Sociedad Cronopio

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Niños en la tierra de nadie

NIÑOS EN LA TIERRA DE NADIE

Por Leonora Simonovis-Brown*

Segunda Parte

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Hace casi un año, el 7 de julio de 2014 [1], varios noticieros y periódicos locales del sur de California reportaron una serie de protestas en la localidad de Murrieta. La causa: tres autobuses repletos de inmigrantes cuyo destino era el Centro de Detención de la Patrulla Fronteriza. De acuerdo con la red nacional de noticias, NPR (National Public Radio), los autobuses contenían unos 140 inmigrantes indocumentados que habían sido detenidos al cruzar la frontera en Texas, y que fueron traídos a California para ser procesados y alojados en el centro de detención de Murrieta. Los manifestantes, residentes de la ciudad, portando pancartas con distintos mensajes como «Devolver al destinatario» («Return to Sender») o «America ha sido invadida» («America Has Been Invaded»), bloquearon el paso, por lo que los autobuses no pudieron llegar a su destino y tuvieron que devolverse hasta un centro de detención en Chula Vista, en el Condado de San Diego, cerca de la frontera con Tijuana. [2]

El periódico Los Angeles Times [3] alega que la mayoría de los detenidos eran mujeres y niños provenientes de América Central, quienes luego de ser procesados serían puestos a cargo de grupos de voluntarios religiosos con la condición de que cumplieran con sus citas en las cortes de inmigración. Una gran mayoría de estas personas venían huyendo de la violencia generada por el tráfico de drogas y las pandillas en lo que se conoce comúnmente hoy como El Triángulo del Norte, que incluye a Honduras, El Salvador y Guatemala. Estos países se han convertido en el nuevo espacio de producción de drogas, la mayoría de las cuales pasa por Guatemala hacia los Estados Unidos. «As if being battered by nature, bad government and youth gangs were not enough, Central America now finds itself thrust into the front line of the drugs trade and prey to big-time organized crime» (Como si ser golpeados por la naturaleza, los malos gobiernos y las pandillas juveniles no fuera suficiente, América Central ha sido lanzada al frente del tráfico de drogas y es presa del crimen organizado) dice un artículo en The Economist del año 2011. Para ese momento, los asesinatos relacionados con la droga en Guatemala habían subido considerablemente y en El Salvador el número era mayor que durante la guerra civil.

La inseguridad que se vive en los países centroamericanos y la impunidad son razones suficientes para salir y no regresar. Para los niños especialmente, las oportunidades se reducen debido a la falta de opciones educativas y de trabajo. Eso sin contar que muchos son cooptados por pandilleros y narcotraficantes. Al mismo tiempo, la correlación entre la producción de drogas y su consumo en los Estados Unidos hace que esta situación se convierta en un círculo vicioso que no termina. La guerra contra las drogas va más allá de eliminar a los carteles o de confiscar la droga en otros países. ¿Qué hacer con los consumidores? Mientras haya quien compre, habrá quien produzca y se beneficie. Parte del problema es que, al menos desde aquí (El Norte), se tiende a representar solo un lado del asunto: aquel que indica que son otros los que tienen problemas, los que están en crisis, los que son peligrosos. Se le advierte a las personas que no viajen, se condena y se juzga pero, con contadas excepciones, no existe la auto-reflexión. Se habla de la Mara Salvatrucha, por ejemplo, como una organización criminal centroamericana, pero no se menciona que se originó en los Estados Unidos durante los años 80 en la ciudad de Los Ángeles. Su proliferación en América Central se debe a una serie de deportaciones masivas a partir de arrestos que realizaba la policía a miembros de la pandilla que cometían crímenes y que usualmente eran indocumentados.
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Defensores de los derechos humanos que presenciaron las protestas en Murrieta condenaron la forma en que se llevó a cabo el evento, alegando que los niños podían escuchar los comentarios racistas y sentir los golpes en los autobuses. Sin embargo, las posiciones encontradas acerca del problema de la inmigración no cejan y recientemente una corte de apelación decidió no dar curso a la acción ejecutiva del presidente Obama para dar estatus de legalidad a miles de inmigrantes que han hecho sus vidas aquí. Si este es el panorama para quienes viven en el país, ¿cómo es la situación de los niños recién llegados, a dónde llegan y quién se ocupa de ellos? Para contestar estas y otras preguntas entrevisté a José, quien trabaja como maestro para una organización [4] sin fines de lucro que se ocupa de albergar y educar a los niños que son detenidos por las autoridades de inmigración. Antes de que existieran espacios como estos, los niños eran detenidos y encerrados con adultos, algunos de los cuales tenían historiales criminales, lo cual generaba todo tipo de problemas y abusos. Es por ello que se han creado organizaciones que ofrecen un espacio apropiado para los niños, donde pueden además completar —o iniciar— su educación.

José gesticula cuando habla, moviendo las manos y sonriendo. Menciona que siempre han existido niños que cruzan la frontera solos y que el número ha ido aumentando. Sólo en 2013 hubo más de 68.000 niños que cruzaron. Y quién sabe cuántos más no fueron detectados por el sistema: «El estatus inmigratorio de los niños no está determinado al llegar a nuestros centros, se determina conforme se resuelve (o no) cada caso individual. Hay muchos factores que pueden influir en el estatus de un joven» dice, pero lamenta que ellos no tengan ningún control sobre ello, aunque afirma que el desempeño académico y las buenas calificaciones de los jóvenes pueden afectar la decisión de un juez de forma positiva.

La organización para la cual trabaja José tiene varias casas en las que los niños son separados de acuerdo a su sexo: «Hay excepciones a esta regla, si hay dos individuos de sexo opuesto que son familiares y son muy chicos se les trata de mantener juntos de manera que se sientan más cómodos. El objetivo de las casas es que vivan cómodos, aunque el estar cómodo no significa que tendrán todas las comodidades de casa a la mano. A los internados no se les provee uso del Internet a no ser que estén en el salón de clases y bajo la observación de los profesores. Esto se hace para limitar la probabilidad de que los jóvenes internados obtengan información exacta de su estancia y así desalentar intentos de escapar». En las escuelas, los niños son agrupados de acuerdo a la edad, aunque uno de los retos es la disparidad en el nivel de educación con el que vienen. El objetivo principal es trabajar con el distrito escolar de la ciudad para proveer a los estudiantes con una educación que les permita desarrollar sus habilidades de manera que en un futuro puedan conseguir trabajo e independizarse.

La mayoría de los niños que llegan a los centros tienen entre 13 y 17 años y provienen de los países centroamericanos antes mencionados, así como de distintas partes de México. Muchos son varones, aunque alega que hay también niñas, algunas de las cuales llegan embarazadas y requieren de otros tipos de ayuda. El salón en el que trabaja José tiene 14 niños, pero el número puede cambiar, dependiendo de si reciben una oleada nueva de inmigrantes o si alguno de ellos es transferido a otro centro.
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José pausa de vez en cuando para pensar antes de continuar con su narración y expresa su pasión por lo que hace, así como por estos niños que necesitan toda la ayuda que se les pueda dar. A él le apasiona su trabajo, puesto que no solo consiste en proporcionar una educación a los niños, sino también enseñarles habilidades prácticas que los ayudarán a sobrevivir en este nuevo medio. Entra muy temprano a trabajar y debe supervisar que cada estudiante tome el transporte que le corresponde para ir a la escuela. Luego desayuna con ellos y comienza las clases a las 8:15. Trata de balancear el tiempo y de proporcionarles actividades recreativas como juegos de dominó o música. Para él, cada día «trae algo nuevo» y lo que más lo impulsa a seguir es la motivación y el interés de los estudiantes, que «piden cubrir temas que les interesan». Pero el trabajo no está exento de retos. Académicamente, una cantidad considerable de estudiantes llegan sin la preparación adecuada, algunos son analfabetos y solo tienen conocimientos muy rudimentarios de matemáticas, por ejemplo. No obstante, hay excepciones, estudiantes que vienen muy bien preparados y a quienes debe asignarles trabajos avanzados.

El reto más fuerte para los maestros es la situación emocional de cada estudiante, la cual forma parte de las razones por las que han decidido dejar sus lugares de origen: «A menudo muchos de los jóvenes han sufrido algún tipo de abuso o han sido testigos de tal, muchas veces hasta de eventos particularmente violentos y a manos de mafia y demás». Entonces, además del proceso que constituye el adaptarse al nuevo país con su lengua y cultura diferentes, cada estudiante debe lidiar con su propio trauma y muchos sufren de depresión, cambios de humor o incluso intentos de suicidio. José aclara que desde que él entró a trabajar en la institución no ha habido ningún caso de suicidio, pero sí han tenido casos en que han debido tratar con adicciones a las drogas y con conductas problemáticas causadas por la falta de consumo. También han tenido estudiantes que vienen con una actitud defensiva, puesto que es la forma como han aprendido a sobrevivir, por lo que requieren de mucha orientación y manejo por parte de los maestros para evitar peleas y conflictos. José aclara que son contadas las veces que han tenido que transferir a un estudiante a un centro penitenciario por el uso de la violencia. Desde que él está no ha habido ningún caso. Sin embargo, los maestros y el personal que trabaja en las escuelas deben estar al tanto de los procedimientos a seguir en caso de tener que tratar situaciones como estas. Pero alega que le encanta su trabajo y que se siente muy satisfecho de poder ayudar a esta población tan necesitada. Su mayor satisfacción es ver cómo ponen en práctica lo que aprenden, cómo se adaptan y van encontrando su propio camino y sintiéndose cada vez más seguros de sí mismos. Entre las anécdotas que cuenta se refiere a un paseo que hizo con sus estudiantes a un parque regional. Fue un día excepcional puesto que pudo compartir con sus estudiantes en un espacio distinto al salón de clase, así como olvidar los problemas y disfrutar del aire libre y la comida.

Al final de la entrevista le pregunto a José qué le diría a las personas que tienen prejuicios y reservas acerca de la inmigración. Me dijo lo siguiente: «Quizás podremos ser duros con la inmigración de adultos a EEUU, pero estos no son adultos, son niños, menores que buscan paz y estabilidad que no tienen y muchas veces poco conocen, ¿acaso no se merece un niño una oportunidad a ser feliz y estar a salvo, una oportunidad a emprender un mejor futuro?» Dice que puede ponerse en el lugar de estas personas y entender sus miedos, pero los invita a reconsiderar su posición y a informarse mejor sobre las condiciones que fuerzan a estos niños a dejar sus hogares. Hace énfasis en el hecho de que este país fue construido por inmigrantes que venían buscando mejores condiciones de vida o huyendo de guerras, persecución religiosa, violencia. Entonces, «sería una verdadera pena que se nos olvide cómo llegamos aquí (EEUU) y mucho más olvidarnos y privar a otros, especialmente niños, la misma oportunidad que se nos fue dada a nosotros». Porque resulta que José también es hijo de inmigrantes, y aunque no tuvo que pasar las penurias de sus estudiantes, puede entender sus traumas y sabe que volver no es —o al menos no lo es siempre— una opción viable.
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CODA

Han pasado varios meses desde que realicé la entrevista y no han cambiado las cosas, excepto que quizás la seguridad fronteriza se ha reforzado aún más y la cantidad de niños que cruzan ha disminuido. El gobierno de los Estados Unidos piensa que la solución es incrementar el número de patrullas que vigilan la frontera, mientras que periodistas y activistas de los derechos humanos instan a que se examinen las causas y se busquen soluciones. Al mismo tiempo, la administración del presidente Obama está revisando las leyes que permiten detener a familias enteras por largos períodos de tiempo, e incluso está considerando cerrar los centros de detención para familias. Pero sean cuales sean las políticas que se apliquen de este lado, los problemas seguirán en el otro. No solo eso, sino que las perspectivas entre senadores y diputados en los Estados Unidos están —y estarán— divididas en cuanto a este tema se refiere: ¿Los dejamos entrar o no? De ser así, ¿qué hacer? ¿Los deportamos? La puerta giratoria sigue dando vueltas, dejando entrar a medias a quienes quieren y pueden trabajar, pero luego devolviéndolos por donde entraron porque no pertenecen. Y con otra elección presidencial en la mira, la inmigración pasará de nuevo a un segundo plano. Miles de familias seguirán esperando una decisión que quizás no llegue a tiempo para algunos de sus miembros.

NOTA:

[1] Le agradezco a mi hermano, Alejandro Simonovis, por sus agudas sugerencias en la edición del artículo.
[2] https://www.npr.org/blogs/thetwo-way/2014/07/02/327738660/protesters-turn-back-buses-of-immigrant-detainees-near-san-diego
[3] https://www.latimes.com/local/lanow/la-me-ln-protesters-block-bus-carrying-detainees-chant-go-home-20140702-story.html
[4] Por razones de seguridad, tanto el verdadero nombre de la persona entrevistada como el nombre de la organización no podrán revelarse.

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* Leonora Simonovis (Caracas, 1974) es profesora de español y literatura latinoamericana y caribeña en la Universidad de San Diego, California. Ha publicado artículos de crítica literaria y cultural en reconocidas revistas venezolanas y extranjeras, siendo los más recientes «Espacios móviles, narrativas fluctuantes: un acercamiento a la frontera colombo-venezolana en Punto y raya» y «El cuerpo de la bestia: una mirada a dos poetas venezolanas contemporáneas». Asimismo, coeditó un volumen de ensayos sobre cultura venezolana contemporánea (2013) y dos de sus cuentos breves fueron recientemente publicados en España.

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