MUJERES Y VULNERABILIDAD, UNA RELACIÓN NO TAN DIRECTA
Por Begoña Marugán Pintos*
En los últimos tiempos es frecuente hablar de vulnerabilidad y calificar a las mujeres como vulnerables, sin embargo, convendría profundizar, por un lado, en el doble sentido del concepto de «vulnerabilidad», y por otro, en la variedad y diversidad de posiciones y situaciones de los diferentes colectivos de mujeres, para lograr una mejor aproximación a la compleja realidad social.
«La vulnerabilidad» es la medida de cuán susceptible es una persona, o un bien, a verse afectada ante la exposición a un fenómeno perturbador. Por vulnerabilidad se entiende la menor capacidad de una persona, o grupo, para anticipar, sobrevivir, resistir y recuperarse del impacto de una amenaza. Para Karlos Pérez de Armiño, en el Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, la vulnerabilidad sería «la exposición a contingencias y tensiones, y la dificultad para afrontarlas». Dos aspectos se combinan, por tanto, en esta definición: una parte externa, de los riesgos, convulsiones y presión a la cual está sujeta una persona o colectivo; y otra interna, que es la indefensión o la falta de medios para afrontar la situación sin pérdidas perjudiciales.
LAS MUJERES SON MÁS VULNERABLES
Si sólo se repara en la primera acepción —la exposición al riesgo— las mujeres son más vulnerables, y aún más en periodos de crisis, pues como el secretario general de la OIT recordaba: «los tiempos económicos difíciles son un semillero para la discriminación en el lugar de trabajo y en la sociedad en general» (Somavia; 2011). El informe Tendencias Mundiales del Empleo de las Mujeres (2009) pronosticaba que la crisis económica, en términos de tasas de desempleo, perjudicaría más a las mujeres que a los hombres en la mayoría de las regiones del mundo y con mayor claridad en América Latina y el Caribe. Por otra parte, en el acceso al mercado de trabajo, la crisis amenaza el crecimiento de la tasa de actividad femenina y agudiza las desventajas que las mujeres tienen respecto a los hombres tanto en el acceso al mercado de trabajo, como en las condiciones de empleo y de trabajo.
En cuanto a la integración en el mercado laboral, conviene rescatar las imágenes de las mujeres de determinados países del mundo trabajando todo el día sin prácticamente derechos o las de otros en los cuales el acceso de las mismas a ciertos tipos empleos está prohibido. Al margen de determinadas situaciones extremas, en todo el mundo, persiste la desigualdad por razón del género en el acceso a los recursos productivos y al control de éstos, así como en las oportunidades de formación y readaptación profesional. Por otra parte, como la propia OIT reconoce, en su Campaña «Trabajo Decente. Vida Decente para la Mujer» (2008), las mujeres no se han visto respaldadas por las medidas prácticas y los servicios e infraestructura básicos de apoyo que necesitan para poder aprovechar realmente las oportunidades en el mercado de trabajo estructurado.
El acceso al empleo es un primer paso, puesto que si bien sabemos que el empleo no ha generado ni la igualdad, ni la libertad que, en su día, las feministas predicaban, no es menos cierto, que el acceso al mismo proporciona cierta autonomía económica, una identidad y una capacidad relacional que permite avanzar algunos pasos en el camino de la igualdad. Y desde luego, tener o no tener empleo coloca a las personas en una posición de mayor o menor vulnerabilidad social. Ahora bien, no basta con tener un empleo, éste debe ser decente —realizado en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad, con derechos, protección social y una remuneración adecuada—. Sin embargo, las mujeres han accedido a un mercado de trabajo segmentado en función del género, en el que los «empleos femeninos» son precarios y de escasa valoración social. Las mujeres en el mundo están sobrerrepresentadas en el sector agrícola y, en las regiones más industrializadas, se concentran en el sector servicios. En 2008, el sector servicios representaba el 46,3 por ciento del total del empleo femenino mundial. Además en este sector, las mujeres se concentran en actividades que son una prolongación de «las tareas domésticas»: limpieza, educación, restauración, sanidad, cuidados y atención a las personas dependientes, empleo doméstico, comercio, etc.
Sigue existiendo diferente valoración de las «profesiones masculinas» y «las femeninas». Esta distinta remuneración asociada a los empleos de los hombres y de las mujeres configura un mercado de trabajo caracterizado aún por diferencias salariales.
Además de la brecha salarial, las condiciones de empleo dejan mucho que desear. Las mujeres siguen con menores tasas de actividad y a pesar de ello, suelen arrojan en la mayoría de los países, una mayor tasa de desempleo y temporalidad. El importante porcentaje de mujeres con contratos a tiempo parcial, permite constatar el hecho de que la sobrecarga —por la falta de implicación masculina— del trabajo doméstico dificulta a las mujeres su acceso al mercado laboral incluso en los países desarrollados. En España, por ejemplo, la presencia femenina entre las personas inactivas motivada por cuidados familiares, en el año 2011, era del 94,27% según datos de la Encuesta de Población Activa.
En términos generales, desde el punto de vista laboral las mujeres son más vulnerables que los hombres, pero hablar siempre de vulnerabilidad femenina puede ser un exceso teniendo en cuenta que la vulnerabilidad es una dimensión relativa. Determinadas categorías de mujeres son particularmente vulnerables. No es lo mismo referirse a las mujeres blancas, europeas, de clase media, que hacerlo respecto a las mujeres negras o chicanas, las del medio rural, las que trabajan en sectores no estructurados, las migrantes, las jóvenes, las de edad avanzada o las discapacitadas. Por ello, más que de vulnerabilidad habría que empezar a hablar de distintos niveles de la misma en cuanto a la posición que cada colectivo ocupa frente a los riesgos.
LAS MUJERES SIEMPRE HAN PODIDO SUPERAR LOS RIESGOS
Vista la primera, y casi omnipresente, acepción de «vulnerabilidad», convendría prestar atención a la segunda, es decir, a esa parte interna, de indefensión y falta de medios para afrontar determinadas situaciones, a las que se refiere Pérez de Armiño. La «vulnerabilidad» en sí lleva implícita «la capacidad para anticipar, sobrevivir, resistir y recuperarse del impacto de una amenaza».
Contemplando esta segunda acepción de vulnerabilidad no cabe el argumentar sobre la vulnerabilidad femenina, a pesar de las mayores dificultades que las mujeres tienen que superar. A la hora de la verdad, y atendiendo a la historia de la humanidad: las mujeres siempre han podido superar las dificultades.
Las mujeres siempre han podido crear el mundo, porque son las que paren, crían, cuidan y educan a los niños y niñas. Las mujeres siempre han podido sacar adelante sus familias, pueblos y comunidades. En tiempos de dificultad y miseria ¿quiénes han hecho ollas populares y pucheros colectivos? Las mujeres siempre han trabajado, tanto en casa como fuera. ¿Quiénes están acarreando agua y leña en los pueblos africanos? Recordar cómo se les empleaba en los puestos que exigían una mayor resistencia en el fordismo en Europa. Las mujeres siempre han tenido capacidad de resistir, con el trabajo callado, dentro y fuera del hogar. ¿Quiénes se rebelan contra la enfermedad, la injusticia y la miseria? Acuérdense de las Madres de la Plaza de Mayo, de las Madres Contra la Droga o a los grupos de mujeres en la Primavera Árabe. Las mujeres siempre han intentado sacar adelante la vida de sus pueblos y sus gentes mientras los hombres hacen la guerra. Ahí están las israelíes y palestinas que juntas plantaron olivos, o la multitud de grupos de Mujeres de Negro en todo el mundo para apostar por la paz. En este momento de crisis sistémica, donde los problemas alimenticios y la crisis ecológica son una realidad, las mujeres rurales desempeñan una función esencial en el empleo sostenible de los recursos naturales y de la alimentación. La diversidad biológica, la conservación de los recursos y el mantenimiento de los agroecosistemas dependen, en gran medida, de sus conocimientos.
Hablar de las mujeres como el sexo débil es un error de bulto, que ha funcionado como engaño. Ser el «segundo sexo» —como indicara Simone de Beauvoir, para denunciar la alteridad femenina— no significa más que el patrón de referencia con el que se mide el mundo es el masculino. Obviamente esto no significa que las mujeres sean el «sexo débil», que sean más frágiles, ni siempre más vulnerables. Si se revisara objetivamente la historia de la humanidad, de los pueblos y de las familias se vería claramente que las mujeres, a menudo solas, siempre han podido salir adelante.
Si se utiliza este segundo significado de «vulnerablidad» no se puede decir que las mujeres sean más vulnerables, más bien al contrario: las mujeres tienen una gran capacidad para resistir y recuperarse de las amenazas. Seguir estableciendo una relación tan directa entre mujeres y vulnerabilidad, como generalmente se hace, les debilita y limita su capacidad de empoderamiento cuando día a día todos vemos como las mujeres siempre hemos podido.
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* Begoña Marugán Pintos es Doctora en Sociología por la Universidad Complutense. Profesora de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid y miembro del Consejo del Instituto de Investigaciones Feministas de la UCM.