Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor…
La vieja calle donde el eco dijo
tuya es su vida, tuyo es su querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver…
La música siguiente es Por una cabeza, su mensaje es más sencilla, la muerte no es un juego de lo cual se puede volver, y anuncia que flaqueaba al llegar al ápice de su suceso, en un reconocimiento de sus debilidades anuncia que no puede seguir.
Por una cabeza de un noble potrillo
que Justo en la raya afloja al llegar
y que al regresar parece decir:
No olvides, hermano, vos sabes, no hay que jugar…
Basta de carreras, se acabo la timba,
un final reñido yo no vuelvo a ver,
pero si algún pingo llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero, que le voy a hacer.
El próximo tango —Lejana tierra mía— contiene una mención para donde quiere volver, como para su Buenos Aires querido es imposible por el risco que abarca, eligió Adrogué, pequeña, pero buscada por aquellos que desean la paz o el olvido:
Lejana tierra mía
bajo tu cielo,
bajo tu cielo,
quiero morirme un día
con tu consuelo,
con tu consuelo.
Y oír el canto de oro
de tus campanas
que siempre añoro;
no se si al contemplarte
al regresar
sabré reír o llorar…
El día en que me quieres, Sol Tropical y Amargura son tapaderas para las verdaderas intenciones del disco; el primero es tema de la película del mismo nombre, tiene un tono cursi y Gardel recita algunos versos «a capela» dando énfasis en su romanticismo, pero, principalmente, recuerda que «todo, todo se olvida». Así, creía que en breve nadie se acordaría de él, no sabría entonces que era ya un mito permanente en los corazones de muchos apasionados o alejados de todo tipo de los seres queridos.
Sol Tropical es aun más romántico, habla de pasión, ojos negros, boca en flor y cuerpo sensual, habla de «Tu risa triunfal provoca, con un espasmo, mi tentación». Es una rumba de fuerte contenido sexual y estaba pensada parta agradar los caribeños, tenidos como abiertos a alusiones sexuales, que Gardel iba a encontrar en su gira por la región. Amargura tiene su versión en inglés que carga la misma intención de la otra: llegar a un público que estaba distanciado por la lengua. Estas intenciones comerciales incomodaban a Gardel que insistió en mezclar el inglés con su amado castellano. Así «Cheating» viene segundada por «muchachita» provocando un contraste gracioso entre las dos lenguas.
Volvió una noche es su tango más confidencial, más psicológico del disco, enuncia sus razones para desaparecer, sus miedos, sus angustias. ¿Cuándo uno descubre que la vida es solo una y así se debe vivir? ¿Cuándo las repeticiones nos parecen únicas e irrepetibles? En un día o en una noche el demonio, en tu más solitaria soledad, te dijera:
«Esta vida, así como vos la vives ahora y como vos la vivisteis, tendrá de vivir–la aún una vez y aún innumerables veces; y no habrá en ella nada de nuevo, cada dolor y cada placer, cada pensamiento y suspiro y todo lo que hay de indeciblemente pequeño y de grande en tu vida hay de vos retornar, y todo en la misma orden y secuencia —y del mismo modo esta tarántula y este claro de luna entre los árboles, y del mismo modo este instante y yo propio. ¡La eterna ampolleta de la existencia será siempre virada otra vez —y vos con ella, pizquita del polvo!» —¿No vos lanzarías en el suelo y chasquearías los dientes y mal dirías el demonio que así vos hablases? O viviste alguna vez un instante descomunal, en que te contestaría: «¡Vos sois un dios, y nunca oí nada más divino!» Si aquel pensamiento adquiriese poder sobre vos, así como vos eres, él vos transformaría y tal vez vos triturases; la pregunta, delante de todo y de cada cosa: ¿«Quieres esto aun una vez y aun innumerables veces?» ¡Pesaría como lo más pesado de los pesos sobre tu obrar! O entonces, ¿como tendrías vos de ser bueno para uno mismo y para la vida, para no desear a nada más que a esa última, eterna confirmación y filigrana?
No pare, no pare, vuelve y lea el fragmento de Nietzsche, está escrito en porteño, mire y vea. Sigo…
Borracho pero con valor, El Zorzal contestaba en un rincón de aquel bar sietemesino, respondía a El Súcubo que, metido en forma de mujer vencida, intentaba hacer creer a Gardel que la vida tiene sus retornos. Ascético contestó, conforme dijo al tabernero que lo dijo a mí:
Mentira, mentira, yo quise decirle,
las horas que pasan ya no vuelven más.
Y así mi cariño al tuyo enlazado
es sólo un fantasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar.
¡Never more, grazna el cuervo! Creo que es ahí que las cosas se enmarañan, percibir que las horas que pasan no vuelven te da unas ganas de vivir con fuerza, con intensidad, pero el cotidiano es atroz, no puedas hacer nada fuera de los hilos que te rinden. Continuó el tabernero olvidado de mi persona.
Los órdenes vienen en Apure delantero buey, luego en el primer verso envía una disposición. Recitando avisa: «Apure, delantero buey… Siga la huella» y sigue cantando que el hecho será en avión, que no ha cambiado de idea, y recuerda el juramento de silencio:
Quisiera ser golondrina,
quisiera ser golondrina
que vuela cortando el viento
para ir ansioso y decirle
que es mío su juramento.
Y es en el tango que encierra la serie Guitarra mía que descifra sus motivaciones, quiere ser «ave azul sin amarras», quiere que su canto sea libre, sin contractos de por vida:
Cuando se eleva tu canto
cómo se aclara la vida,
a veces tienen tus cuerdas
caricias de dulces
trenzas renegridas.
Como ave azul sin amarras
así es mi criolla guitarra.
Hilos afectivos, financieros, económicos, profesionales, familiares, deudas impagables a no ser con gestos cargados de simbología afectiva, o más bien, financieras. Y todo es mucho peor si tienes contractos de exclusividad inquebrantables, al menos es lo que uno acredita pues no tiene distancia ni de tiempo, ni de espacio para respirar buen sentido.
Callé mi amargura y tuve piedad;
Sus ojos azules, muy grandes se abrieron.
Mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo: Es la vida. Y no la vi más.
También, es en estos momentos que los transcursos alucinatorios son más fuertes, y los persecutorios más intensos. No hay ruta de evasión. Entonces creo que, como un carcelario, empiezas a buscar salidas mágicas. Nos ponemos a crear salidas fenomenales, como la que imaginó Gardel en 1933(fecha de su testamento ológrafo) y que cerró en una caja de banco. Un plan que salvaguardó su salida de escenario.
¿Fuera esto que pasó a Gardel en Nueva York? Manolo me contestaba como el propio le narrara cantando…
Volvió esa noche, nunca la olvido,
con la mirada triste y sin luz.
Y tuve miedo de aquel espectro
que fue locura en mi juventud.
Se fue en silencio, sin un reproche,
busqué un espejo y me quise mirar.
Había en mi frente tantos inviernos
que también ella tuvo piedad.
Tal momento demoníaco también pasó a mí, por eso podía saber lo que pasaba a El Inigualable como ocurre con cualquier que tuviera delante de sí todo o ningún tiempo disponible. Los que lo tienen, saben que deben llenarlo con acciones de calidad, escribir bien, si es mi caso; ganar mucho dinero, como es el caso de otros que se van a Estados Unidos; no me ocurren más ejemplos. No sé que quieren hacer las otras personas con su precioso tiempo ganado para el lacio de una existencia vana. Pienso que los que tienen poco, o ningún tiempo para sus placeres, grandes o pequeños, sienten lo mismo. Planean miles de cosas mejores que hacer después de ganar mucho dinero a otros y poco placer a sí mismo. El 8 de febrero de 1935, Carlos Gardel escribe a su amigo Armando Defino, a ti te puedo contar, arroyito de mi aldea, y le dice: «He estado tanto tiempo sin escribirte porque realmente mi trabajo en los estudios ha sido enorme.
La película que debía durar trece días, duró dieciocho y, además, en todo sentido el trabajo ha sido mayor que de costumbre. Pero estoy muy contento con los resultados y creo que la película que acabamos de terminar, y que se titula «El día que me quieras» es muy superior a todo lo que he hecho hasta ahora. Rosita Moreno y Tito Lusiardo son mis compañeros. La primera es muy buena actriz y Lusiardo ha resultado muy eficaz y gracioso. El 18 de este mes comenzamos la cuarta película, cuyo título provisorio es «Tango Bar» y seguramente trabajará en ella Enrique de Rosas…» Esta carta, tan sencilla, es el aviso de que estaba listo para la ejecución de un plan tan cuidadosamente organizado. Había cinco meses por delante y mucho, mucho trabajo rumbo al destino final.
Conjeturas, ¿Dónde estarán? Pregunta la elegía; de quienes ya no son, como se hubiera; una región en que el Ayer pudiera ser el Hoy, el Aún y el Todavía, suena Borges a un lado. Solamente puedo decir con seguridad que aquel hombre tras la barra llenaba mi ocio, y no la máquina de escribir, que fiel y silenciosa dejaba plantada en el piso oprimido y silencioso de la 47th street, hablaba y hablaba de cómo las letras de Le Pera contaban una novela en capítulos, más o menos continuos.
El hombre no lograba terminar su teoría porque las únicas novelas que conocía eran culebrones de radio que se ponía a oír cuando buscaba llenar los espacios vacíos de las letras de Le Pera, también un autor de culebrones cinematográficos. Todas estas producciones gozaban de la estructura lineal tranquilizadora. Las inverosimilitudes de las peripecias eran un incómodo menor. Con el pasar de los años creó una biografía detallada de Gardel con las letras de Le Pera.
El bar era una puerta oscura al pasado, podría estar en cualquier sociedad ya industrializada. Los muebles de madera pesada tenían acabamiento mecánico, pero todo parecía tener allí puño humano; a pesar de que la comida estaba adaptada a la realidad local, y los trozos de carne que gotean sobre la braza chinchiliaban apenas en la memoria gustativa. Sobre las hamburguesas abundaba chimichurri. Por las tantas horas, siempre podrías contar con la bombilla humeante que pasaba en las pocas manos argentinas que estuvieran por allá.
Los aparatos de sonido ocupaban una parte destacada cerca del cajero y delante del espejo polvoriento que nos hace más fantasmales. Banquetas altas para los que les gustan la barra y mesas pequeñas esperando los innúmeros clientes que jamás volverían. El biombo, objeto de culto, estaba acostado a la pared. Color marrón, todo marrón, hasta el espejo y las bebidas que lo encubrían en parcialidad. Whisky que sobreviviera la ley seca, las botellas sin rótulos denunciaban su origen sospechoso. Era muy uterino sentarse allí, beber, escuchar tangos y reír de las lágrimas que hace mucho secan en los rostros de aquellos que quedaron y en el nuestro, tan lejanos, tan alejados.
Allí era el territorio de lengua castellana porteña. Nada del spanglish, nuyorrican o chicano; castizo porteño de borrachos de almas sollozantes. Seguro que si supiera hablar gaucho, allí podría hacerlo lejos de los ojos cosmopolitas de los intelectuales que solíamos frecuentar en Buenos Aires. «Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver no habrá más penas ni olvido». Repetíamos la paradoja del género gauchesco, cuanto más letrado, más urbano, más lejano, más cosmopolita eres, más gaucho serás; como Sarmiento, oíamos la voz todo el tiempo, porque era la voz del delirio, del sueño, porque la teníamos adentro y porque esa era la voz de la patria ausente; la patria plena que solo es posible en exilio. Hablar allí era ser, era oír y oigo la queja de un bandoneón, dentro del pecho pide rienda el corazón, era oírnos dentro, de acullá, era conocer la ida, era esperar la vuelta, esa circularidad es el deseo, el sueño, la lógica y el límite del género gauchesco. La cultura y el cuerpo gaucho del Estado militarizado que volvía y nos hacía el cuerpo delincuente otra vez gauchesco.
Lanzas criollas de antaño
a tu conjuro pelearon;
mi china, oyendo tu canto,
sus hondas pupilas
de pena lloraron…
Guitarra, guitarra criolla,
¡Dile que es mío ese llanto!
Azules noches pamperas
donde calme sus enojos,
hay dos estrellas que mueren cuando se duermen sus ojos.
Guitarra de mis amores
con tu penacho sonoro
vas remolcando mis ansias
por rutas marchitas
que empolvan dolores.
Guitarra, noble y florida,
¡calla si ella me olvida!
Allí, en aquel bar, podríamos ser argentinos con el placer que nos da el Jack Daniels sorbido de espacio para no dejar todo el dinero en una única tarde. Afuera el mundo seguía su curso burocrático, frenético, apasionado, lo que sea que pasa en las calles de las ciudades, adentro solo melancolía tanguera y gaucha.
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida…
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenan mi soñar…
No, el tango no era la traición como habría de decir un intelectual contemporáneo mío. No, no se trata del «hombre abandonado» que habla «a la mujer perdida y se queja de su traición». El tango no es un lamento del «hombre engañado, escéptico, amargado, moralista sin fe», que «apostrofa al mundo». No, no es esto. El tango es el cantar, el sonido de la tentativa de concordia entre los opuestos, sean cuales sean, son hombres y mujeres que elegirán caminos distintos y que han de volver para prestar cuentas. Es el arreglo de la ida en la vuelta; es el acuerdo entre unitarios y federales que fundó Argentina.
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