Tango es la posibilidad de la concordia de enfrentados —en la metáfora de los opuestos conciliables, hombre enlazado a mujer, quieren seguir juntos por más difíciles que sean los caminos de la vida, por demasiado grave lo que hay que perdonar, por más opuestos que se dibujen los pasos, ellos volverán a estar uno delante del otro y seguirán juntos—. Argentina suele representarse en opuestos —racistas y antirracistas, peronistas y antiperonistas, unitarios y federales— por lo tanto, para seguir sus pasos debe siempre experimentar la conciliación, debe irse a Concordia, uno de los caminitos que los lleva allá es el Tango.
Tango es polaridades de disímiles que quieren el equilibrio. Tango es el híbrido. «Tango es un ser mitológico, mitad hombre, mitad mujer; un monstruo que se abraza a sí mismo». Es, tal como la literatura, una «contra-historia» de lo que no se puede hablar solo con el lenguaje de los signos, habla el cuerpo, habla el suspiro, habla la soledad compartida.
Tango es la imposibilidad de matar el otro, tan lejos, tan próximo. Gardel habla a veces de la dificultad de matar la amada quimérica, como en el clásico Amargura, cuando las manos no alcanzan ejecutar el acto extremado —Un viento de locura/ atravesó mi mente/ deshecho de amargura/ yo me quise vengar/ mis manos se crispaban /mi pecho las contuvo / su boca que reía / yo no pude matar—. Matar es venganza sencilla y violenta. La Argentina herida por los horrores pide justicia y no venganza, contesta la senadora peronista Cristina Fernández de Kirchner cuando preguntada qué lesionó el país y cómo lograr la cura: «Fue la impunidad, el no respeto a la ley, y me parece que la única manera de sobrellevar es garantizar la vigencia de [la] ley.»
Tango es tragedia: «Pensaste que el tango era una de las pocas formas contemporáneas de la tragedia y te levantaste.»
Cristina Fernández sigue explicitando la historia reciente de su país: «¿Se imagina el trauma que impone en una sociedad el que sea el Estado el que viole las leyes? El terrorismo de Estado es algo más que la violación delas leyes, es el rompimiento del pacto fundante de la sociedad. Los que violaron la ley tienen que ser castigados por ello, porque, si no, retornaremos a la época predemocrática, a la venganza por mano propia, a la ley del talión. La reconstrucción democrática hace imprescindible la finalización de la impunidad.
VOLVER, NO EXILIARSE
Volver. Pero esa es otra historia En junio del 77 vuelvo, salgo a caminar por la ciudad. Con esa mirada única que tiene uno cuando vuelve. A un lugar después de mucho tiempo. Lo primero que me llama la atención es que los militares cambiaron el sistema de señales. En lugar de los viejos postes pintados de blanco que indicaban las paradas de colectivos han puesto unos carteles que dicen: Zona de detención. Tuve la impresión de que todo se había vuelto explícito, que esos carteles decían la verdad.
La amenaza aparecía insinuada y dispersa por la ciudad. Como si se hiciera ver que Buenos Aires era una ciudad ocupada y que las tropas de ocupación habían empezado a organizar los traslados y asesinatos de la población sometida. La ciudad se alegorizaba. Por de pronto ahí estaba el terror nocturno que invadía todo y a la vez seguía la normalidad, la vida cotidiana, la gente que iba y venía por la calle. El efecto siniestro de esa doble realidad que era la clave de la dictadura. La amenaza explícita pero invisible que fue uno de los objetivos de la represión. Zona de detención: en ese cartel se condensa la historia de la dictadura.
Volver
(Música de Carlos Gardel
Letra de Alfredo Le Pera
Compuesto en 1935)
Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno…
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor..
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor..
La vieja calle donde el eco dijo
tuya es su vida, tuyo es su querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver…
Volver… con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien…
Sentir… que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada, errante en las sombras,
te busca y te nombra.
Vivir… con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez…
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida…
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenan mi soñar…
Miren los pies de los bailarines de tango, cada cual va por su lado y no en tanto continúan en la misma dirección, avanzan, retroceden, se apartan, vuelven a estar juntos y siguen, siguen, siguen como la patria en pedazos que se rehace en su letras–líneas.
Dentro:
I
Me persigue implacable
su boca que reía,
acecha mis insomnios
ese recuerdo cruel
mis propios ojos vieron
como ella le ofrecía
el beso de sus labios
rojos como un clavel.
Un viento de locura
atravesó mi mente
deshecho de amargura
yo me quise vengar
mis manos se crispaban
mi pecho las contuvo
su boca que reía
yo no pude matar.
Fuera:
La multitud, una multiplicidad, un plan de singularidades, un conjunto abierto de relaciones, que no es ni homogénea ni idéntica a sí misma, y mantienen una relación indistinta e inclusiva con los que están fuera de ella. La multitud se aproxima del concepto de «jauría». Esta es la contigüidad del humano al animal que pasa por la fascinación, por «la jauría, por la multiplicidad». Esa chusma incontrolable que camina por las calles de Nueva York es la multitud/jauría que se opone a la idea de «pueblo» que nos asoma el corazón exilado.
En nuestros sueños de hermandad construida en la lejanía, el pueblo se define por «una voluntad y unas acciones únicas, independientes de las diversas voluntades y acciones de la multitud, y generalmente en conflicto con ellas». Es verdad que «toda nación precisa hacer de la multitud un pueblo», aquellos años solamente quedaba el terror de Estado como arma de cohesión y en nuestra soledad gringa teníamos creada otra idea de patria amada a la cual debemos volver.
Habría un motivo más para huir de la vida que llevaba, continuaba Manolo, los vientos fascistas ya soplaban sobre Europa. Gardel había hecho una música pacifista, anti bélica, pensaba que valdría la pena morir por la patria, sabía que no. Con certeza no sería llamado a pelear, por su edad, pero sería llamado a posicionarse, a hacer discursos en defensa de cualquier patria donde estuviera, de ideales que no compartía.
Pronto todos estarían en favor de la guerra y en contra de alguien. La guerra heroica, del pasado, cantada en el tango era una cosa; realmente lo que lo asustaba, como a cualquiera que tenga buen sentido, es la guerra real, donde los cuerpos destrozados sobran en nombre de la «ambición». Disculpas aún más livianas como patria, libertad o democracia parecen para justificar la venta de armas y la confección de uniformes negros. Realmente el mundo luego estaría inmerso en las sombras de la guerra, y el alma de Gardel se llenó de silencio y disgusto, me dijo Manolo en cuanto me servía un vaso más de Jack Daniels al sonido de Silencio, un tango doloroso hecho después de la Primera Guerra Mundial.
Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme.
La ambición descansa.
Meciendo una cuna,
una madre canta
un canto querido
que llega hasta el alma,
porque en esa cuna,
está su esperanza.
Eran cinco hermanos.
Ella era una santa.
Eran cinco besos
que cada mañana
rozaban muy tiernos
las hebras de plata
de esa viejecita
de canas muy blancas.
Eran cinco hijos
que al taller marchaban.
Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición trabaja.
Un clarín se oye.
Peligra la Patria.
Y al grito de guerra
los hombres se matan
cubriendo de sangre
los campos de Francia.
Hoy todo ha pasado.
Flores en las plantas.
Un himno a la vida
los arados cantan.
Y la viejecita
de canas muy blancas
se quedó muy sola,
con cinco medallas
que por cinco héroes
la premió la Patria.
Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición descansa…
Un coro lejano
de madres que cantan
mecen en sus cunas,
nuevas esperanzas.
Silencio en la noche.
Silencio en las almas…
Yo pensaba, como un profesor prepara su cátedra, como un fruto de la guerra, la continuada crisis de la modernidad, en el camino de su constitución, propició la construcción de un sujeto anónimo y, ora organizado bajo la opresión de la nación y otras estrategias de sometimiento, ora haciendo parte de la jauría/multitud y animalizado en su voluntad. Tomado como expresión americana, como un Calibán insepulto, el sujeto americano tiene en la modernización tecnológica latinoamericana (tal vez en todas las Américas) su momento de surgimiento y mayor opresión, dado que la constitución de las grandes ciudades a fines de siglo XIX se da a través del afán «higienista» y civilizador propio del proyecto moderno. La maquinización del hombre bajo contractos comerciales los transforman en autómatas a servicio del capital, al menos es esto lo que pensó Gardel al firmar un documento que lo prendía de por vida a Casa Víctor:
«Habla Carlos Gardel, queridos amigos de América Latina, de mi tierra y de mi raza. La Casa Víctor quiere que les anuncie la firma más reciente de mi contrato de exclusividad con ellos. E yo lo hago muy [dis]gustoso[¿?] por que sé que mis grabaciones serán cada vez más perfectas y encontraran en ustedes oyentes cordiales e interesados.»
EL TROESMA
Manolo tenía una certeza, no había sido el pequeño francés quien sustituyeron en la niñez por un chiquillo uruguayo, pero sí el artista, hombre de 45 años, que cansado de una vida reglada se armó un plan perfecto: desaparecer, matar Carlos Gardel, El inmortal, y renacer en «otra parte», con otra identidad, anónima, rico y libre. Así de sencillo. Todo el opuesto de lo que cantó en «Cuesta abajo», jamás vivir el dolor de ya tener sido y no ser más.
Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser…
Bajo el ala del sombrero,
cuántas veces embozada
una lágrima asomada
yo no pude contener…
Si crucé por los caminos
como un paria que el Destino
se empeño en deshacer…
Si fui flojo, si fui ciego,
sólo quiero que comprendan
el valor que representa
el coraje de querer.
Paso a paso, pudo reconstruir el camino de cambios de identidad, tal como la mariposa que una vez tomó como metáfora de sí mismo.
Repasaba los argumentos de Manolo con los recortes de periódicos que tenía en manos. De todos los documentos que Gardel tuvo —en la mayoría de los cuales, por motivos performáticos figuraba con una identidad ficticia— hay dos fundamentales, debido a conexión de ambos con la fisiología de la identidad del sujeto: uno es su Acta de Nacimiento, que en el caso de Gardel se refiere a Charles Romuald Gardès, y el otro es su testamento, donde la voluntad del sujeto se manifiesta. El primer documento registra una identidad donada, recibida y no electa, el segundo, además, Ológrafo, registra la expresión de la voluntad de un personaje, un hombre que se hizo a sí mismo, es un documento que expresa la auto-representación de este sujeto.
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