Sociedad Cronopio

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Recordando la agresiva reacción verbal que tuvo su padre ante la intervención de Pedro, el hijo humildemente dijo:

—No se altere papá, lo único que quiero es entender.

Así pues, haciendo un esfuerzo por controlar la respiración y agarrándose la cabeza de forma desesperada con las manos, Uribe intentó explicarle que dicho modelo, que tantos problemas había generado para el país, como el desequilibrio de la balanza de pagos, por ejemplo, había sido propuesto a finales de los 30, siendo reiterado a partir de los 50 por el grupo de economistas latinoamericanos pertenecientes a la CEPAL, en especial con el liderazgo de Raúl Prebisch, convirtiéndose en el emblema de dicha organización. Y un poco más tranquilo, explicó:

—Hijo, durante este periodo se remarcó la necesidad de que el Estado contribuyera al ordenamiento del desarrollo económico del país en las condiciones de la periferia latinoamericana que supuestamente nos caracterizaba, señalando estúpidamente al sector exportador como el principal obstáculo que existía a dicho desarrollo. La solución para ellos fue la implementación de un modelo de sustitución de importaciones que implicaba jalonar un proceso de desarrollo industrial hacia adentro con presencia activa del aparato estatal en la economía a través de su regulación.

Con una pequeña interrupción, el hijo le pidió tímidamente que por favor profundizara un poco más en lo que se buscaba a partir del modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Uribe con pocas ganas ya de continuar perdiendo su tiempo trayendo a colación la historia de un período, según él, tan estúpidamente manejado, se limitó a señalar:

—No hay mucho que entender en algo tan irracional como esto. Hijo, según ellos a través del mercado interno se lograría romper la brecha entre el centro y la periferia, pues partían siempre del supuesto que si se dejaba que las fuerzas del mercado funcionaran libremente, nosotros, los supuestos países de la periferia, nos encaminaríamos hacia un estancamiento progresivo. Afirmaban además que el crecimiento desigual entre unos y otros, era consecuencia del modelo económico clásico basado en la división internacional del trabajo, en el cual el centro se especializaba en bienes intensivos en capital y la periferia en bienes intensivos en mano de obra. En este sentido, su líder Prebisch siempre remarcó que la capitalización para los países de la región sólo se daría en la medida en que se protegiera al sector industrial, por lo menos durante las primeras etapas del desarrollo. Evidentemente, desde su inentendible lógica, esta protección sólo se lograría por medio de una fuerte regulación estatal.

Con el fin de ilustrar lo expuesto, Uribe dio continuidad a lo entredicho aplicándolo más específicamente al caso en Colombia. De forma resumida, para no dar más cabida a indagaciones por parte de su hijo sobre la industrialización por sustitución de importaciones, señaló:

—En el país esto estuvo acompañado de una política definida de control a las importaciones, con un propósito industrialista como lo remarcaba el modelo, y de la aplicación de una serie de políticas de carácter sectorial que permitieron por algunos años un acelerado y dinámico crecimiento del sector manufacturero. Claro está hijo, sólo por algunos años, porque evidentemente éste era completamente insostenible en el tiempo, dados los pilares que lo fundamentaban. Básicamente para fines de la década del 50, el país ya había consolidado las industrias pertenecientes a la llamada sustitución temprana (alimentos, bebidas, tabaco, vestuario, calzado, muebles, imprentas y cueros) y comenzaba a fortalecer las industrias de sustitución intermedia (textiles, caucho y minerales no metálicos) y sólo hasta la década del 60 y principios de los 70, la diversificación industrial se orientó hacia los bienes de sustitución tardía (papel, productos químicos, derivados del petróleo y del cabrón, metales básicos e industria metal mecánica). Le repito hijo, dicha insostenibilidad no pudo resistir los shocks petroleros y las crisis de los años 70 y principios de los 80, teniéndose que instaurar años más tarde el verdadero y único modelo salvador del desarrollo: El neoliberalismo, apoyado exclusivamente en el mercado como ordenador de la vida económica y social.

Finalmente, sin darle tiempo para ninguna clase de intervención que alterara el rumbo de sus planteamientos, Uribe terminó cortantemente el diálogo con su hijo diciéndole:

—Esto, es decir todo lo que tenga que ver con la participación activa del Estado en la economía, debe ser visto como un error en la historia. La ideología y la ciencia del mercado, indiscutiblemente perdurarán en el tiempo. Como se lo mencioné hace ya algunas horas con Mike Tyson, ese jugador malvado e infame que representa claramente el papel ineficiente e ineficaz del Estado en la vida socioeconómica del país. Seguramente como Tyson, el Estado como jugador realiza todas las acciones que no están permitidas en su campo: Golpea la nuca o detrás de la cabeza, patea a su oponente, da la espalda a su contrincante, tropieza a su rival, golpea bajo el nivel del cinturón, da cabezazos intencionales o hace uso de otros objetos que no son los guantes reglamentarios de lucha. Tal cual sucede con la molesta intervención del Estado, en donde hoy en día sólo puede encontrarse como siempre lo he remarcado, incompetencia, despilfarro y corrupción. Nada más.

V.

En la práctica, Uribe y su hijo ya habían terminado el ejercicio de simulación que se habían propuesto. Fue entonces, cuando el hijo prendió la radio y, como curiosa coincidencia, sintonizó un debate sobre la situación de la salud en Colombia. Uno de los ponentes decía que, después de dieciocho años de aplicación de la Ley 100, que privatizó la salud en el país, el primer semestre de este año revelaba un cuadro clínico sanitario en su fase superior de crisis: La red de hospitales públicos se encontraba en estado de coma, pues las desde esa época llamadas «limpias, honradas, sabias y eficientes administradoras privadas de la salud, hasta ahora EPS», les adeudaban más de tres mil millones de dólares.

Recalcó entonces el invitado central del debate, que fue así como estas EPS lograron, lo que desde un principio buscaron los adoctrinadores e inspiradores de esa Ley, la más típicamente neoliberal en la historia de las políticas públicas colombianas y de la que Álvaro Uribe Vélez había sido el senador ponente: Llevar a la quiebra, de modo progresivo, a los hospitales públicos del país poniendo a competir durante estas casi dos décadas a las instituciones públicas de la salud, que tenían como objetivo específico la efectividad social en materia sanitaria, con instituciones de mercado, que tenían como objetivo específico la eficacia ganancial.

Ahora, con una red hospitalaria pública al borde de la quiebra, habían empezado los más ardientes adherentes a dicha Ley, inspirada en la Constitución de 1991 como posibilitadora y acentuadora, entre otros modelos ideológicos, del neoliberalismo, a señalar que estas instituciones públicas no eran financieramente viables, haciéndose urgente, por lo tanto, culminar la etapa final de su privatización definitiva. El ponente del debate terminó entonces su intervención planteando que había sido sobre la base de unos sucesivos presidentes fieles a los principios del Consenso de Washington, de unas mayorías neoliberales del Congreso y de un bajón en el fervor de las ciudadanías como movimiento social; como el modelo privatizador de la salud se había venido asentando, golpeando y erosionando, a diestra y siniestra, el servicio público de la salud en el país.

En este orden, el invitado del debate hizo su cierre diciendo que si bien era cierto que bajo los dos regímenes clasistas creados por esa Ley, el de los ricos y acomodados (régimen contributivo) y el de los pobres (régimen subsidiado), el país había alcanzado un noventa y seis por ciento de aseguramiento en salud, la brecha se había venido haciendo cada vez más honda entre el aseguramiento formal y la prestación efectiva del servicio de salud hasta llegar a la situación actual en la que los hospitales públicos casi quebrados, no podían seguir atendiendo una demanda cada vez más impaga por unas EPS que, en la práctica, habían evidenciado que lo que les interesaba no eran los enfermos reales sino el dinero de los enfermos.

La conclusión del debate la presentó, de manera adecuada —se escuchaba en la radio—, la profesora universitaria y analista política Cristina de la Torre quien concluyó diciendo que, en la historia reciente del país, de cara a un Estado aún como simple regulador de la libertad del mercado, esa había sido la gran sabiduría y eficacia del mercado de la salud: Dedicarse a enriquecerse a costillas de la salud del pueblo, es decir, de los pobres, de los subalternos, de los subordinados, quienes, entre la pobreza y la indigencia, no podían comprar en el mercado esa mercancía llamada salud.

Abrumado y consternado ante lo que sus oídos escuchaban, el hijo apagó inmediatamente la radio y se dispuso a dormir mientras su padre enviaba un twitter protestando por los abusos y las mentiras de los izquierdistas en ese debate.
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* Valentina Vélez Pachón es socia de ECOPAIS, Fundación Estado–Comunidad–País. En calidad de auxiliar de investigación. Trabajó durante un año con el Equipo de «Los Atisbos Analíticos» en estudios relacionados con el conflicto interno armado en Colombia. Egresada de la Universidad Externado de Colombia, actualmente adelanta una Maestría en la FLACSO-Buenos Aires. Este Ensayo fue realizado en la Cátedra de Políticas Públicas de dicha Maestría. Se trata de un diálogo simulado entre el expresidente Alvaro Uribe Vélez y uno de sus hijos. Cualquier comentario al respecto, lo puede enviar al correo valenoruam@hotmail.com o dejarlo aquí mismo.

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