Sociedad Cronopio

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Donnie es guiado por el conejo dantesco hasta la tubería central de la escuela, y la destroza de hachazo en hachazo inundando hasta el techo el lugar. Acción que reafirma el hecho, expuesto arriba, de que Donnie no aprehendió la esencia de Los destructores. Es más, esta maniobra dista mucho de ser una ejecución fiel de su interpretación del relato de Greene; sin duda, es infinitamente más infantil, alcanzando el máximo nivel de inconsciencia que significa llevar a la práctica una lectura literal del texto. A estas alturas, la película atropella su verosimilitud por cuenta del personaje encarnado en el conejo dantesco, porque, aunque lo más factible es que sea una alucinación de Donnie, es muy poco probable que éste último en un par de días haya llegado a perder tanto el juicio como para reproducir dos alucinaciones tan dispares del mismo conejo, que sea la misma alucinación visual pero tan distinta a la de orden auditivo. La voz del conejo no cambia en absoluto, pero ¿cómo es posible que en su primera aparición, en aquella providencial, haya vaticinado celosamente el instante del Armagedón, y en su siguiente salida fuera tan descuidado a la hora de interpretar Los destructores? Obviamente, este problema de verosimilitud se extiende al personaje de Donnie, por cuanto el conejo es un producto suyo. They made me do it, fue la marca que quedó registrada a las puertas de la escuela responsabilizando a la pandilla de destructores, un truco quijotesco a dos bandas, de parte de Richard Kelly, para salvar las dificultades de verosimilitud, truco fallido que se convierte, más bien, en la firma de acuerdo, estampada por Donnie Darko, en la que reconoce su desvirtuada lectura de Los destructores.

Los globos oculares son una suerte de marca registrada de Daniel, fueron su carta de presentación cuando ingresó a la preparatoria, al Oak Glen High School, poblando con ellos las paredes de ese lugar. A lo mejor a Daniel le interesaría saber que los ojos del conejo dantesco son tan grises y perturbados como un descolorido día de agosto, aunque esa sea la descripción de la mirada de T. a la hora de comunicarle a la pandilla que iban a destruir la casa del viejo miseria. Esta presentación misteriosa de Daniel, es un ejemplo perfecto del tipo de cosas que debió haber hecho Donnie para hacerle cabal justicia a Los destructores. Daniel, en este caso, actuó como lo hizo T. en la casa del viejo miseria, la ideología fue la misma, lo único que cambió fue el escenario en praxis. La doctrina es la típica de cualquier vanguardismo, que, desde sus posiciones más duras hasta las más eclécticas, lo que plantea esencialmente es una repulsa a lo establecido, una revuelta contra un estado mental y contra las técnicas tradicionales que, más temprano que tarde, serán juzgadas como moralmente ilícitas, palabras de Joan Miró, dichas para referirse a su período más radical conocido como el asesinato de la pintura, y que, por venir de un vanguardista, se ajustan a las medidas de aquel Daniel y a las de T. El blanco de la vanguardia es la tradición, por cultivar ésta el germen patógeno de toda ideología dominante o de cualquier pensamiento colectivo uniformador, es decir, por ser el semillero de la decadencia de la expresión del pensamiento libre. El vanguardista actúa desde adentro, igual que los destructores:

—¿Y qué va a hacer la policía mientras derribamos la casa? —dijo Blackie.
—No se enterarían. Lo haríamos desde adentro. Encontré una forma de entrar.

Con una especie de intensidad, agregó T.:

—Seríamos como gusanos, ¿ven?, en una manzana.

Y son como gusanos en una manzana porque, en algún sentido, los vanguardistas son parásitos de la tradición, se alimentan de ella y la depauperan sin, en última instancia, llegar a matarla. Esa fuente alimenticia les da la energía apenas necesaria para ser quemada a través de dos opciones de contracorriente: tomar precauciones contra lo establecido, como hizo T. al purificar las cosas de su valor de cambio, o, en su defecto, parodiarlo, como Daniel y sus ojos vivos dibujados por todas partes, vigilantes de la represión, socialmente aceptada, de la educación escolar. El destino deseado de esas dos opciones de contra es diversificar la cultura. Y, como concluyó Wilde en Pluma, lápiz y veneno, no hay incongruencia esencial entre la cultura y el crimen. Quizás eso era lo que tenía en mente Donnie cuando puso en práctica la lectura literal de Los destructores. Porque no cabe duda de que Darko se dejó guiar, en esa situación, por su odio a la escuela, sin entender que los vanguardistas no llegan a sentir lo mismo referente a la tradición:

—Me gustaría ver la cara del Viejo Miseria cuando terminemos —dijo T.
—¿Lo odias mucho? —preguntó Blackie.
—Por supuesto que no lo odio —dijo T—. No sería divertido si lo odiara.

Para entonces, la madre de Daniel ya le recriminaba el hecho de que sólo viviera para el sótano, lo que se traducía en una existencia bivalente, en tocar el piano o dibujar. Sigues intentándolo con lo del piano, sigues con esos dibujos estúpidos, son dibujos satánicos, contaminas la mente de los jóvenes. Y lo de los globos oculares… la gente se va a reír y decir que estás loco.

De Donnie sabemos que comenzó a ser medicado cuando tenía siete años. En dosis pequeñas para no matar de un tajo a sus amigos inmateriales. Frank, el conejo apocalíptico de seis pies de altura, es su más reciente compañía, o al menos así se lo hace saber su subconsciente a su psiquiatra en sesión de hipnosis.

Daniel empezó a sentir fuertes dolores en los brazos no bien ingresó a la escuela de artes de Ken State University. Alteración que es síntoma común de los bipolares. Contaba diecisiete años. La misma edad a la que Graham Greene, para lidiar con su estado melancólico, debió someterse a tratamiento de psicoanálisis durante seis meses, para, posteriormente, convertirse en escritor. Relatos suyos como Los destructores o como El cuarto del subsuelo dejan una sensación de vacío subyacente que sugiere que la pluma de Greene se orientaba por la búsqueda de una amistad perdida, un fantasma que a lo mejor tenía nombre propio: su melancolía distante.

El mejor amigo de Daniel es Casper, el fantasma amistoso, omnipresente en sus dibujos y corporizado en una canción homónima: Sonreía a pesar de su infierno personal. Arrojó su última moneda al pozo de los deseos, pero se acercó demasiado y cayó adentro. Y se ha convertido en Casper, el fantasma amistoso. Era educado con la gente que le repetía que no era más que un vago. Le dijo adiós, tenía que irse. Y ahora es Casper, el fantasma amistoso. Nadie lo trataba bien mientras estaba vivo. Tú no puedes comprar respeto, como decía el bibliotecario, pero como todo el mundo respeta la muerte, ahora ellos aman al fantasma amistoso…

Casper, the friendly ghost (tres primeras estrofas):
He was smiling through his own personal hell
Dropped his last dime down a wishing well
But he was hoping too close
And then he fell
Now he’s Casper the friendly ghost.
He was always polite to the people who’d tell him

That he was nothing but a lazy bum
But goodbye to them he had to go
Now he’s Casper the friendly ghost.
No one never treated him nice
While he was alive
You can’t buy no respect
Like the librarian said
But everybody respects the dead
They love the friendly ghost.

Para encontrar los rasgos de la corporeidad de Casper dotada a través de la canción, sólo habría que hacer una movida, un cambio explícito que comportaría uno implícito. Si la expresión Casper, el fantasma amistoso se sustituye por Daniel Johnston, el sentido de la palabra muerte da una vuelta de campana y, desequilibrado, se transforma en locura. A través de la canción, Daniel describe el revolcón íntimo que estaba padeciendo, la transformación enfermiza de su psiquis camino a la locura. Nos dice que nadie lo trataba bien mientras estaba vivo, entiéndase sano, pero ahora que sabe que la locura no llama dos veces, siente que todos le abren las puertas de par en par. Pero Daniel se refiere a algo más complejo que una simple expresión de sentimientos, la lástima, por ejemplo, como una respuesta de los demás a las manifestaciones externas de su desequilibrio interior. La canción no alude al Daniel sujeto, sino a su dimensión creadora, y no es que él haga una separación tajante de ambas partes, un rompimiento per se de la totalidad, simple y llanamente, es que sólo ha cultivado su aspecto artístico, lo demás es una perturbación ajena a ese proceso, que cree minimizar al maximizar su arte; postura que no vacilaría si la razón de ser del mundo fuera el mecenazgo, es decir, si todos habitaran el arte, si arte fuera ecúmene.

Supuesto que Daniel daba por sentado, a tal punto que, negando los hechos, como dice en la canción, soportara que la gente le repitiera que no era más que un vago; eso en lugar de un creador precoz que, mientras lidiaba con su enorme capacidad temprana, en medio de esa curva de aprendizaje eléctrica, se toparía de repente con la locura por la que no quiere recibir admiración ni respeto, ni el fervor y el tributo que despierta en la gente un estereotipo, el del genio loco. Así no estaría de acuerdo con aquellos que piensan que la locura es una respuesta creativa a una realidad insoportable, a ellos les pediría que cavilaran la primera frase de la canción, apelaría a ella, y de seguir en sus trece, él no lo haría: dando por sentado que el arte es anecúmene.

Pero Casper, the friendly ghost dice algo más, el crimen perfecto que representa esa canción da algunas pistas para encontrar el vacío, que sería un lugar mucho más profundo que el pozo de los deseos o máquina de fabricar sueños que transfigura al hombre común y corriente en un fantasma que todos aman porque está hecho a la medida de lo que necesitan amar. El vacío es como un pozo artesiano, en el que el agua contenida entre dos paredes subterráneas encuentra una salida para satisfacer necesidades indispensables, el vacío es el sitio que resuelve la paradoja del valor a la manera del artista, es el arte aislado del mercado, sin la mediación del capital.

Sin la mediación de un psiquiatra, aparentemente leyendo una enciclopedia médica, Daniel encuentra su melancolía. En una de sus tantas cintas de audio reservadas para la confesión de sus peores momentos, dice: La psicosis maniaco–depresiva es opuesta a la depresión. El paciente describe su estado de feliz y eufórico, se distrae con facilidad, habla con juegos de palabras y rimas, presenta delirios de grandeza, no vive en la realidad […] puede gritar y hacerse daño, pero no le importa, duerme poco y mal, no se molesta en comer, con eso y la hiperactividad adelgazan. Las alucinaciones sustentan sus delirios de grandeza. Soy un maniaco–depresivo con delirios de grandeza.

La conducta agresiva de Donnie —dice su psiquiatra—, su creciente desapego de la realidad, parece surgir de su incapacidad para enfrentarse con las fuerzas negativas que percibe del mundo. Sus alucinaciones diurnas son algo común en los esquizofrénicos paranoicos. Según éste diagnóstico y su visión desvirtuada de Los destructores como confirmación del mismo, Donnie estaría de acuerdo con que la locura es una respuesta creativa a una realidad insoportable, y ya se sabe lo que Daniel le diría al respecto, que cavilara la primera frase de Casper, the friendly ghost, aunque una comunicación directa entre ambos sería imposible, porque Donnie Darko es un personaje ficticio y Daniel Johnston uno de carne y hueso, si su esqueleto es un sinfín de leyendas urbanas, su carne es la confirmación de todas y cada una de ellas. Se pudo haber dado una comunicación indirecta a través de Richard Kelly, pero éste Víctor Frankenstein moderno no hubiera estado interesado en infundirle una chispa de vida distinta a su hechura.

Donnie Darko es el hilo conductor de su película, está hecho para encajar de cualquier manera en los artificios de un argumento. Donnie no sólo es el deus ex machina de la clase de literatura, sino también el de la película, resolviendo, por definición, todos los entuertos de su trama. De ahí se podría entender que, siendo generosos, la lectura torcida de Los destructores fue un mal necesario para exponer otro mal, el de la censura republicana durante los años ochenta. Razón que convertiría la película en una de corte político, lo que llevaría a encasillarla en el lugar común de los pájaros y las escopetas, de la estética y la política, en la frase de Stendhal: la política en una obra de arte es un tiro en medio de un concierto, algo grosero y sin embargo imposible de ignorar. Si no se ejecuta bien, como en este caso, la estética se convierte en una dictadura de la política, con los abusos de verosimilitud ya mencionados. Pero ese no es el tema de la película, para Kelly son las paradojas temporales. En una sociedad tan conservadoramente arbitraria (tanto o más arbitraria que Donnie), microcosmos del macrocosmos republicano del Estados Unidos de los años ochenta, lo menos que se podía esperar después de la inundación deliberada de la escuela, era que censuraran Los destructores, que prohibieran su lectura como parte del plan de estudios de ese lugar.

Con los destrozos sumados al They made me do it, Donnie los convenció de su lectura tergiversada, los obligó a interpretarla de esa forma, y la máquina de estereotipar obró por inercia, reduciendo el relato a la literalidad del título, desarticulando la ironía conceptual que, matemáticamente, encierra éste último en sus quince letras. Donnie es un censor más, otro palo atravesado en la rueda del pensamiento libre. Se invirtieron los roles, ahora él es el que padece el síndrome de Estocolmo, se ha hecho cómplice de la sociedad que lo ha sometido; como dice su diagnóstico, es incapaz de enfrentarse a las fuerzas negativas que percibe del mundo, pero la conducta agresiva que resulta de ese hecho potencia y reafirma, en última instancia, el statu quo, en lugar de perjudicarlo; esta especie de determinismo dentro del naturalismo obligaría a concluir que Donnie es un esquizofrénico paranoico habitando una sociedad esquizofrénica paranoica.

Una vez que reabren la escuela, y que Donnie está de vuelta en la clase de literatura, se entera de que, además de la censura impuesta a Los destructores, su profesora ha sido despedida. Sólo están él y ella en el salón, y una frase escrita en la pizarra, que para Donnie no parece tener ningún sentido pragmático: un famoso lingüista una vez dijo —le explica la profesora—, que de todas las frases en lengua inglesa, de todas las interminables combinaciones de palabras en la historia, la más hermosa es cellar door.

En su columna On Language de The New York Times (11 de febrero de 2010), Grant Barrett retoma el tópico cellar door donde lo dejó la profesora de Donnie y lo profundiza, aunque se sumerge en el tan hondamente como en una piscina para niños y deja el agua bastante turbia. La huella más antigua de cellar door que encuentra Barrett data de 1903, en la primera edición de una novela titulada Gee–Boy, escrita por un experto en Shakespeare llamado Cyrus Lauron Hooper. Allí el narrador dice lo siguiente refiriéndose al personaje principal que le da nombre al libro:

He even grew to like sounds unassociated with their meaning, and
once made a list of the words he loved most, as doubloon, squadron,
thatch, fanfare (he never did know the meaning of this one),
Sphinx, pimpernel, Caliban, Setebos, Carib, susurro, torquet, Jungfrau.
He was laughed at by a friend, but logic was his as well as sentiment;
an Italian savant maintained that the most beautiful combination of
English sounds was cellar–door; no association of ideas here to help
out! sensuous impression merely! the cellar–door is purely American.

Si bien Barrett aclara que no tiene evidencia suficiente para afirmar que la anterior fue la primera huella acerca del asunto cellar door, ésta si pone de relieve un par de cosas que serán una constante en el tiempo para las impresiones posteriores: 1) que todo empezó cuando una persona inteligente, las más de las veces extranjera, declaró, ante la sorpresa de un menos distinguido hablante nativo del inglés, que el sonido de cellar door es excepcional. 2) que —se deduce de 1—, generalmente la magia de cellar door ha sido una cuestión fonética, una combinación musical de fricativas, líquidas y vocales desligada de su significado.

Barrett está particularmente de acuerdo con la segunda constante, cellar door is beautiful to the ear — in opposition to its prosaic meaning—, a tal punto que desvirtúa las palabras que sobre la frase en cuestión emitió Tolkien, al reducirlas a: He mentioned the idea of cellar door’s special beauty in a speech in 1955 and is often given credit for it. Cuando en realidad lo que dijo Tolkien en su ensayo English and Welsh sobre cellar door se puede resumir fielmente en la siguiente cita: Most English–speaking people […] will admit that cellar door is ‘beautiful’, especially if dissociated from its sense (and from its spelling). More beautiful than, say, sky, and far more beautiful than beautiful. Well then, in Welsh for me cellar doors are extraordinarily frequent, and moving to the higher dimension, the words in which there is pleasure in the contemplation of the association of form and sense are abundant… Tolkien en ningún momento separa de la frase el sonido de su significado, para él el placer que resulta de la misma está, precisamente, en mantener el voto solemne de ese matrimonio, maridaje que, en este caso, lo transporta, dice él, a una dimensión superior.

Barrett cierra su artículo, al mejor estilo de Donnie, siendo un censor más: If you rely also on meaning, maybe closed cellar door is the more beautiful choice. Haciendo un juego de palabras en el que insiste en dejar como un caso cerrado el asunto del significado de cellar door. Vedando de esa manera al menos una posibilidad humana de escapar de la realidad, dejando en el tintero que, por ejemplo, en la lógica de los universos fantásticos una simple puerta puede llegar a ser un portal hacia otro mundo. O que cellar se deriva del francés antiguo celier que significa pasaje underground, que se deriva a su vez del latín cella que aludía a los cuartos monásticos, mejor conocidos como scriptorium o lugares para escribir, sitos en los monasterios dedicados a la copia de manuscritos en la Europa medieval. Transcripciones que, más allá de su apariencia mecánica, permitían al monje sumergirse en las profundidades del texto para aprehenderlo, si se quiere, al cabal.

Tanto Barrett como Donnie, quien tampoco le encuentra un sentido pragmático a cellar door, al igual que en su lectura tergiversada de Los destructores, cierran la puerta a la fantasia, clausuran los caminos hacia el underground y niegan, en definitiva, cualquier manifestación de esa cultura outsider. Es en este punto donde se da la realización de algo que más arriba se había considerado imposible, la comunicación directa entre Daniel Johnston y Donnie Darko no lo es, se produce a través de la censura del segundo sobre el primero al privar de sentido la frase cellar door; dicha comunicación, irónicamente, es un acto de incomunicación, un ejercicio de destrucción de las partículas elementales del hombre moderno, esto es, su libertad y todas las expresiones del pensamiento libre. Por eso el mejor sentido para esa frase sería open cellar door, y un buen referente de partida, una vez abiertas las puertas, quizás el sótano de Daniel Johnston.
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* Juan Fernando Ramírez Arango es economista de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de Filología Hispánica de la Universidad de Antioquia. Finalista del Primer concurso Internacional de Relato Urbano: «Una mirada a la ciudad como organismo vivo», Revista Yambria (Barcelona, 2006). Mención de honor en el III Certamen Literario de Cuento Corto y Narrativa Breve de Editorial Rome (Buenos Aires, 2006). Ganador de la primera convocatoria de «Escritura Pública: la ciudad que no vemos», concurso de CANAL U para las crónicas de ciudad y otras miradas de la urbe (Medellín 2007), crónica hecha video—arte por el mismo CANAL U. Finalista del primer concurso de Fútbol en Palabras de la ciudad de Medellín (Alcaldía de Medellín, 2008). Ganador del concurso de cuento Afro en Palabras (Alcaldía de Medellín, 2011). Ganador Premios Emisión en la categoría Mejor Relato (Universidad de Antioquia, 2011). Ganador del XXIV Concurso Nacional de Cuento Corto y Poesía Universidad Externado de Colombia (Bogotá, 2011). Cuatro relatos publicados en la Revista La Otra (México, 2011), https://www.laotrarevista.com/2011/12/. Dos relatos publicados en el suplemento dominical Las Artes del Diario del Otún (Pereira, 2012)

1 COMENTARIO

  1. Genial. Esto es lo que se llama pensamiento complejo o de orden superior, pequeñas micro-relaciones que, en su interacción, crean un fenómeno emergente. No sé cuántas cosas relaciona Juan Fernando en este ensayo o texto híbrido o inclasificable: dos pelis, dos personajes, uno ficticio y uno real, un cuento, unas imágenes reveladoras, unas canciones, una columna lingüística y unas citas muy pertinentes. ¡Vaya trabajo de fondo! Pero el trabajo visible es mejor o por lo menos está a la par, el texto (más las imágenes) nos va creando con maestría el referente de algo que para la mayoría (el mainstream) es invisible, el underground. Primero nos hace creer que asistimos a los paralelismos tan trillados del posmodernismo, pero luego una de las líneas se empieza a retorcer para interceptar a la otra, que siempre permanece recta, son dos metáforas, la primera, la corrupción del mercado, y la segunda, la ausencia de corrupción en el arte clandestino. La segunda, a mi modo de ver, también representa a Juan Fernando, y este increíble artículo, por lo tanto, es una especie de manifiesto suyo. Anticipo la explosión literaria de Juan Fernando, la espero con ansias, porque, como dice el texto, será un esfuerzo por diversificar la cultura. Felicitaciones a la Revista Cronopio por dar cabida al underground, a lo mejor del underground que se está cocinando ahora.

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