Filosofía Cronopio

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¿SOMOS DE DONDE NACEMOS O NACEMOS CUANDO SOMOS?

Por Enrique Ferrer-Corredor*

¿Qué es lo que se reclama, qué es lo que se quiere decir cuando se indaga con rigor por el lugar de nacimiento de una persona? ¿Acaso se reclama para verificar sus derechos como ciudadano de un país, o se busca de un modo amplio, cultural y moderno, hacerlo partícipe de una nación como tejido cultural de sus circunstancias? Lo primero obedece a una mirada miope, mezquina y chapucera; lo segundo sería lo deseable, como expresión de la complejidad que significa ser, más allá de nacer (¿Y quienes nacen con un sexo y deciden elegir según su sentir, también serán condenados en esta misma tónica?).

El mundo actual, plagado de posturas e imposturas, arma juegos del lenguaje con trampas para cautivar a los ingenuos. Los poetas no fueron expulsados de La República de Platón, pues habría que expulsar a Sócrates y a Platón, verdaderos poetas ellos, como se puede deducir no solo desde el libro mencionado, sino de un modo particular, desde otro de sus maravillosos diálogos, Fedro. Platón pregona a lo largo de su obra que el poeta y el filósofo, usan la palabra como mediadora para expresar verdades. No obstante, tras siglos de filosofía, de debates epistemológicos, de abusos de poder mediante manipulación de los símbolos, especialmente por gobiernos totalitarios, en Colombia se sigue acudiendo a la retórica, a esa tradición de hacer pasar lo bonito por lo bello. Y no solo en la publicidad comercial de los medios de comunicación (publicidad engañosa), sino en la academia (argumentación manipulada por autoridad, por oscuridad, por efectismo fácil, y especialmente por los políticos; por los políticos que se aprovechan de la dispersión, ingenuidad e ignorancia, en cada caso, de los electores).

Algunos se quedan en el nominalismo (incluso mal entendido) de Guillermo de Ockham y otros filósofos medievales, quienes negaban la existencia de universales. Pero lo que nos ocupa de modo especial en esta columna es cómo algunos políticos de la perversa tradición colombiana de hoy quieren anclar los nombres al destino. Es como si las palabras determinaran los significados, como si los lugares de nacimiento determinaran los procesos culturales en la compleja sociedad moderna, globalizada y mundializada. Y estos mismos políticos reclaman un lugar para Colombia en el mundo, mientras arrojan a los seres humanos a su condena por el lugar de nacimiento, no solo con determinismo, sino ignorando las épocas históricas: ignoran que hace 60 años no eras de donde nacías sino de donde podías… sobrevivir, registrarte, seguir alimentando tus raíces con nuevas hojas en el árbol. Y esos, enclaustrados en las raíces se llaman modernos; esos que niegan el progreso que rompe fronteras, que niegan el desarrollo conceptual como un hecho complejo, esos que disfrazados revelan determinismos geográficos, nominales, de capital incluso (sin darse cuenta), y a lo mejor reclamen una prueba de ADN de sangre para dar cuenta del pasado por generaciones (¿fascismo?). ¿Estos son los libertarios de hoy o los nuevos carceleros de la tradición encadenada? Y es que incluso la tradición se actualiza y dialoga en sus legados para justamente soportar nuevos procesos, nuevos horizontes hermenéuticos. Ignoran eso que nos enseñó Edmund Burke: los cambios institucionales requieren tiempo, tanto como el que gestó la institucionalidad. ¿Somos de donde dice el registro, o somos la savia que fluye por nuestro tallo (que no es otra cosa que la raíz renovada al compartir las heridas entre los nuestros)?

Nominar parece condenar, para los falsos modernos. Nombrar parece padecer. Para los grandes lingüistas–filósofos como Peirce, Eco, Habermas, quienes recogen esa larga tradición con fuentes en Atenas, nombrar es iniciar un proceso semiológico complejo, incluso triádico, entre objeto–signo, el mundo nombrado y el interpretante siempre en actualidad. ¿El signo determina el devenir del mundo, o es la complejidad del mundo la que reclama tejidos de lenguaje en una actualidad permanente entre la realidad y la posibilidad de aprehender y comunicarla? Esta disputa ya data de muchos siglos, no hay mayor novedad en esta columna. Aquí lo novedoso es el uso perverso de usar el lugar de nacimiento de alguien para determinar su nacionalidad. Este es un grosero caso de ignorar las fronteras acotadas entre país, Estado y nación. El país nos habla de ciudadanía, la nación de cultura, y cuán difícil es hacer coincidir estos conceptos en un ser humano hoy, cuando el mundo es una aldea, incluso cuando el mundo de la vida nos entra por la ventana (del computador).

Los juegos del lenguaje son inevitables; lo que sí puede evitarse es la perversidad de su uso. Son inevitables porque la realidad es lenguaje, el lenguaje funda realidad. Un caso: un ciudadano presenta una queja ante el Congreso, una queja en aras de reclamar a su favor derechos por la ciudadanía, entonces se le impediría participar, dado que su carácter de ciudadano le produce involucramiento en favor de su causa; otros dirían que si no es ciudadano del lugar no puede presentar la queja en dicho recinto. Las trampas del lenguaje traídas de los cabellos a instancias jurídicas, de modo vulgar por algunos, rompen justamente la comunicación, anulan el debate, oscurecen el escenario.

Entonces, los acuerdos tácitos, la buena fe comunicativa, los consabidos culturales, entre otros fenómenos lingüísticos complejos, nos hacen interlocutores con horizontes compartidos básicos, pero sobre todo, sujetos modernos honestos, ilustrados y razonables. Abordamos de modo oblicuo el tema central expuesto en la apertura de esta columna, justamente para no contradecirnos en dar importancia más a la anécdota que a la reflexión: ¿podemos decir, en un caso particular, que uno es costeño solamente por nacer en la costa? O lo que es lo mismo: ¿que si no naciste en la costa no puedes sentirte o ser costeño? (cualquier costa del planeta, por si acaso, pues gusto de los universales). ¿O que si te registraron por accidente en la costa y nunca has pasado más de tres días allí, ya eres costeño? O confundimos «ser registrado» con «el ser» como sujeto partícipe de una nación. O confundimos el ciudadano (jurídico) de un país, con el sujeto de una nación (cultura). Es decir, que años y años de García Márquez, entre Zipaquirá, Bogotá, París, Barcelona, México, etc., lo anclan a ser costeño per se, su nombre del lugar de nacimiento le impide convertirse en un sujeto universal (Kant). O sea que Cortázar, nacido en Bruselas, es belga, no argentino; pero incluso como nación, las fronteras de la patria de Cortázar y de Borges desbordan a Argentina como país. Simón Bolívar no es colombiano (país), pues cuando nació no existía Colombia; ¿pero acaso no es de la Gran Colombia, no es bolivariano, incluso latinoamericano? Los judíos tienen más historia como nación que como país, o como Estado.

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La expulsión de los retóricos por Platón en La República no puede confundirse con la presencia deseada en la polis de los mejores poetas. Pues retóricos son quienes juegan con palabras (bonitas); los verdaderos filósofos hablan con belleza, verdad y pragmatismo.

La verdadera patria es una biblioteca, el barrio plagado de amigos y caminos, o la infancia… Claro, si uno acude a esa pregunta como ciudadano, pues la Constitución te da dos opciones: suelo y sangre. Aunque los funcionarios en las puertas de la cancillería colombiana (calle 100) confundan nacional con nacionalizado, como el político de turno que desea hacer debate por el nacimiento o no de una persona en un pueblo u otro, para otorgarle su sentir cultural (nación), más allá del registro tardío en esas circunstancias. Se ignora por uno y otro político lo relativo a la nación, más allá del país; así como los funcionarios de la cancillería parecieran ignorar que muchas personas que han nacido más allá de las fronteras nacionales, son nacionales, no nacionalizados. Pero tanto el tema lingüístico como el tema jurídico es algo sencillo, que puede ser resuelto con tres semestres de universidad, o unas cuantas horas rigurosas entre un buen diccionario y la Constitución de Colombia (sobre la nacionalidad, art. 96).

Es una pena, una vergüenza, un vulgar distractor, indagar el sentido cultural de una persona, ignorando conceptos como nación, país, república, Estado, etc. Justamente, la manipulación conceptual del debate es lo chovinista, es lo peligroso. Y esa manipulación (no su documento de ciudadanía), sí habla de quién es, de dónde viene y hacia dónde va el manipulador. En términos de Borges: no estamos hablando de palabras, sino de cosas.

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* Enrique Oswaldo Ferrer-Corredor. Colombo–venezolano nacido en 1963. Es profesor de la Universidad Externado de Colombia. Profesional en humanidades (con énfasis en literatura, semiótica y ciencias políticas), economía, filosofía, lingüística. Realizó una maestría en Lingüística y Literatura y tiene un doctorado en Literatura y lingüística por la UNED, España. Ha sido profesor de las universidades: Pedagógica Nacional, Externado de Colombia y la Escuela Colombiana de Ingeniería. Igualmente en universidades de EEUU, en Virginia, en Hampton University y en el College William & Mary. Hizo la cátedra de poesía hispanoamericana en el Instituto Caro y Cuervo. Con «La otra muerte de Salazar» obtuvo el segundo puesto en el concurso de Cuento Ciudad de Florencia. Viajero incansable y colaborador de diversas publicaciones nacionales e internacionales, entre las cuales destacamos El Sueño de Samsa y Común Presencia. Fundador y director de Papeles… Perteneció a los talleres de escritores de la Universidad Central en Colombia y Zaranda en Venezuela. Ceniza de luna, su primer poemario, fue publicado en 1994 y tuvo dos ediciones más en 1998. Su libro de cuentos El público en escena (Colección Los Conjurados, 2005) es testimonio de su incansable rigurosidad.

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