue incapaz de cumplir con el deber de nombrar al Fiscal General de la Nación, como la ley lo ordenaba, de las ternas que el presidente le envió.
Los que se creen los buenos de Colombia, igual que se creía buena la Iglesia contra las brujas, la Inquisición contra los herejes, Hitler contra los judíos y McCarthy contra los comunistas quieren, en medio de su fanatismo, arrastrar a los colombianos contra el uribismo. Pero la mayoría de los compatriotas, que conocemos de primera mano los hechos, que padecimos la ingenuidad, la corrupción y la ineptitud de los últimos gobiernos y el declive de nuestro país y hemos vivido su recuperación, aprendimos a querer al expresidente y nos duele este acoso. Por supuesto que a muchos nos molestan algunas de sus ideas y conductas, es imposible que tanta gente apruebe todo de alguien, pero sus errores pesan muy poco en la balanza, frente al prodigio que hizo con nuestro país.
Uno podría entender a los terroristas, que antes campeaban a sus anchas por Colombia, cuando odian a Uribe, lo calumnian y se desgastan tratando de difamarlo, claro, si él los redujo en gran medida. De alguna manera también se comprende a sus enemigos políticos, a quienes derrotó en las urnas y sigue derrotando en las encuestas. Ellos están resentidos y sueñan con una venganza vil, esa es la eterna lucha humana por el poder, un espejismo que a muchos engaña. Igualmente se entiende a la gente del exterior, que no presenció nuestra agonía, los desinformados, los que sólo saben una parte de la verdad, ellos cometen juicios errados, es predecible. Y los burócratas, seguidores de esos dirigentes perdedores, que se quedaron sin sus cargos por las políticas de austeridad que aplicó Uribe en la administración pública, tampoco tienen buenas razones para apoyarlo. Pero es difícil de admitir la ferocidad de ciertas personas y medios, de gente culta, inteligente y bien informada, eso sólo se explica por una locura colectiva como la caza de brujas. Quizás algún día quienes la padecen entren en razón o se cansen de su sevicia, pero me temo que nunca van a proceder como procedió la Iglesia Católica, el Estado de Massachusetts o Alemania. No creo que se llegue el día en que los medios de comunicación y la justicia legítima colombiana acepten su culpa por el daño que le hicieron a toda la patria en general y a personas inocentes en particular. Nunca le van a pedir perdón a los que fueron a la cárcel, a los que se vieron involucrados injustamente en desgastantes procesos, a quienes se les truncaron las carreras de servicio al país, y a los que sufren por la mancha irrecuperable en su honra.
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* Mauricio Estrada Isaza es médico, egresado de la Universidad de Antioquia en 1983. Especialista en Psiquiatría en la Universidad Complutense de Madrid, España, entre 1984 y 1987. Autor del libro Amores de un día.
Leonardo expone una lista, mas larga que la del artículo, de las acusaciones que la prensa ha hecho contra Uribe. Como si muchas acusaciones sumadas, aunque sean falsas, configuraran un delito. Para él, los buenos son los que piensan como él, los justicieros, y los otros somos los deshonestos, los malos, mejor dicho, los judíos, los comunistas, las brujas, el diablo, etc. Así no se puede.
No se puede hablar de fanatismo y persecucion contra uribe, cuando quien escribe el articulo muestra claramente quienes son sus mas apasionados seguidores, aquellos q creen q el fin justifica los medios y q en este pais hay q premiar a quienes financian parapoliticos, compran reelecciones, venden y regalan notarias, chuzan y hacen seguimientos ilegales a todo aquel q no siga como borreguito al » mesias » del uberrimo, pero infortunadamente como el autor del articulo son muchos los q siguen y seguiran pensando q uribe es el proximo santo de Colombia en espera de canonizacion.
¡Que buen artículo!