Este es el caso de la vereda opuesta al comunismo, donde el principio de defensa de la libertad, debido a la cultura individualista, acumulativa y competitiva, solo asegura mayores desigualdades y crisis cada vez más frecuentes.
Ambos sistemas han sido impotentes en fin, ya que han depositado su fe en mecanismos que por sí mismos no aseguran una sociedad mejor: en el caso del comunismo, el Estado y en el capitalismo, el mercado. Y ambos han defendido un objetivo de realización en el ser humano que exclusivamente no genera bienestar: en el caso del comunismo, la igualdad y en el capitalismo, la libertad. Ambos horizontes chocarán entre sí, de no existir responsabilidad y conciencia.
Enarbolando la defensa de uno de estos sistemas, durante la Guerra Fría miles de personas perdieron la vida en los campos de batalla en Vietnam y aún las dos Coreas las divide un corto umbral de hormigón en la aldea de Panmunjom, donde soldados de un mismo origen y que hablan el mismo lenguaje, se pueden observar directamente a los ojos tras la frontera, pero no se reconocen. Aún se cree que los sistemas por sí mismos son los únicos medios que garantizan la consecución de las transformaciones que la humanidad espera en el logro de su bienestar. No obstante los sistemas ideológicos, el capitalismo, el comunismo y los sistemas organizativos, el Estado y el mercado son construcciones hechas por personas, que de conservar sus mezquindades, seguirán siendo impotentes. ¿Qué eficacia puede tener en una nación la implantación de un sistema que busque la igualdad, pero que en esa carrera instale un aparato gubernamental que se transforme en una nueva elite social con todos los privilegios que eso implica? ¿Qué eficacia puede tener la promesa de un estilo de vida en el libre mercado, si la competencia es imposible frente a los grandes consorcios empresariales y los cuales siempre buscarán maximizar su beneficio a través de la reducción de los costos del empleo?
Y lo que ha ocurrido recientemente con el comunismo y el capitalismo, ha sido lo mismo que ha marcado la historia de la humanidad a través de múltiples formulas políticas, económicas y religiosas. Ninguna receta, por muy buenas intenciones que tenga, conseguirá resultados si los seres humanos siguen velando únicamente por sus propios intereses.
En la época actual, marcada por la globalización y la posmodernidad, una crisis enorme se desenvuelve a nuestro alrededor. Aunque de todas las crisis que ha experimentado la humanidad, ninguna ha sido tan contradictoria como esta. Por una parte, como nunca, se poseen los medios materiales y técnicos para superar una cadena de problemas enormemente dolorosos para el conjunto de la sociedad: violencia, enfermedades, pobreza, injusticia social, contaminación medioambiental, etc. Pero a pesar de los medios disponibles, el sistema mundial y cada uno de nosotros no hemos sido capaces de imponernos en justicia, sino al contrario, aumentamos la complejidad y alcance de la miseria humana. Por otro lado, el orden actual hace creer que el sistema posee un funcionamiento apropiado, pero más bien nos ha adormecido, enajenándonos y anulándonos en nuestra capacidad de transformación y ayuda mutua. Es la trampa del individualismo haciéndonos creer en el mito del progreso: cada sujeto lucha por separado tratando de alcanzar el éxito material.
Se suele defender la eficacia del sistema capitalista imperante hoy en el mundo, mientras son demasiados los ejemplos que dan cuenta de un costo humanitario y ecológico tal, que solo beneficia a unos pocos, manteniendo a algunos aletargados en un placer ilusorio y los más abusados hasta el alma, amenazando todos el equilibrio ecológico del planeta. La comodidad y el bajo costo de los productos que genera este sistema, significan necesariamente la explotación de muchos en zonas que no son posibles distinguir, junto a la depredación extensiva de la tierra. La promesa de Europa y Estados Unidos de alcanzar el «desarrollo» siguiendo sus pautas de vida, podría condenarnos a un agujero negro de sobrepoblación, consumo y desecho, haciendo de los bosques, campos y océanos un desierto baldío.
Esta contradicción actual se profundiza por dos elementos que son sus herederos. Primero, en la medida que los seres humanos lanzados a la vorágine del llamado progreso, luchan por puestos de trabajo, por dinero y por la satisfacción de necesidades —muchas de ellas vacías e ilusorias— así amplían el engaño, la codicia, la competencia y la individualidad como conductas normales y justificables en la búsqueda desesperada por triunfar. Segundo, toda esta lucha constante acarreará, tarde o temprano, además de la depredación del medioambiente, de manera individual la pregunta por el sentido de las cosas. Al no encontrar respuestas (dado que no se ha dedicado a resolver este problema), son evidentes las innumerables tasas de desesperanza y depresión en la «sociedad que funciona».
Las grandes y antiguas instituciones no han respondido a este problema, pues dichas organizaciones han velado por perpetuar solo su propia existencia, prolongando así la intolerancia y violencia de unos frente a otros, en el dominio y aprovechamiento de la mayoría. Lamentablemente varios, al intentar escapar de estas agrupaciones, buscan respuestas en movimientos y líderes con doctrinas extravagantes, secretistas, excluyentes, esotéricas y fatalistas, denigrantes a toda inteligencia humana.
Todo pareciera oponerse, los hombres contra las mujeres, Occidente contra Oriente, la religión contra la ciencia, la derecha política contra la izquierda. Se recalca la fuerza del individuo como virtud, solo frente a la hostilidad circundante, en la materialización de la desconfianza de la guerra de todos contra todos. No obstante, la naturaleza no es un campo de batalla o un conjunto de elementos independientes entre sí, sino al contrario, son interdependientes. Encuentran su realización en la cooperación, la vinculación y finalmente en la unión [8].
Una idea básica contenida en este texto, es que no es posible un cambio radical en la estructura de la sociedad, hacia un vivir bien, si los individuos libremente no cambian internamente su pensamiento. El comunismo, el capitalismo, el islam, el cristianismo, cualquier doctrina económica, política y religiosa no encuentra su verdadera realización, si los sujetos no comprenden que el sentido final es vivir con un profundo respeto por la Vida.
Se concluye entonces que a pesar que las acciones individuales dependen de la forma como se comprenden las cosas, lo más importante no es tanto cómo se piense, sino cómo se actúe. De esta forma, da lo mismo el anarquismo, el capitalismo, el neoliberalismo, el cristianismo o cualquier sistema, si no hay un principio fundamental, al interior de cada uno de nosotros que lleve la voluntad, sin tensión, a una comunión con todo. Este precepto universal vence cualquier relativismo.
Cuando los cristianos alzaron sus espadas para desangrar generaciones de pueblos en la conquista de América, el cristianismo fue impotente. Cuando un grupo de musulmanes secuestraron y estrellaron un avión de pasajeros sobre los edificios del World Trade Center, el islam fue impotente. Cuando budistas e hinduistas entran en violentos conflictos en Sri Lanka sin posibilidad de convivir, ambos son impotentes. El budismo es impotente en las acciones de limpieza étnica acometidas contra la minoría musulmana rohingya en Myanmar. Por sí misma una visión de mundo no asegura el bienestar individual y colectivo, pues existe algo anterior a ella que de perpetuarse, aun siendo hermanos seguiremos entendiéndonos como enemigos.
El muro de Berlín cayó y la estatua de la Libertad fulge su llama pétrea en este «mundo libre», en el cual siguen existiendo las barreras divisorias: en la frontera de Estados Unidos con México; en las placas de cemento de ocho metros que Israel ha levantado en Cisjordania; en Irlanda del Norte; entre las dos Coreas; en Arabia Saudita; en Brasil alrededor de las favelas de Río de Janeiro; en el Sahara occidental; en la valla que separa Botsuana de Zimbabue; entre Irán y Pakistán y este con India a lo largo de Cachemira; en las barreras de Ceuta y Melilla que España inflige a los inmigrantes africanos; entre Kuwait e Iraq; en Uzbekistán y a lo largo del mundo, en todas las poblaciones marginadas que se les ha impuesto la pobreza.
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El presente texto hace parte del libro «El camino de la unidad», publicado por Ril Editores, 2015.
NOTAS:
[1] Disertación En qué mundo vivimos y Por qué pensar en otro mundo. En jornadas «Ciudadanía en tiempo de crisis», organizadas por la Cátedra Unesco de Ciudadanía, Convivencia y Pluralismo, en la Universidad Pública de Navarra. Martes 19 de junio de 2012.
[2] Se recomienda revisar la obra Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen de Jared Diamond, Debate, Barcelona, 2005. Obra que propone explicar la desaparición de ciertas sociedades a lo largo de la historia, recogiendo posibilidades de aprendizaje de sus casos, evitando así desastres parecidos en el futuro.
[3] Frase original de Tito Maccio Plauto en su comedia Asinaria, que Hobbes popularizó en su obra Leviatán de 1651.
[4] Mao Ze Dong, «Problemas de la guerra y de la estrategia» (6 de noviembre de 1938), Obras Escogidas, t. II. Editorial del Pueblo. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín, 1968.
[5] Heinrich von Treitschke, en Shirer, William L., Auge y caída del Tercer Reich. Tomo I, Barcelona, Luis de Caralt, 1962, pág 117.
[6] Considérese el alcance humanitario de la política de Kissinger basada en la realpolitik en Vietnam, la Guerra de Yom Kipur y todos los golpes de estado en Latinoamérica propiciados por la CIA en la década de 1970, entre otros. Se recomienda el texto de Christopher Hitchens, El Juicio a Henry Kissinger. Anagrama, 2002.
[7] Interesante es revisar un ensayo de fácil lectura como el trabajo de Ha-Joon Chang. 23 cosas que no te dijeron del Capitalismo. Debate, 2012. Una postura crítica que desmonta lo que considera mitos del libre mercado.
[8] Ver, Tao Te Ching, XXXIX «Desde antiguo, los seres que han alcanzado el Uno».
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* Javier Muñoz Salas es Licenciado en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile con Certificado Académico en Filosofía. Profesor de Historia en Enseñanza Media y Licenciado en Educación, Pontificia Universidad Católica de Chile. Orientador, Pontificia Universidad Católica de Chile, Postítulo en Orientación Educacional Vocacional, 2006. Diplomado de Postítulo, Gestión Estratégica Educativa. Universidad de Chile, Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Departamento de Ingeniería Industrial. Centro de Sistemas Públicos y Monash University Australia. Plan de Formación Directores de Excelencia, 2013.